viernes, 22 de diciembre de 2017

Función del agua fluidificada en el tratamiento espiritual










Ayer tuvimos para leer aquí:

- Mensaje de Andre Luiz
- La importancia de educar en valores
- La viajera de los siglos
-Función del agua fluidificada en el tratamiento espiritual



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                Mensaje de André Luiz 

¡Oh, amigos de la Tierra! ¿Cuántos de vosotros podréis evitar el camino de la amargura con la preparación de los campos interiores del corazón? Encended vuestras luces antes de atravesar la gran sombra. Buscad la verdad, antes de que la verdad os sorprenda. ¡Sudad ahora para no tener que llorar después! 

La vida no cesa. La vida es fuente eterna y la muerte el juego oscuro de las ilusiones. 
El gran río tiene su trayecto antes de llegar al mar inmenso. Copiándole la expresión, el alma recorre igualmente caminos variados y etapas diversas. También recibe afluentes de conocimientos, aquí y allí, se acrecienta en tamaño y se purifica en calidad, antes de encontrar el Océano Eterno de la Sabiduría. 

Cerrar los ojos carnales, constituye una operación demasiado simple. 

Permutar el ropaje físico, no decide el problema fundamental de la iluminación, de la misma manera que el cambio de vestido nada tiene que ver con las soluciones profundas del destino y del ser. 

¡Oh, caminos de las almas, misteriosos caminos del corazón! ¡Es necesario recorreros antes de intentar la suprema ecuación de la Vida Eterna! ¡Es indispensable vivir vuestro drama, conoceros detalle a detalle, en el largo proceso del perfeccionamiento espiritual! 
Sería extremadamente infantil la creencia de que el simple “bajar el telón”, resolviese trascendentales cuestiones del Infinito. 

Una existencia es un acto. 
Un cuerpo — un vestido. 
Un siglo — un día.  
Un servicio — una experiencia. 
Un triunfo — una adquisición. 
Una muerte — un soplo renovador. 
¿Cuántas existencias, cuántos cuerpos, cuántos siglos, cuántos servicios, cuántos triunfos, cuántas muertes necesitamos aún? 

¡Y el letrado de filosofía religiosa habla de deliberaciones finales y de posiciones definitivas! 

¡Ah! ¡Por todas partes, los cultos en doctrina y los analfabetos del espíritu! 

Se hace necesario mucho esfuerzo del hombre para ingresar en la academia del Evangelio del Cristo, ingreso que se verifica, casi siempre de extraña manera – él solo, se efectúa, en compañía del Maestro, elaborando el curso difícil, recibiendo lecciones sin cátedras visibles y oyendo vastas disertaciones sin palabras articuladas. 

Muy larga, por tanto es nuestra jornada laboriosa. 

Nuestro pobre esfuerzo quiere traducir, apenas, una idea de esa verdad fundamental. 

¡Muchas gracias, amigos míos, por vuestra atención! 

Nos manifestamos, junto a vosotros, en el anonimato que obedece a la caridad fraternal. La existencia humana muestra gran mayoría de vasos frágiles que no pueden contener aún toda la verdad. Además, no nos interesaría, por ahora, sino la experiencia profunda, con sus valores colectivos. No atormentaríamos a nadie con la idea de la eternidad. Que los vasos se fortalezcan, en primer lugar. Suministraremos solamente algunas ligeras noticias, al espíritu necesitado de nuestros hermanos en la senda de realización espiritual, y que comprenden, con nosotros, que “el espíritu sopla donde quiere”. 

Y, ahora, amigos, que mi agradecimiento se centre  en el papel, recogiéndose en el gran silencio de la simpatía y de la gratitud. Atracción y reconocimiento, amor y júbilo, viven en el alma. Creed que guardaré semejantes valores conmigo, a vuestro respecto, en el santuario del corazón. 

Que el Señor nos bendiga. 
ANDRÉ LUIZ
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      LA IMPORTANCIA DE EDUCAR EN                                  VALORES 

Entre los muchos retos a los que se enfrenta la sociedad en los tiempos venideros de cara a la educación que vienen demandando las nuevas generaciones de jóvenes y adolescentes, está la educación en valores. Por supuesto, no hablamos aquí de valores añejos, desfasados, sujetos a los usos y costumbres del momento, sino a aquellos valores imperecederos inscritos en nuestra conciencia, revelados por Jesús y todos los grandes Espíritus que nos han visitado, y que serán los que verdaderamente propiciarán un cambio real en la sociedad y un adelanto moral a la humanidad. 

Dice Allan Kardec en la Génesis, cap. XVIII: “Para que los hombres sean felices sobre la Tierra es preciso que sólo espíritus buenos, encarnados y desencarnados, la habiten…” Y más aún, nos esclarece al respecto de la necesidad que tiene la humanidad de aspiraciones más amplias y elevadas ya que comprende el vacío de las ideas que la acunaron y la insuficiencia de las instituciones para lograr su felicidad. 

Este vacío y esta infelicidad, unidos al egoísmo, al orgullo, al individualismo, son los cánceres que minan nuestras sociedades generando sufrimiento, dolor, hambre, guerras fraticidas, esclavitud, abandono y tantas y tantas situaciones terribles que asolan nuestro hogar planetario. Si quisiéramos de verdad revertir este panorama deberíamos empezar a trabajar desde ahora mismo – el momento es hoy, nos dice Bezerra de Menezes en sus mensajes – para hacer de la educación la herramienta fundamental y más importante del cambio. 

Padres, madres, educadores, tienen la responsabilidad de ofrecer a los niños y jóvenes la posibilidad de cambiar el mundo que les rodea, generando y propiciando oportunidades para trabajar la solidaridad, el respeto al prójimo, el respeto a las diferencias, la capacidad de amar sin esperar nada a cambio y la de sentirse copartícipes de una transformación que, no sólo es posible, sino que está ya iniciándose. 

Basta mirar la cantidad de movimientos humanitarios, ONG,s, voluntarios de todas las índoles y las respuestas masivas de diferentes colectivos y personas anónimas cuando se generan situaciones catastróficas de la índole que sean, o que simplemente colaboran donando su tiempo, sus recursos en países, poblaciones o colectivos necesitados de atención de manera de propiciar su desarrollo. La sensibilidad hacia el dolor y el sufrimiento del otro, cada vez es mayor, y debemos aprovecharla para salir de nuestras zonas de confort y actuar como esperaríamos que se actuara con nosotros. 

El Maestro de Lyon establece que la fraternidad debe constituirse como la piedra angular de la nueva sociedad, porque el amor al otro, que es también un hijo de Dios, invita a paliar tanto como sea posible el dolor y las carencias de manera natural, construyendo sociedades más justas e implicadas en cubrir las necesidades de los más desfavorecidos por las circunstancias, generando más igualdad, más solidaridad, más alegría y, como no, impulsando el progreso de la humanidad en general. Por lo tanto, es una asignatura pendiente de la educación concienciar a los niños y jóvenes en este sentido. 

Hay multitud de iniciativas que podemos proponerles desde casa, eso sí, siendo conscientes de que el ejemplo de los padres y de los educadores es fundamental para crear nuevos hábitos. Es importante que los niños vivan en un ambiente de respeto, de solidaridad entre los miembros de la familia, de amor y de perdón, de comprensión y tolerancia. Y digo esto, porque el hogar, la familia, son el lugar, el laboratorio, en el que estos espíritus van a poder experimentar en la convivencia diaria estos valores imperecederos, venciendo su egoísmo, doblegando su orgullo, comprendiendo la importancia de la interacción en el grupo familiar y el valor de caminar juntos y unidos con un mismo objetivo, para después, en su contacto con otros miembros de la sociedad, poder trasmitir a su vez estos valores en el ámbito de las relaciones laborales, sociales, de amistad, etc. En este sentido, todos tenemos que hacer un esfuerzo de auto-educación, pero, sin duda alguna, este es el primer paso y la base más sólida que se puede construir. 

Además de esta cuestión debemos implicarles, en la medida de nuestras posibilidades, en acciones solidarias de todo tipo: regalando esos juguetes y libros que no usan o que ya han leído a los niños carentes, acompañándonos a visitar a alguna persona enferma, recogiendo aquella ropa que les quedó pequeña para donar a alguna ONG o institución dedicada a esta cuestión. Es obligación nuestra, y un grito clamoroso de la humanidad, mostrarles la importancia del consumo responsable, el respeto al medio ambiente, el aprovechamiento de las materias primas, etc., de manera de hacerles adultos responsables e implicados en un reparto más equitativo de los recursos del planeta, impidiendo por lo mismo, los abusos, las guerras, la escasez de agua, las hambrunas, y todo cuanto se deriva de una sociedad que depreda a otras generando desigualdad y dolor. 

Pero aún hay mucho más que podemos enseñarles y es el valor que tiene ofrecer una sonrisa a todo el mundo, el respeto por las personas mayores, la paciencia y la capacidad para escuchar a sus amiguitos, el mérito del esfuerzo, de la buena voluntad, de ser agradecidos con la vida, con Dios, con cuanto nos rodea, el amor a los animales y a la naturaleza, a nuestra casa planetaria tan bella y delicada como es…. En fin, todo aquello de bueno que podamos sembrar en sus corazones… 

Quiero finalizar este artículo con unas bellísimas palabras de la Madre Teresa de Calcuta, quien no precisa de presentación y que ha sido, sin duda alguna, una de las mayores mensajeras del Amor, de la fraternidad y de la paz, de nuestro tiempo: 

“Enseñarás a volar, 
pero no volarán tu vuelo; 
Enseñarás a soñar, 
pero no soñarán tu sueño; 
Enseñarás a vivir, 
pero no vivirán tu vida. 
Sin embargo, en cada vuelo, 
en cada vida, 
en cada sueño, 
Perdurará la huella 
del camino enseñado.” 

Así es amigos, que tenemos por delante un gran trabajo de siembra en los corazones infantiles. Tenemos las semillas que podemos tomar del granero de las enseñanzas 
de Jesús y sólo nos hace falta cavar los surcos, alimentarlas con el agua de la paciencia, iluminarlas con el Sol del amor y pronto podremos ver los primeros y tiernos tallos abandonando la oscuridad de la Tierra para abrirse al Mundo y florecer y con el tiempo, llegada la primavera, dar frutos. El momento es hoy…. 

Valle García Bermejo 
Revista FEE      
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            LA VIAJERA DE LOS SIGLOS 

            La hora del anochecer es indudablemente la más favorable a los recuerdos; cuando se apaga la luz del día, antes que la noche tienda sus negras alas bordadas de estrellas, reina durante algún tiempo, según las estaciones y la latitud que ocupamos en la Tierra, esa claridad vaga, indecisa, dudosa, que llamamos crepúsculo vespertino; se suspenden entonces generalmente, todos los trabajos domésticos; se reúne la familia diseminada; se habla de los ausentes en lejanas tierras, de los muertos sepultados en marmórea tumba o en humilde fosa; se forman planes para el día siguiente, que a veces suelen hacerse extensivos para el porvenir, etc. De mí puedo decir que en esos breves momentos me halaga la soledad, en la cual preparo en mi mente el trabajo intelectual para el día venidero, o me entrego a los recuerdos del pasado, en cuyos capítulos conviene leer muy a menudo para apreciar en todo su valor la vida del presente.
Era esa hora en que las estrellas comienzan a fulgurar, cuando me senté, un día, junto al balcón de mi gabinete. A pesar de hallarme en perfecto estado de vigilia, desaparecieron de mi vista las casas que a regular distancia estaba contemplando distraídamente, viendo en lugar de ellas una inmensa llanura iluminada por los últimos rayos del Sol en su ocaso; en el suelo, cubierto de arena blanquecina, no brotaba ninguna florecilla silvestre, ni naciente hierbecilla interrumpía la monotonía de aquel extenso arenal. En el cielo no se dibujaba la copa de ningún árbol, ni la veleta de ninguna torre lejana. Mi Espíritu, sorprendido a causa de semejante mutación, miraba atentamente aquel desierto, preguntándose qué significado podría tener un cambio tan maravilloso. Y cuando con más atención miraba las rojizas nubecillas, que trazaban en el horizonte extrañas figuras, vi adelantarse hacia mí la figura de una matrona caminando con suma lentitud; iba envuelta en una especie de túnica cenicienta de luenga cola y mangas flotantes; su rostro era hermosísimo; de sus ojos brotaban abundantes lágrimas, que resbalaban por sus mejillas, sin que la aflicción contrajera sus facciones; en su boca se dibujaba la sonrisa Divina que ilumina el semblante de los mártires. Al llegar cerca de mí, se detuvo, y entonces vi que con su diestra oprimía un gran libro contra su pecho, mientras que en la otra mano llevaba un ramo de flores secas, cuyas hojas iban cayendo al suelo lentamente. Los últimos reflejos del Sol iluminaban su blanca frente, y sus rubios cabellos, que la cubrían como un manto de oro con sus dorados rizos, flotaban suavemente al leve soplo de la brisa. Nada más bello que aquella melancólica aparición, a la vez tan triste y tan hermosa. Miraba con asombro aquella figura simbólica, que parecía querer hablarme. No era ilusión de mis sentidos, porque yo estaba perfectamente despierta. ¿Qué me quería decir? Interrogué con la mirada y con el pensamiento preguntándole quién era. La aparición permaneció muda, pero sobre su cabeza aparecieron cuatro letras luminosas:
¡La Fe!, que muy pronto desaparecieron para ser reemplazadas por estas otras. ¡Adiós! La hermosa matrona se alejó lentamente, y mientras se alejaba, vi dibujarse en el horizonte las altas cúpulas de gigantescas catedrales, por entre cuyas torres se levantaban columnas de humo y montañas de fuego. Al desaparecer La Fe, se hundieron las basílicas, se apagó el incendio, y volví a ver las humildes casas de la plaza del Sol y brillar en el cielo un sinnúmero de estrellas. La Fe religiosa, la primera de las tres virtudes llamadas teologales, que consiste en creer todo lo que la Iglesia establece como revelado por Dios, se había desvanecido, dejando en pos de sí las cenizas de un culto que sólo ella podía perpetuar sobre la Tierra. La fe es la viajera de los siglos que huye cuando la razón fija en ella su investigadora mirada. Es el fuego fatuo que brilla en la noche de la ignorancia y se apaga a los primeros albores de la ciencia. Porque de la ciencia, la humanidad terrestre no ha vislumbrado aún sino los primeros resplandores, y no obstante, ha bastado para que la Fe se hundiese en los abismos. Dos o tres días después de lo que acabo de referir, vino a verme una señora acompañada de una elegante joven que, sin saber por qué, me pareció una oveja descarriada del redil del catolicismo. Pronto comprendí que no me había equivocado. Por su conversación conocí que no había leído más libros que el de misa y el año cristiano, y que, sin embargo, sus creencias se bamboleaban, próximas a desplomarse a los embates de la reflexión y de la duda. Aquel Espíritu levantaba por primera vez su vuelo. No sé cómo, en el curso de la conversación, vinimos a hablar de los fusilamientos por delitos políticos y de sus terribles consecuencias para las pobres familias de los rebeldes. Al tocar este punto, dijo la joven con voz apasionada y vibrante: ¡Ah! Eso es horrible, ¡Es necesario verlo para comprenderlo! Yo lo comprendo, porque he visto lo que se sufre. Mi padre tuvo una vez que mandar el cuadro que había de fusilar a unos oficiales sublevados, y nunca, nunca olvidaré aquel día. Estaba mi padre enfermo, muy enfermo; pero no podía excusarse de mandar la fuerza, por no hacerse sospechoso en un
tiempo de odios y rencores encarnizados. Yo le vi llorar como un niño. Salió de casa diciéndonos a mi madre y a mis hermanos: “Iros a la iglesia, y pedidle a la Virgen del Carmen, que es tan milagrosa, que haga un milagro, consiguiendo el indulto de esos infelices”. Entonces le manifesté que varias hijas de María estaban haciendo una novena a aquella Virgen para conseguir su intersección a favor de aquellos desdichados, y dominada por la más profunda convicción, abrigando la más dulce y consoladora esperanza me fui con mi familia a la iglesia, donde encontré a mis compañeras. Todas nos arrodillamos delante de la imagen y comenzamos a rezar el rosario con la mayor devoción. Ya llevábamos rezadas dos partes, cuando hizo temblar el templo la primera descarga de la fuerza que mi padre mandaba. Yo no sé lo que sentí: miré a la Virgen, que siempre me había parecido preciosísima, y la encontré sin expresión, ¡Sin vida!... Me levanté maquinalmente y me fui a una capilla; necesitaba estar sola para llorar. ¿Querrá usted creer que quise seguir rezando, y no pude decir ni un padre nuestro? Y no lloraba solamente por los pobres fusilados y sus atribuladas familias; lloraba también por el desengaño que mi fe acababa de recibir. Se apoderó de mí un miedo tan grande, que me tuve que ir junto a mi madre y decirle al oído: vámonos a casa, me parece que la iglesia se va a caer sobre nosotras, aquí dentro siento pavor; los santos de los altares me inspiran una repulsión invencible. Esa Virgen, antes tan milagrosa, me parece que se mofa de mi desconsuelo; vámonos, que aquí me encuentro muy mal. Mi madre me miró como asustada, y me siguió, quedándose mis hermanas en la iglesia. Desde aquel día no he vuelto a pedir nada ni a la Virgen ni a los santos; y crea usted que siento en gran manera la pérdida de la Fe, porque creyendo se vive muy bien. Aunque mi confesor hace lo que puede por devolvérmela, todo es en vano; y para evitar cuestiones, hago el papel de convencida. Me es imposible olvidar aquella mañana en que vinieron a interrumpir mi fervorosa plegaria las descargas que borraban del libro de la vida a tres infelices sublevados. No creo en nada, absolutamente en nada. ¡Cómo he de creer en un Dios que se hace el sordo a las súplicas y a los sollozos de los que creen en su bondad y en su poder! Mientras hablaba la joven, yo recordaba mi visión. Los espíritus de los terrenales comienzan a despertar de su profundo sueño, ya no doblan la cabeza ante los divinos decretos; piden, y cuando no se les concede lo que han pedido, se atreven a mirar de hito en hito a las imágenes preguntándoles por qué no escuchan el ruego fervoroso de los creyentes. Y como la Fe no quiere ser interrogada ni argüida, abandona el campo a su antagonista la Razón, que busca en la discusión el triunfo de la verdad. A los pocos días en mi gabinete, una mujer, al parecer del pueblo, con un semblante que nada expresaba, parecía un libro en blanco. Iba enlutada; le pregunté qué quería de mí y me contestó en voz apenas perceptible: ¡Consuelo! Y dejándose caer en una silla, su rostro impasible adquirió súbitamente expresión, sus ojos se llenaron de lágrimas y murmuró con voz entrecortada por los sollozos: “Me han dicho que usted podía consolarme ¡He perdido a mi hija!... Hice decir más de ciento cincuenta misas ante el Cristo de Lepanto, para que le devolviera la salud, y de nada me han valido. Muerta mi hija, he ido a la capilla y he dicho al Cristo: ya no creo en tu poder; estoy desengañada de todo, porque de nada me han servido las misas, ni las ofrendas ni los martirios que he dado a mi cuerpo por salvar la vida de mi hija, mi hija que era la única alegría en este mundo, que ha dejado tres niños huérfanos y un marido inconsolable. Estoy loca de desesperación, viendo que tantos ruegos no han sido escuchados. ¡Parece mentira que Dios no escuche el ruego de una pobre madre! ¡Oh! Esto no es creíble. Y si hay Dios, ¿Cómo es insensible a mi dolor?... ¡Si será verdad lo que me dice mi yerno!... -¿Qué os dice vuestro yerno? -Que los santos, los cristos y las vírgenes son figuras de madera, sordas como la madera de que son hechas. ¿Y los milagros que han obrado? Porque yo he visto muchas ofrendas que los atestiguaban. Recuerdo, una vez que estuve en Sevilla por Semana Santa que en la capilla del Señor de los Desamparados no se podía entrar; tanto eran los cuadros, piernas y manos de cera, y mortajas de niños que demostraban la gratitud de los fieles, favorecidos por el poder milagroso de la sagrada imagen. ¡Y no favorecerme a mí que tanto he pedido y tantos sacrificios he hecho, viéndome además obligada a sostener una lucha terrible con mi yerno, que no quería de
ninguna manera que hiciera misas ni celebrara novenas! Pídame usted dinero para darlo a los pobres, (me decía) pero no para emplearlo en ceremonias religiosas que de nada han de servir a la enferma. Yo me indignaba; le llamaba ateo, hereje, renegado, qué sé yo lo que le llamaba... pero al ver que mi hija ha muerto... ha caído la venda de mis ojos, y nada creo. ¡Un Dios que no escucha el ruego de una madre desesperada!...¿Que podrá esperarse de él?. Entraron otras visitas, y la pobre mujer se fue diciéndome que volvería a verme para hablarme de la muerte de su hija y de la ruina de sus creencias religiosas. La religión de aquella pobre mujer me recordó de nuevo mi misión. ¡Oh Fe religiosa! ¡Oh viajera de los siglos! Los días de tu reinado expiran: los seres más sencillos, los más ignorantes te rechazan en sus horas de dolor! Ya no inclinan la cabeza ante los mandatos Divinos; ya no dicen; “Dios lo quiere”: antes al contrario, la exasperación se apodera de los que sufren, y el escepticismo derrumba sus místicas creencias de otros tiempos. Tu poder ha terminado en las naciones civilizadas. Los observatorios astronómicos valen más, mucho más que las gigantescas catedrales; los laboratorios de los sabios valen inmensamente más que todos los santuarios. Cuando la ciencia avanza, tú tienes que desaparecer. ¡Adiós con tu libro de la tradición y tus flores secas!, las flores de las religiones positivas terminó en los países cultos, cuando los creyentes, exasperados por el dolor, preguntan a Dios por qué no escucha sus ruegos, ¿Es que la venda de la Fe se ha caído de sus ojos?. Devoto que pregunta y pide cuenta a Dios de sus dolores censurando sus actos, es un racionalista que ensaya el vuelo de su  pensa-miento. Una parte de la humanidad tiende ya sus alas libremente. 
     Libro: La Luz de la Verdad Amalia Domingo soler 

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Función del Agua Fluidificada en el Tratamiento Espiritual


“(…) La acción fluídica se transmite de perispíritu a perispíritu, y de este al cuerpo material.”
El agua a pesar de su neutralidad, tiene un elevado potencial de absorción de energías o fluídos magnéticos. Esta magnetización es realizada por los amigos espirituales especializados, que están cuidando al hermano en tratamiento. El agua entonces se transforma en un elemento terapéutico que al ser ingerido transmite al organismo los recursos benéficos que hacen falta para su reequilibrio (físico, energético y espiritual). Después de esa sesión de magnetización que denominamos agua fluidificada, o sea, energizada por los Espíritus de Luz que actúan en la misión y causa la cura de LUZ espiritual.
Este agua cuando entra en contacto con el enfermo, permite canalizar la luz divina ( a través de fuerza electromagnética) en este cuerpo, irradiando sus energías y fluidos curativos. absorbidos durante la oración, con el auxilio de la corriente médica espiritual y de los mentores personales de cada uno. Debe ser  usada  como un medicamento.
Son los Espíritus desencarnados los que durante el tratamiento fluidifican el agua; por eso este proceso podrá ser realizado a distancia en sus propias casas.
El Hombre encarnado, en la condición de ser integral, compuesto de Espíritu, periespíritu y cuerpo somático, participante de ese Universo en el que todo y todos interactúan,influencia y es influenciado de modo incesante, registrando con más intensidad el campo de aquellos seres que mas carencia tienen para su evolución. Se afina con personas y cosas, pensamientos y sustancias, variantes en cada fase evolutiva por donde transita.
Elementos más sutiles lo alcanzan a través del periespiritu, tocando o penetrando sus estructuras, que pasan a ser afectadas. Se trata de una especie de osmosis de naturaleza psíquica que puede determinar el surgimiento de factores equilibrantes y de progreso, o constituirse fuente de estancamiento o desorden.
Tan importante es lo que se recibe como lo que se produce. Cuando el Espíritu se manifiesta  (pensando, actuando o simplemente existiendo), todas sus potencias vibran, haciendo vibrar a su vez, el fluido de Luz curativa, imprimiendo en este alteraciones que le dan aspecto, movimiento y dirección. Estas transformaciones que los seres inteligentes promueven en la atmósfera fluídica que los envuelve, se pueden dar tanto consciente como inconscientemente.   
        Como consecuencia de esta realidad, existe cierta facilidad de asimilación de fluidos por parte de los encarnados a semejanza de una esponja cuando se embebe de líquido. Los fluidos se atraen o se repelen conforme a la semejanza de sus naturalezas, de ahí la incompatibilidad entre los buenos y los malos fluidos. Esos son los fluidos que actúan en el periespiritu de cada uno, conforme sus aptitudes y merecimientos.              
El poder energético del agua en el tratamiento Espiritual, es de resultado benéfico, cuando es utilizada orando, pues de esa forma al ser ingerida, hace que el organismo absorba las "quintaesencias" que van a actuar en el periespíritu, a semejanza de los medicamentos, estimulando los núcleos vitales de donde proceden los elementos productores y regeneradores de las células físicas. 
Cuando este agua está actuando en su cuerpo, actúa como una grandiosa luz que parte del cielo inmediatamente por encima de su cabeza, irradiando sobre sí, la luz azul curativa, que trae la vida entrando en su cuerpo por encima del cráneo y  bajando hasta los pies.
Esta luz, tan necesaria a la vida, reluce en cada parte de sí. Es como si fuésemos transparentes. Ella llena cada parte de su cuerpo material, haciéndose como un cordón de energía brillante y de ese cordón fluye energía para cada uno de sus órganos y células. A esa energía de luz curativa el amor le da más fuerza. Viejas restricciones que vengan de emociones absoletas, se disuelven en esa luz. 
Cada célula de su cuerpo,cada órgano, desean hacer aquello para lo que fueron creados. La luz penetra en el miedo y la ignorancia y los quema, tal como la neblina de la mañana se disipa con la llegada del sol. La luz curadora llega hasta su médula, en donde las células blancas de la sangre se desenvuelven. Ellas están prontas para proteger este cuerpo; tienen el poder de ir a donde son necesitadas, teniendo en cuenta algún problema que pueda surgir. Su cuerpo vive porque todas sus partes están en armonía unas con otras. Esa es su naturaleza y es su deseo de que se cumpla ese flujo armonioso.
 Recordemos siempre que estamos a remover siglos en busca de esta singular misión, e impregnados del más puro amor incondicional, formamos una gran fuerza curativa extendida hasta los planos más elevados de los cielos. Esta fuerza viene a traer paz y armonía a nuestro corazón y la luz que necesitamos para irradiar a todos los que nos rodean. Pero una vez que te hemos recordado que la luz está dentro de ti, la partícula de Luz del Creador que está en ti, solo tienes que descubrirla y ascender hasta Mi.
Juliana por el espíritu de: Alice

Revista Verdad y Luz 

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