Arrepentimiento y expiación
Habitualmente, consideramos el arrepentimiento y la expiación como una consecuencia del mal practicado, que origina el sufrimiento. Pero ¿Por qué sufrimos realmente? Los benefactores del espacio enseñan que “el sufrimiento es inherente a la imperfección” (1) sufrimiento ese que ocurre tanto en el mundo corporal como en el mundo espiritual. Se deduce de ahí que el mal y el sufrimiento están íntimamente relacionados a la imperfección, que denota ignorancia en su sentido más amplio.
Creados simples e ignorantes, los Espíritus necesitan de la experiencia en la carne, donde, por la acción de la materia y bajo la forja de las infinitas experiencias, desarrollan sus potencialidades almacenadas en germen en lo intimo de cada uno. No sin razón, enseñan los mentores del espacio que, para llegar al bien, los Espíritus pasan “no por la fila del mal, sino por la de la ignorancia” (2) En fin, tanto el mal como el sufrimiento pasan por la infracción de las leyes divinas por el hombre, que debe ejercitar su libre albedrío, por medio del cual aprender a ser responsable y a discernir lo correcto de lo errado, recogiendo de sus propios actos, de acuerdo con la ley del merecimiento, los beneficios y las cargas de sus aciertos y de sus errores.
En la sociedad son más numerosas las clases sufridoras que las felices, y eso pasa por el hecho de que la Tierra es un planeta de expiaciones y de pruebas, de las cuales el hombre se liberara “cuando se haya transformado en una morada del bien y de Espíritus buenos”. (3) Casi siempre, el hombre es el propio causador de sus sufrimientos materiales y morales, sobre todo de este último, que son las torturas del alma. El arrepentimiento constituye el pesar por alguna falta cometida, el cual se confunde con el remordimiento, estado de consciencia en que el Espíritu comienza a cuestionarse sobre la propia actitud. El arrepentimiento autentico es aquel en que la criatura, encontrándose en un abatimiento moral, admite el propio error y se propone sinceramente modificar el comportamiento. Aunque, como se verá, el arrepentimiento no basta por sí mismo. Aunque el arrepentimiento también ocurra en el estado corpóreo, si el Espíritu ya consigue distinguir el bien del mal, es después de la muerte física que se da ese arrepentimiento, con mayor intensidad. Es cuando libre de las cadenas de la carne, nota más nítidamente la situaciones en que se encuentra por saber de los propios actos, recapitulados en imágenes mentales, como si fuese una película de la propia vida, momento en que pasa a comprender mejor las imperfecciones que dificultan su felicidad.
La consecuencia del arrepentimiento del Espíritu, en el estado de desencarnado, es el deseo ardiente de una nueva existencia física para depurarse, en la cual tendrá, bajo el manto del olvido, la oportunidad de expiar y reparar sus faltas, muchas veces junto a aquellos a quien perjudico. Ya el arrepentimiento del ser, en estado corpóreo, despierta el deseo de iniciar una nueva vida, de aprovechar el tiempo perdido para reparar sus faltas. La redención espiritual es una fatalidad para las criaturas, en virtud de la ley del progreso. Quien sea malo hoy, será bueno mañana; quien sea bueno hoy, aun será mejor después. Sin embargo, esa redención, más allá de ocurrir de forma gradual, no acontece del mismo modo y en el mismo tiempo, en virtud de la diversidad del progreso de cada uno. Esa es la razón por la cual el arrepentimiento no siempre sucede de pronto, sobre todo en Espíritus endurecidos. Un día, aburridos de hacer el mal, ellos mismos desearan modificar su situación.
Dios nos concede innúmeras oportunidades de progreso, pero no siempre estamos dispuestos a atender a esas llamadas de amor que llegan de lo Alto. Como la ley del progreso no se compadece con la estancamiento, de los que permanecen estacionados, incluso sin hacer el mal, serán obligados a adelantar por las aguijones del dolor. (4) De ahí es un error creer que la reencarnación constituye un estimulo al adelantamiento y la renovación moral del Espíritu, porque “cuanto más nos demoramos en la reparación de una falta, más penosas y rigurosas serán, en el futuro, sus consecuencias”. (5)
El arrepentimiento, constituye solo el primer paso. Atenúa los dolores de la expiación, despertando la esperanza en el camino de la rehabilitación. Por tanto, para apagar los vestigios de una falta y sus consecuencias, es necesario un ciclo completo: arrepentimiento, expiación y reparación. Después la desencarnación, el Espíritu continúa siendo lo que es, con sus defectos y sus virtudes. No se purifica por el simple hecho de haber desencarnado. Las oraciones dirigidas a él solo tienen efecto cuando se arrepiente del mal cometido. Hasta que se encuentre esclarecido por el estudio y por la reflexión, continuará experimentando los efectos de su rebeldía. Ya la expiación, consiste en los sufrimientos físicos y morales que son consecuentes, sea en la vida actual, sea en la vida espiritual después de la muerte, o aun en una nueva existencia corporal” (6).
Por la expiación, sobre todo, aquella ocurrida en la existencia corpórea, el Espíritu experimenta lo que hizo al otro padecer, método pedagógico, generalmente escogido por el propio infractor en el mundo espiritual antes de encarnar, que le hizo comprender como es el dolor del otro, para que no incida mas en el mismo error: (…) Es en la vida corpórea que el Espíritu repara el mal de anteriores existencias, poniendo en práctica resoluciones tomadas en la vida espiritual. Así se explican las miserias y vicisitudes, parecen que no tienen razón de ser. Justas son todas ellas, sin embargo, como espolio del pasado – herencia que sirve a nuestra peregrinación para la perfectibilidad. (7) Por eso, la expiación no debe ser considerada un castigo, en la aceptación tradicional de la palabra, pero si la oportunidad de crecimiento y de auto-superación delante de las pruebas. Vencidas las etapas del arrepentimiento y de la expiación, resta al Espíritu el paso final a ser dado: la reparación del mal cometido, que “consiste en hacer el bien a aquellos a quien se había hecho el mal” (8)
Nunca es demás recordar que los Espíritus en evolución, no están solos en esa jornada. Todos recibimos el amparo de los protectores espirituales que trabajan incesantemente para auxiliarnos en nuestro levantamiento moral sin, entre tanto, interferir en nuestro libre albedrío, pues “el Espíritu debe progresar por impulso de la propia voluntad, nunca por ninguna subyugación” (9)
La reencarnación es mecanismo eficiente de las leyes divinas que permiten al Espíritu en evolución la reparación del mal cometido, en circunstancias adecuadas a sus verdaderas necesidades, delante de pruebas que deben ser vencidas. Muchos males pueden ser reparados en la misma existencia física. Otros, por su intensidad y gravedad, solamente pueden ser corregidos en el curso de dos o más encarnaciones y, a veces, solo en el curso de los milenios, en una especie de moratoria concedida al infractor. O sea, el Creador “siempre deja a los hijos una puerta abierta al arrepentimiento” (10)
Intrigado con esa cuestión, Kardec pregunto a los instructores de la vida mayor si podemos, ya en la existencia actual, reparar nuestras faltas, oportunidad en que ellos respondieron, positivamente, observando:
– Sí, reparándolas. Pero no creáis que las rescataréis tan sólo con unas pocas privaciones pueriles o legando a los demás vuestros bienes, para después de vuestra desencarnación, cuando ellos no los necesitéis. Dios no toma en cuenta en manera alguna un arrepentimiento estéril, siempre fácil y que no cuesta otro esfuerzo que el de golpearse el pecho. Perder el dedo meñique mientras se presta un servicio borra más culpas que el tormento del cilicio sufrido a lo largo de los años, sin otro objetivo que el bien de sí mismo. El mal sólo es rescatado por el bien, y la reparación no reviste ningún mérito si no afecta al hombre ni en su orgullo ni en sus intereses materiales. (…) (11)
Los desafíos de la existencia física son el convite permanente al ejercicio del bien, que consiste en la práctica de la caridad según lo entendía Jesús: “Benevolencia para con todos, indulgencia para las imperfecciones de los otros, perdón de las ofensas”. (12) Teniendo como propósito de vida tal recomendación, estaremos impulsando nuestro progreso espiritual, de forma permanente y segura, sin las esposas de las ilusiones terrenas, con la certeza de que nunca es tarde para recomenzar la construcción de un nuevo futuro, ¡sin arrepentimientos y expiaciones!
Christiano Torchi
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El significado de la felicidad
Ser feliz es una ambición genuinamente humana. De cierta
manera, pasamos buena parte de nuestras existencias en busca de la felicidad.
Conforme pondera el psicólogo Martin Y.P. Seligman, “Más palabras fueron
escritas para definir la felicidad de lo que prácticamente cualquier otra cuestión
filosófica”.1 De hecho, en una rápida búsqueda en el Google
encontramos más de 24 millones de citas para el término felicidad y 157 millones para su similar en inglés, es decir, happiness.
A pesar de eso, felicidad es un concepto aún apenas
comprendido. A fin de cuentas, las personas aún le atribuyen determinados
estados, características y descripciones que no le caben o restringen su
significado. En consonancia con otro destacado psicólogo, Michael Argyle (1995-2002),
las personas generalmente describen la felicidad en términos de contentamiento,
satisfacción, paz mental, sentimiento de realización, deleite, alegría, entre
otras cosas.2 Estableciendo más claramente sus fronteras
conceptuales, Seligman considera que lo importante es saber distinguir una felicidad
momentánea de una constante.3 Siendo así la momentánea puede ser
fácilmente aumentada por el usufructo de experiencias (gozos) pasajeras y/o
fugaces tales como ir al cine, teatro, centro comercial, saborear un chocolate,
recibir una promoción, aumento de salario etc. Pero elevar la constante de felicidad es algo que el
aumento del número de episodios de sentimientos
positivos momentáneos no logrará. Tal vez sea por esa razón que el concepto
de felicidad viene sufriendo incontables interpretaciones al largo de la
historia.
A propósito, el médium Divaldo P. Franco hace
esclarecedoras consideraciones sobre el tema. Reculando el tiempo, él declara
que fue en Grecia que el concepto de hedonismo – aún extremadamente relevante en
los tiempos actuales – floreció como una filosofía que abarcaba “el placer y la belleza como
bienes supremos de la vida humana”.4 Algunos de los representantes
más eminentes de esa escuela de pensamiento fueron Aristipo de Cirene (435-366
a.C.) y Epicuro de Samos (341-270 a.C.).
El
pensamiento hedonista en la actualidad - Así, “Mientras el primero decía que el placer es un bien en sí,
pudiendo ser usado intensamente, el segundo determinaba la moderación del
placer, en el objetivo de que se pudiera llegar a la verdadera felicidad. “Las
dos doctrinas fueron confundidas a lo largo de los siglos, y lo que perduró
para la historia fue la noción hedonista de Aristipo, que predicaba la búsqueda
desenfrenada por los placeres sensoriales, como comer, beber, dormir y
practicar sexo, sin cualquier evaluación de carácter moral”.5
No hay dificultad de percibirse que el pensamiento
hedonista influencia fuertemente el modo de vida de considerable cuota de la
humanidad presentemente encarnada. Basta ver, por ejemplo, la drogadicción, el
alcoholismo y la sexolatria que dominan especialmente las mentes infanto-juveniles. Pero
en flagrante contraste con los pensadores citados, Sócrates (469-399 a.C.): “[...] su tiempo ya decía que
la felicidad es independiente del haber, del no haber, del enfrentar el dolor.
La verdadera felicidad es el ser. Pero, para ser, son indispensables tres
factores: el pensamiento recto, la conducta recta y las palabras saludables”.6
Franco cita también al
notable pensador cínico, Diógenes de Sínope (412-323 a.C.) que vivió como un
mendigo y, como tal, despreciaba a los poderosos y las convenciones sociales.
Su filosofía condenaba vehementemente el placer, el deseo y la lujuria.7
También siempre nos fascinaron las ideas de otro filósofo que, de hecho, ejerce gran
influencia en el pensamiento académico contemporáneo, es decir, Aristóteles
(384-322 a.C.), discípulo de Platón. Aristóteles desarrolló el concepto
de eudaimonia, o sea, en el griego la palabra ‘‘yo’’ evoca la idea de bien o bienestar y ‘daemon”, Espíritu.
Y aquí hay un claro avance en el asunto, pues, como
observa el académico Eduardo Wills, el eudaimonismo considera el bienestar sea más
importante que la felicidad hedónica porque tiene que ver con la realización de
los potenciales humanos.8
La felicidad y su
relación con la vida virtuosa - Para él, la
visión aristotélica interpreta la felicidad como parte de una comprensión
virtuosa o ética de la vida. Pero, a fin de cuentas, lo que guía la acción
humana es precisamente la búsqueda por la felicidad. El pensamiento aristotélico
aboga también que para descubrir el verdadero significado de la felicidad es
vital examinar inicialmente la naturaleza humana (Espíritu) en toda su
complejidad.9
Dentro de esa perspectiva, se tiene cómo correcto que el
ejercicio de las facultades humanas en toda su condición de excelencia
conducirá a la felicidad, y constituyendo tal búsqueda un compromiso de vida.
Para Wills, “De esa forma, la búsqueda de la felicidad tendrá implicaciones prácticas en términos de
vivir una vida virtuosa”. En esa concepción, la felicidad es producto de la
manera como utilizamos nuestras habilidades. De hecho, conocidos personajes de
la actualidad conectados a ciertos escándalos financieros y políticos, por
ejemplo, comprometieron irremediablemente sus niveles de felicidad al no adoptar
una conducta virtuosa. A fin de cuentas, hoy sus nombres están claramente
identificados como malhechores o transgresores de la ley. Por
fin, es muy auspicioso que un científico con la envergadura de Wills proponga
que la satisfacción con la espiritualidad contribuirá para la obtención de
elevados niveles de satisfacción con la vida como parte de la visión
eudaimônica de felicidad.10
Sin embargo, al examinar las diferencias de la felicidad,
Michael Argyle sugirió que “Felicidad puede ser entendida como una reflexión
sobre la satisfacción con la vida, o como la frecuencia e intensidad de
emociones positivas”.11 En efecto, hay sustanciales evidencias
empíricas de que las emociones positivas crean un escudo contra los
“estragos del envejecimiento”, conforme atesta Seligman.12 Por otro
lado, estudiosos de la felicidad han argumentado que las personas y las
naciones son más o menos felices teniéndose en consideración algunos sentimientos positivos
relacionados a las dimensiones: relaciones sociales, trabajo y desempleo, ocio,
dinero, clase, cultura, personalidad, alegría, satisfacción con la vida, edad,
sexo, salud, progreso y así por delante.13
En la actualidad existen incluso rankings de felicidad de
las naciones. Por ejemplo, el Happy Planet Index que mide la expectativa de
vida, bienestar y aspectos ecológicos. Aunque ellos sirvan de parámetro, son
imperfectos porque cada uno usa determinado conjunto de variables o criterios
específicos de medicación que acaban llevando, de cierto modo, al subjetivismo.
Además, se nota en el pensamiento y en la medicación contemporánea de felicidad
que hay una clara inclinación/bies para “el tener” en detrimento del “ser”.
Puesto esto, ¿que puede ofrecernos la religión acerca de felicidad en un mundo donde
hay tanta infelicidad? Seligman argumenta que: “La relación entre esperanza en
el futuro y fe religiosa es probablemente la piedra angular del motivo por el
cual la fe ahuyenta la desesperación y aumenta la felicidad [...]”.16 Si las
religiones contribuyeran con sólo esa percepción ya estarían haciendo un
trabajo ciertamente apreciable.
Pero encapsulando toda la
complejidad de la vida en la dimensión material, el Espíritu Joanna de Ângelis
va mucho más lejos al afirmar que: “[...] no se puede disfrutar de felicidad
plena durante la vida carnal, sin embargo, por medio de los actos morales cada
persona puede atenuar las aflicciones que transcurren
de las experiencias infelices originadas en sus existencias pasadas”.17
O como sintetizó sabiamente Allan Kardec, “La felicidad no es de este mundo”.18
La propuesta de Sócrates
y la propuesta espírita - Por su parte, Divaldo
P. Franco nos recuerda que: “El Espiritismo considera la felicidad a través de
la propuesta de Sócrates y de Jesús. Sócrates dice que más importante que el
tener es ser. La felicidad del punto de vista socrático es la derivación de pensamientos
correctos, de actos equilibrados y de corazones pacificados. Solamente tiene un
corazón pacificado quien actúa correctamente, y solamente actúa con equilibrio
aquel que piensa bien”.19
Esa propuesta fue completamente absorbida por
el Cristianismo naciente, y Jesús demostró a lo largo de su corta vida – pero
con la más absoluta coherencia, dígase – que más importante que los valores
externos es la condición de paz conquistada por la criatura humana. Así pues, el
Espiritismo, explica Franco, defiende que la verdadera felicidad resulta de una
conciencia tranquila, consecuencia natural, de hecho, de un individuo que posee
un carácter recto y se guía por una conducta correcta.
El respetable médium ofrece explicaciones sensatas sobre
el tema ahora en aprecio y que merecen nuestra reflexión – o sea:
“¿Por qué la felicidad no es de este mundo? Porque
vivimos en un mundo relativo, y la felicidad sería una conquista permanente.
Desde que vivimos en lo relativo, vivimos en lo inestable. La felicidad debe
ser estable.
“¿Pero por qué entonces hay esa relatividad? Porque nosotros
confundimos placer con felicidad [...]”20
La felicidad plena espera
por nosotros - Pero, si el Reino de Dios no es de este
mundo, hay una sutileza: él no es de este mundo, pero comienza en este mundo.
Será aquí que iremos a colocar los pilares de la felicidad, establecer las
bases éticas y morales de nuestra propia existencia [...]”22
Sin embargo, “[...] Para ir a ese mundo trascendental,
estamos en la Tierra preparando los escalones del ascenso a través de nuestra
vida moral”. 23 Él también observa con acierto que: “Jesús vino a
diseñarnos la felicidad real, el bien. Si deseamos la felicidad, amemos, pero amemos de tal forma como
si fuera a nosotros mismos, con el amor propio que mucha gente no tiene [...]”.
24
Por eso, la verdadera felicidad
es aquella que proporciona paz interior porque es erigida sobre leyes
universales. Esta no depende de ningún bien material o placer fugaz. Para
concluir, Kardec nos da explicaciones interesantes acerca del significado
trascendente de la felicidad sobre las cuales deberíamos meditar:
“La suprema felicidad
consiste en el gozo de todos los esplendores de la creación, que ningún
lenguaje humano jamás podría describir, que la imaginación más fecunda no
podría concebir. Consiste también en la penetración de todas las cosas, en la
ausencia de sufrimientos físicos y morales, en una satisfacción íntima, en una serenidad del alma
imperturbable, en el amor que envuelve a todos los seres, a causa de la
ausencia de fricción por el contacto de los malos, y, por encima de todo, en la
contemplación de Dios y en la comprensión de sus misterios revelados a los más dignos. La felicidad
también existe en las tareas cuyo gravamen nos hace felices. Los puros
Espíritus son los Mesías o mensajeros de Dios por la transmisión y ejecución de
sus voluntades. Comprende las grandes misiones, presiden a la formación de los
mundos y a la armonía general del Universo, tarea gloriosa a que se llega sino porla perfección. Los de la orden más elevada son los únicos
que poseen los secretos de Dios, inspirándose en su pensamiento, de que son
directos representantes”.25 Esa felicidad plena espera por nosotros,
pero trabajemos por merecerla.
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¿ Qué opinas de la Idolatría en el
Movimiento Espírita?. ¿Idolatramos a Médiums,Espíritus y Expositores?.....
Emmanuel responde
Não vos façais, pois, idólatras...” – Paulo. ( I Cor.,10:7.)
Núcleos religiosos de todos os tempos e mesmo certas práticas, estranhas à religião, tem usado a idolatria como tradição fundamental para manter sempre viva a chama da fé e o calor do ideal.
O hábito vinculou-se tão profundamente ao espírito popular que, em plena atualidade, nos arraiais do Espiritismo Cristão, a desfraldar a bandeira da fé raciocinada, às vezes ainda encontramos criaturas tentando a substituição dos ídolos inertes pelos companheiros de carne e osso da experiência comum, quando chamamos ao desempenho da responsabilidade mediúnica.
Urge, desse modo, compreendermos a impropriedade da idolatria de qualquer natureza, fugindo, entretanto, à iconoclastia e à violência, no cultivo do respeito e da compreensão diante das convicções alheias, de modo a servirmos na libertação mental dos outros, na esfera do bom exemplo.
A advertência apostólica vem comprovar que a Doutrina Cristã, em sua pureza de fundamentos, surgiu no clima da Galileia, dispensando a adoração indébita, em todas as circunstancias, devendo-se exclusivamente à interferência humana os excedentes que lhe foram impostos ao exercício simples e natural.
Assim, proscreve de teu caminho qualquer prurido idolátrico em torno de objetos e pessoas, reafirmando a própria emancipação das algemas seculares que vem cerceando o intercambio das criaturas encarnadas com o Reino do Espírito, através da legítima confiança.
Recebemos hoje a incumbência de aplicar, na edificação do bem desinteressado, o tempo e a energia que desperdiçávamos, outrora, à frente dos ídolos mortos, de maneira a substancializarmos o ideal religioso, no progresso e na educação, prelibando as realidades da Vida Gloriosa.
Emmanuel – F. C. Xavier. Espíritu de la Verdad. FEB.
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LOS VERDADEROS ESPIRITISTAS, LOS ESPIRITISTAS CRISTIANOS
27. Si desde este punto echamos una ojeada sobre las diversas categorías de creyentes, encontraremos en primer lugar los "espiritistas sin saberlo"; propiamente hablando ésta es una variedad o matiz de la clase precedente. Sin haber oído jamás hablar de la Doctrina Espiritista , tienen el sentimiento innato de los grandes principios que se deducen, y este sentimiento se refleja en ciertos pasajes de sus escritos y de sus discursos, a tal punto que oyéndoles se les creería completamente iniciados en él.
Muchos de éstos ejemplos se encuentran en los escritores sagrados y profanos, en los
poetas, los oradores, los moralistas, y los filósofos antiguos y modernos.
28. Entre los convencidos por medio de un estudio directo pueden distinguirse:
1º Los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. El Espiritismo es
para ellos una simple ciencia de observación, una serie de hechos más o menos
curiosos; a éstos les llamaremos "espiritistas experimentadores" .
2º Los que ven en el Espiritismo otra cosa más que los hechos; comprenden la
parte filosófica; admiran la moral que se deduce, pero no la practican. Su influencia
sobre su carácter es insignificante o nula; nada cambian en sus costumbres, y no se
privarían de un solo goce; el avaro es siempre miserable, el orgulloso siempre lleno de sí
mismo, el envidioso y el celoso siempre hostiles; para ellos la caridad cristiana sólo es
una bella máxima: éstos son los "espiritistas imperfectos" .
3º Aquellos que no se contentan con admirar la moral espiritista, si no que la
practican y aceptan con todas sus consecuencias. Convencidos que la existencia
terrestre es una prueba pasajera, procuran sacar provecho de sus cortos instantes para
marchar en el camino del progreso, el único que puede elevarles en la jerarquía del
mundo de los Espíritus, esforzándose en hacer el bien y en reprimir sus malas
inclinaciones; sus relaciones son siempre seguras, porque su convicción les aleja de
todo mal pensamiento.
En todas sus cosas la caridad es la regla de su conducta: éstos son los "verdaderos
espiritistas" , o mejor dicho, los "espiritistas cristianos".
Allan Kardec, Libro de Los Mediums, pagina 36
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