La vida superior
Leon Denis
Leon Denis
Los cielos elevados son la patria de la belleza ideal y perfecta donde todas las artes se inspiran. Los Espíritus superiores poseen en su grado eminente el sentido de lo bello. Cada vez que el arte se revela de una forma perfeccionada en la Tierra podemos considerar que un Espíritu que ha descendido de las altas esferas ha encarnado en la Tierra para iniciar a los hombres en los esplendores de la eterna belleza. Para el alma superior, el arte, bajo sus multiples aspectos, es una oración, un homenaje rendido al Principio eterno.
Siendo fluídico el espíritu, obra sobre los fluidos del espacio. Su voluntad poderosa los combina, los dispone a su gusto, les presta los colores y las formas que responden a su finalidad. Por medio de estos fluidos, se ejecutan obras que desafían toda comparación y todo análisis.
Toda criatura humana ambiciona la conquista de la salud integral. Con seguir la armonía entre el equilibrio orgánico, el emocional y el psíquico, en un cuadro general de bienestar, constituye un gran desafió para la inteligencia humana que, desde hace milenios, recurre a las más variadas y complejas experiencias, que han dado por resultado admirables y valiosas conquistas.
Cuando el alma virtuosa, después de haber vencido las pasiones, abandona su cuerpo miserable, instrumento de dolor y de gloria, vuela a través de la inmensidad y va a unirse con sus hermanas del espacio. Impulsada por una fuerza irresistible, recorre regiones donde todo es armonía y esplendor. El vocabulario de los hombres es muy pobre para poder explicar las grandezas del infinito, es tanta la libertad cuando se rompe los lazos que nos mantienen atados adheridos al mundo material, que podemos compararlo en su mínima parte a la del preso que cuando cumple su condena, consigue su libertad, el cuerpo muchas veces es un instrumento muy pesado para el espíritu. Liberado del, el alma irradia y se embriaga de espacio y de libertad, la felicidad terrestre, la vejez decrepita y arrugada ceden el puesto a un cuerpo fluídico de formas graciosas, forma humana idealizada que se ha hecho diáfana y brillante.
El alma encuentra allí a los que amaba en la Tierra y que le precedieron en la nueva vida, los elegidos de sus afectos, sus compañeros de labor y de sufrimiento. Ellos la esperan como si viniera de un largo viaje, y puede comunicarse libremente con ellos, expansionado y lleno de felicidad siente más vivamente los recuerdos de la Tierra y la comparación y diferencias de ambas vidas, la actual de gozo, y la pasada en la Tierra, llorando de alegría por su triunfo, rodeado de todos los que participaron de sus buenos y malos días, están aglomerados a su alrededor, despertando súbitamente su memoria, produciéndose entre ellos explosiones de felicidad , efusiones que no se sabe exponer en la tierra.
Al liberarse del vestido carnal, sus percepciones se han multiplicado, ya no tiene limites, ya no existen horizontes limitados. El infinito profundo, luminoso se despliega ante el con todas sus maravillas, con sus millones de soles, sus hogueras multicolores. Todo lo que le rodea es como antorchas, moviéndose y gravitando a su alrededor, son como globos de fuego arrojados al vació por la manos de un invisible prestidigitador.
El hombre no puede percibir esa calma, el majestuoso silencio de los espacios que llena al alma de un sentimiento augusto, de un asombro rayano en el espanto. Pero el espíritu bueno y puro es inaccesible al espanto. Ese infinito, silencioso y frió para los Espíritus inferiores, se anima muy pronto pará el y le deja oír su voz poderosa. El alma, separada de la materia, percibe poco a poco las vibraciones melodiosas del éter, las delicadas armonías que descienden de las colonias celestes; oye el ritmo imponente de las esferas. Esos cantos de los mundos, esas voces de lo infinito que resuenan en el silencio, los percibe y se penetra de ellos hasta el arrobamiento. Recogida, embriagada, henchida de un sentimiento grave y religioso, de una admiración que no puede ser saciada, el alma se baña en las olas del éter, contempla las profundidades siderales, las legiones de Espíritus – sombras frágiles, ligeras que flotan y se agitan en ámbitos de luz. Asiste a la génesis de los mundos; sigue el desenvolvimiento de las humanidades que los pueblan, y en ese espectáculo comprueba que en todas partes la actividad, el movimiento y la vida se unen ordenadamente en el Universo.
El Espíritu que a conseguido la perfección, cualquiera que sea su grado de adelanto no puede aspirar a vivir indefinidamente en esa vida superior. Sujeto a la reencarnación, esa vida no es más que un tiempo de reposo, una compensación por los males sufridos, una recompensa ofrecida a sus meritos. En ese mundo se empapa y fortifica para futuras luchas. Pero, sin olvidar, que en el porvenir que le espera, no volverá a encontrar ya las angustias y las preocupaciones de la vida terrena. El Espíritu elevado está llamado a renacer en mundo mejor dotados que el de la tierra. La escala grandiosa de los globos contiene numerosas gradas dispuestas para la ascensión de las almas, cada una de estas asciende por ellas gradualmente.
En las esferas superiores de la Tierra, el imperio de la materia es menor, los males en ella se atenúan a medida que el ser progresa y acaban por desaparecer. El hombre nos e arrastra por allí penosamente por el suelo, abrumado por el peso de una atmósfera pesada; se mueve con facilidad. Las necesidades corporales son nulas y también los rudos trabajos son desconocidos. La existencia es más larga, y se suele emplear en el estudio, en el compartimiento de realizaciones de una civilización perfeccionada que tiene como base la moral más pura, el respeto de los derechos de todos, la amistad y la fraternidad. Las guerras, las epidemias, las plagas, y la enfermedad no tienen acceso, y los intereses groseros, que causan tantas codicias en la Tierra, allí no dividen a los Espíritus.
Las condiciones de habitabilidad de los mundos están confirmadas por la ciencia. Esto está comprobado, por medio del espectroscopio, con el cual se ha llegado a analizar sus elementos constitutivos, a calcular su poder de atracción y a pesar su masa. Las estaciones varían de duración e intensidad, según la inclinación de los mundos con relación a su orbita.
El Espíritu cuando alcanza la perfección, ve cerrarse la serie de sus encarnaciones a través de los mundos, y ve abrirse la vida espiritual infinita, la verdadera vida, donde están desterrados el mal, la sombra y el error. La calma, la serenidad y la seguridad profunda han reemplazado a las tristezas y a las inquietudes de otro tiempo. Ha llegado el alma al fin de sus padecimientos, está segura de no volver a sufrir más.
Todo el pasado, sus multiples existencias, el recuerdo de las antiguas alarmas, de los cuidados, los dolores, se transporta a las felicidades del presente y las saborea con delicia. La convivencia con Espíritus esclarecidos, pacientes y dulces, el estar unido a ellos con vínculos de un afecto que no se turba con nada, el participar de sus aspiraciones, de sus ocupaciones, de sus gustos, el saberse comprendido, amado, liberado de las necesidades de la muerte, joven con una juventud donde ya no hacen presa los siglos…. Todo esto crea satisfacción y plenitud en el espíritu, dedicándose después, al estudio, admirar y glorificar la obra infinita, penetrando más profundamente en los misterios divinos; reconociendo por todas partes la justicia, la belleza y la bondad celestial, e identificado con ellas se abreva y se nutre de ellas; sigue a los genios superiores en sus tareas, en sus misiones; comprendiendo que podrá un día igualarlos , incluso que podrán subir aun más arriba; que siempre , siempre, nuevos goces, nuevos trabajos nuevos progresos los esperan; tal es la vida eterna, magnifica desbordante , la vida del espíritu purificado por el sufrimiento.
En las moradas etéreas se celebran fiestas espirituales. Los Espíritus puros radiantes de Luz, se agrupan por familias. Todos se conocen y se quieren. Los vínculos, los afectos que les unían en la vida material, rotos por la muerte, se restablecen para siempre. Todos estos Espíritus se conocen y se quieren, los vínculos, los efectos que los unión en la vida material, rotos por la muerte, se han restablecido para siempre. Acuden a diversos puntos del espacio y de los mundos superiores para contarse el resultado de su emprendimientos, de sus misiones, para felicitarse por sus éxitos, y para ayudarse en las tareas difíciles. Ningún resabio, ningún sentimiento de envidia se desliza en esas almas delicadas. El amor la confianza, la sinceridad presiden esas reuniones donde a su vez son recogidas las instrucciones de los mensajeros divinos, donde son aceptadas nuevas tareas que contribuyen a elevarse más.
Unos velan por el progreso y el desenvolvimiento de las naciones, y de los mundos; otros encarnan en las tierras del espacio para cumplir sus misiones de abnegación, para instruir a los hombres en la moral y en la ciencia; otros, Espíritus guías o protectores se dirigen a cualquier alma encarnada, le prestan su apoyo en el áspero camino de la existencia, la conducen desde su nacimiento hasta su muerte durante varias vidas sucesivas, acogiéndola al final de cada una de estas en el umbral del mundo invisible. En todos los grados de la jerarquía espiritual, el Espíritu desempeña su papel en la obra inmensa del progreso contribuyendo a la realización de las leyes superiores.
Por esta asistencia oculta se fortifican los vínculos de solidaridad que unen al mundo celeste con la Tierra. En ambos lados de la vida se crean simpatías profundas, amistades duraderas y desinteresadas. El amor que anima al Espíritu elevado se va extendiendo poco a poco a todos los seres al dirigirse sin cesar hacia Dios, Padre de todas las almas, centro de todos los poderes afectivos.
Esto es una pequeña idea de cómo es la vida celestial definitiva, adaptando la enseñanza de los Espíritus. Es el fin hacia el cual evolucionan todas las almas, el ambiente en el que todos los sueños de felicidad se realizan, donde las nobles aspiraciones son satisfechas, donde las esperanzas perdidas, los afectos fracasados, los transportes comprimidos por la vida material se expanden libremente. Allí, las simpatías las ternuras, las puras atracciones se juntan, se unen y se funden en un inmenso amor que abarca a todos los seres y les hace vivir en comunicación perpetua en el seno de la gran armonía.
No olvidemos que todos estamos invitados en el gran festín, pero para alcanzar estas alturas casi divinas se necesita haber abandonado las pendientes que conducen a los apetitos, a las pasiones, los deseos; es preciso haber conquistado la dulzura, la resignación, la fe, haber aprendido a sufrir sin murmurar, a llorar en silencio, a desdeñar los bienes y los goces efímeros del mundo, y aprender a poner el corazón al servicio de los vienes que no perecen.
Si queremos recorrer rápidamente la cadena magnifica de los mundos para llegar cuanto antes a las regiones etéreas, arrojemos lejos de nosotros todo lo que hace pesado nuestros pasos y dificulta nuestro vuelo. ¡Devolvamos a la Tierra todo lo que viene de la Tierra y aspiremos solo los tesoros eternos; trabajemos, oremos, consolemos y ayudemos amando, amemos hasta la inmolación!; ¡Cumplamos con nuestros deberes, aun a costa del sacrificio y de la muerte!. Así sembraremos la felicidad para el porvenir.
Extraído del Libro “Después de la Muerte”
León Denis
Siendo fluídico el espíritu, obra sobre los fluidos del espacio. Su voluntad poderosa los combina, los dispone a su gusto, les presta los colores y las formas que responden a su finalidad. Por medio de estos fluidos, se ejecutan obras que desafían toda comparación y todo análisis.
Toda criatura humana ambiciona la conquista de la salud integral. Con seguir la armonía entre el equilibrio orgánico, el emocional y el psíquico, en un cuadro general de bienestar, constituye un gran desafió para la inteligencia humana que, desde hace milenios, recurre a las más variadas y complejas experiencias, que han dado por resultado admirables y valiosas conquistas.
Cuando el alma virtuosa, después de haber vencido las pasiones, abandona su cuerpo miserable, instrumento de dolor y de gloria, vuela a través de la inmensidad y va a unirse con sus hermanas del espacio. Impulsada por una fuerza irresistible, recorre regiones donde todo es armonía y esplendor. El vocabulario de los hombres es muy pobre para poder explicar las grandezas del infinito, es tanta la libertad cuando se rompe los lazos que nos mantienen atados adheridos al mundo material, que podemos compararlo en su mínima parte a la del preso que cuando cumple su condena, consigue su libertad, el cuerpo muchas veces es un instrumento muy pesado para el espíritu. Liberado del, el alma irradia y se embriaga de espacio y de libertad, la felicidad terrestre, la vejez decrepita y arrugada ceden el puesto a un cuerpo fluídico de formas graciosas, forma humana idealizada que se ha hecho diáfana y brillante.
El alma encuentra allí a los que amaba en la Tierra y que le precedieron en la nueva vida, los elegidos de sus afectos, sus compañeros de labor y de sufrimiento. Ellos la esperan como si viniera de un largo viaje, y puede comunicarse libremente con ellos, expansionado y lleno de felicidad siente más vivamente los recuerdos de la Tierra y la comparación y diferencias de ambas vidas, la actual de gozo, y la pasada en la Tierra, llorando de alegría por su triunfo, rodeado de todos los que participaron de sus buenos y malos días, están aglomerados a su alrededor, despertando súbitamente su memoria, produciéndose entre ellos explosiones de felicidad , efusiones que no se sabe exponer en la tierra.
Al liberarse del vestido carnal, sus percepciones se han multiplicado, ya no tiene limites, ya no existen horizontes limitados. El infinito profundo, luminoso se despliega ante el con todas sus maravillas, con sus millones de soles, sus hogueras multicolores. Todo lo que le rodea es como antorchas, moviéndose y gravitando a su alrededor, son como globos de fuego arrojados al vació por la manos de un invisible prestidigitador.
El hombre no puede percibir esa calma, el majestuoso silencio de los espacios que llena al alma de un sentimiento augusto, de un asombro rayano en el espanto. Pero el espíritu bueno y puro es inaccesible al espanto. Ese infinito, silencioso y frió para los Espíritus inferiores, se anima muy pronto pará el y le deja oír su voz poderosa. El alma, separada de la materia, percibe poco a poco las vibraciones melodiosas del éter, las delicadas armonías que descienden de las colonias celestes; oye el ritmo imponente de las esferas. Esos cantos de los mundos, esas voces de lo infinito que resuenan en el silencio, los percibe y se penetra de ellos hasta el arrobamiento. Recogida, embriagada, henchida de un sentimiento grave y religioso, de una admiración que no puede ser saciada, el alma se baña en las olas del éter, contempla las profundidades siderales, las legiones de Espíritus – sombras frágiles, ligeras que flotan y se agitan en ámbitos de luz. Asiste a la génesis de los mundos; sigue el desenvolvimiento de las humanidades que los pueblan, y en ese espectáculo comprueba que en todas partes la actividad, el movimiento y la vida se unen ordenadamente en el Universo.
El Espíritu que a conseguido la perfección, cualquiera que sea su grado de adelanto no puede aspirar a vivir indefinidamente en esa vida superior. Sujeto a la reencarnación, esa vida no es más que un tiempo de reposo, una compensación por los males sufridos, una recompensa ofrecida a sus meritos. En ese mundo se empapa y fortifica para futuras luchas. Pero, sin olvidar, que en el porvenir que le espera, no volverá a encontrar ya las angustias y las preocupaciones de la vida terrena. El Espíritu elevado está llamado a renacer en mundo mejor dotados que el de la tierra. La escala grandiosa de los globos contiene numerosas gradas dispuestas para la ascensión de las almas, cada una de estas asciende por ellas gradualmente.
En las esferas superiores de la Tierra, el imperio de la materia es menor, los males en ella se atenúan a medida que el ser progresa y acaban por desaparecer. El hombre nos e arrastra por allí penosamente por el suelo, abrumado por el peso de una atmósfera pesada; se mueve con facilidad. Las necesidades corporales son nulas y también los rudos trabajos son desconocidos. La existencia es más larga, y se suele emplear en el estudio, en el compartimiento de realizaciones de una civilización perfeccionada que tiene como base la moral más pura, el respeto de los derechos de todos, la amistad y la fraternidad. Las guerras, las epidemias, las plagas, y la enfermedad no tienen acceso, y los intereses groseros, que causan tantas codicias en la Tierra, allí no dividen a los Espíritus.
Las condiciones de habitabilidad de los mundos están confirmadas por la ciencia. Esto está comprobado, por medio del espectroscopio, con el cual se ha llegado a analizar sus elementos constitutivos, a calcular su poder de atracción y a pesar su masa. Las estaciones varían de duración e intensidad, según la inclinación de los mundos con relación a su orbita.
El Espíritu cuando alcanza la perfección, ve cerrarse la serie de sus encarnaciones a través de los mundos, y ve abrirse la vida espiritual infinita, la verdadera vida, donde están desterrados el mal, la sombra y el error. La calma, la serenidad y la seguridad profunda han reemplazado a las tristezas y a las inquietudes de otro tiempo. Ha llegado el alma al fin de sus padecimientos, está segura de no volver a sufrir más.
Todo el pasado, sus multiples existencias, el recuerdo de las antiguas alarmas, de los cuidados, los dolores, se transporta a las felicidades del presente y las saborea con delicia. La convivencia con Espíritus esclarecidos, pacientes y dulces, el estar unido a ellos con vínculos de un afecto que no se turba con nada, el participar de sus aspiraciones, de sus ocupaciones, de sus gustos, el saberse comprendido, amado, liberado de las necesidades de la muerte, joven con una juventud donde ya no hacen presa los siglos…. Todo esto crea satisfacción y plenitud en el espíritu, dedicándose después, al estudio, admirar y glorificar la obra infinita, penetrando más profundamente en los misterios divinos; reconociendo por todas partes la justicia, la belleza y la bondad celestial, e identificado con ellas se abreva y se nutre de ellas; sigue a los genios superiores en sus tareas, en sus misiones; comprendiendo que podrá un día igualarlos , incluso que podrán subir aun más arriba; que siempre , siempre, nuevos goces, nuevos trabajos nuevos progresos los esperan; tal es la vida eterna, magnifica desbordante , la vida del espíritu purificado por el sufrimiento.
En las moradas etéreas se celebran fiestas espirituales. Los Espíritus puros radiantes de Luz, se agrupan por familias. Todos se conocen y se quieren. Los vínculos, los afectos que les unían en la vida material, rotos por la muerte, se restablecen para siempre. Todos estos Espíritus se conocen y se quieren, los vínculos, los efectos que los unión en la vida material, rotos por la muerte, se han restablecido para siempre. Acuden a diversos puntos del espacio y de los mundos superiores para contarse el resultado de su emprendimientos, de sus misiones, para felicitarse por sus éxitos, y para ayudarse en las tareas difíciles. Ningún resabio, ningún sentimiento de envidia se desliza en esas almas delicadas. El amor la confianza, la sinceridad presiden esas reuniones donde a su vez son recogidas las instrucciones de los mensajeros divinos, donde son aceptadas nuevas tareas que contribuyen a elevarse más.
Unos velan por el progreso y el desenvolvimiento de las naciones, y de los mundos; otros encarnan en las tierras del espacio para cumplir sus misiones de abnegación, para instruir a los hombres en la moral y en la ciencia; otros, Espíritus guías o protectores se dirigen a cualquier alma encarnada, le prestan su apoyo en el áspero camino de la existencia, la conducen desde su nacimiento hasta su muerte durante varias vidas sucesivas, acogiéndola al final de cada una de estas en el umbral del mundo invisible. En todos los grados de la jerarquía espiritual, el Espíritu desempeña su papel en la obra inmensa del progreso contribuyendo a la realización de las leyes superiores.
Por esta asistencia oculta se fortifican los vínculos de solidaridad que unen al mundo celeste con la Tierra. En ambos lados de la vida se crean simpatías profundas, amistades duraderas y desinteresadas. El amor que anima al Espíritu elevado se va extendiendo poco a poco a todos los seres al dirigirse sin cesar hacia Dios, Padre de todas las almas, centro de todos los poderes afectivos.
Esto es una pequeña idea de cómo es la vida celestial definitiva, adaptando la enseñanza de los Espíritus. Es el fin hacia el cual evolucionan todas las almas, el ambiente en el que todos los sueños de felicidad se realizan, donde las nobles aspiraciones son satisfechas, donde las esperanzas perdidas, los afectos fracasados, los transportes comprimidos por la vida material se expanden libremente. Allí, las simpatías las ternuras, las puras atracciones se juntan, se unen y se funden en un inmenso amor que abarca a todos los seres y les hace vivir en comunicación perpetua en el seno de la gran armonía.
No olvidemos que todos estamos invitados en el gran festín, pero para alcanzar estas alturas casi divinas se necesita haber abandonado las pendientes que conducen a los apetitos, a las pasiones, los deseos; es preciso haber conquistado la dulzura, la resignación, la fe, haber aprendido a sufrir sin murmurar, a llorar en silencio, a desdeñar los bienes y los goces efímeros del mundo, y aprender a poner el corazón al servicio de los vienes que no perecen.
Si queremos recorrer rápidamente la cadena magnifica de los mundos para llegar cuanto antes a las regiones etéreas, arrojemos lejos de nosotros todo lo que hace pesado nuestros pasos y dificulta nuestro vuelo. ¡Devolvamos a la Tierra todo lo que viene de la Tierra y aspiremos solo los tesoros eternos; trabajemos, oremos, consolemos y ayudemos amando, amemos hasta la inmolación!; ¡Cumplamos con nuestros deberes, aun a costa del sacrificio y de la muerte!. Así sembraremos la felicidad para el porvenir.
Extraído del Libro “Después de la Muerte”
León Denis
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Médiums parlantes
166. Los médiums auditivos que no hacen más que transmitir lo que ellos oyen, no son propiamente hablando médiums parlantes; estos últimos muy a menudo no oyen nada; en ellos el Espíritu obra sobre los órganos de la palabra, como obra sobre la mano de los médiums escribientes.
El Espíritu, queriendo comunicarse, se sirve del órgano que encuentra más flexible en el médium; a uno toma prestada la mano, a otro la palabra, a un tercero el oído. El médium parlante se expresa, generalmente, sin tener conciencia de lo que dice, y muchas veces dice cosas completamente fuera de sus ideas habituales, de sus conocimientos y aun del alcance de su inteligencia. Aunque esté enteramente despierto y en un estado normal, rara vez conserva el recuerdo de lo que ha dicho; digámoslo de una vez, la palabra es un instrumento del cual se sirve el Espíritu, y con el que puede entrar en comunicación una persona extraña, como puede hacerlo por mediación del médium auditivo.
El papel pasivo del médium parlante no es siempre tan
completo; los hay que tienen la intuición de lo que dicen en el mismo momento en que pronuncian las palabras. Volveremos a hablar sobre esta variedad, cuando tratemos de los médiums intuitivos.
Allan Kardec
Extraído del libro "El libro de los médiums"
El Espíritu, queriendo comunicarse, se sirve del órgano que encuentra más flexible en el médium; a uno toma prestada la mano, a otro la palabra, a un tercero el oído. El médium parlante se expresa, generalmente, sin tener conciencia de lo que dice, y muchas veces dice cosas completamente fuera de sus ideas habituales, de sus conocimientos y aun del alcance de su inteligencia. Aunque esté enteramente despierto y en un estado normal, rara vez conserva el recuerdo de lo que ha dicho; digámoslo de una vez, la palabra es un instrumento del cual se sirve el Espíritu, y con el que puede entrar en comunicación una persona extraña, como puede hacerlo por mediación del médium auditivo.
El papel pasivo del médium parlante no es siempre tan
completo; los hay que tienen la intuición de lo que dicen en el mismo momento en que pronuncian las palabras. Volveremos a hablar sobre esta variedad, cuando tratemos de los médiums intuitivos.
Allan Kardec
Extraído del libro "El libro de los médiums"
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