viernes, 20 de octubre de 2017

Dignidad del instinto sexual




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- Poligamia y Monogamia
- Don de Curar
- Dignidad del Instinto Sexual
- Transición Planetaria



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                            POLIGAMIA Y MONOGAMIA



700. La igualdad numérica que existe más o menos entre los sexos, ¿es un indicio de la proporción en que deben unirse? 
Sí, porque todo tiene una finalidad en la Naturaleza. 

701.* Entre la poligamia y la monogamia, ¿cuál de las dos se halla más de acuerdo con la ley natural? 
- La poligamia es una ley humana cuya abolición significa un progreso social. El matrimonio, según los designios de Dios, debe basarse en el afecto de los seres que se unen. Con la poligamia no hay afecto real, sino sólo sensualidad. 

Si la poligamia estuviera de acuerdo con la ley natural debería poder ser universal, lo que resultaría materialmente imposible, vista la igualdad numérica de los sexos. 

La poligamia ha de ser considerada como una costumbre, o bien una ley particular adecuada a ciertas costumbres, y que el perfeccionamiento social hace que poco a poco vaya desapareciendo.

El Libro de los Espíritus 
Allan Kardec. 

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                        DON DE CURAR


Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios; "graciosamente recibísteis, dad graciosamente". (San Mateo, cap. X, v. 8)

2. "Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente"; dijo Jesús a sus 
discípulos; por este precepto prescribe que no se haga pagar lo que uno mismo no ha 
pagado, y lo que ellos habían recibido gratuitamente era la facultad de curar a los 
enfermos y echar a los demonios, es decir, a los malos espíritus; este don se les dió 
gratuitamente por Dios para el alivio de los que sufren y para ayudar a la propagación 
de la fe, diciéndoles que no hicieran con él ningún negocio, ni un objeto de especulación, 
ni un medio de vivir. 

EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.

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DIGNIDAD EN EL INSTINTO SEXUAL
Todos los días millones de almas son dilaceradas por el sexo. Apremiante problema ya ensandeció a muchos cerebros valiosos, no puede atacarse a tiros de verbalismo de fuera hacia dentro, a la forma de médicos superficiales, que prescriben largos consejos a los pacientes, teniendo en la mayoría de las veces, absoluto desconocimiento de la enfermedad. Los enigmas del sexo no se reducen a simples factores fisiológicos.
Indiscutiblemente, para la mayoría de los encarnados, la fase juvenil de las fuerzas fisiológicas representa delicado periodo de sensaciones, en virtud de las leyes creadoras y conservadoras que rigen la familia humana; esto es accidente y no define la realidad sustancial. La sede del sexo no se haya en el cuerpo grosero, sino en el alma, en su sublime reorganización.
En la Esfera de la Costra, se distinguen hombres y mujeres según señales orgánicas, especificas; en el mundo espiritual para los que se encuentran, en tránsito, hacia esferas más altas, prepondera aún el juego de las recordaciones de la existencia terrena; en las regiones más altas de las almas acentuadamente pasivas o francamente activas.
Comprendiendo, de esta manera, que en la variación de nuestras experiencias adquirimos, gradualmente, cualidades divinas, como son la energía y la ternura, la fortaleza y la humildad, el poder y la delicadeza, la inteligencia y el sentimiento, la iniciativa y la intuición, la sabiduría y el amor, hasta que logremos el supremo equilibrio en Dios.
Convencidos de esta realidad universal, no podemos olvidar que ninguna exteriorización del instinto sexual en la tierra, cualquiera que sea su forma de expresión, será destruida, sino trasmudada en el estado de sublimación. Las manifestaciones de los propios irracionales participan del mismo impulso ascensional. En los pueblos primitivos, el desenvolvimiento sexual sobresalía por la posesión absoluta. La personalidad integralmente activa del hombre dominaba la personalidad totalmente pasiva de la mujer. El paso de los milenios transformó, esas relaciones. La mujer-madre y el hombre-padre dieron acceso a nuevos soplos de renovación del espíritu. Con bases en las experiencias sexuales, la tribu se convirtió en la familia, la choza se metamorfoseo en el hogar, la defensa armada cedió al derecho, la floresta salvaje se transformó en la agricultura pacifica, la heterogeneidad de los impulsos en las inmensas extensiones de territorios abrió campo a la comunión de los ideales en la patria progresista, la barbarie se irguió en la civilización, los procesos rudos de la atracción se transubstanciaron en los anhelos artísticos que dignifican al ser, el grito se elevó al cántico, y, estimulada por la fuerza creadora del sexo, la colectividad humana avanza, aunque lentamente hacia el supremo blanco del divino amor. De la espontánea manifestación brutal de los sentidos menos elevados el alma transita hacia la gloriosa iniciación.
Deseo, posesión, simpatía, cariño, devoción, renuncia, sacrificio, constituyen aspectos de esa jornada de sublimación. A veces, la criatura se demora años, siglos, diversas existencias de una estación a otra. Raras individualidades consiguen mantenerse en el puesto de la simpatía, con el equilibrio indispensable. Muy pocas atraviesan las regiones de la posesión sin duelos crueles con los monstruos del egoísmo y de los celos, a los cuales se entregan desvariadamente. Son pocas las que recorren los departamentos del cariño sin encadenarse, por largo trecho, a los gnomos del exclusivismo. A veces, solo después de milenios de pruebas cruciales y purificadoras, consigue el alma alcanzar el cenit luminoso del sacrificio para la suprema liberación, en el rumbo de nuevos ciclos de unificación con la Divinidad.
“El éxtasis del santo fue, un día, simple impulso. El instinto sexual, para coronarse con las glorias del éxtasis, ha de doblarse a los imperativos de la responsabilidad a las exigencias de la disciplina, a los dictámenes de la renuncia.
“Debido a la incomprensión sexual, incontables crímenes campean en la tierra, determinando extraños y peligroso procesos de locura en todas partes.
Son millones de hermanos los que se conservan medio locos en los hogares o en las instituciones; son incapaces de la devoción y de la renuncia, sumergiéndose poco a poco, en el caliginoso pantano de las alucinaciones... Con la mente desvariada, fija en el socavón de la subconsciencia, se pierden en el campo de los automatismos inferiores, obstinándose en conservar deprimentes estados psíquicos. El celo, la insatisfacción, el desentendimiento, la incontinencia y la liviandad les traen terribles fenómenos de desequilibrio.
“La endocrinología podrá hacer mucho con una inyección de hormonas, a guisa de socorro rápido a las colectividades celulares, pero no sanará lesiones del pensamiento. La genética podrá interferir en las cámaras secretas de la vida humana, perturbando la armonía de los cromosomas, en el sentido de imponer el sexo al embrión; todavía, no alcanzará la zona más alta de la mente femenina o masculina, que mantendrá características propias, independiente de la forma exterior o de las convenciones estatuidas. La medicina inventará mil modos de auxiliar el cuerpo alcanzado en su equilibrio interno; ella es merecedora siempre de sincera admiración y ferviente amor; entre tanto, nos compete practicar la medicina del alma, que amparé al espíritu embrollado en las sombras...
“El amor espiritualizado, hijo de la renuncia cristiana, es la llave capaz de abrir las puertas del abismo donde rodaron y ruedan millones de criaturas todos los días.
El sexo con respecto al amor, es como los ojos para la visión, y el cerebro para el pensamiento: no más que la herramienta de exteriorización. Es un lamentable error suponer que solo la perfecta normalidad sexual, acorde a las respetables convenciones humanas, puede servir de templo a las manifestaciones afectivas. El campo del amor es infinito en su esencia y manifestación. Insta huir a las aberraciones y a los excesos; con todo, es imperioso reconocer que todos los seres nacieron en el Universo para amar y ser amado.
La construcción de la felicidad real no depende del instinto satisfecho. La permuta de células sexuales entre los seres encarnados, garantizando la continuación de las formas físicas es proceso evolucionista, es apenas un aspecto de las multiformes permutas del amor. El intercambio de fuerzas simpáticas, de fluidos combinados, de vibraciones sintonizadas entre almas que se aman, está por encima de cualquier exteriorización tangible de afecto, sustentando obras imperecederas de vida y de luz, en las ilimitadas esferas del Universo.
El amor encuentra siempre mundos nuevos, basta que la criatura abandone la ociosidad que por sí misma combatirá la nefasta ignorancia. En cada ser resplandece, sin desmayo, la claridad libertadora, en el pensamiento de renovación para el bien común que debe cultivar e intensificar en cada día de la vida.
El cautiverio en los tormentos del sexo no es problema que pueda solucionar el literato actuando en el campo exterior: es cuestión del alma, que demanda proceso individual de cura, y sobre esta, solo el espíritu resolverá en el tribunal de la propia conciencia. Es innegable que todo auxilio externo es valioso y respetable, pero los esclavos de las perturbaciones del campo sensorial solo por si mismos serán liberados, esto es, por la dilatación del entendimiento por la comprensión de los sufrimientos ajenos y de las dificultades propias por la aplicación del “amaos los unos a los otros”, así en el adoctrinamiento, como en lo intimo del alma, con las mejores energías del cerebro y con los mejores sentimientos del corazón.
Todo en la vida es impulso creador. Todos los seres que conocemos, desde el gusano al ángel, son herederos de la Divinidad que nos confiere la existencia, y todos somos depositarios de facultades creadoras. El vegetal, instigado por el heliotropismo, surge en el paisaje, distribuyendo la vida y renovándola. La luciérnaga cintila en la sombra, buscando perpetuarse. El batracio siente vibraciones de amor y de paternidad en los escondrijos del charco. La fiera olvida la índole salvaje, al lamer, con ternura, un hijo recién nacido. Y más de la matad de los millones de espíritus encarnados en la Costra de la Tierra, con la mente fija en la región de los movimientos instintivos, concentran sus facultades en el sexo, del cual se derivan naturalmente los más vastos y frecuentes disturbios nerviosos; ellos constituyen compactas legiones, en las inmediaciones del paisaje primitivo de la evolución planetaria, son espíritus en la infancia del conocimiento, que aun no saben crear sensaciones y vida sino movilizando los recursos de la fuerza sexual.
Gran parte de las criaturas, sin embargo, habiendo conquistado la razón, por encima del instinto, permanecen en los desatinos de la prepotencia y realce, aunque apoyados en el trabajo provechoso y a las pasiones nobles, muchas veces... Pequeño grupo de hombres y mujeres, por fin, después de alcanzar el equilibrio sexual en la zona instintiva del ser y después de obtener los títulos que les confiere su trabajo y con los cuales dominan en la vida, rigiendo las propias energías, en pleno régimen de responsabilidad individual, pasan a fijarse en la región sublime, en la súper conciencia, no encontrando más la alegría integral en el contentamiento del cuerpo físico o en la evidencia personal; procuran alcanzar los círculos más altos de la vida, absortos en el idealismo superior; se sienten en el Umbral de las esferas divinas, ya desde el camino nublado de la carne, a la manera de viajero que, después de vencer ásperos caminos en las tinieblas nocturna, se estanca, desajustado, entre las ultimas sombras de la noche y las promesas indefinibles de la aurora...
Para esos, el sexo, la importancia individual y las ventajas de lo momentáneo en la Tierra son sagrados por las oportunidades que ofrecen a los propósitos de hacer el bien; entretanto, en el santuario de sus almas resplandece de nuevo la luz...
La razón particular se convirtió en entendimiento universal. Les crecieron los sentimientos sublimados en la dirección del campo superior. Presienten a la Divinidad y desean identificarse con ella. Son los hombres y mujeres que, habiendo realizado los más altos patrones humanos se candidatan a la Angelitud...
De un modo o de otro, siempre son facultades creadoras, heredadas de Dios, en juego permanente en los cuadros de la vida, todo ser es impulsado a crear, en la organización, conservación y extensión del Universo...
Aun instituyendo el mal, es forzoso observar en la criatura la manifestación incesante del poder creador que le es propio, caen en despeñaderos del crimen, se lanzan a los valles de las sombras, más, organizando y reorganizando las propias acciones, adquieren el patrimonio bendito de la experiencia; y, con la experiencia, alcanzan la luz, la paz, la sabiduría y el amor con lo cual se aproximan a Dios...
- Merchita-

Extraído del libro de Chico Xavier “En Un Mundo Mayor”


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                    TRANSICIÓN PLANETARIA
La ley del progreso alcanza a todos los seres y la Humanidad, constituida por los espíritus encarnados y desencarnados, no escapa a esa ley. La Humanidad ha realizado hasta hoy indiscutibles progresos. Los hombres, gracias a su inteligencia, han obtenido resultados jamás alcanzados en lo que respecta a la ciencia, el arte y el bienestar material. Pero les queda aún por realizar un inmenso progreso: hacer reinar entre sí la caridad, la fraternidad y la solidaridad para asegurar el bienestar moral. Tal es el período en el que hemos entrado y que señalará una de las más importantes fases de la Humanidad. 
    La generación futura, libre de las escorias del viejo mundo y formada por elementos más puros, estará animada por ideas y sentimientos muy diferentes de los que nutren a la generación actual, que se va a pasos agigantados. El viejo mundo habrá muerto y vivirá en la historia, como sucede hoy con la Edad Media y sus costumbres bárbaras e ideas supersticiosas. 
    Pero un cambio tan radical como el que se está elaborando no puede llevarse a cabo sin perturbaciones. Hay una lucha inevitable en las ideas. Ese conflicto originará forzosamente perturbaciones temporales, hasta que el terreno haya sido desbrozado y el equilibrio restablecido. Los graves acontecimientos anunciados surgirán de esa lucha de ideas y de ningún modo de cataclismos o catástrofes puramente materiales. Los cataclismos generales eran consecuencia del estado de formación de la Tierra. Hoy ya no se agitan las entrañas del globo, sino las de la Humanidad.
      La agitación que se manifiesta a veces en toda una población no es algo fortuito, ni producto de un capricho: se origina en las leyes naturales. Esta efervescencia, en un comienzo inconsciente, se manifiesta como un deseo vago, una aspiración indefinida hacia algo mejor, una necesidad de cambio. Se traduce por una agitación sorda, luego por actos que conducen a revoluciones sociales, las que, creedlo, tienen también su periodicidad, como ocurre con las revoluciones físicas, ya que todo se encadena. Si la visión espiritual no estuviese limitada por el velo de la materia, veríamos esas corrientes fluídicas que, como miles de hilos conductores, enlazan las cosas de orden espiritual con las de orden material. 
    Sí, ciertamente, la Humanidad cumple un período de transformación, como los que vivió ya en épocas pasadas. Cada transformación está marcada por una crisis que es, para el género humano, lo que son las crisis de crecimiento para el ser humano como individuo. Estas crisis, a menudo dolorosas, se llevan consigo a generaciones e instituciones, pero siempre son seguidas por una fase de progreso material y moral.
     La Humanidad terrestre llegó a uno de los períodos de crecimiento. Desde hace casi un siglo se encuentra en pleno trabajo de transformación, razón por la cual se agita por doquier presa de una especie de fiebre y como impulsada por una fuerza invisible, hasta que haya retomado su lugar sobre nuevas bases. 
     A la agitación de encarnados y desencarnados suelen unirse, casi siempre, ya que en la Naturaleza todo se encadena, las perturbaciones de los elementos físicos. Entonces, durante un tiempo, se produce una auténtica confusión general, pero que pasa como un huracán, después de la cual el cielo vuelve a abrirse y la Humanidad, restablecida sobre nuevas bases e imbuida de nuevas ideas, inicia una nueva etapa de progreso.
    «Será en el período que se inicia que se verá florecer al Espiritismo y que éste producirá sus frutos. Es, por lo tanto, más para el futuro que para el presente que vosotros trabajáis. Pero era necesario que esos trabajos se elaborasen anticipadamente, porque preparan las vías de la regeneración por la unificación y la racionalidad de las creencias. Felices quienes disfrutan de la Doctrina desde ahora: será para ellos un gran adelanto logrado y muchas penas evitadas». 
     La Humanidad ha llegado a uno de esos períodos de transformación o, si se quiere, de crecimiento moral. Pasó de la adolescencia a la edad viril. El pasado ya no basta a sus nuevas aspiraciones y nuevas necesidades. Allan Kardec (1804-1869) Seudónimo de Hippolyte Léon Denizard Rivail, pedagogo y escritor francés, autor de la colosal obra de recopilar, ordenar, anotar y publicar los mensajes recibidos de la espiritualidad superior a través de diversos médiums, en la Codificación: El Libro de los Espíritus, El Libro de los Médiums, El Evangelio según el Espiritismo, El Génesis y El Cielo y el Infierno, además de ser autor y editor de otras obras complementarias, en particular la Revista Espírita. Allan Kardec Número: 3 
     No puede ser gobernada por los mismos medios. No se contenta con ilusiones y engaños: su razón madura reclama alimentos más sustanciales. El presente es demasiado efímero, comprende que su destino es más vasto y que la vida corporal es demasiado restringida para abarcarlo por entero y, por tanto, vuelve su mirada hacia el pasado y el futuro para descubrir el misterio de su existencia y encontrar en ellos la seguridad que consuela. 
     Quien haya reflexionado sobre el Espiritismo y sus consecuencias, sin limitarlo a la producción de algunos fenómenos, comprenderá que esta Doctrina abre a la Humanidad un nuevo camino, ofreciéndole infinitos horizontes. Al iniciarlo en los misterios del mundo invisible, le señala su verdadero papel en la Creación, papel perpetuamente activo, tanto en el estado corporal como en el espiritual. El hombre no camina ya a ciegas: sabe de dónde viene, adónde va y por qué está sobre la Tierra. Ya no es una vaga esperanza: es una verdad palpable, tan cierta para él como la sucesión del día y la noche. Sabe que su ser no está limitado a algunos instantes de una existencia efímera; que la vida espiritual no se interrumpe con la muerte; que ya ha vivido y que vivirá aún y que de todo lo que adquiere en perfección gracias al trabajo nada se pierde. Encuentra en sus existencias anteriores la razón de lo que es hoy y, también, de lo que es hoy, sabrá deducir lo que será mañana. 
     La fraternidad debe ser la piedra angular del nuevo orden social. Pero no hay una fraternidad real, sólida y efectiva si no está fundada sobre una base inquebrantable: esta base es la fe, más no la fe en tales o cuales dogmas especiales que cambian con los tiempos y los pueblos y que se excluyen y luchan entre sí anatematizándose y fomentando las divisiones y el antagonismo. Sino la fe en los principios fundamentales que todos pueden aceptar: Dios, el alma, la vida futura, el progreso individual indefinido y la perpetuidad de las relaciones entre los seres. Cuando todos los hombres se convenzan de que Dios hay uno solo para todos, que ese Dios soberanamente justo y bueno no desea la injusticia y que el mal proviene de los hombres y no de Él, entonces se sentirán todos hijos del mismo Padre y se estrecharán la mano. 
     Esa es la fe que da el Espiritismo y que será en lo sucesivo el eje cardinal alrededor del que se moverá el génesis humano, sean cuales fueren los cultos y las creencias individuales. 
     El progreso intelectual, llevado a cabo hasta hoy en las más vastas proporciones, constituye un gran adelanto y señala la primera fase de la Humanidad. Pero por sí solo es impotente para regenerar. En tanto el hombre esté dominado por el orgullo y el egoísmo, utilizará su inteligencia y sus conocimientos en beneficio de sus pasiones e intereses personales. 
    Sólo el progreso moral puede asegurar la felicidad de los hombres sobre la Tierra poniendo freno a las malas pasiones. Sólo él puede hacer reinar entre ellos la concordia, la paz y la fraternidad. 
    Él es el encargado de tirar abajo las barreras que separan a los pueblos, el que hará desaparecer los prejuicios de castas y acallará los antagonismos sectarios, enseñando a los hombres a considerarse hermanos destinados a ayudarse y no a vivir parasitariamente los unos de los otros. 
     Será también el progreso moral, secundado por el progreso intelectual, quien unirá a los hombres en una misma creencia establecida sobre las verdades eternas, aceptadas universalmente, y, por eso mismo, no será motivo de discusión. La unidad de creencia será el eslabón más poderoso, la base más sólida para el logro de la fraternidad universal, resquebrajada en todos los tiempos por los antagonismos religiosos que dividen a los pueblos y a las familias, y que hacen ver en los disidentes a enemigos de quienes es necesario huir y a quienes hay que combatir y exterminar, en vez de ver en ellos a hermanos a quienes se debe amar. 
     Tal estado de cosas supone un cambio radical en  el sentir de las masas, un progreso general que no podía llevarse a cabo sin salir del círculo de ideas mezquinas y rastreras que fomentan el egoísmo. 
     Hoy la Humanidad está madura para mirar más allá de lo acostumbrado y mejor dispuesta para asimilar ideas más amplias, así como para comprender lo que no había entendido antes. 
     Esta etapa ya revela ciertos signos inequívocos de su presencia: tales son las tentativas de reformas útiles, las ideas amplias y generosas que se dan a conocer y que comienzan a tener repercusión. Es así como vemos aparecer una increíble cantidad de instituciones protectoras, civilizadoras y emancipadoras bajo el impulso y por iniciativa de hombres evidentemente predestinados para este trabajo de regeneración. Las leyes penales se humanizan un poco cada día, los prejuicios de raza se debilitan, los pueblos comienzan a considerarse miembros de una gran familia. Mediante la uniformidad y la facilidad de los medios de transacción, van suprimiendo las barreras que los distanciaban. Delegados de todas las partes del mundo son convocados para reunirse en comicios universales y realizar asambleas pacíficas e intelectuales. 
     Pero falta a esas reformas una base para desarrollarse, completarse y consolidarse. Es necesaria una predisposición moral más generalizada para que dé frutos y que las masas los acepten. Mas no por eso dejan de ser una señal característica del tiempo actual, el preludio de lo que se cumplirá en mayor medida, conforme el terreno se vaya solidificando.
      Otro signo característico de la época que se inicia es la reacción favorable hacia las ideas espiritualistas y la repulsión instintiva de las concepciones materialistas. El espíritu de incredulidad que se había apoderado de las masas, ignorantes o cultas, y que las había hecho rechazar, junto con la forma, el fondo mismo de toda creencia, parece haber sido un sueño que al despertar produce la necesidad de respirar un aire más vivificante. Involuntariamente, donde se hizo el vacío se busca algo, un punto de apoyo, una esperanza. 
     No es el Espiritismo el artífice de la renovación social, sino la madurez de la Humanidad la que convierte a esta renovación en una necesidad. Por su fuerza moralizadora, por sus tendencias progresistas, por la amplitud de sus miras, por la generalidad de los temas que abarca, el Espiritismo, más que ninguna otra doctrina, es apto para secundar al movimiento regenerador. Por tal motivo, ambos son contemporáneos. 
     El número de partidarios del retroceso es, sin ninguna duda, grande aún. Pero, ¿qué pueden contra la marea que asciende, además de arrojarle piedras? La generación que se eleva representa a esa marea, mientras que ellos desaparecen junto con la generación que se va a pasos de gigante. Hasta entonces defenderán el terreno palmo a palmo. La lucha es inevitable, pero es una lucha desigual: entre el hombre y la voluntad de Dios, ya que los tiempos por Él señalados han llegado ya. 
(Extractos de La Génesis, de A. Kardec)

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