MUERTE Y LIBERACIÓN
Contra más violentos y vulgares son los comportamientos humanos, estos se convierten en presas más fáciles, sometidos a sus verdugos desencarnados. Los hacen sufrir penosas exigencias, alimentándoles las fuerzas, mediante las densas emanaciones mentales y exteriorizaciones fluídicas, en las cuales ellos se saturan, formando grupos de asedio en amplia subyugación de reparación improbable. Les explotan las energías los Espíritus que, a su vez, pasan a depender de las victimas en infeliz parasitosis desequilibrada.
No hay muertes iguales, teniendo en cuenta las conquistas de cada persona, los requisitos espirituales que a cada cual tipifican, los apegos o no a la materia, las fijaciones y juegos de intereses, las dependencias físicas y mentales, la desencarnación varia de un hombre a otro, el cual experimenta, a su debido tiempo, la perturbación correspondiente, al estado intimo en que se sitúa.
Morir no siempre significa liberarse. La muerte es orgánica, pero la liberación es de naturaleza espiritual.
Esa turbación espiritual puede demorarse breves minutos, en los Espíritus nobles, como consecuencia de la gran cirugía y hasta siglos, en los más embrutecidos que nos e dan cuenta de lo que sucede….
En las desencarnaciones violentas, el periodo e intensidad del desajuste espiritual corresponde a la responsabilidad que rodeó el proceso fatal.
En los accidentes de los que no se tiene verdadera culpa, una vez pasado el brusco choque, siempre dura el periodo de perturbación al que ocurre en condiciones de carencia moral, cuando la persona pasa a ser considerada en la condición de suicida indirecto.
Lo mismo sucede en los casos de homicidio, en que la culpa sea o no de quien perece, responde por los efectos en aflicciones que continúa experimentando.
Los suicidas, por la gravedad del gesto de rebeldía contra los códigos divinos, se lastiman y sufren muchos años la desdicha, que enfrentan, en estado lamentable y complicado, el problema del que pretenden huir, sufriendo la persecución de crueles adversarios que reencuentran más allá de la tumba, que los someten a cruciales procesos de sufrimientos en dolores morales y físicos, frente a la destrucción del organismo que fuera preparado para un periodo más largo en la Tierra…
En las muertes violentas, las lamentaciones y los improperios por la falta de fe religiosa, a la par de la angustia dolorosa y la rebeldía, promueven escenas que al espíritu del fallecido, le produce desconsuelo, porque al atravesar momentos de alta sensibilidad psíquica, automática vinculación con el cuerpo sin vida y la familia, se transforma en una lluvia de centellas ardientes, que le alcanzan, hiriéndolo y dándole la sensación de ácidos que lo corroen por dentro.
Al ser llamado y no poder comunicarse, experimenta dolores que lo hieren, además de la desesperación moral que lo domina.
La misericordia divina lo adormece en los primeros periodos para tratar de ponerlo a reposar, lo que difícilmente consigue por las exageradas lamentaciones de los familiares. Cuando logra hacerlo, al no haber sabido valorar los tesoros de la vida con la consiguiente preparación para el viaje inevitable, se siente confundido por el choque de la desencarnación y se agita en angustiosas pesadillas, que son la liberación de imágenes perturbadoras de ls zonas profundas del inconsciente…
Para que se pueda completar una reencarnación desde el principio de la fecundación, transcurren años que se extienden hasta la primera infancia. Es natural que la desencarnación necesite de tiempo suficiente para que el espíritu se desprenda de los fluidos más groseros, en los cuales estuvo sumergido…
La violencia en la forma como ocurre en un accidente, mata solamente el cuerpo físico, sin que ellos signifiquen la liberación del ser espiritual.
Las enfermedades de larga duración, soportadas con resignación, Ayudan a liberar al espíritu de la materia, teniendo el espíritu tiempo para pensar en las legitimas realidades de la vida., despegarse de las personas, pasiones y cosas, pensar con más propiedad en lo que le aguarda más allá del cuerpo, movilizar el pensamiento en círculos de aspiraciones superiores.
Al evocar a los familiares que ya partieron, se vincula a ellos por los delicados hilos de los recuerdos, recibe de los mismos la inspiración y ayuda al desprendimiento del organismo fisiológico.
Los dolores morales bien aceptados proveen aspiraciones y ansias de paz en otras dimensiones, desenvolviendo las fuerzas constrictoras que lo atan al mundo de las formas.
El conocimiento de los objetivos de la reencarnación y el comportamiento correcto en el ejercicio de las funciones físicas contribuyen también, al desprendimiento en el fenómeno de la muerte.
Con esas acciones no se pretende transformar la vida, en un sufrir sin esperanzas, en una renunciación sin límites, lejos de la alegría y de la paz.
Debemos entrenarnos para enfrentar el instante de la muerte que inevitablemente nos llegará.
El Espíritu en el Más Allá, es el conjunto de sus experiencias vividas.
Nadie puede desperdiciar los dones de Dios y permanecer libre de la reparación.
Trabajo de Merchita extraído del libro “En las Fronteras de la Locura” Divaldo Pereira Franco
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una derrota...!
Aprende a caminar, aunque haya piedras en el camino.
Todas esas piedras las puedes esquivar algunas, otras, apartarlas con tus fuerzas, otras pasarle por encima y dejarlas atrás y las que parezcan que no puedes esquivar ni pasarle por encima o por el lado, serán solo las que necesitaras ayuda para eliminarlas del camino, y eso se logra cuando llegas a tu resignación.
Entonces, las eliminarás de tu camino con la ayuda de DIOS.
Solo camina, pero si te detienes no des lugar nunca a que murmures por nada ni de nadie, menos de DIOS. Es en ese momento, puedes evaluar que tu Espíritu puede ayudarte a vencer TODA prueba u obstáculo en tu camino, si en vez de murmurar continuas avanzando.
Te sorprenderás verificar que sí se puede vencer sin necesidad de brujos, hechicería, adivinación o Ritos, solo con tu fe Razonada fortalecida por fluidos cósmicos universales y vitales que compartimos contigo, los que te amamos.
Ser feliz es un estado de conciencia y de ánimo que tu provocas.
Todo este caminar, de progreso, lo provocas tu con tus intenciones de hacer el bien.
Dios está a tu lado, con los Espíritus buenos que desean que subas los peldaños y venzas tus pruebas.
Si logro con estas palabras que camines y enfrentes esas piedras del camino y logres dejarlas atrás, me sentiré más que dichoso darte la mano en el último peldaño que me toca a mi también vencer.
- Frank Montañes -
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La ley del progreso es una condición de la naturaleza
humana. Obliga al hombre a reflexionar al contacto con los
demás porque él lleva en sí el sentido de su progreso. Si
bien humanos malos o leyes malas retrasan ese progreso,
sin embargo nadie puede oponerse a él. Las revoluciones
morales y sociales germinan a veces en el transcurso de los
siglos, pero siempre acaban por estallar y provocar el
cambio saludable. De vez en cuando, luces, hombres más
evolucionados muestran el camino. ¿Son seguidos? No,
pero esa luz que traen repercute tarde o temprano. La frase
de Jesús “Amaos los unos a los otros” todavía resuena
desde hace 2.000 años, y si no aplicamos esta filosofía, es
porque seguimos estando en los comienzos de una
verdadera comprensión del lazo que debe unir a todos los
hombres. Puesto que el desarrollo del libre albedrío sigue al
desarrollo de la inteligencia y aumenta la responsabilidad de
nuestros actos, es fácil ver que no estamos allí para la
mayoría de los habitantes del planeta.
- Le Journal Spirite nº 79 -
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LA CARIDAD Y LA
FILANTROPIA EN
LAS
ENSEÑANZAS DE
JESUS
Una respuesta del Maestro a los fariseos - Hacer el bien para salvarse y
hacerlo por amor - “La caridad no se enorgullece”.
La última novedad, en la lucha contra el Espiritismo, es el
descubrimiento de que los espíritas no practican la caridad, sino
sólo la filantropía. La caridad exige el amor a Dios, la pureza de la
fe, y elevación espiritual. La filantropía es cosa más simple: amor
del hombre, de la criatura, y no del Creador. El caritativo hace el
bien pensando en Dios, con el corazón vuelto hacia el Padre. El
filántropo lo hace pensando sólo en su semejante. Esa la diferencia.
Y los espíritas, considerados “instrumentos del diablo”, enemigos
de Dios, no pueden hacer la caridad. Somos obligados a tratar estos temas, a veces, en virtud de la
manera como ellos son tratados por adversarios del Espiritismo.
Nuestra doctrina está aún enfrentando aquella misma fase
polémica del Cristianismo antiguo, después de la fase apologética. Y
eso sólo sirve para confirmar que el Espiritismo es, realmente,
como decía Kardec, el restablecimiento del Cristianismo en su
formulación inicial, o como dice Emmanuel: “el renacimiento
cristiano”. En este sofisma sobre la caridad y la filantropía, por
ejemplo, tenemos que volver a las propias palabras de Cristo, para
mostrar que no todo pasa de manera tan simple.
Los fariseos buscaban siempre enredar a Jesús en problemas de esa
especie. En la defensa de sus principios, y principalmente de sus
prerrogativas religiosas, considerándose cómo intérpretes únicos
de la escritura y únicos legítimos conocedores de la religión,
proponían al Maestro y a sus seguidores ardides, como aquella del
pago del impuesto a César, que se volvió célebre. Cierta vez, según
nos cuenta el evangelista Mateo (cap. XXII, vers. 34 a 40), le
preguntaron a Jesús cuál era el mayor mandamiento de la Ley. Y el
Maestro respondió con estas palabras:
“Amarás al Señor vuestro Dios de todo vuestro corazón, de toda
vuestra alma y de todo vuestro espíritu; este es el mayor y el primer
mandamiento. Y el segundo es semejante a aquel: Amaréis vuestro
prójimo como a vosotros mismos. Toda la ley y los profetas están
encerrados en estos dos mandamientos”.
Esta respuesta no debió agradar a los fariseos. Porque Jesús,
como vemos, hizo cierta confusión entre caridad y filantropía. Dijo
que amar a Dios era el principal mandamiento, pero
inmediatamente después enseñó que amar a los hombres era
semejante a aquel. Y añadió que de esos dos mandamientos
dependían toda la ley y los profetas, o sea, que de una sóla cosa, el
amor, transcurre toda la religión, toda la salvación, toda la
revelación, toda la escritura revelada. Por eso, decir esto a los
fariseos formalistas, a hombres que hacían de la religión un
sistema convencional de preceptos y sacramentos, era lo mismo
que decir una herejía. No fue porque si, que Jesús terminó en el
madero. Para los fariseos, amar a Dios sólo era posible dentro del
fariseísmo. Amar a los hombres era cosa secundaria, era simple
filantropía, cosa de gente sin iluminación espiritual,
sin
conocimientos religiosos elevados. Pero he ahí que Jesús dice esta
enormidad: que amar a los hombres es semejante a amar a Dios. Y
en otras ocasiones, como en la parábola del Buen Samaritano, el
Maestro reafirma su lección, mostrando que el samaritano
despreciado, hereje, “instrumento del diablo”, alejado de Dios y de
la Ley, era mejor que el fariseo privilegiado por la gracia de Dios. ¿Y
mejor por qué? Porque sabía hacer la filantropía, amar a su
semejante, sacrificarse por una criatura sufriente e infeliz.
La verdad es que, el samaritano de entonces, como el espírita de
hoy, no dejaba de amar a Dios. Pero supongamos que dejara.
Imaginemos que el samaritano, en aquel entonces, o el espírita, de
nuestros días, fueran realmente criaturas sin Dios, o incluso
conectadas al diablo. Veremos entonces esta curiosa contradicción:
de un lado, los hijos de Dios practicando la caridad por el interés de
la salvación propia; de otro, los hijos del diablo practicando la
filantropía sin ningún interés, a no ser el amor al prójimo. ¿Cuál de
los dos sería más meritorio, en el plan de una evaluación moral?
Jesús, que comprendía bien esas cosas, mostró que en verdad no se
puede amar a Dios sin amar al prójimo. Y que el amor al prójimo es
el camino, y a la vez la práctica del amor a Dios. Por eso añadió
aquella regla de oro: “Así, todo lo que queréis que l
os hombres os
hagan, hacedlo también vosotros a ellos: porque esa es la ley y los
profetas”.
El egoísmo farisaico, con toda su enorme soberbia, con su
pretensión de exclusivismo religioso, fue condenado para siempre,
en esas dulces lecciones de humanidad. Jesús nos invita siempre al
amor, que es comprensión al prójimo, bajo el auxilio paternal de
Dios, y no al sectarismo exclusivista y agresivo, al fariseísmo
arrogante.
Aconsejamos a las personas interesadas en un mayor desarrollo de
este asunto leer “El Evangelio según el Espiritismo”, de Allan
Kardec. El problema de la caridad, no es según un concepto
teológico, o, como decía Pablo: “la letra que mata”, sino el “espíritu
que vivifica”, según la concepción espiritual, está allí colocado de
manera magistral. Maravillosas instrucciones de los espíritus, recibidas por Kardec o a él enviadas por personas de todas las
partes del mundo, esclarecen ese problema a la luz de las lecciones
evangélicas. “La caridad no se enorgullece” - como decía el apóstol
Pablo, y el Espiritismo la enseña con humildad, sin abrogarse el
privilegio de su práctica.
J. Herculano Pires
Libro: “El Hombre Nuevo”
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