miércoles, 20 de agosto de 2014

La Virtud


LA VIRTUD

La virtud, en su más alto grado, incluye el conjunto de todas las cualidades esenciales que integran al hombre de bien. Ser bueno y caritativo, laborioso, sobrio y modesto, he ahí las cualidades del hombre virtuoso.
Por desgracia, vienen casi siempre acompañadas de pequeños achaques morales que las deslucen y atenúan.
El que hace ostentación de su virtud no es virtuoso, visto que carece de la cualidad principal, que es la modestia, y adolece del vicio más opuesto a ella, que es el orgullo.
La virtud realmente digna de tal nombre no gusta de exhibirse, sino que es preciso adivinarla, pues se oculta en la oscuridad y huye de la admiración de las muchedumbres.
San Vicente de Paúl era virtuoso; virtuoso también era el digno cura de Ars, y otros muchos lo fueron asimismo, poco conocidos por el mundo, pero conocidos de Dios.
Todos esos hombres de bien ignoraban ellos mismos que fuesen virtuosos. Se dejaban llevar por la corriente de sus santas  inspiraciones y practicaban el bien con un desinterés total y completo olvido de sí.
A tal virtud, comprendida y practicada de esa manera, os invito, hijos míos. A tal virtud, de veras cristiana y espirita, os comprometo a consagraros. Pero apartad de vuestros corazones los sentimientos de orgullo, vanidad y amor propio, que siempre deslustran las más hermosas cualidades.
 No imitéis  a ese hombre que se presenta como modelo y pregona sus propias perfecciones a cuantos oídos complacientes quieran escucharlos. Esa virtud ostentosa y aparente esconde a menudo muchas pequeñas torpezas y aborrecibles cobardías
En principio, el hombre que se exalta a si mismo, que erige una estatua a su propia virtud, sólo con esa actitud aniquila todo el mérito real que pueda tener.
Y ¿qué diré de aquel otro cuyo todo valor consiste en parecer lo que no es?
Quiero admitir que el hombre que hace el bien siente en los hondones del corazón una satisfacción íntima, pero tan pronto como esa satisfacción se exterioriza, a fin de cosechar aplausos, degenera en amor propio.
¡OH, vosotros todos, a quienes la fe espiritista ha dado calor con sus rayos y que sabéis cuán lejos de la perfección  está el hombre, no incurráis nunca en relajación semejante!
Es la virtud una gracia que anhelo para todos los espíritas sinceros, pero a éstos diré: Más vale poca virtud con modestia que mucha con orgullo.
Por orgullo se han perdido humanidades sucesivas, y por humildad deberán un día redimirse.
 El Evangelio Según El Espiritismo. 

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Ser fuerte....



Ser fuerte es irradiar felicidad cuando se es infeliz.

Ser fuerte es intentar perdonar a alguien a quien nos cuesta perdonar.

Ser fuerte es esperar cuando no se cree en el retorno.

Ser fuerte es mantenerse en calma en momentos de desesperación

Ser fuerte es demostrar alegría cuando no se siente.

Ser fuerte es sonreír cuando se desea llorar.

Ser fuerte es hacer a alguien feliz cuando se tiene el corazón hecho pedazos.

Ser fuerte es callar cuando lo ideal sería gritar a todos su angustia.

Ser fuerte es consolar cuando se precisa de consuelo.

Ser fuerte es elogiar cuando se desea maldecir.

Ser fuerte es tener fe cuando te sientes en un túnel oscuro.

Ser fuerte es amar a alguien en silencio.

Ser fuerte es andar con un dolor en el pecho, un nudo en la garganta, y saludar con una sonrisa.

Ser fuerte es llorar .... Cuando nadie te ve.

Por eso, por más difícil que tu vida pueda parecer: Ámala y sé Fuerte!

Anónimo
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MENSAJEROS DE LAS ESTRELLAS


REFLEXIONES OPORTUNAS


  El fenómeno que nos ocupa en esta sección no es casual, no es producto de un accidente o un mal entendido, tampoco es la consecuencia de ideas supersticiosas mantenidas a lo largo de los años y los siglos. Precisamente es demasiado el tiempo y los argumentos como para pensar que esto no tiene un sentido real y palpable. No hablamos de fe ciega, o de ideas peregrinas que se acomodan a unas determinadas creencias sin más. Esto es algo mucho más profundo, mucho más trascendente y vital. 

  El tiempo posee la virtud de debilitar o de fortalecer las creencias, sobre todo cuando resisten el análisis y los avances en el campo del pensamiento humano y también científico. No hay que temer a las evidencias, hay que analizarlas, estudiarlas y armonizarlas con las exigencias y los conocimientos actuales. No podemos esperar a que sean otras “voces autorizadas” las que dictaminen aquello que es verdad de lo que es mentira. El ser humano tiene una capacidad de raciocinio y de análisis lo suficientemente importante como para ser fiel a sí mismo, y construir unas bases alrededor de un conocimiento y una convicción, fruto de una fe razonada que nos permita vislumbrar aquello que todavía no palpamos y no vemos, sin embargo, tenemos la seguridad de que existe. Para esto hace falta audacia y coraje. No se necesitan grandes conocimientos ni estudios especiales y complejos. El sentido común, la buena voluntad y la experiencia es la que nos tiene que permitir caminar con paso firme y unas convicciones sólidas para encauzar nuestras vidas por los derroteros que más nos convengan para beneficio propio y en consecuencia para los demás. 

  Vivimos unos tiempos de confusión, lo que favorece la profusión de ideas que no son las correctas. Ante las evidencias del fenómeno OVNI y extraterrestre, se confunden y complican conceptos que, desde el punto de vista espiritual son muy claros y sencillos. Sobre todo hay que separar el grano de la paja. De lo puramente fenoménico a aquello que se presta a la fantasía hemos de ignorarlo. Hay que buscar el conocimiento útil que nos permita comprender la realidad para ser mejores, es decir, situarnos mejor en el contexto espiritual en el que nos encontramos. 

  Comprender que esos seres que nos visitan del exterior y de un modo tan discreto no vienen para satisfacer curiosidades, ni para pasar el tiempo. No son el producto del azar ni la casualidad. Forman parte de una planificación y se ciñen escrupulosamente a ella. Su finalidad es fraterna y obedecen a la gran ley universal del AMOR. Si marcáramos un paralelismo con las entidades espirituales superiores comprenderíamos enseguida que su modus operandi es idéntico, con la única diferencia de que ellos tienen cuerpo físico, aunque no sea de aquí, y los otros están desencarnados, en estado puramente espiritual. 

  Su finalidad como la de los hermanos desencarnados no es violentar creencias, imponer ideas o satisfacer curiosidades. En ambos casos se manifiestan a quien o quienes ellos quieren en el momento que consideran oportuno. No existe una mecánica por la cual se establezcan parámetros de comportamiento fácilmente adivinables. Su programa es el plan divino de la evolución y ese programa sólo lo conoce nuestro Padre. 

  No buscan deslumbrar pero sí hacer pensar, sembrar la simiente que permita la sugerencia, a veces sutil, de que no estamos solos; que la vida tiene una finalidad, un por qué y un para qué. Siempre sin imposiciones, con la delicadeza y el amor de aquellos que nos comprenden y quieren ayudarnos sin violentarnos. Con absoluta libertad para elegir el camino que deseemos. Son un rayo de esperanza que nuestro Padre, en su infinita misericordia, nos envía para marcarnos un camino, como consecuencia de la elaboración de unas ideas y de una comprensión más amplia de nuestra realidad espiritual. 

  Ellos no buscan su protagonismo, no lo necesitan, vienen de unas sociedades muy adelantadas y con un desarrollo evolutivo que nos sorprendería extraordinariamente. 

  Renuncian a sus comodidades, a sus gustos y a su estatus material y espiritual, por así decirlo, para acudir en nuestro auxilio. Saben lo mucho que nos jugamos en estos tiempos tan difíciles, puesto que ellos ya los vivieron en el pasado, y sus ansias de ayuda les empujan a estar aquí, aunque no sea de una forma notoria y visible. 

  Su papel es cada vez más relevante, colaboran tanto en aspectos de índole espiritual como material, ya que en nuestro mundo se está produciendo una selección entre los llamados: “los de la derecha y la izquierda de nuestro Padre” Vivimos unos momentos cruciales para la humanidad, el gran examen, y ellos están para colaborar en la gran obra regeneradora. 

  Además, desde el punto de vista material, poseen la autorización para intervenir en caso de necesidad, es decir, todo tiene un límite y el futuro del planeta no se puede comprometer en manos de unos desalmados. El libre albedrío es universal pero siempre y cuando no comprometa el equilibrio cósmico entre los planetas. 

  Por lo tanto, y como hemos ido comentando, nos encontramos ante un fenómeno del que todavía no nos hemos dado cuenta de su importancia. Su estructura es sólida, es la consecuencia de muchos años de manifestaciones y evidencias que refuerzan y consolidan unas ideas muy adecuadas para los tiempos que nos ha tocado vivir. 

  Por lógica, su presencia cada día será mayor, y a medida en que los acontecimientos se precipiten, su testimonio será cada vez más visible y patente. 

  En definitiva, seamos capaces de adecuarnos a esta nueva realidad para que no nos pillen desprevenidos y sepamos estar a la altura de aquello que se nos demanda desde lo Alto. 

J.M.M.C.
  Grupo Villena



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