viernes, 5 de septiembre de 2014

Transmisión oculta del pensamiento





   Transmisión oculta del pensamiento 

    .. ¿A qué se debe que una misma idea –la de un descubrimiento, por ejemplo- se produzca en varios puntos a la vez? 

- Ya hemos dicho que en el transcurso del sueño los Espíritus se comunican mutuamente. Pues bien, cuando el cuerpo despierta, el El Libro de los Espíritus 220 
Espíritu se acuerda de lo que ha aprendido, y el hombre cree haberlo inventado. De esta manera, muchos pueden descubrir lo mismo a la vez. Cuando manifestáis que una idea “está en el aire” es una figura más exacta de lo que creéis. Cada cual contribuye a difundirla, sin sospecharlo. 
De este modo nuestro Espíritu revela muchas veces a otros Espíritus, y sin que nosotros lo sepamos, lo que era objeto de nuestras preocupaciones durante la vigilia. 
. ¿Pueden los Espíritus comunicarse si el cuerpo está del todo despierto? 

- El Espíritu no se halla encerrado en el cuerpo como en una caja. Irradia a su alrededor. De ahí que le sea posible comunicarse con otros Espíritus incluso en estado de vigilia, aun cuando haga esto más difícilmente. 
. ¿A qué se debe que con frecuencia dos personas completamente despiertas tengan al mismo tiempo la misma idea? 

- Se trata de dos Espíritus simpáticos que se comunican y ven recíprocamente su pensamiento, aun cuando el cuerpo no duerma. 
Hay entre los Espíritus que se encuentran, una comunicación de pensamientos que hace que dos personas se vean y se comprendan sin necesidad de los signos exteriores del lenguaje. Se pudiera afirmar que hablan el lenguaje de los Espíritus. 

EL LIBRO DE LOS ESPIRITUS, ALLAN KARDEC.

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Un espíritu en el entierro de su cuerpo

Los Espíritus siempre nos han dicho que la separación entre el alma y el cuerpo no se efectúa instantáneamente; algunas veces comienza antes de la muerte real, durante la agonía; cuando la última pulsación se hace sentir, el desprendimiento todavía no es completo; se opera más o menos lentamente según las circunstancias, y hasta su total liberación el alma siente una turbación, una confusión que no le permite darse cuenta de su situación; se encuentra en el estado de una persona que se despierta y cuyas ideas son confusas.


Este estado nada tiene de penoso para el hombre cuya conciencia es pura; sin entender bien lo que ve, está calmo y espera sin miedo el completo despertar; al contrario, es lleno de angustias y de terror para aquel que teme el futuro.
Decimos que la duración de esa turbación es variable; es mucho menos larga en aquellos que, cuando encarnados, ya han elevado sus pensamientos y purificado su alma; dos o tres días le son suficientes, mientras que en otros es preciso a veces ocho días o más. Frecuentemente hemos asistido a ese momento solemne y siempre hemos visto lo mismo; por lo tanto, no es una teoría, sino el resultado de observaciones, ya que es el Espíritu quien habla y quien describe su propia situación. He aquí un ejemplo tanto más característico como interesante para el observador, puesto que no se trata más de un Espíritu invisible escribiendo a través de un médium, sino de un Espíritu que es visto y escuchado en presencia de su cuerpo, ya sea en la cámara mortuoria o en la iglesia durante el servicio fúnebre.



El Sr. X... acababa de tener un ataque de apoplejía; algunas horas después de su muerte, el Sr. Adrien – uno de sus amigos – se encontraba en la cámara mortuoria con la esposa del difunto; vio nítidamente a éste, en Espíritu, pasearse de un lado a otro, mirar alternativamente a su cuerpo y a las personas presentes, y después sentarse en un sillón; tenía exactamente la misma apariencia que cuando encarnado; estaba vestido de la misma manera: redingote y pantalón negros; tenía las manos en los bolsillos y un aire de preocupación.



Durante ese tiempo su mujer buscaba un papel en el escritorio; su marido la observó y dijo: Por más que busques no encontrarás nada. De ningún modo ella sospechaba de lo que ocurría, porque el Sr. X... solamente era visible para el Sr. Adrien.



Al día siguiente, durante el servicio fúnebre el Sr. Adrien vio nuevamente a su amigo, en Espíritu, rondando el ataúd, pero no tenía más la vestimenta de la víspera; estaba cubierto con una especie de ropaje. Entre ellos se entabló la siguiente conversación. De paso, señalemos que de manera alguna el Sr. Adrien es sonámbulo; que en ese momento, como en el día anterior, estaba perfectamente despierto y que el Espíritu se le aparecía como si hubiera sido uno de los asistentes al entierro.



– Preg. Dime una cosa, querido Espíritu, ¿qué sientes ahora? 
– Resp. Bien y sufrimiento.



– Preg. No te he entendido. 
– Resp. Siento que estoy viviendo mi verdadera vida, y entretanto veo a mi cuerpo aquí, en este cajón; me palpo y no me siento, y sin embargo siento que vivo, que existo; ¿soy entonces dos seres ¡Ah! Dejadme salir de esta noche; es una pesadilla.



– Preg. ¿Has de permanecer por mucho tiempo así? 
– Resp. ¡Oh! No, gracias a Dios, amigo mío; siento que pronto me despertaré; sería horrible de otro modo; tengo las ideas confusas; todo es nebuloso; pienso en la gran división que acaba de hacerse... Todavía no comprendo nada.



– Preg. ¿Qué efecto te produjo la muerte? 
– Resp. ¿La muerte? No estoy muerto, hijo mío, estás equivocado. Yo me levantaba y de repente fui sorprendido como por una nebulosidad que descendió sobre mis ojos; después me desperté, e imagínate mi extrañeza al verme, al sentirme vivo y al ver al lado, sobre la losa, a mi otro yo acostado. Mis ideas estaban confusas; anduve para restablecerme, pero no pude; vi a mi esposa llegar, velarme, lamentarse y yo me preguntaba el porqué. Yo la consolaba, le hablaba, pero ella no me respondía ni me comprendía; era esto lo que me torturaba y lo que dejaba a mi Espíritu más perturbado. Sólo tú me has hecho bien, porque me has escuchado y comprendido lo que quiero; tú me ayudas a ordenar mis ideas y me haces un gran bien; pero ¿por qué los otros no hacen lo mismo? He aquí lo que me tortura...



El cerebro está oprimido ante este dolor... Iré a verla; quizás ahora me escuche... Hasta luego, querido amigo; llámame e iré a verte... Igualmente te haré una visita, amigo... He de sorprenderte... hasta luego.



Enseguida el Sr. Adrien lo vio acercarse a su hijo que lloraba: se inclinó ante él, permaneció un momento en esta posición y partió rápidamente. Él no había sido escuchado, y sin duda pensaba haber producido un sonido; estoy persuadido – agrega el Sr. Adrien – que aquello que él decía llegaba al corazón del niño; os probaré esto. Lo he visto después: está más calmo.



Allan Kardec - Revue Spirite - Diciembre de 1858



Nota – Este relato está de acuerdo con todo lo que ya habíamos observado sobre el fenómeno de la separación del alma; con circunstancias totalmente especiales confirma esa verdad de que después de la muerte el Espíritu aún está allí presente. No cree tener delante de sí un cuerpo inerte, mientras que ve y escucha todo lo que sucede a su alrededor, penetra el pensamiento de los asistentes, y entre éstos y él no hay sino la diferencia entre la visibilidad y la invisibilidad; las lágrimas hipócritas de ávidos herederos no pueden infundirle respeto. ¡Cuántas decepciones deben los Espíritus sentir en ese momento!

- Revue Spirite-

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El Apostol Pedro nos recomienda: "No retribuyas el mal con el mal, ni la injuria por la injuria, antes bendecidlas; pues para esto fuisteis llamados". Amarguras, persecuciones, calumnias, brutalidades y desentendimientos, son viejas figuraciones que atormentan las almas de la Tierra. A fin de contribuir en la extinción de ellas, es por lo que el Señor nos llamó a sus filas.   Por tanto, no las alimentemos, de manera que les expresemos excesivo apego. Busquemos ampliar el significado del verbo soportar. Donde quiera que se encuentre, el cristiano siempre debe ser un punto de resistencia al mal, consciente de la obligación de servir con Jesús.

- ( Aportado por Antonio Lima )

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CONCIENCIA CLARA, AVANCE SEGURO
DE JOSE MANUEL FERNANDEZ

          La conciencia es el instrumento que Dios ha dispuesto en el interior del hombre para que este pueda distinguir entre el bien y el mal, entre lo acorde a la legislación divina que le permite progresar y lo que le aleja de ella empujándole al estancamiento. Para que nadie tuviera dudas, las leyes de Dios se hallan inscritas en la misma conciencia del ser humano, proporcionando a este la posibilidad de actuar de forma libre en su camino de perfeccionamiento  (artículos  621 y 630 del “Libro de los espíritus”).

         Sin embargo, como todas las herramientas puestas a nuestro servicio como el organismo o la inteligencia, es necesario cultivarlas a fin de que operen de la mejor manera posible, todo ello con miras a nuestro sempiterno avance. En otras palabras, no basta con tener un cuerpo para moverse o una mente para pensar sino que hay que cuidar del primero y entrenar a la segunda para aprovechar de este modo todos los recursos que el Creador ha puesto a nuestra disposición, ya que como todos sabemos, una vez separados del envoltorio carnal y llegada la hora de valorar nuestro paso por la dimensión física, se nos van a pedir cuentas conforme a los mecanismos que han sido puestos en nuestras manos. En este artículo, vamos a centrarnos únicamente en el adiestramiento de la conciencia, al tratarse del elemento primordial que nos va a permitir acelerar o enlentecer la marcha perenne de nuestro vehículo a través del sendero evolutivo.

         Aproximémonos a la cuestión. Cuando deseas leer un libro de tu interés, procuras buscar un buen sitio, con luz, silencio y agradable temperatura, de forma que puedas disfrutar del mismo al máximo. Tampoco en casa uno come en cualquier lugar, sino en el espacio en el que se siente más cómodo para saborear bien lo que previamente ha cocinado. Pues lo mismo debe ocurrir con el cultivo de la conciencia. Aunque estamos hablando de una acción que compete al plano psicológico o del pensamiento, lo cierto es que hay que buscar la coyuntura más conveniente a nuestra intención.

         Aunque cada individuo conoce más que nadie el instante idóneo para efectuar su propio examen (pudiendo realizarse a cualquier hora siempre y cuando las circunstancias acompañen), lo cierto es que existen dos momentos al día que podemos catalogar como ideales. Estos son: por un lado, los minutos que transcurren desde que nos hemos introducido en la cama hasta que nos dormimos y por otro, los instantes que pasan desde que nos despertamos hasta que recuperamos completamente la condición de lucidez.

 Sin duda, cualquier observador puede advertir rápidamente cómo existe un punto en común muy importante en ambos tiempos. En efecto, se trata de estados de transición tanto de la vigilia al sueño como del sueño a la vigilia. Mientras que la primera fase se conoce como estado hipnagógico, a la segunda se la denomina hipnopómpica. Lejos de abundar en tecnicismos, lo usual de estas breves etapas por las que atravesamos a diario es que el sujeto se halla en situación de semiinconsciencia, justo el factor que necesitamos para proceder con nuestro análisis. Acercándonos un poco más a la filosofía espírita, caemos en la cuenta de que nos encontramos con las condiciones ideales para tal ejercicio. ¿Por qué?

         Justo antes de dormirnos pero aun conservando un mínimo de claridad, el espíritu puede reflexionar perfectamente sobre lo sucedido durante la jornada. Es el punto apropiado de convergencia entre una conciencia que se debate entre el adiós temporal a la dimensión física y su entrada al plano espiritual. Por la mañana, recién despiertos, sucede ciertamente el fenómeno opuesto. Acabamos de salir del paraje espiritual y poco a poco, aunque no de golpe, volvemos a la franja material.

         Muchas personas no se percatan de la importancia que ambos períodos tienen para abordar dicha reflexión, aquel ejercicio que diariamente debe efectuar la conciencia para delimitar y sobre todo actualizar el estado en el que se halla. Aunque permanezcamos como almas unidas a un cuerpo a lo largo de toda la existencia, curiosamente y siguiendo el plan divino, en todas las ocasiones en las que caemos en el sueño, aflojamos los lazos de la carne. Así, nos desprendemos de los mismos a fin de ofrecerle una “tregua” al espíritu, de modo que cada noche compruebe que su “encarcelamiento” es tan solo temporal, que el organismo se constituye únicamente en un vehículo de expresión aunque necesario para nuestro desarrollo y que estamos en disposición de conectar con el otro plano y con sus habitantes todos los días de nuestra vida.

         En esos ciclos intermedios que ejercen labores de frontera entre las dos caras de la realidad, es cuando podemos cumplir con el trabajo propiamente asignado a la conciencia. Son los instantes nocturnos en los que todavía tenemos frescos los recuerdos de la jornada vivida en la “carne”, pero por otra parte, nuestra alma se asoma ya a la vista de lo inmaterial. Por la mañana, invertimos los términos de la ecuación; comienzan a brotar las primeras señales de vivencia en lo físico como la alarma del reloj que oímos, el tacto de los pies en el suelo o simplemente el agua que humedece nuestro rostro al asearnos, pero todavía el pensamiento conserva el recuerdo agradable de la libertad de movimientos que implica la etapa del sueño.

         Una vez establecidas estas consideraciones teóricas pero necesarias, vayamos a lo práctico. Veamos algunas de las preguntas más importantes que podemos hacernos durante la hipnagogia:

·        ¿Cuáles han sido los hechos más relevantes acaecidos durante el día?

·        ¿Qué parte de responsabilidad he tenido en los mismos?

·        ¿Cuál ha sido mi reacción ante esos eventos?

 ·        ¿Ha resultado mi acción conforme a los dictados de mi conciencia?

·        ¿Qué sentimientos he percibido con respecto a lo que ha ocurrido?

·        ¿Podría haber actuado de diferente forma a como he respondido?

·        ¿En qué manera ha afectado mi reacción a las personas involucradas?

·        ¿Qué aspectos cambiaría de los mismos para sentirme mejor?

·        ¿Qué aprendizaje o qué lecciones he extraído de lo ocurrido durante el día?

·        En definitiva ¿he actuado conforme a los preceptos de mi conciencia o me he dejado llevar por otros impulsos ajenos a esa voz interior que me hace distinguir lo apropiado de lo inadecuado, lo correcto de lo erróneo?

Fijémonos bien: son estos minutos hipnagógicos los más oportunos para introducir el debate sobre lo acontecido, a través de la conciencia, en el mundo onírico, el de los sueños, fiel reflejo de nuestro componente espiritual. Expresándolo de otra manera: se trata de la mejor coyuntura para traer a colación temas o ideas (como los sucedidos durante la jornada) que en breves instantes pueden ser analizados en profundidad por el alma, pero ahora separada por unas horas del aturdimiento propio que sobre ella ejerce el armazón orgánico durante la vigilia. Las diferencias entre efectuar este estudio ahora, en la penumbra del espíritu, con hacerlo en  estado plenamente consciente distan tanto como el día de la noche (nunca mejor dicho).


Vayamos ahora al otro momento: el hipnopómpico. Con los ojos todavía medio cerrados y el espíritu pendiente aún de acoplarse completamente a la estructura orgánica, es la ocasión ideal para “programar” la conciencia para toda la tarea del día que tenemos por delante. Consideremos algunas de las cuestiones que podemos realizarnos en tan esenciales momentos:

     
          ¿Cuáles son mis planes para esta jornada?

·        ¿Responden dichos planes a la buena fe de mi conciencia?

·        ¿Qué personas se van a ver afectadas por mis actos a lo largo del día?

·        En función de lo que haga ¿qué efectos se producirán sobre ellos?

·        ¿Servirá mi actuación para atraer el bien, para progresar, o por el contrario me sumirá en el                    estancamiento?

·        ¿Qué consecuencias a medio y largo plazo se derivarán de lo que yo actúe?

·        Si las condiciones que yo espero no se dan ¿qué otro tipo de intervención tengo prevista?

·        En definitiva ¿resultan mis propósitos acordes a la ley natural o me estoy dejando arrastrar por tendencias que separan en vez de unir, que persisten en el error en lugar de abogar por el avance moral?

 La trascendencia de lo que “programemos” en esos instantes es seguro que marcará el desarrollo de la jornada. Como muestra de ejemplo, pruebe el lector a introducir en su mente una simple melodía tarareada a esa hora. Os aseguro que tendréis la música en vuestra cabeza buena parte del día. La explicación es muy sencilla: en esos momentos y tras el descanso onírico, el pensamiento está en calma y receptivo. Por eso, cualquier instrucción o mensaje que introduzcamos en esa fase nos seguirá durante horas, como si fuera la huella de nuestra mano marcada sobre el barro fresco.  Ahí reside la importancia de plantar semillas de buenas intenciones al iniciarse el alba, de modo que germinen en generosas actuaciones conforme recorra el sol el horizonte. Sembremos pues designios de optimismo y recojamos frutos de ilusión.

¿Por qué no probar? Ningún efecto negativo puede derivarse del examen de la conciencia, máxime si lo hacemos en las etapas del día que se han propuesto. Es más, dicha labor se conforma como tarea fundamental en la rutina cotidiana del espírita. Sin embargo, ningún resultado se apreciará si no seguimos un orden, si no insistimos en la praxis de esta habilidad.

Recordemos las doctas palabras que dirigió André Luiz a Chico Xavier en sus comienzos: “disciplina, disciplina, disciplina”. La mejor forma de apreciar el impacto de la ley divina de causa y efecto así como la del progreso sobre nosotros mismos, es permanecer en silenciosa soledad, buscando la disposición idónea tal y como se ha mostrado y practicar aquella cualidad de la que Dios dotó con su sabiduría al ser humano: la inteligencia de su espíritu, revelada en su conciencia.

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