miércoles, 11 de noviembre de 2015

Una carta para el Sr. Allan Kardec



     
        ESPÍRITUS ERRANTES. 

– ¿El alma se reencarna inmediatamente después de su separación del cuerpo? 
– Algunas veces reencarna de inmediato, pero con más frecuencia después de intervalos más o menos largos. En los mundos superiores la reencarnación es casi siempre inmediata. Siendo menos grosera la materia corporal, el Espíritu encarnado goza allí de casi  todas sus facultades de Espíritu y su estado normal es el de vuestros sonámbulos lúcidos. 
224 – ¿En qué se convierte el alma en los intervalos de las encarnaciones? 
– En un Espíritu errante que aspira a su nuevo destino. 
– ¿Cuál puede ser la duración de esos intervalos? 
– Desde algunas horas a algunos millares de siglos. Por lo demás, hablando con exactitud, no hay límite extremo señalado para el estado errante, que puede prolongarse mucho tiempo; pero nunca es perpetuo, pues el Espíritu puede siempre, tarde o temprano, volver 
a empezar una existencia que sirve para purificar sus existencias anteriores. 
– ¿Esta duración está subordinada a la voluntad del Espíritu, o puede serle impuesta como expiación? 
– Es consecuencia del libre albedrío. Los Espíritus saben perfectamente lo que hacen;pero, para algunos es también un castigo impuesto por Dios. Otros piden la prolongación de semejante estado para proseguir estudios que sólo pueden hacer con provecho, como 
Espíritus. 
225 – ¿La erraticidad es en sí misma señal de inferioridad en los Espíritus? 
– No, pues hay Espíritus errantes de todos los grados. Ya dijimos que la encarnación es un estado transitorio; en su estado normal el Espíritu está liberado de la materia. 
226 – ¿Puede decirse que todos los Espíritus que no están encarnados están errantes? 
– Los que deben reencarnarse, sí; pero, los Espíritus puros que alcanzaron la perfección, no están errantes: su estado es definitivo. 
Con relación a las cualidades íntimas, los Espíritus son de diferentes órdenes o grados que sucesivamente recorren, a medida que se purifican. En cuanto a su estado, pueden estar: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo; errantes, esto es, libres del cuerpo material y esperando una nueva encarnación para mejorarse y pueden ser Espíritus puros, es decir, perfectos y sin necesidad de nuevas encarnaciones. 
227 – ¿De qué modo se instruyen los Espíritus errantes, pues sin duda no lo hacen de la misma manera que nosotros? 
– Estudian su pasado y procuran los medios de elevarse. Miran y observan lo que ocurre en los lugares que recorren; oyen la palabra de los hombres más ilustrados y las advertencias de los Espíritus más elevados, y esto les proporciona ideas de que carecían. 


El libro de los espiritus. Allan Kardec.

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UNA CARTA PARA EL SR. ALLAN KARDEC

Allan Kardec, el Codificador de la Doctrina Espírita, en aquella triste mañana de abril de 1860, estaba exhausto, malhumorado Hacia frio. Aunque la consolidación de la Sociedad Espirita de París y la promisora venta de libros, escaseaba el dinero para la obra gigantesca que los Espíritus Superiores le habían colocado en las manos. La presión aumentaba… Misivas sarcásticas se abultaban en la mesa. Cuando más desalentado se mostraba, llega la paciente esposa, Madame Rivail - la dulce Gabi -, a entregarle cierta encomienda, cuidadosamente presentada. El profesor abrió el embrollo, encontrando una carta simple. y leyó. "Sr. Allan Kardec: Respetuoso abrazo. Con mi gratitud, le remito el libro anexo, bien como su historia, rogándole, antes de todo, proseguir en sus tareas de esclarecimiento de la Humanidad, pues tengo fuertes razones para eso. Soy encuadernador desde la niñez, trabajando en gran casa de esta capital. Hace cerca de dos años me case con aquella que se reveló mi compañera ideal. Nuestra vida corría normalmente y todo era alegría y esperanza, cuando, en el inicio de este año, de modo inesperado, mi Antonieta partió de esta vida, llevada por astuta molestia. Mi desespero fue indescriptible y me juzgue condenado al desamparo extremo. Sin confianza en Dios, sintiendo las necesidades del hombre del mundo y viviendo con las dudas aflictivas de nuestro siglo, resolví seguir el camino de tantos otros, ante la fatalidad... La prueba de la separación me venció, y yo no paso, ahora, de un trapo humano. Faltaba al trabajo y mi jefe, recto y ríspido, me amenazaba con despedirme. Mis fuerzas huían. Visite diversas veces el Sena y acabé planeando el suicidio. “Sería fácil, no se nadar” – pensaba. Se sucedían las noches de insomnio y los días de angustia. En la madrugada fría, cuando las preocupaciones y el desánimo me dominaron más fuertemente, busque el puente Marie. Miré a mi alrededor, contemplando la corriente… Y, al estirar la mano derecha para tirarme, toque un objeto algo mojado que se cayó de la muralla, cayéndome a los pies. Sorprendido, distinguí un libro que el roció humedeciera. Tome el libro en las manos y, procurando la luz mortecina del poste vecino, pude leer, en el frontispicio, entre irritado y curioso: "Esta obra me salvo la vida. Léala con atención y tenga buen provecho. A. Laurent Estupefacto, leí la obra - "El Libro de los Espíritus" - al cual acrescente breve mensaje, volumen este que paso a sus manos abnegadas, autorizando a distinto amigo hacer de él lo que le parezca." Aun constaba de un mensaje de agradecimientos finales, la firma, la fecha y la dirección del remitente. El Codificador desempaquetó, entonces, un ejemplar de "El Libro de los Espíritus" ricamente encuadernado, en cuya capa vio las iniciales de su pseudónimo y en la página del frontispicio, levemente manchada, leyó con emoción no solamente la observación que el emisor se refería, más también otra, en letra firme: "Me salvó también. Dios bendiga a las almas que cooperaron en su publicación. - Joseph Perrier." Tras la lectura de la carta providencial, el Profesor Rivail experimentó nueva luz inundándolo por dentro… Apretando el libro en el pecho, razonaba,ya no  en términos de desánimo o sufrimiento, sino en la pauta de radiante esperanza… Era preciso continuar, disculpar las injurias, abrazar el sacrificio e ignorar las pedradas... Ante su espíritu se  arremolinaba al mundo necesitado de renovación y consuelo. Allan Kardec se levantó de la vieja poltrona, abrió la ventana a su frente, contemplando la vía pública, donde pasaban operarios y mujeres del pueblo, niños y ancianos… El notable obrero de la Gran Revelación respiro PROFUNDAMENTE, y, antes de retomar la pluma para el servicio acostumbrado, llevo el pañuelo a los ojos y limpio una lágrima...

" UNA CARTA PARA EL SR. ALLAN KARDEC.* - HILÁRIO SILVA. Psicografia de Francisco Cándido Xavier. (FEB)

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LA VIDA ESPIRITA O ESPIRITUAL : VIDA FUERA DE LA MATERIA 

Siendo la vida en la Tierra, sus edificaciones y paisajes un símil más condensado y algo más grosero del que existe en el mundo espirita o espiritual, se comprenderá fácilmente que el progreso en la región de las causas trasciende en belleza y realizaciones, superando en emociones y efectos todo cuanto la imaginación puede concebir. Desde los sitios más grotescos y sombríos donde se fijan los núcleos de depuración compulsiva para los que dilapidan, irresponsables, los preciosos dones de la existencia, hasta los elevados círculos de felicidad en las vibraciones circunvecinas de la Tierra, hay una infinita variedad de villas y ciudades, círculos espirituales y puestos de socorro donde viven los que se vinculan al planeta generoso que nos sirve de cuna y escuela de progreso, en intervalos de una hacia otra reencarnación. Plasmados por mentes que las moldean en el fluido universal, son populosos centros de vida donde el amor se agita, verdaderos cielos para los que actúan en los ideales de ennoblecimiento, posadas de los Espíritus dichosos que promueven en el Orbe cuando están reencarnados, el crecimiento de la cultura, de las artes y de las ciencias. Esos verdaderos misioneros de la abnegación y de la caridad son los artífices de la belleza en el mundo, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. No se trata de lugares hipotéticos, o de centros donde predomina la ociosidad en demorada inercia, o de un paisaje fantasioso para el reposo de la inutilidad. Hay actividades febriles, donde el culto al trabajo fomenta el progreso de las mentes y perfecciona los sentimientos del corazón. De ninguna manera son mundos quiméricos, inmateriales, sobrenaturales, sino campos de acción objetiva, organizaciones promovidas por el espíritu humano, distantes aún de los mundos de la divina bendición. Fajas inmediatas a las realizaciones terrenas en escalas ascendentes y descendentes, donde rigen las leyes de la misericordia de Nuestro Padre en una programación superior que tiene por objetivo la elevación del Espíritu. En contrapartida, se adensan las regiones purgatoriales, legítimos infiernos donde pugnan incansables y se depuran aquellos a quienes la muerte arrebató en situaciones arbitrarias y que no los consumió. Dichas comunidades de sufrientes en martirio salvador, resultan de la aglutinación de las afinidades a las que se ajustan los réprobos, en consorcios de desesperación, donde las pesadas cargas vibratorias que aspiran y exteriorizan, generan paisajes tristes y torpes a los que se imantan como resultado de las densas emanaciones venenosas de las que son responsables. Hay que comprender que, siendo la vida espiritual la verdadera, en ella se elaboran los proyectos de la acción a ejecutar en los emprendimientos futuros, en las reencarnaciones posteriores. Si los genios de las artes reflejan la belleza en imperecederos poemas, sinfonías, composiciones épicas y estéticas en la pintura y en la escultura, de las regiones de donde vinieron traen registrados en la memoria los temas y las técnicas que resurgen en el campo de las formas humanas, a instancias de la inspiración, de la concentración profunda en que se sumergen buscando encontrarlas, de la oración que los eleva a los centros superiores donde permanecen los originales que repiten con los recursos que se les tornan accesibles. Igualmente, los mensajeros de la perturbación y del crimen, los perversos y sórdidos pregoneros de la vulgaridad, tanto cuanto los promotores de la inmoralidad, de la pornografía y de la exacerbación de la lujuria, de la corrupción de las costumbres, de las alucinaciones peligrosas, expresan en el mundo de los contornes físicos, las imágenes impresas en la memoria que traende las estaciones insalubres donde permanecieron cuando se encontraban en reparación de los innobles gravámenes perpetrados en el mundo. Otras veces, de acuerdo con las ideas cultivadas, mantienen una sintonía natural de gustos y aspiraciones con esas ciudades dispersas en las inmediaciones del planeta, volviendo allí oyendo por vez primera en parciales desprendimientos producidos por el sueño, conducidos por los arquitectos de la armonía o por los secuaces de la anarquía terrestre. Los que pueden alzar vuelo a solas y permanecen vinculados a las Escuelas de la sabiduría y de la belleza de donde proceden, fácilmente fortifican el ánimo y comprenden las tareas y sacerdocios que deben preservar entre los hombres, sostenidos por la fuerza vital que se exterioriza de tales urbes. En ninguna parte del Universo existe el vacío absoluto, la nada, la experiencia estática. Un dinamismo progresista se impone como consecuencia natural de la incesante creación divina que sustenta las galaxias y comanda los sistemas planetarios. La vida es el hálito del Padre Creador, en Su soberana manifestación de amor. A los menos adiestrados en la meditación en torno de la vida espiritual y a los que se anestesian en el lodazal de las sensaciones más groseras, las revelaciones referidas al mundo extra físico les parecen fantasías bien urdidas, prefiriendo ellos que todo se consuma en el aniquilamiento tras la muerte del cuerpo somático, o que se asiente en los compartimentos estancos que la necesidad de venganzas y recompensas apasionadas de algunos visionarios del pasado y del presente establecieron como puntos finales inamovibles. Es perfectamente lógico el hecho de la multiplicidad de Ciudades y Colonias Espirituales en el mundo de las causas. El Apóstol Pablo, en desdoblamiento mediúmnico significativo, fue arrebatado "hasta el tercer cielo", al paraíso, y escuchó palabras indecibles, conforme anotó en la importante copia de enseñanzas que insertó en su oportuna 2da. Epístola a los Corintios (Cap. 12, versículo 2 y siguientes), rica en advertencias, espiritualidad y edificaciones morales. Los grandes místicos de la Humanidad, en procesos luminosos de viajes astrales, fueron a muchas de ellas, de donde vinieron guardando el recuerdo de detalles y acontecimientos que narraron a sus contemporáneos... Dante Alighieri, en el incomparable poema de La Divina Comedia, intentó ser lo más fiel posible a las múltiples reminiscencias que guardaba de sus paseosespirituales, amparado por Virgilio y por Beatriz, en los cuales su espíritu encontró a enemigos y adversarios políticos, a los que situó conforme a su imaginación. Teresa de Ávila, en reiteradas oportunidades, durante trances sonambúlicos y en estados catalépticos sucesivos, viajó en cuerpo espiritual rumbo a esas organizaciones, recogiendo y trayendo de allí informaciones superiores con las que sustentó a sus hermanas del Carmelo y se fortaleció a sí misma, a fin de superar las terribles condiciones morales de la época, estableciendo las nobles y austeras líneas del deber a las que se entregó en culto de elevación y gloria. Los Apóstoles y misioneros de todos los tiempos, conocieron de cerca esas experiencias superiores, de cuyos viajes retornaron reconfortados y ágiles para proseguir las luchas con las cuales ascendieron a las más altas culminaciones del bien. Si no bastasen tales recuerdos, los Espíritus del Señor, incesantemente, se refieren a esas mansiones de luz perenne y a aquellas cavernas de continuas luchas purificadoras, emulando a los hombres en la preferencia de la victoria sobre las vanidades terrenas, en permanentes menesteres de elevación. Al imperio del pensamiento, se construyen las cadenas de la esclavitud y las alas de la sublimación en los más variados rincones del universo. Metrópolis elaboradas en una sustancia sutil, plástica y de fácil moldeaje a las mentes dichosas, constituyen los paneles de incomparable dicha donde reinan la paz, la ventura y la felicidad sin mancha. En el más allá de la tumba, hay incontables instituciones de beneficencia y de socorro, que se dedicaron al auxilio de los que transitan por la Tierra y parten del cuerpo luego de la desencarnación, permaneciendo embrutecidos, inconscientes, muertos-vivos en las Necrópolis y en los reductos de los hogares donde ya no les es lícito permanecer. Legiones de abnegados y caritativos mensajeros del Señor, recogen en Institutos de recuperación y perfeccionamiento a los desencarnados que sufren y que están fuertemente imantados a las sensaciones del cuerpo en descomposición, en un sagrado ministerio de amor y misericordia con lo que dan lecciones de fraternidad y de santificación. Escuelas y hospitales de rectificación, a semejanza de los que existen en la Tierra, mejor organizados y más perfeccionados, se abren, acogedores, como santuarios de recogimiento y corrección para la elevación de los caídos yrecuperación de los desdichados que no están totalmente dominados por las fuerzas soeces de la naturaleza animal bajo cuyo predominio se encontraban. Tal como existen en la Tierra conglomerados y organizaciones humanas para albergar a una inmensa legión de criaturas, los hay también aquí, múltiples y acogedores como nidos de ventura que aguardan a sus habitantes que momentáneamente se encuentran incursionando en aprendizajes variados en los débilmente coloridos paisajes terrenos. Nadie se sorprenda, por lo tanto, que la vida espiritual sea reflejada en las comunidades terrenas, que son copias imperfectas de las sociedades vigentes en los círculos superiores del Orbe y en los planetas donde la vida se agita sin sombras, sin dolor, sin muerte, sin adiós. El olvido temporal de ninguna manera constituye una justificación para que se argumente contra la existencia del mundo de las causas. El de los efectos, es la respuesta de esta afirmación. El olvido, que es una concesión divina, no impide que surjan y resurjan recuerdos en forma de insostenible melancolía, que de vez en cuando, visita la mente y el corazón de los hombres, nublándoles los ojos de lágrimas y de dulces reminiscencias cuando se encuentran en el calabozo carnal... Elevémonos por medio de la acción ennoblecida y por el ejercicio de la meditación profunda, por encima de las conjeturas inmediatitas, y conseguiremos vincularnos con esos centros de comando y vitalización de los ideales humanos, pudiendo extraer de allí fuerzas para las victorias sobre nosotros mismos, al mismo tiempo que conseguimos liberarnos de las ligaduras carnales, por el desprendimiento parcial a través del sueño, para usufructuar las bendiciones de la excelsa misericordia que el Señor confiere a los que Lo aman y procuran serle fieles. Ante los paneles del Sol o de las estrellas, frente a los jardines y arboledas, ante las construcciones del arte, de la belleza y de la ciencia, ampliemos el pensamiento y procuremos registrar las nobles señales de la elevada estética de esos parajes felices, anticipándonos al gozo futuro, y considerando que, si el hombre imperfecto y endeudado puede edificar y gozar desde ya tanta armonía, ¿qué le esperará a aquel que tras la tarea cumplida en el mundo, retorna al país de la misericordia y del amor de donde vino? Alentados por esa expectativa, prosigamos fieles y humildes.

Juana de Angelis (Mensaje psicografiado por Divaldo Pereira Franco)

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                                                     LOS PASOS DE JESUS
   

“Os he dicho estas cosas estando con vosotros; pero el defensor, el Espíritu Santo, el que el Padre enviará en mi nombre, él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho.” (Juan, XIV, 25-26).

La Religión de Jesús es la eterna Religión de la Luz y de la Verdad. Ella no se limita a la práctica de simples virtudes, tal como los hombres creen. Abarcando los amplios horizontes de la Vida Espiritual, nos enseña los medios indispensables para adquirir la Inmortalidad. La Religión de Jesús no desaparece en la tumba, sino que se eleva como un Sol majestuoso más allá del sepulcro; donde todo parece sumergirse en tinieblas, en la nada, la Verdad y la Vida se manifiesta con todo su fulgor. ¡La Religión de Jesús no es la Religión de la Cruz, sino la Religión de la Luz! ¡No es la Religión de la Muerte, sino la de la Vida! ¡No es la Religión de la Desesperanza, sino la de la Esperanza! ¡No es la Religión de la Venganza, sino la de la Caridad! ¡No es la Religión de los Sufrimientos, sino la de la Felicidad! La muerte, la desesperación, el martirio, los sufrimientos, son oriundos de las religiones humanas, así como la Cruz es el instrumento de suplicio inventado por los verdugos de la vieja Babilonia, de la Roma Primitiva, cuyos señores masacraban cuerpos y almas, infringiendo los preceptos del Decálogo.

La Religión de Jesús no es la Religión de la Fuerza, sino la Religión del Derecho. Cuando las multitudes absortas se acercaban al Maestro querido, para oír sus prédicas investidas de Fe, perfumadas de Caridad y resplandecientes de Esperanza, nunca el Joven Nazareno les hizo señales con una cruz; nunca pretendió poner sobre los hombros de sus infelices hermanos el peso del madero infamante. Por el contrario, los atraía con su mirada piadosa, con sus exhortaciones sublimes y con sus amorosos consejos; para todos tenía palabras de perdón, de afecto y de consuelo. A los afligidos y desanimados les decía: “Venid a mí, vosotros que estáis sobrecargados; aprended de mí, que soy humilde y manso de corazón; llevad sobre vosotros mi yugo, que es suave, mi carga, que es ligera, y tendréis descanso para vuestras almas.” La gran misión de Jesús fue destruir todas las cruces que el mundo había levantado; arrasar todos los calvarios. Él fue el portador del bálsamo para todas las heridas, del consuelo para todas las aflicciones, de la luz para todas las tinieblas. Sólo aquél que tuvo la dicha de recorrer las páginas del Nuevo Testamento y acompañar los pasos de Jesús desde su nacimiento hasta su muerte y gloriosa resurrección, bien podrá valorar en qué consiste la Doctrina del Resucitado.

Es admirable ver al Gran Evangelizador en medio de la plebe harapienta, repartiendo, con todos, los tesoros de su amor. Les hablaba la lengua del Cielo; los convidaba a la regeneración, a la perfección; les hacía percibir el futuro lleno de promesas saludables; los animaba a buscar las cosas de Dios; finalmente, procuraba grabar en aquellas almas, turbadas por el sufrimiento, el benévolo reflejo de la Vida Eterna, que Él tenía por misión ofrecer a todas las almas. Jesús no fui el emisario de la espada, el gladiador que lleva el luto y la muerte a la familia y a la sociedad; sino el Médico de las Almas, el Príncipe de la Paz, el Mensajero de la Concordia; el Gran Exponente de la Fraternidad y del Amor a Dios. A lo largo de los caminos pedregosos por donde pasó, por las ciudades y aldeas, el Maestro animaba a sus oyentes a ser buenos, les mostraba los tesoros del Cielo y a todos les garantizaba el auxilio de ese Dios Invisible, cuyo amparo se extiende a los pájaros del cielo y a los lirios de los campos. Tras su admirable Sermón de la Montaña, y para demostrar la acción de sus palabras, cura a un leproso que, postrado a sus pies, lo adora, diciendo: “¡Señor, si quieres, puedes curarme!” En su viaje por Cafarnaum, un centurión se aproxima a él y le pide que cure a su criado: el ejército celestial se pone en movimiento y el enfermo se restablece.

Llegando a la ciudad de Cafarnaum, entra en casa de Pedro y encuentra en la cama, presa de una fiebre maligna, a la suegra de este. Inmediatamente, a la imposición de sus manos compasivas, la pobre anciana se levanta. Acompañado de sus discípulos, en una barca en el Mar de Galilea, se desencadena una tempestad, el viento sopla fuerte y las olas se encrespan. Los discípulos, llenos de pavor, llaman al Maestro, y a una palabra suya los vientos cesan y el mar se calma. Cuando llegan a la otra orilla, él retira una legión de Espíritus malignos que obsesaban a un pobre hombre. Al salir nuevamente de la tierra de los gadarenos y de vuelta a Cafarnaum, unos hombres se aproximan al Nazareno y le llevan un paralítico que yacía en una camilla. El enfermo recibe el perdón de sus faltas y el hombre, curado, da gracias a Dios. Jairo, uno de los dirigentes de la sinagoga, sabiendo los grandes prodigios realizados por Jesús, corre a su encuentro y le pide que libere a su hija de la muerte. Mientras Jesús camina hacia la casa de Jairo, una mujer que sufría, hacía doce años, molestias incurables, le toca la túnica y sana. Llegando el Maestro a la casa del fariseo, libra a la jovencita de las garras de la muerte. Cuando Jesús sale de la casa de Jairo, dos ciegos corren tras el Maestro, clamando: “Hijo de David, ten misericordia de nosotros” Sus ojos se abren y ellos salen a divulgar, en Galilea, las grandes cosas que el Señor les hizo. En el mismo instante un grupo de hombres le traen al hijo de Dios un mudo endemoniado; Jesús expulsa al Espíritu maligno y el mudo recupera el habla. Y en proporción que las gracias eran dadas, la multitud crecía, porque en ellas crecía la Palabra de Dios; y Jesús andaba por todas partes anunciando a todos el Reino de Dios: contaba parábolas, hacía comparaciones y, bajo la forma de alegoría, propagaba en las almas la Voluntad Suprema para que todos, evitando obstáculos, pudiesen, con el auxilio divino, liberarse de los sufrimientos oprimentes por los que pasaban.

Durante un largo período de tres años consecutivos, Jesús, todo dedicado a la gran misión que tan bien desempeñó, no perdió un solo momento para dejar bien clara su tarea liberadora. Gran Reformador Religioso, derogó todos los cultos, todos los ritos, todos los sacramentos de invención humana, que sólo han servido para dividir a la Humanidad, formar sectas, constituir partidos, en perjuicio de la unificación de los pueblos, de la fraternidad que él supo proclamar bien alto. Y fue por eso que fariseos y escribas, sacerdotes, doctores de la Ley y pontífices congregados en complot maléfico, hostigaron a la muchedumbre bestializada contra el Cariñoso Rabino, y, unidos a los Herodes, a los Caifases, a los Pilatos y Tartufos; unos por malevolencia sanguinaria, otros por ambición y orgullo, otros por avaricia, vil mercancía, cobardía y servilismo, llevaron al Afectuoso Evangelizador al Patíbulo infamante, torturándolo hasta la muerte. Pero el triunfo de la Verdad no se hizo esperar; cuando todos creían muerto al Redentor del Mundo, cuando creían haber extinguido su Doctrina de Amor, he aquí que la Piedra del Sepulcro, donde habían depositado el cuerpo de Mozo Galileo, estremece al toque de los luminosos Espíritus; la cavidad de la roca se muestra vacía; Jesús se aparece a María Magdalena, resuena por todas partes el eco de la Resurrección.

Triunfante de las calumnias, de las injurias, de los tormentos, de los suplicios, de la muerte, el Hijo Amado de Dios recomienza sus valiosas lecciones, embalsamando a sus queridos discípulos con los efluvios de la Inmortalidad, únicos que nos garantizan Fe viva, Esperanza sincera y Caridad eterna. No valió la prevención de los sacerdotes, la orden de Pilatos; no valieron los sellos que lacraban el sepulcro ni los soldados que lo guardaban; en el amanecer del primer día de la semana todo fue derribado, y Cristo, resucitado, volvió a la arena mundial, victorioso en la lucha contra sus terribles verdugos. Y en su narrativa llena de sencillez, dice el Evangelio, por todos los Evangelistas, que Cristo Jesús apareció después de muerto, se comunicó con los once apóstoles, se apareció a los demás discípulos, y, después, a más de quinientas personas de las cercanías de Jerusalén; les explicó nuevamente las Escrituras, les repitió la Doctrina, que no puede quedar encerrada en una tumba, ni en una Iglesia; delante de ellos realizó fenómenos estupendos, como la Maravillosa Pesca, les anunció todas las cosas que debían suceder, les garantizó la venida del Consolador, les prometió, además de eso, su asistencia hasta la consumación de los siglos, no sólo a ellos, sino a todos los que siguiesen sus pasos y se elevó a las altas regiones del Espacio, desde donde velaría por nosotros.

La Religión de Jesús no consiste en dogmas y promesas falaces; es la Religión de la Realidad. Religión sin manifestaciones y comunicaciones de los Espíritus, es la misma cosa que una ciudad sin habitantes o una casa sin moradores. La Religión consiste justamente en esa comunión de Espíritus, en ese auxilio recíproco, en ese afecto mutuo. ¿Por qué es Cristo nuestra esperanza y nuestra fe? ¿Por qué le dedicamos amor, respeto y veneración? ¿Por qué le confiamos nuestras aflicciones? ¿Por qué le hacemos oraciones? ¿Por qué le dedicamos admiración y le rendimos gracias? Porque sabemos que Él puede y viene a iluminarnos la vida, a fortalecernos la creencia, nos protege y nos ampara, nos auxilia y acaricia, como un padre dedicado proporcionaría la felicidad y el bienestar a sus hijos. Pues siendo Cristo las primicias del Espíritu, como lo afirma el Apóstol Pablo; estando nosotros seguros de que Él resucitó, apareció, se comunicó, ¿por qué no pueden hacer lo mismo aquellos Espíritus que fueron nuestros amigos y parientes, aquellos que vivían con nosotros, manteniendo mutuo cariño? En la Epístola a los Corintios, el Apóstol de la Luz, dice: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó y es nula nuestra fe.” La resurrección de Cristo implica la resurrección de los muertos; y si fuese contraria a la Ley de Dios, la manifestación, la aparición, la comunicación de los muertos, Jesús hubiera infringido esa Ley; hubiera ido al encuentro de su primer mandamiento, que dice que tenemos la obligación de obedecer a nuestro Padre Celestial, amarlo de todo nuestro corazón, entendimiento y alma y con todas nuestras fuerzas. Pero ya que Cristo se apareció y se comunicó, es una señal segura de que la Ley de Dios consiste en la comunicación de los Espíritus. ¿Jesús no invocó, en el Tabor, a los Espíritus de Moisés y Elías? Esta es la Religión de Jesús, pues se basa en hechos irrefutables; esta es la Religión de la Fraternidad, porque tiene por base el amor verdadero, que no termina en la tumba; seguir los pasos de Jesús es lo bastante para que seamos guiados por Él y venzamos también como Él venció, la muerte, como el triunfo de la Resurrección.

Cairbar Schutel
Extraído del libro "Parábola y Enseñanza de Jesús"
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