POR QUÉ, SER ESPÍRITA
El otro día un hermano hizo esta pregunta, y quedó dando vueltas en mi mente una y otra vez. En la meditación matutina del 28/1/2010 recibí esta comunicación.
Es el espiritismo una doctrina clara y sencilla. Su propósito principal es ayudar al hombre a ser mejor ser humano, y practicar la doctrina es cultivar el amor entre todos los hermanos como nos enseño Jesús.
El deber de un espirita es conocerse bien a si mismo, con sus virtudes y sus defectos, para poder así, trabajar en su mejoramiento, trabajar de forma consciente para mejorar sus imperfecciones.
Para lograrlo solo es necesario dedicar todos los días un rato a la meditación y al auto análisis. A través del espiritismo, si lo practicamos sinceramente, seremos mejores hijos, hermanos, padres, esposos y amigos, seremos mejores seres humanos.
El espiritismo nos enseña que somos espíritus inmortales, que no debemos temer a la muerte, pues el espíritu sobrevive a este momento, que no es más que un tránsito hacia la vida espiritual. Que la vida espiritual es la verdadera vida del espíritu, y que en ella continuamos aprendiendo y acumulando experiencias que nos hacen mejores.
Que luego reencarnamos y ponemos en práctica lo aprendido, y en este ciclo vamos convirtiéndonos en espíritus cada vez mejores y acercándonos paso a paso a la luz Divina, al Ser creador de todo el universo, a esa energía que llamamos Dios.
Y la doctrina nos enseña que este ciclo es un camino hacia el progreso, pues Dios ha creado el universo regido por leyes naturales y el progreso es una de ellas.
Y la doctrina nos enseña también una verdad sencilla e infalible, cuya comprensión nos va a ayudar a comprender nuestras circunstancias y como podemos cambiarlas; esta verdad es la ley de afinidad, atraemos a nuestras vidas circunstancias, personas y espíritus afines a nuestros pensamientos.
Es decir, que la calidad de nuestro pensamiento determina la calidad de la energía que vibra a nuestro alrededor y con ello, lo que atraemos. De ahí la importancia de nuestra elevación moral.
Somos los artífices de nuestra vida, tenemos libre albedrío para practicar el bien o apartarnos de él; para esforzarnos cada día en ser mejores y comprender que con amor, paciencia, tolerancia, bondad, construimos un futuro mejor para nosotros mismos y para aquellos que nos rodean.
Y la Doctrina Espírita es mucho más, es la justicia de la ley de causa y efecto, que nos enseña que cada acción nuestra tiene un resultado, una consecuencia acorde con la misma, y esta consecuencia vendrá a nosotros indefectiblemente, ya sea en esta vida o en una vida futura. Y esta ley explica las desigualdades que tanto nos acongojan; y es también una luz que nos inspira a cultivar el bien.
Hay mucho más para descubrir en la doctrina espírita, pero estas sencillas razones que hemos expuesto, bastan por si solas para decir: "Yo quiero ser Espírita"
Psicografiado 28 de enero 2010
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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"El hombre es un Espíritu encarnado en un cuerpo material. El periespíritu es el cuerpo semimaterial que une el Espíritu al cuerpo material.
Allan Kardec
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MENSAJE DE AMALIA DOMINGO SOLER
¿Qué diremos hoy?
¿Qué diremos hoy a nuestros lectores al comenzar? Lo que dijimos ayer: “Que la mejor ofrenda que se puede ofrecer a Dios es el bien” “Que una conciencia limpia es el mejor tesoro” “Que la ciencia es la lumbrera del progreso” y la humanidad para hacerse digna de su preclara estirpe, puesto que es hija de Dios, debe ser buena y debe ser sabia.
Esto es muy fácil de decir, y es muy difícil de conseguir, porque uno de los grandes escollos que encuentra el hombre para su progreso, es el hombre mismo. Nunca han faltado en la Tierra mensajeros de paz y de amor. Siempre han encarnado en este planeta espíritus en misión, que han venido de Mundos Superiores para instruir a los terrenales; pero su trabajo lo describe muy bien este antiguo refrán:
“Predicar en desierto, sermón perdido”. Y así ha pasado, casi siempre los grandes innovadores, los reformadores de las ideas, han predicado en un desierto, pues de nada sirve un auditorio, que dice con indiferencia: “Predicadme que por un oído me entra y por el otro me sale”.
El fundador de cualquier escuela, por lo regular, ha sido un modelo de virtudes, o de fuerza, porque se necesita ser superior en algo para imponerse a los demás; los primeros iniciados, ya no han sido tan buenos como el fundador, y así sucesivamente ha quedado el hombre de las escuelas filosóficas y de las religiones positivas, que cual crisoles de los tiempos han ido purificando de sus escorias a la humanidad; pero sus primitivas virtudes, esas se han ido evaporando como frágil columna de impalpable humo. Gracias que sobre todos los obstáculos levantados por la ignorancia de los hombres dominando en absoluto sus mezquinas aspiraciones, flota sobre la Creación el Espíritu del Progreso: y ante su mágica influencia, las humanidades se sienten impulsadas, y a pesar suyo adelantan moralmente y son hoy menos crueles que lo fueron ayer.
El árbol de la ciencia, como dijo Castelar, sube más allá de las constelaciones del cielo y ahonda en las profundidades del Espíritu, y a su apacible sombra se entregan a contemplar el infinito, los libres pensadores del siglo de la luz.
Aún quedan fracciones en la humanidad, más refractarias al progreso, unas que otras; pero a pesar de todo, el mundo marcha. No tenemos que registrar la historia, tenemos ante nosotros dos generaciones: los jóvenes de veinte a treinta años, y sus padres de cuarenta a sesenta, y vemos a los primeros aunque sean pobres, instruidos, descifrando problemas, resolviendo tesis, sentando hipótesis, haciendo trabajar a su razón, mientras sus padres los contemplan con sencilla admiración diciendo: ¡Lo que saben estos muchachos! ¡Hay que confesar que ahora las criaturas nacen sabiendo! Y en parte no dicen más que la verdad, porque los espíritus que van encarnando en la Tierra son mucho más adelantados que los de nuestros abuelos.
Ayer la mujer pobre, particularmente en España, no aprendía a leer, ni a escribir, y hoy se ven multitudes de niñas que acuden a las escuelas gratuitas, y si no aprenden mucho, al menos aprenden algo. No somos de la escuela pesimista; antes de ser espiritistas sí lo éramos, y lamentábamos el lento desarrollo de la civilización; pero desde que tuvimos la inmensa fortuna de conocer el Espiritismo, comprendimos que no por mucho madrugar amanece más temprano, y que si la tierra no está bien arada, en el surco endurecido no germina el productivo grano.
Los terrenales somos espíritus rebeldes, indómitos, soberbios, orgullosos los unos, y degradados y envilecidos los otros, y con tan pobres elementos no se pueden llevar a cabo grandes empresas.
¿Qué importa que habiten en la Tierra algunos centenares de espíritus adelantados, si la mayoría nos hemos condenado por nuestros crímenes anteriores?
A nosotros si bien nos gusta mucho la lectura, no es en las bibliotecas donde más estudiamos; es en la sociedad, en ese gran libro inédito, es donde leemos con profundísima atención la historia palpitante de la humanidad; y vemos tanta miseria; ¡Tanta hipocresía! ¡Tanta corrupción!... que cuando la prensa deplora los crímenes que se cometen, murmuramos nosotros; lo que es extraño que no se cometan muchísimos más; pero no se efectúan por lo que dijimos anteriormente: porque la ley del progreso se cumple venciendo todas las pasiones del hombre; porque la verdad tiene a su disposición los primeros elementos para vencer en todos los planetas.
Una de las cosas que más ha retardado el perfeccionamiento de los terrenales (perfeccionamiento relativo se entiende), es el completo desconocimiento de su vida futura, pues si bien todos los pueblos han tenido intuición de un Más Allá, pero ha sido de una manera confusa, y las religiones han presentado la eternidad bajo distintas fases, y ninguna de ellas ha satisfecho verdaderamente los deseos del hombre, ni ha podido llenar ese inmenso vacío que ha quedado siempre en la mente del Espíritu pensador; y en la duda, el alma indecisa se ha inclinado casi siempre en lo peor. Los unos a la negación del todo, al aniquilamiento absoluto del cuerpo, y de la fuerza que lo sostiene; y los otros a una supervivencia del alma inadmisible, a una vida eterna que es la anonadación del Espíritu. Se necesitaba que luciera en el oriente un nuevo sol, una nueva creencia, una fe y una esperanza que diera fuerzas vitales a la humanidad debilitada por sus desaciertos.
Afortunadamente la Escuela Espiritista levantó su blanca bandera, en la cual leyeron los pueblos: “Sin caridad no hay salvación” y sabido es de todos el rapidísimo desenvolvimiento que ha alcanzado el Espiritismo en todas las naciones, especialmente en América, donde se cuentan por millones los adeptos de esta escuela filosófica que tanto bien le ha hecho a la humanidad; porque el hombre sabe ahora positivamente que vivió ayer, que vive hoy, que vivirá mañana, que su vida tuvo un principio, pero que nunca tendrá fin, que sus sucesivas encarnaciones están íntimamente relacionadas las unas con las otras, siendo simultáneamente causas y efectos, hechos consumados y consecuencias ineludibles; deudas contraídas y cuentas saldadas; y mirando la vida bajo su verdadero punto de vista, el hombre ya no es el ciego que camina a la ventura, ya no peca por ignorancia, ya sabe que su Espíritu es responsable de todos sus actos; y adquiriendo el convencimiento de esa verdad innegable, el hombre progresará con más rapidez, porque sabe que trabaja la tierra de su heredad. Eso dijimos ayer y lo decimos hoy; aconsejamos a la humanidad el estudio del Espiritismo, porque le es al hombre de suma utilidad saber de dónde viene, porqué se encuentra aquí, y deducir de su presente lo que será su porvenir.
El Espiritismo no hace santos; pero induce al hombre a la observancia estricta de todos los deberes de la vida; y en este planeta (que muy bien podremos llamarle un presidio suelto), el conseguir que un hombre cumpla sus deberes en toda la acepción de la palabra, ya es obtener un gran progreso.
Dominar nuestras pasiones (que por regla general siempre queremos lo que más nos perjudica, y lo que más daño hace a los otros), frenar nuestros locos deseos, tomar parte en las penas de los demás, dejar de ser envidiosos y rencorosos, renacer en fin a la vida del trabajo, a la vida del orden, al método de la virtud, esta gran metamorfosis puede operarla en nosotros el Espiritismo; y bien merece ser estudiada una filosofía que con su estudio y su práctica sirve para la regeneración del hombre; por eso nosotros no hemos titubeado, (a pesar de nuestra insuficiencia) en publicar LA LUZ DEL PORVENIR, porque creemos necesario, muy necesario, que el Espiritismo sea conocido por todas las clases sociales. Hay sí, en abundancia periódicos científicos muy a propósito para los hombres sabios; pero hace falta que el pueblo se instruya, y que las mujeres lean escritos sencillos que recreen su imaginación y despierten su sentimiento, casi siempre inclinado al bien general.
Este es nuestro objeto: entablar un diálogo con la mujer, y con la mujer del pueblo especialmente, y hoy proseguimos nuestra tarea dispuestos a trabajar cuanto nos sea posible en la propaganda del racionalismo religioso, es decir, del cristianismo verdadero.
En esta época de grandes luces, una luz pequeña pasa desapercibida, pero esto no nos arredra. La obligación del hombre es trabajar cada cual en su adelanto.
Encienda el profundo sabio la brillante antorcha que ilumine al mundo, y las humildes inteligencias recojan una de las chispas luminosas que entrega al viento la esplendente antorcha de la ciencia; acerquen a ella pequeñas ramitas que le sirvan de combustible, y quedará formada con un poco de perseverancia una lucecita microscópica; de este modo hemos formado nosotros la pequeñita
LUZ DEL PORVENIR.
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El espiritismo ante a la ciencia
El espiritismo está en la incómoda situación de asumir su carácter científico, sin responder a ciertos criterios requeridos por las ciencias duras, como por ejemplo la capacidad de reproducir un fenómeno a discreción.
Ya existe desde hace mucho tiempo una oposición entre las ciencias duras y las ciencias psicológicas o sociales, lo que equivale prácticamente a la oposición entre ciencias materialistas y ciencias que aceptan integrar un factor espiritual. ¿Sería necesario entonces que la inteligencia humana sea desconectada de la ciencia aun cuando es gracias a esa inteligencia que se abordan los temas científicos? ¿Será necesario entonces que el sentimiento y la moral sean desconectados de todo enfoque científico con el pretexto de que el estudio de los fenómenos de la naturaleza puede prescindir de toda apreciación y juicio de valor?
El materialista debe disociar todavía dos órdenes de cosas, por un lado una verdad científica y por el otro una pertenencia religiosa o filosófica desconectada de las experiencias científicas, dicho de otra manera, una convicción compartida en el plano del estudio de los fenómenos naturales y otra no compartida sobre las opciones religiosas o filosóficas de cada uno.
En el momento en que algunos vuelven a poner en tela de juicio los principios mismos de la ciencia clásica a partir de un nuevo enfoque, el de la física cuántica, es preciso volver a exponer en detalle todos los paradigmas antiguos para definir de allí los nuevos. Se sabe que a nivel de la materia en sus estados más ínfimos, no hay más que energía. Se sabe igualmente que en ciertas experiencias esa energía reacciona ante la presencia humana. Se llega a poner en evidencia una fuerza espiritual que interacciona sobre la materia para hacer científicamente la pregunta de Dios. Quizás estemos en el alba de una nueva visión donde será necesario establecer la indispensable unión entre ciencia y espiritualidad…
Le Journal Spirite, nº 79