sábado, 2 de noviembre de 2013

SOMOS LO QUE SON LOS NUESTROS IDEALES


No juzgues el hombre solamente por lo que el es — juzgalo antes por lo que desearía ser.

Mejor que la fortuita realidad, lo que caracteriza al hombre es la espontánea libertad de su ideal.

Puede que la realidad sea el cuerpo inmediato de nuestra vida — pero el ideal es el alma do nuestro ser.

Cuantas veces es la realidad, hija de un inconsciente deber — pero el ideal nace siempre de un consciente querer.

Mas vale la espontánea libertad, que la dura necesidad.

Todo hombre es aquello por lo que vive y trabaja, lucha y sufre — y no aquello que lo domina y oprime.

Cuando Jesús encontró, en sus caminos de peregrinación terrestre, aquella “pecadora posesa de siete demonios”, no le preguntó lo que era, pero si, lo que quería ser.

Inmensamente triste era aquello que Magdalena había sido — divinamente bello lo que ella quería ser — y lo era.

Y el Nazareno lanzó al olvido el pasado de la pecadora, en atención  al presente de esta convertida — y desveló  a la santa, las puertas del futuro...

No hubo ayer nadie tan pecador que el hoy de amor no pueda convertir  mañana en santidad.

No hay "satanás" que resista a la voluntad humana aliada a la gracia de Dios.

 Se rindió el orgullo de Saulo y capituló la lujuria de Agostinho, ante la ofensiva de un gran idealismo.

¡Querer es poder!

Solamente no puede, quien no sepa querer.

¡Todo es posible para aquello que quiere!

Oh! Cuan injusta es toda la justicia humana!

Solamente tiene ojos para ver el cuerpo de nuestros actos — y es ciega para el alma de nuestra actitud...

 Bien hacen los artistas en representar a la justicia  con los ojos vendados.

¡Cuantas veces es el hombre realmente, lo contrario de aquello que parece ser!

¡Cuantas veces son los publicanos y pecadores, las Magdalenas y samaritanos, mejores que los sacerdotes e levitas, escribas y doctores de la ley, que en sus ornamentos de capas y de voluminosas borlas, hacen consistir su santidad!

Cuantas veces vuelven para casa “ajusticiados”  los publicanos que se golpean  el pecho — y vuelven todavía mas culpables  los fariseos que exhiben a Dios la estadística de sus ayunos y la contabilidad de sus actos piedad!

Yo soy aquello que es mi mas sincero “querer” — aunque  mi débil poder no  vaya a transformar pronto en perfecta realidad los lejanos ideales de mi espíritu.

Yo soy lo que son mis ideales…

(Del libro  “Alma para Alma”, de Huberto Rohden)
                                                          

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La Caridad  del Olvido 

   No olvides la caridad del olvido de todo mal. 

   En ella reside la fuerza progresiva del bien. 
    
  Sinsabores revividos son espinos bien cultivados.   Diariamente, es posible ejercerla, porque la base de los disgustos de todas clases nace también de simientes minúsculas.

  En beneficio de la paz, no te fijes en las pequeñas desarmonías que te rodean. 

   Olvida el error  de tu  vecino.

   El mal temperamento del prójimo. 

   La  irritación del compañero. 

   La ingratitud de los parientes. 

   La intriga sutil.

   La palabra maliciosa.

   La frase contundente.

   La respuesta impensada de los demás.

   El saludo no respondido.

   La ilusión de los que te siguen. 

   La irreflexión de algunos o de muchos.

   La ignorancia del socio en la lucha.

   La actitud del hermano, en desacuerdo con la tuya.
   
   La opinión diferente a la tuya.

   La cicatriz o herida de los semejantes.

   La infelicidad del compañero inseguro.

   La observación injuriosa que procura herirte la dignidad personal.

   La incomprensión del medio en que sirves.

   Las dificultades son el obstáculo que se presenta como benditas pruebas a tu fortaleza moral o a tu buena voluntad.

   Acuérdate de que el simple auxilio del olvido  es la sombra que se interpone entre nuestro espíritu y la realidad.

  Abre el corazón a la Luz y sigue  adelante, olvidando las pruebas de la jornada.
  
  Quien recibe la dádiva de la lucha en la condición de un tesoro por engrandecer y perfeccionar, realmente encontró para la propia felicidad, el verdadero camino hacia el Cielo.


 (Instrumentos del Tiempo - Espíritu Emmanuel, psicografia de Francisco Candido Xavier, GEEM)
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Identidad de los espíritus

93. Puesto que se encuentran entre los espíritus todas las fases de la Humanidad, se hallan también la astucia y la mentira, y los hay que no tienen escrúpulo alguno en darse los nombres más respetables para inspirar mayor confianza. Es preciso, pues, desconfiar de una manera absoluta de la autenticidad de todas las firmas.

94. La identidad es una de las grandes dificultades del Espiritismo práctico, a menudo es imposible evidenciarla, sobre todo cuando se trata de los espíritus superiores, antiguos con relación a nosotros. Entre los que se manifiestan, muchos no tienen nombre para nosotros, y para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un espíritu conocido perteneciente a la misma categoría; de modo que si un espíritu se comunica con el nombre de San Pedro, por ejemplo, nada prueba que sea precisamente el apóstol de este nombre, puede ser él o un espíritu del mismo orden, o uno enviado por él.

La cuestión de identidad es en este caso completamente secundaria, y sería pueril
atribuirle importancia, lo que importa es la naturaleza de la enseñanza. ¿Es buena o mala, digna o indigna del personaje cuyo nombre lleva, la aceptaría éste o la rechazaría? He aquí toda la cuestión.

95. La identidad es más fácil de evidenciar cuando se trata de espíritus contemporáneos
cuyo carácter y costumbres son conocidos; por las costumbres y las particularidades
de la vida privada se revela la identidad del modo más seguro y a menudo de una
manera incontestable. Cuando se evoca a un pariente o amigo lo que interesa es la
personalidad, y es muy natural que se procure evidenciar la identidad; pero los medios
que para esto emplean generalmente los que sólo imperfectamente conocen el Espiritismo, son insuficientes y pueden inducir a error.

96. El espíritu revela su identidad por una multitud de circunstancias que se encuentran en
las comunicaciones, donde se reflejan sus hábitos, su carácter, su lenguaje, y hasta sus locuciones familiares. Se revela también por pormenores íntimos en los que entra
espontáneamente con las personas a quienes aprecia: éstas son las mejores pruebas,
pero es raro que conteste a las preguntas directas que le son dirigidas acerca de este
particular, sobre todo si las hacen personas que le son indiferentes por curiosidad y para probarle. El espíritu prueba su identidad como quiere, o como puede, según la facultad de su intérprete, y a menudo las pruebas son abundantes; la falta está en querer que las dé a gusto del evocador. Entonces el espíritu se resiste a someterse a tales exigencias.


 Tomado del libro ¿Qué es el Espiritismo?
Allan Kardec

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