martes, 1 de julio de 2014

Razones para ser espírita


POR QUÉ, SER ESPÍRITA

El otro día un hermano hizo esta pregunta, y quedó dando vueltas en mi mente una y otra vez. En la meditación matutina del 28/1/2010 recibí esta comunicación :
Es el espiritismo una doctrina clara y sencilla. Su propósito principal es ayudar al hombre a ser mejor ser humano, y practicar la doctrina es cultivar el amor entre todos los hermanos como nos enseño Jesús.
El deber de un espirita es conocerse bien a si mismo, con sus virtudes y sus defectos para poder así, trabajar en su mejoramiento, trabajar de forma consciente para mejorar sus imperfecciones.
Para lograrlo solo es necesario dedicar todos los días un rato a la meditación y al auto análisis. A través del espiritismo, si lo practicamos sinceramente, seremos mejores hijos, hermanos, padres, esposos y amigos, seremos mejores seres humanos.
El espiritismo nos enseña que somos espíritus inmortales, que no debemos temer a la muerte, pues el espíritu sobrevive a este momento, que no es más que un tránsito hacia la vida espiritual. Que la vida espiritual es la verdadera vida del espíritu, y que en ella continuamos aprendiendo y acumulando experiencias que nos hacen mejores.
Que luego reencarnamos y ponemos en práctica lo aprendido, y en este ciclo vamos convirtiéndonos en espíritus cada vez mejores y acercándonos paso a paso a la luz Divina, al Ser creador de todo el universo, a esa energía que llamamos Dios.
Y la doctrina nos enseña que este ciclo es un camino hacia el progreso, pues Dios ha creado el universo regido por leyes naturales y el progreso es una de ellas.
Y la doctrina nos enseña también una verdad sencilla e infalible, cuya comprensión nos va a ayudar a comprender nuestras circunstancias y como podemos cambiarlas; esta verdad es la ley de afinidad, atraemos a nuestras vidas circunstancias, personas y espíritus afines a nuestros pensamientos.
Es decir, que la calidad de nuestro pensamiento determina la calidad de la energía que vibra a nuestro alrededor y con ello, lo que atraemos. De ahí la importancia de nuestra elevación moral.
Somos los artífices de nuestra vida, tenemos libre albedrío para practicar el bien o apartarnos de él; para esforzarnos cada día en ser mejores y comprender que con amor, paciencia, tolerancia, bondad, construimos un futuro mejor para nosotros mismos y para aquellos que nos rodean.
Y la Doctrina Espírita es mucho más, es la justicia de la ley de causa y efecto, que nos enseña que cada acción nuestra tiene un resultado, una consecuencia acorde con la misma, y esta consecuencia vendrá a nosotros indefectiblemente, ya sea en esta vida o en una vida futura. Y esta ley explica las desigualdades que tanto nos acongojan; y es también una luz que nos inspira a cultivar el bien.
Hay mucho mas para descubrir en la doctrina espírita, pero estas sencillas razones que hemos expuesto, bastan por si solas para decir: "Yo quiero ser Espírita".
Solcuba - Psicografiado 28 de enero 2010
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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LIBRE ALBEDRIO Y PROVIDENCIA

La cuestión del libre albedrío es una de las que más han preocupado a los filósofos y a los teólogos. Conciliar la voluntad, la libertad del hombre con el juego de las leyes naturales y con la voluntad divina ha aparecido tanto más difícil cuanto que la fatalidad ciega parecía pesar, a los ojos de la mayoría, sobre el destino humano. La enseñanza de los espíritus ha dilucidado el problema. La fatalidad aparente que siembra de males el camino de la vida no es más que la consecuencia de nuestro pasado, el efecto volviendo hacia la causa; es el cumplimiento del programa aceptado por nosotros antes de renacer, siguiendo los consejos de nuestros guías espirituales, para nuestro mayor bien y nuestra elevación.
En las capas inferiores de la creación, el ser se ignora aún. Sólo el instinto y la necesidad le conducen, y sólo en los tipos más evolucionados aparecen, como un pálido amanecer, los primeros rudimentos de las facultades. En la humanidad, el alma ha llegado a la libertad moral. Su juicio y su conciencia se desarrollan cada vez más, a medida que recorre su inmensa carrera. Colocada entre el bien y el mal, compara y escoge libremente. Esclarecida por sus decepciones y sus males en el seno de los sufrimientos es donde se forma su experiencia y donde se forja su fuerza moral.

El alma humana, dotada de conciencia y de libertad, no puede caer en la vida inferior. Sus encarnaciones se suceden hasta que ha adquirido estos tres bienes imperecederos, finalidad de sus prolongados trabajos: la bondad, la ciencia y el amor. Su posesión le emancipa para siempre de los renacimientos y de la muerte y le abre el acceso a la vida celestial.
Por el uso de su libre albedrío, el alma fija sus destinos y prepara sus goces y sus dolores. Pero nunca, en el transcurso de su carrera, en el sufrimiento amargo como en el seno de la ardiente lucha pasional, nunca le son rehusados los socorros de lo alto. Por poco que se abandone a sí misma, por indigna que parezca, en cuanto despierta su voluntad de emprender el camino recto, el camino sagrado, la Providencia le proporciona ayuda y sostén.
La Providencia es el espíritu superior, el ángel que vela sobre el infortunio, el consuelo invisible cuyos fluidos vivificadores sustentan a los corazones anonadados; es el faro encendido en la noche para salvación de los que vagan por la mar procelosa de la vida. La Providencia es, además y sobre todo, el amor divino vertiéndose a oleadas sobre la criatura. ¡Y cuánta solicitud, cuánta previsión hay en este amor! ¿No ha sido sólo para el alma, para que sirva de espectáculo a su vida y de teatro a sus progresos, para lo que ha suspendido los mundos en el espacio, para lo que ha encendido los soles, para lo que ha formado los continentes y los mares? Sólo para el alma se ha realizado esa gran obra, se combinan las fuerzas naturales y brotan los universos del seno de las nebulosas.
El alma ha sido creada para la felicidad; pero para apreciar esta felicidad en su valor, para conocer su importancia, debe conquistarla ella misma, y, para ello, desarrollar libremente las potencias que lleva en sí. Su libertad de acción y su responsabilidad crecen con su elevación, pues cuanto más se ilumina, más puede y debe conformar el juego de sus fuerzas personales con las leyes que rigen el universo.
La libertad del ser se ejerce en un círculo limitado, de un lado, por las exigencias de la ley natural, que no puede sufrir ninguna modificación, ningún desvío en el orden del mundo; de otro lado, por su propio pasado, cuyas consecuencias resaltan a través de las épocas hasta la reparación completa. En ningún caso el ejercicio de la libertad humana puede entorpecer la ejecución de los planes divinos; de lo contrario, el orden de las cosas sería turbado a cada instante. Por encima de nuestras opiniones limitadas y cambiantes, se mantiene y continúa el orden del universo. Somos casi siempre malos jueces en lo que significa para nosotros el verdadero bien; y si el orden natural de las cosas debiera doblegarse a nuestros deseos, ¿qué perturbaciones espantosas no resultaría de ello?
El primer uso que el hombre haría de una libertad absoluta sería apartar de sí todas las causas de sufrimiento y asegurarse desde aquí abajo una vida de felicidades. Ahora bien; si hay males a los que la inteligencia humana tiene el deber y posee los medios de conjurar y de destruir -por ejemplo, los que provienen del ambiente terrestre-, hay otros, inherentes a nuestra naturaleza moral, que sólo el dolor y la represión pueden domar y vencer: tales son nuestros vicios. En este caso, el dolor se convierte en una escuela, o, más bien, en un remedio indispensable, y los padecimientos soportables no son más que un reparto equitativo de la justicia infalible. Es, pues, nuestra ignorancia acerca de los fines perseguidos por Dios lo que nos hace renegar del orden del mundo y de sus leyes. Si los censuramos, es porque desconocemos sus resortes ocultos.
El destino es la resultante, a través de nuestras vidas sucesivas, de nuestros actos y de nuestras libres resoluciones. Más esclarecidos en el estado de espíritus con relación a nuestras imperfecciones, y preocupados por los medios de atenuarlos, aceptamos la vida material bajo la forma y en las condiciones que nos parecen propias para realizar este fin.
Los fenómenos del hipnotismo y de la sugestión mental explican lo que ocurre en semejante caso bajo la influencia de nuestros protectores espirituales. En el estado de sonambulismo, el alma, bajo la sugestión de un magnetizador, se compromete a realizar un acto determinado dentro de un espacio de tiempo señalado. Vuelta al estado de vigilia, sin haber conservado ningún recuerdo aparente de semejante sorpresa, la ejecuta punto por punto. Del mismo modo, el hombre parece no haber conservado en la memoria las resoluciones adoptadas antes de renacer; pero llega la hora, corre al encuentro de los acontecimientos previstos y participa de ellos en la medida necesaria a su adelanto o para la ejecución de la ley ineludible.

(Aportación de Juan Carlos Mariani )

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Dijo el Nazareno,  nadie puede servir a dos señores. O el hombre sirve al mundo, a las riquezas, o al Señor.Los tibios no pueden trabajar para Dios, que Dios os bendiga a todos, los tiempos se acercan y serán de júbilo para los que se entreguen al Cristo.

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LOS ESPÍRITAS SON LIBRE- PENSADORES


En el articulo "El libre pensamiento y la libertad de conciencia" dice Kardec: "El libre pensamiento, en su acepción mas amplia, significa: libre examen, libertad de conciencia y fe raciocinada; él simboliza la emancipación intelectual, la independencia moral, complemento de la independencia física; Él no quiere mas esclavos del pensamiento, ni esclavos del cuerpo, porque lo que caracteriza el libre pensador, es que piensa por si mismo y no por los otros, en otras palabras, que su opinión le pertenece particularmente.
Puede, pues, haber libres pensadores en todas las opiniones y en todas las creencias. En ese sentido, el libre pensamiento eleva la dignidad del hombre; le  hace un ser activo, inteligente, en lugar de una máquina de creer.
Veamos que de esta cita, emerge el entendimiento de que el libre pensamiento es fe raciocinada, manifestación clara de la libertad de conciencia, que asiste todas las criaturas, como un derecho inalienable y expresión de las divinas leyes.
 El libre pensar, dignifica al individuo, pues lo mismo abandona la indigencia intelectual de la creencia ciega y al edificar en la práctica la propia autonomía, aprende a pensar con criticidad, libertándose de la pereza mental que tiene sometido a multitudes, a una manera mediocre de ser y de estar en el mundo.
No se trata de auto-suficiencia, es una simple actitud de superación frente a la postura de adiestramiento y condicionamiento ante la tutela ajena, históricamente producida en el seno de las teologías dogmáticas.
 El Espiritismo, como propuesta filosófica, que sale a borbotones del mundo de los Espíritus, sugiere al adepto esclarecido, la práctica consciente de la libertad de pensar,  una actitud filosófica sin miedo ni culpa , madurando su propia reflexión sobre el contenido que la Doctrina presenta, mediante el estudio perseverante, racionado y serio de los textos de Kardec.
 Nadie extrañe la naturalidad con lo que podemos lidiar, con la expresión "libre pensador" en la comunidad espirita, pues, el maestro Allan Kardec, al hacer un balance sobre el movimiento espirita de 1867, esclarece que podemos entender como libres pensadores, a todas las personas "que no se sujetan à la opinión de nadie, en materia de religión ,ni de espiritualidad".
 Destaca todavía, en otro texto, que esta calificación, no especifica ninguna creencia en particular, pero que podría ser aplicada a los distintos matices del espiritualismo racional, y en ese caso, "todo hombre que no se guíe por la fe ciega, es, por esto mismo, un libre pensador; por eso este título, LOS ESPÍRITAS SON LIBRES PENSADORES."
Luego, recordemos que la fe raciocinada, profesada en el Espiritismo, preconiza la libertad de pensar y el libre examen, actividad intelectual indispensable de un adepto sincero y lúcido, con fin que desarrolle  una actitud filosófica definida, delante de la Doctrina de los Espíritus.
 Se concluye, de este modo, que el espirita antes de ser un creyente, deberá constituirse en un libre pensador, porque solamente le  merece creencia aquello que  comprende racionalmente y por lo tanto tiene convicción.
 Sacado del articulo "Por Uma Atitude Filosófica" de Vinícius Lousada


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