lunes, 6 de mayo de 2013

¿ El Espiritismo es una religión?



(Discurso de apertura de Allan Kardec, leído en la sesión anual conmemorativa del Día de los Muertos, extraído parcialmente de la Revue Spirite de diciembre de 1868, texto traducido del francés al español por Gustavo N. Martínez y revisado por Marta H. Gazzaniga.) Allan Kardec



«[...] Cualquiera sea el culto al que pertenezcan, las reuniones religiosas están fundadas en la comunión de pensamientos. Es precisamente allí donde dicha comunión debe y puede ejercer todo su poder, porque su objetivo es liberar al pensamiento de las garras de la materia. Lamentablemente, la mayoría de los hombres se ha apartado de ese principio a medida que la religión se convirtió en una cuestión de forma. Por consiguiente, como cada cual pretendió que su deber sólo consistía en el cumplimiento de las formalidades, se consideró liberado de responsabilidades para con Dios y los hombres, cuando en realidad no hacía más que aplicar una fórmula. De ello también resultó que cada uno concurre a los lugares donde se hacen las reuniones religiosas, con un pensamiento personal, por su propia cuenta y, muchas veces, sin ningún sentimiento de confraternidad para con los demás presentes; se encuentra aislado en medio de la multitud y no piensa en el cielo más que para sí mismo. 

Por cierto, no era éste el modo como Jesús entendía la cuestión cuando dijo: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. “Congregados en mi nombre” quiere decir reunidos con un pensamiento en común; pero no podemos estar reunidos en nombre de Jesús sin comprender los principios de su doctrina. Ahora bien, ¿cuál es el principio fundamental de la doctrina de Jesús? La caridad en los pensamientos, en las palabras y en las acciones. Los egoístas y los orgullosos faltan a la verdad cuando afirman que se reúnen en nombre de Jesús, pues Jesús no los reconoce como sus discípulos. 

Hemos dicho que el verdadero objetivo de las asambleas religiosas debe ser la comunión de pensamientos. En efecto, la palabra religión significa lazo. Una religión, en su acepción amplia y verdadera, constituye un lazo que religa a los hombres en una comunidad de sentimientos, principios y creencias. En consecuencia, este término se aplicó a esos mismos principios codificados y formulados en dogmas o artículos de fe. En este sentido se usa la expresión religión política; sin embargo, incluso en esta acepción, la palabra religión no es sinónimo de opinión, pues implica una idea particular: la de fe a conciencia; por eso se dice también fe política. Ahora bien, los hombres pueden involucrarse en una congregación por interés, sin tener fe en ella; y la prueba está en que se desvinculan sin miramientos cuando descubren que su interés está en otra parte; mientras que quien la ha abrazado por convicción, es inquebrantable y persiste a costa de grandes sacrificios, pues en la renuncia a los intereses personales se encuentra la piedra de toque de la fe sincera. Con todo, si bien es cierto que quien desiste de una opinión movido por el interés, comete un acto de cobardía vergonzoso, por el contrario merece respeto cuando lo hace como fruto del reconocimiento del error en que se encontraba; en ese caso, se trata de un acto de desapego y de lógica. Existe más coraje y grandeza en quien reconoce abiertamente que se equivocó, que en quien persiste por amor propio en aquello que sabe que es falso, para no tener que desmentirse a sí mismo, lo cual demuestra más terquedad que firmeza, más orgullo que juicio, más debilidad que fuerza. Además, es un acto de hipocresía, porque se pretende aparentar lo que no se es; incluso se trata de una mala acción, pues significa fomentar el error con el propio ejemplo. 

El lazo establecido por una religión, cualquiera sea su objetivo, es pues un lazo esencialmente moral, que religa los corazones, que identifica los pensamientos y las aspiraciones, y no solamente el hecho de cumplir con los compromisos materiales, que se rompen a voluntad, o con las fórmulas que hablan más a los ojos que al espíritu. 

El efecto de ese lazo moral consiste en establecer, entre quienes han sido reunidos por él como consecuencia de la comunidad de proyectos y de sentimientos, la fraternidad y la solidaridad, la indulgencia y la benevolencia mutuas. En ese sentido, también hablamos de la religión de la amistad y de la religión de la familia. 

Si esto es así, se nos hará la siguiente pregunta: ¿Es el Espiritismo una religión? En efecto, Señores; sin lugar a dudas lo es. En el sentido filosófico el Espiritismo es una religión, y nos vanagloriamos por ello, porque es la doctrina que funda los lazos de la fraternidad y de la comunión de pensamientos, no ya sobre una simple convención, sino sobre bases más sólidas: las propias leyes de la naturaleza. 

¿Por qué, entonces, declaramos que el Espiritismo no es una religión? Por la sencilla razón de que no disponemos de una palabra que pueda expresar dos conceptos diferentes, y porque para la opinión general la palabra religión no puede separarse de la palabra culto, que despierta exclusivamente una idea de forma que el Espiritismo no tiene. Si el Espiritismo dijese que es una religión, el público sólo vería en él una nueva edición, una variante, si se quiere, de los principios absolutos en materia de fe, una casta sacerdotal con su cortejo de jerarquías, de ceremonias y privilegios; no lo distinguiría de las ideas de misticismo y de los abusos contra los cuales la opinión pública se levantó tantas veces. 

Como el Espiritismo no reúne ninguno de los caracteres propios de una religión, en la acepción usual del término, no podía ni debía engalanarse con un título por cuyo valor sería inevitablemente menospreciado. He aquí la razón por la cual decimos, simplemente, que es una doctrina filosófica y moral. 

Las reuniones espíritas pueden, pues, ser llevadas a cabo religiosamente, es decir, con el recogimiento y el respeto que implica la naturaleza seria de los asuntos que allí se tratan. Incluso, llegado el caso, podemos hacer en dichas reuniones plegarias, que en lugar de ser pronunciadas en forma particular lo sean en común, sin que por ello se las considere asambleas religiosas. No creamos que se trata de un juego de palabras; la diferencia es absolutamente clara, y la aparente confusión sólo se debe a la falta de un vocablo para cada idea. 

¿Cuál es, por consiguiente, el lazo que debe existir entre los espíritas? Ellos no se encuentran unidos entre sí mediante ningún contrato material, ni tampoco por una práctica obligatoria. ¿Cuál es el sentimiento en el cual deben fusionarse todos los pensamientos? Es un sentimiento por completo moral, espiritual y humanitario: el sentimiento de caridad para con todos. Dicho de otro modo, el sentimiento de amor al prójimo que comprende a los vivos y los muertos, pues sabemos que los muertos siempre forman parte de la humanidad. 

La caridad es el alma del Espiritismo: ella resume los deberes del hombre para consigo mismo y para con sus semejantes. Por eso podemos decir que sin caridad no hay verdadero espírita. 

Pero caridad también es una de esas palabras con sentido múltiple, cuyo completo alcance es necesario que comprendamos bien. Si los Espíritus no dejan de predicarla y definirla, es porque probablemente reconocen que aún es necesario hacerlo. 

El campo de la caridad es muy vasto: comprende dos grandes divisiones, las cuales, a falta de términos específicos, pueden designarse con las expresiones caridad benéfica y caridad benevolente. La primera puede entenderse con facilidad, pues es naturalmente proporcional a los recursos materiales que cada uno dispone. En cambio, la segunda se encuentra al alcance de todos, desde el más pobre hasta el más rico. Si bien la beneficencia tiene límites precisos, en el caso de la benevolencia sólo se requiere la voluntad. 

¿Qué hace falta, entonces, para practicar la caridad benevolente? Amar al prójimo como a sí mismo. Ahora bien, si amáramos a nuestro prójimo tanto como a nosotros mismos, lo amaríamos mucho; haríamos a los otros lo que quisiésemos que ellos nos hagan; no desearíamos ni haríamos mal a nadie, porque no nos agradaría que se procediese de ese modo con nosotros. 

Amar al prójimo significa, por lo tanto, abjurar de todo sentimiento de odio, de animosidad, de rencor, de envidia, de celos, de venganza; en una palabra, de todo deseo y pensamiento perjudiciales; significa perdonar a nuestros enemigos y devolver bien por mal; ser indulgentes para con las imperfecciones de nuestros semejantes y no buscar la paja en el ojo del vecino cuando no vemos la viga en el nuestro; significa disimular o disculpar las faltas ajenas, en vez de complacernos en ponerlas de relieve por espíritu de denigración; significa, también, no hacernos valer a expensas de los demás; no abrumar a nadie bajo el peso de nuestra superioridad; no despreciar a nadie por orgullo. He aquí la auténtica caridad benevolente, la caridad práctica sin la cual el término caridad es una palabra vana; es por igual la caridad del verdadero espírita y la del verdadero cristiano; sin ella, todo aquél que dice fuera de la caridad no hay salvación pronuncia su propia condena, tanto en este mundo como en el otro. 

[...] Creer en un Dios todopoderoso, soberanamente justo y bueno; creer en el alma y en su inmortalidad; en la preexistencia del alma como única justificación del presente; en la pluralidad de las existencias como medio de expiación, de reparación y progreso intelectual y moral; en la perfectibilidad de los seres, aún de los más imperfectos; en la felicidad que va en aumento de acuerdo con la perfección; en la justa remuneración del bien y del mal, conforme al principio que dice a cada uno según sus obras; en una justicia imparcial, sin excepciones, favores ni privilegios para con ninguna criatura; en una expiación limitada, que sólo se padece mientras dura la imperfección; en el libre albedrío del hombre, que siempre le permite elegir entre el bien y el mal; creer en la continuidad de las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible; en la solidaridad que religa a todos los seres, pasados, presentes y futuros, encarnados y desencarnados; considerar que la vida terrestre es transitoria y que constituye una de las fases de la vida del Espíritu, que es eterna; aceptar con coraje las pruebas, con miras a un porvenir más dichoso que el presente; practicar la caridad en pensamientos, palabras y acciones, en la más amplia acepción del término; esforzarse cada día para ser mejor que en la víspera, de modo de extirpar las imperfecciones del alma; someter todas nuestras creencias al control del libre examen y de la razón, y no aceptar nada mediante la fe ciega; respetar todas las creencias sinceras, por más irracionales que nos parezcan, y no violentar la conciencia de nadie; ver, por último, en los descubrimientos de la Ciencia, la revelación de las leyes de la naturaleza, que son las leyes de Dios. He aquí el Credo, la religión del Espiritismo; religión que puede conciliarse con todos los cultos, es decir, con los diversos modos de adorar a Dios. Éste es el lazo que debe unir a los espíritas en una santa comunión de pensamientos, mientras aguardamos que reúna a todos los hombres bajo el estandarte de la fraternidad universal. 

Con la fraternidad, hija de la caridad, los hombres habrán de vivir en paz, y se evitarán los innumerables males que nacen de la discordia, que es a su vez hija del orgullo, del egoísmo, de la ambición, la envidia, los celos y las demás imperfecciones de la humanidad. 

El Espiritismo ofrece a los hombres todo lo necesario para su felicidad en este mundo, porque les enseña a contentarse con lo que tienen. Así, pues, sean los espíritas los primeros en aprovechar los beneficios que él brinda, e inauguren entre sí el reino de la armonía que habrá de resplandecer entre las generaciones futuras. [...]» 

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Nota del Traductor al castellano: 

(1) La primera parte de este discurso ha sido extraída de una publicación anterior acerca de la Comunión de pensamientos, que es necesario recordar debido a su vinculación con la idea principal. (Nota de Allan Kardec) El Autor se refiere a un artículo publicado en la Revista Espírita de diciembre de 1864. (N. del T.)

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La vida me enseñó :
Que apagar el pasado y apostar por el presente, luchando siempre por desafíos mayores, es 
la elección más sabia e inteligente.

Es mejor arriesgar y perder, que nunca conocer lo que habría sido  si no se hubiese intentado"

Por: Regina Lucia de Souza



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