EL DEBER EN EL HOMBRE
Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de las maravillas de la creación y contemplar al instante los infinitos bienes y comodidades que ofrece la tierra, para concebir desde luego la sabiduría y grandeza de Dios, y todo lo que le debemos amor, a su bondad y a su misericordia.
La ausencia del sentido del deber en cualquier ser humano resulta en la formación de un carácter débil e inmaduro. Lo mismo ocurre si el sentido del deber es flojo, muy impreciso o distorsionado. Ciertamente, la persona que hace caso omiso del deber, de responsabilidades y obligaciones, está propensa a hundirse bajo las presiones y exigencias de esta vida. Tal persona se expone a serios trastornos psicológicos, aun a la posible desintegración total de su personalidad. Además, tiende a verse envuelta en graves problemas sociales o económicos, fruto del incumplimiento de los deberes que, natural y lógicamente, le corresponden.
El hombre en la actualidad desprecia el deber, solemos ser criaturas orgullosas, amantes de la libertad. Defendemos ferozmente nuestra independencia individual y luchamos con todas nuestras fuerzas para que nadie nos ponga el odioso “yugo del deber”.
Este rechazo al deber obra en detrimento del hombre, pues hace mella en los gobiernos, instituciones educativas, profesiones de toda categoría, empresas comerciales, vecindades y aun en iglesias es muy corriente escuchar decir “Es mi sagrado deber cumplir cabal y honestamente mi rol… mi encomienda… mi trabajo” se escucha muy frecuentemente en los labios de políticos, educadores, empresarios, trabajadores sociales y ministros de Cristo”, sin embargo, “del dicho al hecho va largo trecho”. El deber no es fácil efectuarlo. Nos fastidia, nos cansa, nos hace sudar, nos roza donde nos duele. A veces nos atormenta. Pero si lo efectuamos voluntariamente porque comprendemos su función vital en la vida, se vuelve menos oneroso.
El deber tiene mucho que ver con el desarrollo de un carácter sano, integro y maduro. El amante de Dios que procura su salvación eterna, toma voluntariamente para sí el “yugo del deber espiritual” procurándolo llevar con menos agotamiento y dolor. “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11:28-30)
La misma función que hace el armazón de acero en un edificio, la hace el deber en el carácter humano. Es la pieza estructural vital que da fuerza, sostiene el peso y hace posible soportar los embates de las tormentas grandes o pequeñas.
Si el hombre se casa, su deber es hacer perdurar su matrimonio contra viento y marea.
Quien procrea un hijo, su deber es proveer a la criatura en sus necesidades, atenderla en su existencia, en el aspecto, material, emocional, intelectual, social, espiritual.
Quien compra un automóvil, casa, muebles o lo que sea, su deber es pagar cualquier deuda contraída.
Quien acepta cualquier empleo, trabajo, posición o responsabilidad, su deber es cumplir de acuerdo con las estipulaciones del contracto.
Quien no cumple su deber hace caer sobre su propia cabeza una lluvia de críticas, denuncias, líos sociales, litigios legales. Su corazón sufre. Su cuerpo sufre. Sus seres queridos sufren. Y todo es por el incumplimiento del Deber.
En toda convivencia humana ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona. Esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Son derechos y deberes universales e inviolables y no pueden renunciarse.
Un sabio decía: "Las normas naturales y divinas, sobre las que descansa la justicia, no están consignadas en forma de derechos, sino en forma de deberes. No se nos ha dicho: ‘He aquí vuestras atribuciones, sino vuestras obligaciones’. Esta diferencia es capital. No es que el deber no comprenda el derecho o el derecho el deber. Yo no puedo tener un deber hacia vosotros sin que vosotros tengáis un derecho sobre mí. Y vosotros no tenéis un deber para conmigo sin que yo tenga un derecho sobre vosotros. Pero el derecho es la faz utilitaria y egoísta de esta relación, y el deber la faz abnegada y generosa.
Por eso es inmensa la diferencia que existe en construir la sociedad sobre el derecho y fundada sobre el deber. El deber es más estable y más fuerte que el derecho. Cualquiera puede ceder su derecho, pero nadie puede abdicar de su deber.
También enorme la desigualdad entre el Contrato Social y el Evangelio. El Contrato Social es el libro de los derechos del hombre. El Evangelio, el libro de sus deberes".
El deber de los conductores ha de ser bruñido con el acero en nuestra historia, como patriotas en la irredenta defensa de los intereses de la Nación, tanto internos como externos; luchadores y ejemplos de principios tanto materiales como morales, virtuosos para con nuestro pueblo; impulsores del progreso humano; constructores del edificio social y rectores del pensamiento nativo.
El género humano requiere la observancia y más aun la obligación de los derechos sociales. Todos los que necesitamos asistencia tenemos la potestad de pedir a nuestros semejantes y éstos sólo tienen una obligación moral de asistirnos. Pero el derecho real nos asiste ante los gobernantes. Ellos deben sacarnos de esta crisis con sabiduría, veracidad, creatividad y responsabilidad sin dejarnos inermes ante la voracidad del sistema económico imperante.
Debemos presentar las virtudes para que éstas sean ejemplo. El modelo enseña mejor que el precepto. Son modeladoras del carácter del hombre. Vivir honestamente es el máximo predicador. La coherencia de vida denuncia las debilidades. Dar un elevado arquetipo de vida es el más rico legado que un hombre puede dejar.
El deber nos muestra que no puede enseñorearse la corrupción permitiendo que la mayoría de la clase política llegue al poder para "asegurar" su futuro y el de los suyos.
"Señores funcionarios", tienen el deber de sentir llorar a los niños de hambre, y ver en éstos a cada uno de sus hijos, entonces le darían dimensión a la barbarie que están cometiendo.
Los hombres más rectos pueden tener momentos de duda y debilidad, pueden sentir que se conmueve debajo de ellos la columna de su fe; pero al ser los mejores, los más rectos, por eso fueron elegidos, vuelven a levantarse de su desfallecimiento recurriendo a sus principios de excelencia. Se puede entender, pero jamás aceptar, que los dirigentes no tengan el amor necesario, honestidad, erudición, responsabilidad, y espíritu solidario.
Gaudium Et Spes: "Crece al mismo tiempo la conciencia de la excelsa divinidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas y de sus derechos y deberes universales e inviolables. Es necesario que se facilite al hombre todo lo que necesita para vivir una vida humana. El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario. El propio Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. El orden social hay que desarrollarlo a diario. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano\".
Las personas son más accesibles a los derechos que a los deberes. Aceptan derechos, difícilmente deberes. Los derechos se multiplican, los deberes se restan. Y cuando se dispone de fuerza para exigir lo que se considera un derecho, se recurre a la violencia.
La visión cristiana del desarrollo: El desarrollo no se reduce al crecimiento económico. Por ser auténtico, debe ser integral.
Ha subrayado un experto: "No aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta es cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera".
Deberes principales del hombre para consigo mismo. El suicidio y el duelo.
Cuando se habla de obligaciones y deberes del hombre para consigo mismo, el sentido racional de semejante expresión es que la personalidad propia puede ser objeto o término de ciertos deberes que radican en la ley natural, y que reciben su fuerza de Dios, autor de la misma.
Cuando se habla de obligaciones y deberes del hombre para consigo mismo, el sentido racional de semejante expresión es que la personalidad propia puede ser objeto o término de ciertos deberes que radican en la ley natural, y que reciben su fuerza de Dios, autor de la misma.
Estos deberes y obligaciones del hombre para consigo mismo, se hallan reunidos y concentrados en éste: Conservar y perfeccionar la especie humana juntamente con las fuerzas recibidas de Dios. De este deber fundamental resultan, como corolarios legítimos:
1º El deber de amarse a sí mismo según el orden de la recta razón, y consiguientemente, el de buscar y trabajar para poseer las cosas necesarias, ya para la conservación de la vida propia y de sus allegados, ya para el bienestar correspondiente a su posición y condiciones sociales; pero siempre con subordinación y relación al destino final del hombre, que constituye su perfección suprema y su bien racional y absoluto.
1º El deber de amarse a sí mismo según el orden de la recta razón, y consiguientemente, el de buscar y trabajar para poseer las cosas necesarias, ya para la conservación de la vida propia y de sus allegados, ya para el bienestar correspondiente a su posición y condiciones sociales; pero siempre con subordinación y relación al destino final del hombre, que constituye su perfección suprema y su bien racional y absoluto.
2º El deber de tomar el alimento necesario para la conservación de la vida, de conservar el cuerpo y sus miembros, y de repeler lo que puede causar la muerte.
3º El deber de elegir aquel estado que se halle en relación con las circunstancias peculiares del individuo, o al menos, aquel estado y tenor de vida que no ceda en perjuicio de otros, ni sea contrario al orden moral.
4º El deber de perfeccionarse como ser racional, o sea cultivando y desarrollando las facultades de conocimiento, y [495] especialmente la razón, que ha sido dada al hombre como una luz y guía de su vida intelectual y moral. De aquí resulta, por una parte, el deber de adquirir aquellos conocimientos, tanto especulativos como prácticos, que sean necesarios para desempeñar convenientemente los oficios y cargos que posea el individuo: y por otra parte, el derecho de cultivar las ciencias y artes, sin más limitación que la que resulta de la existencia de los deberes y obligaciones que por otros títulos corresponden al individuo.
5º El deber de perfeccionarse en el orden moral por medio de la práctica y ejercicio de las virtudes correspondientes a su estado y condición, puesto que la virtud es la que constituye la perfección moral del hombre, a la cual deben subordinarse los demás deberes, ya porque ésta es la perfección principal del hombre, ya porque es una condición necesaria y como el medio natural y propio para llegar a la perfección suprema en la posesión de Dios.
A este deber se reduce, como condición y corolario, la obligación de moderar las pasiones de la parte sensitiva, regulando y dirigiendo sus movimientos por medio de la razón y de la voluntad, a fin de que sus manifestaciones no se hallen en contradicción con el bien y con las virtudes morales.
-Mercedes Cruz Reyes-
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El deber de la conservación de la vida se opone el suicidio, pecado gravísimo, pero demasiado frecuente en nuestros días, por lo cual no estará por demás decir algunas palabras sobre él. [496]
Tesis
El suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural. La razón de esto es que el que se mata a sí mismo viola los derechos de Dios, obra contra la inclinación natural y su bien propio, y falta o peca contra la sociedad. Luego el suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural.
El suicida viola los derechos de Dios. Es una verdad innegable que el hombre recibe la vida de Dios, su autor y conservador, como lo es de todas las cosas finitas, a las cuales sacó de la nada por su libre y sola voluntad. Es igualmente cierto que el objeto e intención de Dios al comunicar la vida al hombre, no fue el que dispusiera de ella a su antojo, sino el que se sirviera de la misma como de medio, camino y preparación moral para llegar a su destino final, o sea a glorificar a Dios por medio de la unión inefable con el bien infinito, principio y fin último de la creación, y de una manera esencial, de los seres inteligentes. Luego el privarse voluntariamente de la vida por medio del suicidio, es usurpar el dominio y derechos de Dios sobre la misma. «La vida, escribe santo Tomás, es un don concedido por Dios al hombre y sujeto a la potestad del que mata y da la vida. De aquí es que el que se priva de la vida, peca contra Dios, así como el que mata el esclavo peca contra el dueño de éste.
Obra contra la naturaleza y contra su bien propio. Contra la naturaleza; porque la inclinación y propensión más enérgica y espontánea de la naturaleza, es la de conservar el ser y la vida, como lo demuestra la misma experiencia, no sólo en el hombre, sino en todos los seres. Contra su bien propio; porque para evitar un mal menor elige otro mayor, cual es la muerte respecto de los males de la vida, y sobre todo, porque para evitar un mal temporal se precipita en uno [497] eterno infinitamente superior a los males todos de la vida presente.
Peca contra la sociedad. El hombre, como parte o miembro de la sociedad, de la cual recibe beneficios, se debe a ésta, y al disponer de su vida sin motivo racional, perjudica los derechos de ésta, y entre ellos el que tiene toda sociedad a que los particulares contribuyan a su conservación por medio de la fortaleza y sufrimiento en las adversidades. Añádase a esto, por un lado, el mal ejemplo, perjudicial a la sociedad, y por otro lado, el peligro de homicidio, inherente a la práctica del suicidio; porque el que llevado de la desesperación y por no tolerar los males se determina al suicidio, bien puede decirse que está en disposición y preparación habitual de ánimo para cometer homicidio, si considera esto como medio para librarse del mal que le induce al suicidio.
Como corolario general de las precedentes reflexiones puede decirse que, salvo el caso de perturbación completa de la razón, el suicidio apenas puede concebirse en un verdadero católico; porque no se concibe que el hombre de verdadera fe cristiana, especialmente si la conducta moral está en armonía con la creencia religiosa, elija un camino que sabe le conduce a los males y privaciones eternas, para librarse de males temporales y relativamente insignificantes. Este corolario se halla en armonía con la experiencia, la cual nos enseña que los casos de suicidio son rarísimos en los hombres de conducta verdaderamente cristiana.
Esto nos lleva también a suponer que una de las causas principales del suicidio, debe ser la carencia de ideas y creencias religiosas, hipótesis que se halla comprobada hasta cierto punto por la experiencia y la estadística criminal de los pueblos (1). [498]
{(1) He aquí en confirmación de esto lo que escribe Debreyne sobre el suicidio: «Reina esta enfermedad particularmente en los [498] pueblos donde la fe y las convicciones religiosas son casi nulas, y no ejercen por consiguiente en la población sino poquísima influencia. La experiencia tiene probado que en todas las naciones el suicidio es más frecuente, a proporción que disminuye el sentimiento religioso...
La otra gran llaga de la sociedad, y acaso la más incurable, origen a la vez de un infinito número de males, es la ignorancia de la religión, y hasta de las primeras verdades religiosas y morales... En tal estado de degradación ignora su fin y su destino, ignora a Dios, se ignora a sí mismo, y en nada cree, porque todo lo ignora...
No creemos necesario detenernos en proponer las objeciones relativas a esta tesis; porque las consideraciones expuestas al demostrarla, contienen las ideas necesarias para la solución de los argumentos que en contra suelen proponerse. Únicamente añadiremos, como solución del argumento que presenta la muerte como mal menor que el cúmulo y persistencia de males que en circunstancias dadas rodean al hombre, que el mal físico, por grande que sea, siempre es de un orden inferior al mal moral, y el pecado lleva consigo, aparte del mal físico consistente en la privación de la vida, la malicia moral que envuelve por las razones arriba consignadas.
- Merche -
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En el campo religioso, en cuanto a eventuales interpelaciones acerca de la Justicia Divina o del Consolador Prometido por Jesús, nos quita todas las dudas inquietantes, al afirmarnos que Dios no concede privilegios a nadie ni en todas las instancias del Universo. Como fuimos dotados por el Padre de inteligencia y libre albedrío, nos hicimos responsables por nuestras propias acciones. Por la ley de Causa y Efecto respondemos por el mal que practicamos, o alcanzamos méritos por el bien que hicimos a nuestro prójimo. Así, podemos creer que Dios en su Misericordia Infinita jamás nos desampara. Jesús nos sugiere su "yugo suave" cuando nos impone el deber de practicar el "amor y la caridad".
- Antonio Lima -
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Qué decir de la paz, qué decir cuando nos están llegando constantemente cientos, miles de imágenes, de noticias, en radio, en prensa y televisión de violencia, de guerra. Sin embargo, y a pesar de todo eso, es mucho lo que se puede decir, y debemos decirlo mientras la situación a la que millones de seres humanos se ven sometidos sea esa que tanto terror nos causa.
Lo que vemos en las guerras no es más, a mi modo de entender, que la consecuencia de todos nosotros con nuestros pequeños actos de cada día, es a causa del comportamiento de la humanidad en general, que, estalla aquí o allá, pero que más adelante puede estallara nuestro lado, en nuestra propia ciudad.
¿Acaso no lo ha hecho ya infinidad de veces? ¿Qué punto de este pacífico y bello astro que flota armónico con su sistema no se ha visto asaltado a lo largo de la historia con una guerra sangrienta? ¿Qué parte de la Tierra nos podemos atrever a afirmar que está exenta de verse envuelta en una guerra desproporcionada? Ahora quizás hay más posibilidades que nunca de entrar en un conflicto mundial, porque un punto negro que exista puede dar lugar a ello, debido a las alianzas y pactos existentes en el tejido internacional de los estados.
Podría decirse que todo es cuestión de tiempo. Una parte de la humanidad teme a la otra. Se teme en todos los sentidos, militarmente, económicamente, industrialmente, etc..., ni aún hoy somos capaces de convivir en paz, en armonía, con verdadera fraternidad de viajeros, de vecinos en este mundo que nos debe transportar hacia una evolución y perfección cada día más pura y elevada, unida por lazos de amor y de comprensión. Por contra sólo nos ha guiado nuestro instinto de rivalidad, de competencia, de superioridad, ¡pero qué clase de superioridad habría que añadir!
Creemos que la última guerra emprendida será eso, la última, pero no es así ¿por qué? Porque no cambiamos, es como si no asimiláramos bien las experiencias vividas, que necesitamos más y más sufrimiento. En efecto no hemos cambiado casi nada, somos los mismos que éramos, en distinta época, con distinto aspecto, pero en lo esencial somos los mismos, salvo eso sí, el indudable adelanto intelectual y tecnológico, que por carecer de cualidades morales nos sirve muchas veces para nuestro propio perjuicio.
Como no hemos cambiado, al menos hasta lo necesario, se vuelve a repetir la vieja historia, volvemos a enfrentarnos, y el vencedor dicta nuevas leyes, saca provecho de su victoria, se firman nuevos tratados y pactos, que, a la larga, visto está no sirven de mucho.
La solución no está como se puede comprender fácilmente en la firma de pactos y tratados. Una firma de por sí no es capaz de contener la sed de venganza, el afán de poder, el odio, el rencor, las enemistades en general. La solución no es tampoco entrar en guerrear cada unos cuantos años, para que calmados los ánimos y reconstruidos los pueblos se vuelva a emprender otra batalla, como algunos piensan.
La solución está en cambiar todos y cada uno de nosotros individualmente. La paz no es un estado de las cosas. La paz es una vivencia interior, es un estado del alma humana que de una vez por todas desea vivir. Vivir en paz consigo misma, libre de odios y de rencor, libre de egoísmo, de maldad, de la ambición del poder, para transmutarlas por las cualidades y valores del espíritu tan ansiados en plan espiritual, pero que tan poco eco tienen en el discurso político, ya que se habla de paz, pero no se instruye sobre los caminos que cada uno como personas debemos seguir, se habla de paz pero, respaldados por ejércitos, bombas....
Se habla de desarme, de desnuclearización, pero antes que todo eso ya guerreábamos con piedras, con lanzas y como se podía en cada época. Luego lo que hay que desarmar es nuestro corazón primero, entonces para nada servirán las armas porque no tendrán ningún objeto; eliminemos el odio de nuestro corazón, el egoísmo de nuestra alma y el orgullo y la soberbia de nuestra mente, y habremos dado con la solución al problema. Esta es la clave para que no existan tantos conflictos, que abarcan desde el interior de cada hogar hasta naciones y continentes enteros, enzarzados en luchas que son al final luchas de intereses de todo tipo.
El origen es el mismo siempre, da lo mismo que el conflicto sea de carácter doméstico, que de carácter nacional, es siempre la falta de comprensión y de amor, y el deseo de predominio del uno sobre el otro. Es por eso que insisto en la necesidad de reconocer nuestros errores pequeños de cada día y trabajar sobre ellos.
Para que la historia no se repita, siendo esta la asignatura pendiente de nuestra humanidad, construyamos la paz cada uno de nosotros en nuestros corazones, comenzando por las parejas que deben llegar a entenderse con cariño, con comprensión y amor, transmitiendo así a los hijos el respeto hacia los demás, la ayuda hacia sus hermanos y amigos, extirpándoles la envidia y los celos, la comodidad y la rebeldía, el egoísmo y demás taras de las que ya son portadores, como agentes traídos de otras existencias, construyamos un hogar basado en la armonía, en la tolerancia, en el respeto, etc..., y estaremos haciendo las bases de una nueva sociedad libre de sectarismos, rivalidades, y de toda causa que da después lugar a las riñas y enfrentamientos.
Aprendamos a compartir lo que tenemos, a tolerar las faltas y cómo no las diferencias, como a nosotros nos gusta que nos toleren las nuestras. ¿Por qué en una ciudad o nación no pueden convivir todo tipo de personas, sean de cualquier raza o color? ¿Es que acaso importa algo el color de la piel? El color de la piel es como el color de la fachada de una casa, a la que si no se entra dentro no se sabe si es confortable o no, etc..., Todos los seres humanos somos iguales, tan sólo nos diferencian nuestros valores morales, la forma de ser. La fachada muchas veces no se corresponde con el interior, esto es lo que cuenta a la hora de la verdad. La raza o el color nada aportan a la persona.
El espíritu a la hora de una nueva encarnación escoge lo que más va a ayudarle en su nueva vida para su progreso espiritual. No hay un tipo de espíritus que tengan el privilegio de encarnar en una raza y color determinados, en una sociedad u otra, todos debemos pasar por distintas pruebas y experiencias a fin de enriquecernos y valorar las distintas situaciones que la vida humana nos aporta como aprendizaje en nuestro peregrinar hacia mejores estaciones. Esta es una gran lección que debemos aprender.
Cuántas personas abusaron de su clase y posición, de su raza y color, en una existencia y tienen que venir después a saldar sus errores poniéndose por ley en las mismas condiciones de aquellos a quienes humilló y abusó. De aquí que el conocimiento de esta Ley Universal de la rencarnación, como una ley plural de pruebas y experiencias para el espíritu sea el mejor tratado para la paz, para establecer de una vez por todas la igualdad, la justicia y la fraternidad entre todos los pueblos de la Tierra. Sepamos sin género de dudas que todos somos iguales a los ojos de Dios y que su ley no mira el color de la piel o la raza, y que su obra, que es una obra de amor nos obliga a ayudar a los más necesitados, de aquí que este planteamiento netamente espiritual valedero en los mundos superiores al nuestro, sea la base de su estructura y del pleno funcionamiento de esas humanidades libres ya de los peligros de la guerras a escala local y nacional, a diferencia del nuestro.
Luego el establecimiento de la paz, no corre por cuenta de los parlamentos y los gobiernos, que a veces se ven obligados por la fuerza de las circunstancias a entrar en conflictos. La paz debemos hacerla entre todos. Debemos comenzar a estar en paz con nosotros mismos, para después poder vivir en paz con nuestros semejantes.
F. H. H. ( Grupo de Villena)
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Lo que vemos en las guerras no es más, a mi modo de entender, que la consecuencia de todos nosotros con nuestros pequeños actos de cada día, es a causa del comportamiento de la humanidad en general, que, estalla aquí o allá, pero que más adelante puede estallara nuestro lado, en nuestra propia ciudad.
¿Acaso no lo ha hecho ya infinidad de veces? ¿Qué punto de este pacífico y bello astro que flota armónico con su sistema no se ha visto asaltado a lo largo de la historia con una guerra sangrienta? ¿Qué parte de la Tierra nos podemos atrever a afirmar que está exenta de verse envuelta en una guerra desproporcionada? Ahora quizás hay más posibilidades que nunca de entrar en un conflicto mundial, porque un punto negro que exista puede dar lugar a ello, debido a las alianzas y pactos existentes en el tejido internacional de los estados.
Podría decirse que todo es cuestión de tiempo. Una parte de la humanidad teme a la otra. Se teme en todos los sentidos, militarmente, económicamente, industrialmente, etc..., ni aún hoy somos capaces de convivir en paz, en armonía, con verdadera fraternidad de viajeros, de vecinos en este mundo que nos debe transportar hacia una evolución y perfección cada día más pura y elevada, unida por lazos de amor y de comprensión. Por contra sólo nos ha guiado nuestro instinto de rivalidad, de competencia, de superioridad, ¡pero qué clase de superioridad habría que añadir!
Creemos que la última guerra emprendida será eso, la última, pero no es así ¿por qué? Porque no cambiamos, es como si no asimiláramos bien las experiencias vividas, que necesitamos más y más sufrimiento. En efecto no hemos cambiado casi nada, somos los mismos que éramos, en distinta época, con distinto aspecto, pero en lo esencial somos los mismos, salvo eso sí, el indudable adelanto intelectual y tecnológico, que por carecer de cualidades morales nos sirve muchas veces para nuestro propio perjuicio.
Como no hemos cambiado, al menos hasta lo necesario, se vuelve a repetir la vieja historia, volvemos a enfrentarnos, y el vencedor dicta nuevas leyes, saca provecho de su victoria, se firman nuevos tratados y pactos, que, a la larga, visto está no sirven de mucho.
La solución no está como se puede comprender fácilmente en la firma de pactos y tratados. Una firma de por sí no es capaz de contener la sed de venganza, el afán de poder, el odio, el rencor, las enemistades en general. La solución no es tampoco entrar en guerrear cada unos cuantos años, para que calmados los ánimos y reconstruidos los pueblos se vuelva a emprender otra batalla, como algunos piensan.
La solución está en cambiar todos y cada uno de nosotros individualmente. La paz no es un estado de las cosas. La paz es una vivencia interior, es un estado del alma humana que de una vez por todas desea vivir. Vivir en paz consigo misma, libre de odios y de rencor, libre de egoísmo, de maldad, de la ambición del poder, para transmutarlas por las cualidades y valores del espíritu tan ansiados en plan espiritual, pero que tan poco eco tienen en el discurso político, ya que se habla de paz, pero no se instruye sobre los caminos que cada uno como personas debemos seguir, se habla de paz pero, respaldados por ejércitos, bombas....
Se habla de desarme, de desnuclearización, pero antes que todo eso ya guerreábamos con piedras, con lanzas y como se podía en cada época. Luego lo que hay que desarmar es nuestro corazón primero, entonces para nada servirán las armas porque no tendrán ningún objeto; eliminemos el odio de nuestro corazón, el egoísmo de nuestra alma y el orgullo y la soberbia de nuestra mente, y habremos dado con la solución al problema. Esta es la clave para que no existan tantos conflictos, que abarcan desde el interior de cada hogar hasta naciones y continentes enteros, enzarzados en luchas que son al final luchas de intereses de todo tipo.
El origen es el mismo siempre, da lo mismo que el conflicto sea de carácter doméstico, que de carácter nacional, es siempre la falta de comprensión y de amor, y el deseo de predominio del uno sobre el otro. Es por eso que insisto en la necesidad de reconocer nuestros errores pequeños de cada día y trabajar sobre ellos.
Para que la historia no se repita, siendo esta la asignatura pendiente de nuestra humanidad, construyamos la paz cada uno de nosotros en nuestros corazones, comenzando por las parejas que deben llegar a entenderse con cariño, con comprensión y amor, transmitiendo así a los hijos el respeto hacia los demás, la ayuda hacia sus hermanos y amigos, extirpándoles la envidia y los celos, la comodidad y la rebeldía, el egoísmo y demás taras de las que ya son portadores, como agentes traídos de otras existencias, construyamos un hogar basado en la armonía, en la tolerancia, en el respeto, etc..., y estaremos haciendo las bases de una nueva sociedad libre de sectarismos, rivalidades, y de toda causa que da después lugar a las riñas y enfrentamientos.
Aprendamos a compartir lo que tenemos, a tolerar las faltas y cómo no las diferencias, como a nosotros nos gusta que nos toleren las nuestras. ¿Por qué en una ciudad o nación no pueden convivir todo tipo de personas, sean de cualquier raza o color? ¿Es que acaso importa algo el color de la piel? El color de la piel es como el color de la fachada de una casa, a la que si no se entra dentro no se sabe si es confortable o no, etc..., Todos los seres humanos somos iguales, tan sólo nos diferencian nuestros valores morales, la forma de ser. La fachada muchas veces no se corresponde con el interior, esto es lo que cuenta a la hora de la verdad. La raza o el color nada aportan a la persona.
El espíritu a la hora de una nueva encarnación escoge lo que más va a ayudarle en su nueva vida para su progreso espiritual. No hay un tipo de espíritus que tengan el privilegio de encarnar en una raza y color determinados, en una sociedad u otra, todos debemos pasar por distintas pruebas y experiencias a fin de enriquecernos y valorar las distintas situaciones que la vida humana nos aporta como aprendizaje en nuestro peregrinar hacia mejores estaciones. Esta es una gran lección que debemos aprender.
Cuántas personas abusaron de su clase y posición, de su raza y color, en una existencia y tienen que venir después a saldar sus errores poniéndose por ley en las mismas condiciones de aquellos a quienes humilló y abusó. De aquí que el conocimiento de esta Ley Universal de la rencarnación, como una ley plural de pruebas y experiencias para el espíritu sea el mejor tratado para la paz, para establecer de una vez por todas la igualdad, la justicia y la fraternidad entre todos los pueblos de la Tierra. Sepamos sin género de dudas que todos somos iguales a los ojos de Dios y que su ley no mira el color de la piel o la raza, y que su obra, que es una obra de amor nos obliga a ayudar a los más necesitados, de aquí que este planteamiento netamente espiritual valedero en los mundos superiores al nuestro, sea la base de su estructura y del pleno funcionamiento de esas humanidades libres ya de los peligros de la guerras a escala local y nacional, a diferencia del nuestro.
Luego el establecimiento de la paz, no corre por cuenta de los parlamentos y los gobiernos, que a veces se ven obligados por la fuerza de las circunstancias a entrar en conflictos. La paz debemos hacerla entre todos. Debemos comenzar a estar en paz con nosotros mismos, para después poder vivir en paz con nuestros semejantes.
F. H. H. ( Grupo de Villena)
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