Ruego disculpas.
LO QUE SON LOS ÁNGELES
¡Injusticia en el Hacedor Supremo! Esto encuentra siempre el alma que estudia y profundiza sobre las afirmaciones dogmáticas del catolicismo.
Detengamos hoy nuestro pensamiento en uno de los puntos más flacos, más erróneos de su Génesis, o sea, sobre la Creación Angélica. Meditemos y comparemos. El Dios católico, crea,
porque sí, (siempre porque sí) desde el principio, a unos seres revestidos por Él, al crearlos, de una luz deslumbradora, de una pureza inmaculada, destinados a gozar eternamente del mayor de los bienes, o sea, de su presencia, sin haber hecho nada para merecer tan grandioso premio: Estos son los ángeles. Y va creando las pobres almas humanas destinadas a gozar también de su presencia, si sortean los mil y mil peligros de su accidentada vida terrestre, sin dejar manchada su vestidura espiritual al pasar por la Tierra, yendo, sin misericordia ni remisión, para el Infierno eterno, en la mayoría de los casos. Esto enseña el catolicismo; y ahora la razón humana dice: ¿Es que no son criaturas de Dios,iguales ante su amor, los ángeles y las almas humanas? ¿Es que son menos hijas suyas estas últimas que las primeras? Si se confirma que no son iguales, hay que reconocer un lado débil en el Ser Supremo, pues ha creado seres privilegiados, para un goce perpetuo y seres destinados a todos los sufrimientos de la Tierra, y la mayor parte de ellos, después de la vida terrestre, a tormentos eternos y crueles en el infierno. Con esta afirmación, se confiesa que existe el privilegio en la Creación: Dios no ha sido ni Justo, ni Bueno,ni Paternal, al crearnos desiguales. Si se afirma que son iguales ante Dios los ángeles y las almas de los hombres, acude precisamente otra pregunta contundente y lógica, al raciocinio:
Entonces, ¿Por qué tal diferencia de destino entre seres iguales? ¿Por qué gozan unos eternamente, sin haberlo merecido, siendo así que las pobres almas humanas tienen que conquistar ese goce en las luchas y en los combates de la vida, en la travesía de ese proceloso mar que es la existencia terrestre, exponiéndose muchasde ellas a caer en el infierno eterno, al tratar de alcanzar el Cielo?
En un caso como en el otro, tanto si se afirma la igualdad entre los seres creados, como si se les supone desigual, desmerece en gran manera, a los ojos del hombre que estudia y raciocina, la infinitud
de Justicia y de Bondad de los atributos divinos. Efectivamente, con la doctrina católica, siempre resulta Dios más pequeño que ciertos seres humanos que profesan a todos sus hijos igual cariño y les
hacen partícipes, sin distinción alguna, de todos los bienes de que disponen, procurando, dentro de su pequeñez, la mayor igualdad para todos ellos. El dogma católico siempre tiende a achicar la concepción de Dios en las almas pensadoras, presentando para su aceptación, como verdades reveladas, creencias absurdas e inaceptables para la razón, puesto que demuestran haber en Dios
notoria injusticia y limitación de bondad. La creación angélica es uno de los puntos flaquísimos del catolicismo; un niño algo instruido, comprende enseguida esa debilidad y puede demostrarla. Por eso mismo, no queremos hacer más hincapié acerca de lo erróneo, de lo destructora que es dicha afirmación de su Génesis. Este trabajo tiene un objeto más alto: Es el de comparar.
¿Qué dice la ciencia espírita respecto al particular? Dice que no existe la creación angélica como la presenta el catolicismo. Dice que, como Padre Universal Amorosísimo de todos los seres, Dios no
ha creado ni la desigualdad de esencia, ni la desigualdad de destino, entre sus criaturas, o sea, entre sus hijos, puesto que todas las almas, es decir todas las chispas espirituales desprendidas de su
Foco Potencial, desde la eternidad más remota, han sido dotadas todas, absolutamente todas, de iguales facultades para alcanzar el fin para que fueron creadas. Ninguna ha sido mejorada en el
reparto paterno, no existiendo por tanto el privilegio en la Creación. Todas han recibido las facultades de pensar, sentir y querer. Su destino es el mismo: Desarrollar indefinidamente esas facultades en sentido progresivo, con tendencia constante a mayor espiritualización de su ser, es decir, a llegar al estado de Espíritu puro, o sea, al estado angélico, digámoslo así. Luego, ¿Existe ese estado en la creación? Sí, existe el estado Angélico. Pero a él no llega ningún ser por privilegio ni por sorpresa. Todos,absolutamente todos los grados de pureza, que son necesarios para elevarse hasta allí, han de ser conquistados por todos los seres, sin distinción ni privilegio alguno, a costa de los propios esfuerzos de cada uno.
El estado de pureza espiritual y de goce inherente a esa pureza, no son un regalo de Dios, hecho porque sí, a algunos de sus hijos, sino que es el premio que aguarda a todos los seres que han luchado,batallado y vencido. Los ángeles, los espíritus puros, son almas que han pasado, como las nuestras, por la dolorosa peregrinación de las encarnaciones terrestres; son las almas humanas, purificadas y elevadas por el sufrimiento, por el martirio, por el sacrificio.
Con esta explicación racional y lógica, queda enteramente satisfecha la razón humana. Ningún ser resulta privilegiado en la creación; todos son de igual esencia y creados para un mismo destino, para un mismo fin: La felicidad Universal, como resultado,como premio de los esfuerzos hechos por todos para conquistar la pureza y la elevación que necesitan alcanzar para gozar de ese estado superior. Como siempre, en este caso, la ciencia espírita respira lógica, justicia, igualdad. Restituye al Ser Supremo, lo suyo,lo que en Él es inalterable, la infinitud de sus atributos de Justicia y de Bondad, que el catolicismo deja al descubierto en la mayoría de sus dogmas y de los puntos de su doctrina.
Para el espiritista que sabe que esto es la verdad, Dios es el Padre Amoroso y Justo que ha tratado con la misma ternura a todos sus hijos. Igual punto de partida ha sido el de todos los seres; idéntico
destino el suyo; un mismo porvenir les aguarda; iguales medios tienen para conquistarlo; no existiendo, por lo tanto, ni el capricho, ni la casualidad, ni el privilegio en la obra del Excelso Creador.
Es más; sabe también el que bebe en la pura fuente del Espiritismo, que, no solamente no es posible el capricho en el Universo, sino que tanto lo físico como lo moral, la materia como el Espíritu, todo en él está regido por leyes matemáticas, admirables y precisas, sabias, justas y previsoras, como el Adorable Legislador que las ha dictado. Sabe que el Espíritu vive, se mueve, cae, se levanta, anda, progresa,se purifica y se eleva, impulsado por esas mismas leyes y dirigido por una de ellas, la del Progreso indefinido, que es la que rige su continua ascensión a través del infinito.
Como consecuencia natural de su creencia, el espiritista venera y bendice al Padre Universal, que lo ha creado para tan grandioso fin y procura, dentro de la pequeñez de sus medios, adelantar en todo lo posible y hacer progresar a los seres que le rodean; pues en todos, y absolutamente todos, aún en los que se titulan sus enemigos, ve a sus hermanos muy queridos, hijos, como él, de su Amorosísimo Padre Celeste, y trata de procurar, para ellos como para él, la mayor suma posible de bienes.
Libro: La Luz Que nos Guía
Amalia Domingo Soler
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FORMACIÓN DE LOS SERES VIVOS.
43 – ¿Cuándo comenzó a ser poblada la Tierra?
– Al principio todo era caos; los elementos estaban en confusión. Poco a poco, cada cosa fue ocupando su lugar, y entonces aparecieron los seres vivientes apropiados al estado del globo.
44 – ¿De dónde vinieron los seres que viven en la Tierra?
– La Tierra contenía los gérmenes, que esperaban el momento favorable para desarrollarse. Los principios orgánicos se congregaron desde que cesó la fuerza que los tenía separados y formaron los gérmenes de todos los seres vivientes. Los gérmenes permanecieron en estado latente e inerte, como la crisálida y la simiente de las plantas, hasta que llegó el momento propicio al nacimiento de cada especie, y los seres de cada especie se reunieron y se multiplicaron entonces.
45 – ¿Dónde estaban los elementos orgánicos antes de la formación de la Tierra?
– Se encontraban en estado de fluido, por decirlo así, en el espacio, entre los Espíritus, o en otros planetas, esperando la creación de la Tierra para comenzar una nueva existencia en un globo nuevo.
La química nos muestra las moléculas de los cuerpos inorgánicos uniéndose para formar cristales de regularidad constante, según cada especie,desde que estén en condiciones propicias. La menor turbación en estas condiciones basta para impedir la reunión de los elementos, o por lo menos, la disposición regular que constituye el cristal. ¿Por qué no ha de suceder lo mismo en los elementos orgánicos? Conservamos durante años simientes de plantas y de animales que no se desarrollan más que a cierta temperatura y en un medio propicio, y se han visto simientes de trigo germinar después de varios siglos.
Hay, por lo tanto, en esas simientes un principio latente de vitalidad que solo espera para desarrollarse una circunstancia favorable. Y lo que pasa diariamente a nuestra vista, ¿no puede haber ocurrido desde el principio del mundo? Esta formación de los seres vivientes saliendo del caos por la misma fuerza de la Naturaleza, ¿quita algo a la grandeza de Dios? Lejos de eso, responde mejor a la idea que nos formamos de su poder ejerciéndose en mundos infinitos por leyes eternas. Es verdad que esta teoría no resuelve la cuestión del origen de los
elementos vitales; pero Dios, que tiene sus misterios, ha puesto límite a nuestras investigaciones.
46 – ¿Existen aún seres que nacen espontáneamente?
– Sí; pero el germen primitivo existía ya en estado latente. Cada día sois testigos de ese fenómeno, pues, ¿acaso los tejidos del hombre y de los animales no encierran los gérmenes de una multitud de gusanos, que aguardan para nacer la fermentación pútrida necesaria a su existencia? Es un pequeño mundo que dormita y que se forma.
47 – ¿Se encontraba la especie humana entre los elementos orgánicos contenidos en el globo terrestre?
– Sí, y llegó a su tiempo; lo que llevó a decir que el hombre fue hecho del barro de la tierra.
48 – ¿Podemos conocer la época de la aparición del hombre y demás seres vivientes en la Tierra?
– No; todos vuestros cálculos son quiméricos.
49 – Si el germen de la especie humana se encontraba entre los elementos orgánicos del globo, ¿por qué no se forman hombres espontáneamente como al principio?
– El principio de las cosas es uno de los secretos de Dios; no obstante, puede decirse, que una vez diseminados los hombres por la Tierra, han absorbido en sí mismos los elementos necesarios a su formación para transmitirlos según las leyes de la reproducción. Lo mismo ha sucedido en las diferentes especies de seres vivientes.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.
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Lo que debe ser el espiritista entre sus hermanos y en los Centros Espiritistas
Todo espiritista debe hacer uso de toda la humildad posible ante sus hermanos, porque la humildad es siempre un ejemplo constante de buenas formas y nunca compromete ni es causa de disturbios ni rencillas; pero esta humildad no debe nunca ser fingida, sino leal y dispuesta a todo servicio, mientras éste sea justo y pueda redundar en bien de alguno de nuestros hermanos. Siempre debe considerarse el espiritista inferior a sus hermanos y dispuesto a ser el servidor de todos, porque ya sabe que el primero debe ser el servidor de todos y, por más que haga y haya hecho, nunca podrá pagar lo que debe a Aquel que es el autor de todo; y, por más que sepa, no alcanzará nunca la infalibilidad: así, pues, siempre podrá equivocarse; por lo tanto, bajo este punto de vista, no hará nunca ni alardes de saber, ni de poseer facultades y menos considerarlas extraordinarias, sino exponer sus ideas y sus opiniones de una manera prudente, sensata y con oportunidad. Si alguna vez se ve importunado por alguno de sus hermanos, procurará contestar en buenas formas, y si no es posible que de momento su hermano entienda la razón, callará, esperando una buena ocasión, para que pueda, con la humildad que debe caracterizarle, convencerle y llevarle a la razón, si esto es posible: así hará uso de la caridad, porque todo espiritista debe ser caritativo con su hermano.
Así como para realizar una empresa, realizar un negocio, adquirir algún objeto que nos agrada mucho, hacemos a veces sacrificios y trabajos, y realizamos empresas de alguna importancia, no debe olvidar el espiritista que no hay empresa más grande, ni trabajo más noble que el de atraerse el amor leal y sincero de sus hermanos; no hay en la tierra nada de tanto provecho como el de ser hombre de paz, de amor y de concordia; este hermano es una garantía para la paz y el progreso de sus hermanos, y es la base de toda propaganda provechosa y eficaz del Espiritismo. Así, pues, cuando comprendemos que uno de nuestros hermanos anda en el error, no debe ningún espiritista echársele encima, sino recordar que todos podemos caer enfermos de cuerpo y de alma, y si no es posible atraerlo por medio de la caridad, debe todo espiritista atraérselo por medio de la indulgencia. Hay un gran medio para atraerse a los hombres y es buscar en ellos si hay algo que, sin faltar a la justicia, sea muy de su gusto y les halague mucho. Cuando a uno de nuestros hermanos se le ve extravío en alguna costumbre o manera, tanto en el hablar como en el obrar, no se debe nunca llevar sobre él la murmuración, ni juzgarlo ligeramente, ni abandonarlo, ni echarlo, antes de haber probado los medios posibles de atraerlo.
Digo que si se nota en él alguna inclinación o costumbre que no falte a la justicia, a veces nos lo podemos atraer, procurando aparentar que aquellas costumbres o inclinaciones son de nuestro agrado, procurar contraer amistades íntimas por aquel lado, para ver si teniéndonos después más confianza, llegamos a tener influencia moral para llevarlo a buen camino. Esto es lícito y de alta práctica moral, siempre que esto no pueda separar al espiritista que tal hace en bien de su hermano, del buen camino. Para más claridad: debemos estudiarnos las cualidades buenas que hay en nosotros, para ver si, con la unión de estas, reparamos defectos. Ahora, cuando sobre un hermano se ha hecho todo lo posible y él no se deja convencer, es necesario, sin ruido, ni sin choque de ninguna clase, separarse o separarlo, procurando no contaminarse, ni que nadie se contamine con él, pero siempre después de haber adoptado todo aquello que aconseja la humildad, el amor, la indulgencia y la caridad.
He dicho que todo espiritista debe ser caritativo con su hermano, y esto lo demuestra el que, si se nos obliga, según ley divina, a practicar la caridad en todo, mucho más debemos practicarla entre los que, bajo el punto de vista espiritual, debemos formar una sola familia.
Así , pues, el espiritista no debe abandonar a su hermano, ni en la crisis, ni en la enfermedad, ni en la miseria; muy al contrario, debe ser para él como un padre o como una madre; consolarle en sus aflicciones, asistirle en sus enfermedades, ayudarle en sus necesidades, protegerlo en su ancianidad, darle la mano en su juventud; en una palabra, debe ser todo espiritista para su hermano, la verdadera providencia terrenal, sosteniéndole hasta donde se pueda, en todos los trances de la vida planetaria. Así como en la parte moral debemos ser caritativos, indulgentes y humildes con nuestros hermanos, no lo debemos ser menos en la parte material. Así es cómo crearemos entre nosotros una verdadera fraternidad, porque el amor dispensa muchas cosas, y si llegamos a amarnos mucho, no hay duda que nos sufriremos nuestros defectos con gusto.
He aquí la manera de dar buen ejemplo a la humanidad, que tan llena de males y egoísmos está; he aquí la manera de hacer más llevadera la cruz que por ley hemos de llevar en este mundo, porque el amor es la savia divina y el bien y la paz; he aquí la manera de atraer las miradas de la humanidad y demostrarle que la palabra hermanos no es una pura fórmula, sino la expresión del amor que nos sentimos. He aquí la manera de constituir una familia, que nos quitaría muchas amarguras que hoy nos agobian y nos daría muchos días de paz y de alegría y reinaría en nuestras reuniones tanta cordialidad y tanto amor, que en ellas se regenerarían nuestros espíritus. No quiero decir con esto que no haya paz entre nosotros, pero habría más; no diré que no haya amor y protección, pero esta sería más decidida y otros horizontes se despejarían en nuestras reuniones, en nuestros Centros, en nuestras sesiones. Hay amor y protección mutua entre nosotros, pero esta ha de ser más decidida; hay amor entre nosotros, pero éste ha de ser más entusiasta; hay caridad, pero esta ha de ser más amplia y extensiva. Si en la tierra no es posible, fuera de la familia, hallar moradas de paz debe serlo entre nosotros: por eso hay que tratarnos con indulgencia, con amor y con caridad.
Sólo así cumpliremos lo que nos hemos propuesto al venir en la tierra, porque no somos espiritistas porque sí, sino que lo somos porque vinimos ya preparados, y no hay duda que, desde el mundo espiritual, hicimos propósitos de hacer mucho bien y sólo la turbación puede hacernos olvidar tan buenos propósitos: por eso es necesario hacer grandes esfuerzos para que la protección espiritual pueda despertar propósitos olvidados.
Y no siempre el amor en germen, la caridad y la humildad domina en los Centros y reuniones espiritistas. Causa lástima el ver, como yo he visto algunas veces, luchas en los centros para llegar a ser los primeros; causa lástima el ver a veces luchas, discusiones, desavenencias, por si será éste o aquél que ejercerá el cargo de presidente. Esto ha venido, algunas veces, demostrando hasta dónde se llega cuando se pierde el buen sentido espiritista. Esto llega a suceder cuando en un Centro se pierde el verdadero amor al Padre y el agradecimiento al Señor y Maestro.
Los que más influyen en un Centro espiritista son los que han de vivir más alerta y son los que más han de guardar las reglas prescritas en los artículos anteriores, porque son los encargados de vigilar y conducir a los que tienen menos alcances y menos comprensión. Si a todos los espiritistas incumbe el ser prácticos en la caridad, en la adoración al Padre en espíritu y verdad, a la admiración de su gran obra, de su gran providencia y de su gran amor; a la admiración y estima del Sublime Mártir, Señor de los señores; al conocimiento y práctica de su ley; a la práctica de templanza y del amor al prójimo, cuánto más incumbe a los que por alguno o varios conceptos llegan a tener influencia y a dirigir algunos de sus hermanos! La misión de éstos es sumamente delicada, porque, según su manera de obrar, pueden llevar a algunos o a muchos al buen camino o les pueden hacer encallar en los peligros de la vida. Los que por su entender comprenden más y se convierten en guías de sus hermanos, no se pertenecen a si mismos, son como ejemplo de sus hermanos y no pueden hacer bancarrota a la verdad, sino ser fieles a la ley divina y procurar siempre vivir alerta, para no interpretar mal la ley; deben ser modelos en todo, nunca pueden dejarse dominar por el amor propio, que siempre es muy mal consejero, que debe rechazar todo espiritista y mayormente el que ha venido con una inteligencia superior a la generalidad. Los que destacan por su comprensión sobre la mayoría, pueden sacar un gran bien de su misión y elevarse a gran altura espiritual, si su existencia la emplean en el bien para sus hermanos, siendo modelos en las virtudes y prácticas consignadas; pero pueden contraer una gran responsabilidad, si la inteligencia y superioridad que tienen sobre sus hermanos la emplean para satisfacer miras u opiniones personales, o bien andando con poco cuidado, saben sacar poco fruto de sus facultades. Yo, a pesar de ser persona insignificante, tiemblo sólo al pensar que pudiera cometer alguna falta, que por desidia mía o por amor propio, o por falta de amor al Padre, de agradecimiento al Señor o por falto de indulgencia, amor o caridad, pudiera ser causa de que alguno de mis hermanos se desviara. No podemos ser infalibles; pero cuando en algo no hemos sido correctos en la práctica de la ley divina, si esta incorrección nos perjudica sólo a nosotros mismos, debemos corregirla; pero si esta trasciende y puede perjudicar a nuestros hermanos en la práctica del Espiritismo, debemos ser prontos en dar toda clase de satisfacciones, acudiendo a todas aquellas virtudes que el caso requiera, hasta dejar borradas las huellas de la incorrección cometida.
A veces sucede que son dos las personas que ejercen una influencia decidida entre los hermanos de un mismo Centro; éstos han de procurar siempre que no se formen bandos, sino mantenerlos siempre en la mayor unidad posible; y si la influencia de cada uno de los dos no bastara para mantenerlos unidos en el amor y la unidad de miras, bajo el punto de vista que debe reinar siempre en los Centros espiritistas, los que tal influencia ejercen deben ponerse al último de todos, sellando su boca y sólo hablar para aconsejarles lo que el Señor manda en su ley. Hace poco tiempo vinieron algunos espiritistas ante mí para dirimir sus cuestiones, a fin de que yo diera la razón al que según mi parecer la tuviera. Porque no me dijeran que no había escuchado sus razones les atendí. La ofensa consistía en algunas palabras poco respetuosas que unos dirigieron a los otros; al preguntarme mi parecer fue mi contestación la siguiente:-¿Los que habéis pronunciado palabras poco caritativas sobre vuestros hermanos, habéis pensado antes de pronunciarlas en el deber que tiene todo espiritista de practicar la ley de caridad, amor, indulgencia y fraternidad a que os obliga el Espiritismo? Y los que habéis recibido la ofensa, antes de daros por resentidos, ¿os habéis acordado del Señor y Maestro que se dejó besar por el apóstol traidor y no respondió ni una palabra a los insultos, a los golpes, a las heridas que le inferían sus verdugos y martirizadores, antes bien, les perdonó y pidió perdón para ellos? Es muy natural que no pudieron darme ninguna contestación categórica. Entonces les dije: -Id, pues, aprended bien lo que el Espiritismo os manda y enteraos bien de lo que manda el Señor en su Evangelio y de lo que El hizo, y cuando estéis bien enterados y lo practiquéis, vosotros mismos me diréis quiénes de vosotros tienen razón y quiénes no la tienen.
Así entiendo que no es fácil que haya nunca disensiones en donde reine el amor, la caridad y la humildad, porque cada uno se considerará que es el servidor de los demás y tendrá sumo gusto en serlo, porque sabrá que así cumple la ley y así progresa, y que por este camino llegará a su felicidad, mientras que siguiendo por el camino contrario labra su ruina, que más o menos tarde tendrá que soportar. Entiendo, también, que pueden presentarse asuntos difíciles de solucionar; en estos casos, los más prudentes se callan y suplican a Dios y esperan que el tiempo y los acontecimientos vengan a poner remedio a los males, y sólo se acude a una resolución extrema, cuando ni la caridad, ni la indulgencia, ni el amor, ni la humildad pueden remediar esos males; pero la resolución se ejecuta con la prudencia y buenas formas que aconseja la moral más acrisolada, evitando murmuraciones y, sobre todo, hechos que puedan trascender fuera de los espiritistas, porque si no se incurre en grave falta, porque si originan escándalos y publicidades que hacen gran daño a los que nos observan, porque les da lugar a considerar a los espiritistas como se considera a los demás hombres que no profesan ninguna doctrina moral. En resumen: entendemos que en los Centros espiritistas debe haber quién dirija y enseñe; pero éstos no se hacen por votaciones ni a voluntad de los hermanos, sino que éstos vienen ya nombrados desde arriba; por eso el especial cuidado debe ser en saber reconocer los que vienen aptos para hacer un trabajo especial y, si se llegan a conocer, procurar que ocupen el lugar por el cual han venido entre nosotros, y mientras no haya motivo, deben permanecer en su puesto, porque de lo contrario se corre el riesgo de perder la verdadera lógica espiritista y caer en graves errores.
No nos cansaremos de repetir: en los Centros en donde reine el amor y la adoración al Padre en espíritu y verdad, la admiración, respeto y amor al Señor, la indulgencia, la caridad y la humildad, no faltará paz y armonía entre los hermanos, su vida se deslizará más tranquila, sentirán gozo en el alma, porque muchas veces recibirán la influencia de buenos espíritus, harán un gran progreso y hallarán una recompensa en el mundo espiritual, más grande de lo que se puede calcular.
Miguel Vives
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LA OBSESIÓN
La obsesión, aún en los días actuales, constituye un tormentoso delito social. Está presente en todas partes, incitando al hombre a estudios serios.
Las grandes conquistas contemporáneas no han conseguido aun erradicarla. Ignorada de ex profeso por la llamada ciencia oficial, prosigue recogiendo en sus redes, diariamente, verdadera legiones de incautos que se dejan arrastrar a sombríos despeñaderos, en los cuales padecen irremisiblemente hasta llegar a una desencarnación lamentable cuyos efectos, generalmente, continúan después del tránsito…
Las honestísimas investigaciones del Barón de Guldenstubbe, en 1855, y las del profesor Roberto Hare, catedrático de Química, de la Universidad de Pensilvania, en 1856, llegaron a la conclusión de la realidad del espíritu preexistente a la cuna y sobreviviente al túmulo, se entregaron con afán a la verificación de la inmortalidad.
En los EE. UU. Se tornaron famosas las experiencias psiquiátricas realizadas por el Dr. Carlos Wickland quien valiéndose de la argumentación espirita, consiguió desobsesar a innumerables pacientes que llegaban, atormentados, a su consultorio.
Sin embargo, fue con Allan Kardec que se iniciaron testimonios de la inmortalidad, de la comunicabilidad de los Espíritus, de la reencarnación y de las obsesiones, cabiéndole al ilustre maestro de Lyon la honrosa tarea de presentar una terapéutica conveniente para ser aplicada en obsesados y obsesores.
A partir de la publicación de “El Libro de los Mediums” en enero de 1861, en Paris, se presenta un conjunto de reglas, un notable esquema de las facultades mediúmnicas, y un seguro estudio del Espíritu en sus diversas facetas, que culmina con el examen de las manifestaciones espíriticas, de la organización de Sociedades y de conferencias de Espíritus Elevados, que trazaron rutas de seguridad para los que ingresen en la investigación racional de los fenómenos medianímicos. A través de esta Obra magistral, fue presentada la brújula orientadora para el sano ejercicio de la mediúmnidad.
Kardec clasificó como obsesión, a la gran mayoría de los disturbios psíquicos, y elaboró procesos de recuperación del obsesado, estudiando a la luz de las reencarnaciones las causas anteriores de las aflicciones, valiéndose de un lenguaje condicente con la razón y experimentalmente demostrable.
La Codificación Kardeciana, monumento granítico levantado para los siglos venideros no resolvió el “problema del hombre”, puesto que solo al hombre le corresponde hacerlo. Sin embargo, le ofrece bases y direcciones seguras para que tenga una vida feliz, ética y socialmente armoniosa en la familia y en la comunidad donde fue llamado a vivir.
“Pululan en torno a la Tierra los malos Espíritus, como consecuencia de la inferioridad moral de sus habitantes. La acción maléfica de esos Espíritus es parte integrante de los flagelos con que la Humanidad se ve abrazada en ese mundo. La obsesión, que es uno de los efectos de semejante acción, así como las enfermedades y todas las tribulaciones de la vida, debe, pues, ser considerada como probación o expiación y aceptada como tal.”
“Los Espíritus ejercen incesante acción sobre el mundo moral y también sobre el mundo físico. Actúan sobre la materia y sobre el pensamiento y constituyen una de las potencias de la naturaleza, causa eficiente de una multitud de fenómenos hasta entonces inexplicados o mal explicados y que no encuentran explicación racional sino en el Espiritismo. Las relaciones de los Espíritus con los hombres, son constantes. Los buenos Espíritus nos atraen hacia el bien, nos sustentan en las pruebas de la vida y nos ayudan a soportarlas con coraje y resignación. Los malos nos impulsan hacia el mal: les produce gozo vernos sucumbir y asemejarnos a ellos.”
“Entre los que son considerados locos, hay muchos que tan solo son subyugados; necesitarían de un tratamiento moral, por cuanto, con los tratamientos corporales se tornan verdaderos locos. Cuando los médicos conozcan bien el Espiritismo, sabrán hacer esa distinción y curaran más enfermos que con las duchas.”
“Obsesión – según Allan Kardec- es el dominio que algunos Espíritus logran adquirir sobre ciertas personas. Solo es practicada por los Espíritus inferiores que tratan de dominar. Los buenos Espíritus no infligen ningún constreñimiento. Estos nos aconsejan, combaten la influencia de los malos y si no son escuchados, se retiran. Los malos, al contrario, se aferran a aquellos a quienes pueden convertir en sus presas. Si llegan a dominar a alguien, se identifican con su espíritu y lo conducen como si fuera una verdadera criatura”. Las causas de la obsesión varían, de acuerdo con el carácter del Espíritu. A veces, se trata de una venganza que éste toma contra un individuo de quien guarda quejas del tiempo correspondiente a otra existencia. Muchas veces, no existe otra intención que la de hacer el mal: el Espíritu, como sufre, pretende que los demás sufran también; encuentra una especie de gozo en atormentarlos, en vejarlos, y la impaciencia que por esa causa la victima demuestra, más lo exacerba, porque es el objetivo que se propuso, mientras que la paciencia, termina por cansarlo…”.
“Hay Espíritus obsesores sin maldad, que denotan alguna cosa buena, pero que están dominados por el orgullo del falso saber”
Siempre hubo obsesados en cualquier época de la Humanidad.
Algunas figuras celebres en la Historia, vivieron dolorosos dramas. Nabucodonosor II, el Grande, rey de Caldea, era perturbado por Espíritu vengadores que le hicieron experimentar tormentos terribles, descendiendo a la miserable condición de animal por causa de la obsesión…
Tiberio, con la mente dirigida por Espíritus despiadados, alcanzó un elevado índice de crueldad, motivada por una desconfianza exacerbada que lo dominaba, insuflada por los adversarios desencarnados…
Sin embargo, es en el Evangelio, que desfilan junto a Jesús y en grane escala, los atormentados por Espíritus infelices que encuentran en El al Medico Divino que ilumina su mundo intimo y los libera del sufrimiento.
Infinidad de veces los discípulos del Rabí Galileo aplicaron el pase curador a multitud de obsesados que los buscaban.
Y después de ellos, los registros históricos presentan locos de la más variada nomenclatura, ligados a Entidades atormentadoras, sufriendo en la hoguera y en el exilio, en los Manicomios sombríos, el resultado de la convivencia psíquica con los que a pesar de haber atravesado el portal de la Inmortalidad, se mantenían ligados a los vicios y sentimientos en los que se complacían cuando estaban en la envoltura carnal…
Aseveró Allan Kardec: “No fueron los médiums ni los espiritas quienes crearon a los Espíritus, fueron los Espíritus que hicieron que haya espiritas y médiums. No siendo los Espíritus nada más que las almas de los hombres, es natural que haya Espíritus si hay hombres; por consiguiente, desde todos los tiempos ellos ejercieron influencia saludable o perniciosa sobre la Humanidad. La facultad mediúmnica no es nada más que el medio para manifestarse. A falta de esa facultad, lo hacen por otras mil maneras más o menos ocultas”.
Los medios de combatir la obsesión, varían de acuerdo con el carácter que ella reviste. Las imperfecciones morales del obsesado constituyen, frecuentemente, un obstáculo para su liberación.”
La obsesión continúa siendo un escollo terrible para la paz y la serenidad de la criatura humana. Hay obsesiones en escala infinita, y consecuentemente existen obsesados en variedad infinita también.
Viajero de la Eternidad, el espíritu conduce los gérmenes cármicos que posibilitan la convivencia con los desafectos del pasado, ofreciendo una nefasta comunión.
Sin embargo no es tan solo el odio el factor causal de las obsesiones, como se podría pensar, ni tampoco es solo en la Tierra que se manifiestan los tormentos obsesivos… más allá de la sepultura, en las regiones dolorosas y aflictivas de reajustes imperiosos y despertar de conciencias impostergables, se enfrentan muchos verdugos y víctimas, comenzando o dando prosecución a los nefastos banquetes de subyugación psíquica, en lucha interminable de exterminio imposible…
En la Tierra, también es muy grande el número de encarnados que se convierten, por irresponsabilidad e invigilância, en obsesores de otros encarnados, estableciendo un consorcio de difícil erradicación y prolongada duración, manifestado casi siempre en forma de vampirismo inconsciente y pertinaz.
Suelen ser seres atormentados, heridos en sus anhelos, inferiores, que afincándose en aquellos que eligen como desafectos, los persiguen en cuerpo astral a través de procesos de desdoblamiento inconsciente, apresando muchas veces, en las mallas bien urdidas de la red de su idiosincrasia, a esos desvariados morales, que entonces se convierten en víctimas portadoras de enfermedades complicadas y de origen clínico ignorado…
Otros, se ligan mentalmente a encarnados con los que efectivamente se identifican, tornándose obsesores de ellos amargándolos y reteniéndolos a los recuerdos de la vida física, en lamentable degradante comunión espiritual.
A parte de esas formas diversificadas de obsesión, hay otras, inconscientes o no, entre las cuales debe destacar aquellas producidas en nombre del amor tirano hacia los que aún permanecen en el envoltorio carnal, atormentados por aquellos que partieron en doloroso estado de perturbación y egocentrismo… o entre encarnados que mantienen una alianza mental infeliz y prolongada…
¡Obsesores, obsesados!
La obsesión, bajo cualquier modalidad que se presente, es una enfermedad de largo curso que exige una terapia especializada de segura aplicación y de resultados que no es posible lograr apresuradamente.
Por consiguiente, lo tratamientos de la obsesión son complejos, imponiendo dosis de renunciación y abnegación por parte de aquellos que se ofrecen y dedican a tal menester.
Hay una fuerza capaz de producir resultados positivos en los encarnados y desencarnados, conscientes o inconscientes: la que se deriva de la moral. Conforme el obsesor se moraliza, con el correr del tiempo, ofreciendo testimonios de moral, confirmando la fe como servidor de Cristo, termina por convencer al verdugo de la elevación de los principios de su adoctrinador, terminando por dejar libre a quien afligía. Además de la ejemplificación cristiana, la oración consigue calmar las ulceras morales de los asistidos, conduciendo bendiciones de armonía que apaciguan al desequilibrado, calmando en él la sed y la necesidad de paz.
No siempre los resultados son inmediatos. El tiempo para los Espíritus no es lo mismo que para los de la tierra. Son muchos los que prosiguen con esa tarea insana, hasta después de la muerte… esto sucede porque, la mayoría de los resultados en los tratamientos de obsesión, dependen del paciente. Al iniciarse el programa de recuperación, este debe esforzarse de inmediato para modificar radicalmente su comportamiento, ejercitándose en la práctica de las virtudes cristianas y principalmente, moralizándose.
La moralización del enfermo debe tener carácter prioritario, si consideramos que a través de una renovación intima bien lograda, el demuestra a su enemigo la eficiencia de las directrices que le ofrecen como norma para alcanzar la felicidad.
Los espíritus Superiores interesados en el progreso de la Humanidad, ofrecen también, valiosos recursos que constituyen elementos saludables y precisos.
Sin tal amparo, toda incursión que se intente en el ministerio de la desobsesión, será improductiva y también peligrosa, por los resultados negativos que presenta.
Un espíritu luchador, debidamente preparado para efectuar la experiencia socorristas a los obsesados, es una dinamo potente que genera energía electromagnética, que al ser aplicada mediante los pases, produce distonía y desequilibrios emocionales en el huésped indeseable, apartándolo y facultando así en el enfermo la liberación mental necesaria para lograr una asepsia de carácter moral, reeducando la voluntad y meditando en oración un verdadero programa evangélico bien disciplinado, que en forma lenta pero segura, edifique una ciudadela moral de defensa en torno de sí.
Por eso el Maestro, frente a determinados perseguidores desencarnados, afirmó: “CONTRA ESTA CASTA DE ESPÍRITUS, SOLO LA ORACIÓN Y EL AYUNO”, y después de atender las aflicciones de cada atormentado que Lo buscaba, prescribía, invariable e incisivo: “No vuelvas a pecar, para que no te suceda algo peor”.
Trabajo de Merchita extraído del libro:
Entre Telones de la Obsesión de Divaldo Pereira franco
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