Temas diversos de Espiritismo,como Ciencia Filosofía y Moral,como herramienta de evolución y mejora personal y social.
viernes, 12 de abril de 2013
Tres actitudes/ LA LEY DE JUSTICIA.
¿Usted se considera una persona egoísta, orgullosa, o es alguien que siempre busca practicar el bien?
Quizás la respuesta para esta pregunta no sea tan fácil, por eso vamos a hacer un análisis de estas tres actitudes considerando algunos cuadros y circunstancias de la vida diaria: En la sociedad:
El egoísmo hace lo que quiere.
El orgullo hace como quiere.
El bien hace lo que puede, más allá de la propias obligaciones.
En el trabajo:
El egoísmo explora lo que encuentra.
El orgullo oprime lo que ve.
El bien produce incesantemente.
En el equipo:
El egoísmo atrae hacia sí.
El orgullo piensa en sí.
El bien sirve a todos.
En la amistad:
El egoísmo utiliza las situaciones..
El orgullo clama por privilegios.
El bien renuncia al propio bien.
En la fe:
El egoísmo aparenta.
El orgullo reclama.
El bien oye.
En la responsabilidad:
El egoísmo huye..
El orgullo tiraniza.
El bien colabora.
En el dolor ajeno::
El egoísmo olvida.
El orgullo condena.
El bien ampara.
En el estudio:
El egoísmo finge que sabe.
El orgullo no busca saber.
El bien aprende siempre, para realizar lo mejor.
Considerando esas tres actitudes, usted podrá evaluar cuál es la que más se destaca en sus acciones diarias.
Haciendo ese análisis usted podrá contestar si es una persona egoísta, orgullosa o que actúa de acuerdo con el bien.
Con la evaluación en sus manos, considere lo siguiente:
El egoísmo y el orgullo son dos pasillos sombríos que llevan al vicio, a la delincuencia y a la desgracia.
El bien es una amplia e iluminada avenida que nos lleva a la conquista de las virtudes sublimes y a la felicidad suprema que tanto deseamos.
Pero para eso no es suficiente apenas admirar el bien o difundirlo; es necesario, antes de nada, practicarlo con todas las fuerza del alma.
Y la decisión entre una y otra actitud, cabe exclusivamente a cada uno de nosotros.
*** No se olvide que el bien que se hace es el único trabajo que hace bien, y esa labor a favor de los demás es la caridad única a favor de nosotros mismos.
El bien es la palanca capaz de libertar al hombre de los vicios y elevarlo a las altas esferas de la armonía consigo mismo y con el mundo que lo rodea.
Así, la práctica del bien es y siempre será nuestra mejor actitud.
Basada en el mensaje Tres Actitudes, del libro "Seara dos Médiuns" , ed. FEB/ Brasil
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Pietro Ubaldi
LA LEY DE JUSTICIA.
Contra el método de ataque y defensa, del mundo, solo el de la no resistencia, el del Evangelio, lo resuelve. Nuestro ofensor, es el instrumento de la Ley de Justicia.
La sabiduría del mundo consiste en gran parte en el arte que practican los astutos, seguidores del camino más corto, con la intención de escapar de la Ley. La lucha nace de esa forma de encarar la vida, y la finalidad que explica esa lucha es la de desenvolver la inteligencia en sus niveles más bajos.
Nuestra vida actual está regida por la ley de la lucha, en donde el más fuerte vence y domina. Esto significa que en todo momento estamos sujetos a recibir ataques. De ahí la necesidad de una defensa. ¿Qué nos dice la ley al respecto? ¿Cómo resuelve ella el problema? ¿Cuáles son nuestros derechos y deberes? ¿Cuál es la conducta que nos conduce a resultados mejores? ¿Cuál debe ser nuestra reacción y ataque? ¿Cuál es el medio más sabio y ventajoso para resolver el caso?
Este es un punto donde más resalta la oposición entre el sistema del Evangelio y el del mundo. El primero sustenta la regla de la no resistencia, el segundo el uso de la reacción violenta. Se trata de leyes que pertenecen a dos niveles evolutivos diferentes, leyes verdaderas, cada una en su respectivo plano de la vida, al cual están adaptadas. Se trata de dos maneras de concebir, en función de puntos de referencia diferentes.
¿Cuándo recibimos un golpe, Sabemos de donde viene? Su origen puede, al principio, encontrarse en una de estas tres causas: 1ª) El acaso, 2ª) la voluntad del agresor, 3ª) La voluntad de Dios. Observémoslas:
1ª) la teoría del acaso es inaceptable para quien sabe que el universo es un organismo cuyo funcionamiento es regulado por la Ley. Ningún sistema de esta naturaleza no puede haber dado lugar para el acaso, sobretodo en lo que respecta al dolor, cosa tan importante, por sus causas y sus efectos, en el destino del hombre.
2ª) hemos visto que la voluntad del hombre cerrada entre limites, es como la libertad del pez en el rió o el de un coche en una camino del cual no puede salir.
3ª) Quien establece esos limites in transponibles es la regla cierta de todo movimiento dentro de ellos, es la voluntad de Dios, por El mismo escrita en Su Ley. Traspasar esos limites da origen al dolor.
Es posible, de ese modo, establecer la causa de lo que acontece y también de los ataques recibidos.
¡) Ella no está en el acaso.
2) Dentro de los límites marcados por la Ley o voluntad de Dios, la causa está en la voluntad del hombre. Esto le es permitido escoger entre lo cierto, permaneciendo en el orden de la Ley, y el errado saliendo de ese orden con la desobediencia. Todo lo que es debido a la voluntad del hombre, se podría llamar de causa próxima. En este punto su vista miope se detiene, y no ve más allá, asegura haber atendido el punto final del problema.
3) Más, allá de las causas encargadas de dirigir el caso particular, dejando al hombre en libertad de manera que aprenda, para más allá de esas causas secundarias y periféricas, existe una causa mayor, principal y central, una causa de todas las otras causas menores, que las dirige y domina, entonces, aquella que se juzga ser la única es la primera fuente de los acontecimientos de la vida, no es sino una causa relativa, momentánea y aparente, un medio en que se realiza una causa mucho más distante verdadera, fundamental, absoluta y definitiva. Es lógico que esta otra causa tan diferente solo se pueda encontrar en el seno del último término, esto es, en Dios y en su voluntad, por encima de todas las cosas.
Acontece que esa causa mayor abraza y coordina todas las causas menores movidas por el hombre, inclusive su libertad de oscilación entre la verdad y el error, el bien y el mal etc.…que tiene que obedecer y están sujetas a aquella causa mayor, que es la justicia de Dios. De ese modo, el hombre está libre para actuar cierta o erradamente, sin embargo, más allá de eso su libertad no alcanza, pues actúa otra causa que es la Ley, esto es, la justicia de Dios con sus fatales reacciones contra la desobediencia.
No hay duda, el ataque que nos golpea es movido por un ser, llamado, por eso, nuestro enemigo. Más, el es solo la causa próxima y es contra esta que, en nuestra miopía, comenzamos a luchar. ¿Más, como se puede corregir el hecho hasta que atendamos sus causas profundas, practicando en ellas la actividad correcta? Se explica así, el motivo por el cual el mundo, operando en la superficie, no recoge sino los resultados superficiales. En verdad, a pesar de las armas pará la defensa estar siempre en acción, los ataques vuelven a surgir continuamente de todos lados, quedando el problema sin solución. Y lo que siempre continua permaneciendo en pie es la lucha continua de todos contra todos. Más, es lógico, no se puede curar una dolencia solo con el tratamiento de sus síntomas exteriores.
Así, el mundo queda en la superficie del problema. Cada uno procura destruir sus enemigos, más no la causa que genera enemigos: procura apartar los golpes más no acusa lo que los produce. Para que el problema sea resuelto, eliminando en definitiva los efectos, lógicamente es necesario que sea removida no solamente la causa próxima de ellos, más también su causa primera, de la que todo deriva. Sin embargo, el mundo de los hombres prácticos, que quedan apegados a la realidad, prefiere cuidar de las cosas próximas, porque estas son consideradas positivas, se tocan con las manos, mientras se desconocen las causas primeras, juzgadas teóricas, fuera de la realidad, no percibidas por los sentidos. Más, la causa del problema, que nació con el hombre y fue siempre encarado con este criterio, aun no está resuelto, después de tantos milenios, y aun subsiste, nos prueba que en estos casos esos hombres están herrados.
Ningún sistema centro periférico como el de nuestro universo, no puede haber camino que no lleve para Dios. ¿Solo en El, se puede encontrar la causa de todo?. ¿Más, como puede Dios ser la causa de los golpes que recibimos? No hay duda, ellas salen de las manos de nuestros enemigos. ¿Más, si existe una Ley general del orden, como nos parece claramente demostrado, quien fue quien los dejo revelarse contra nosotros y por qué de una determinada forma y no de otra? ¿Como puede Dios dejar que una función tan importante como la de Su justicia , quede abandonada en las manos de nuestros agresores, dejando a ellos el poder de juzgar y punir, lo que solo a El puede pertenecer, porque es el único que sabe lo que hace? La reacción de la Ley ha de ser conforme a la justicia, proporcionada a la calidad y extensión de nuestro error. ¿En un trabajo tan importante, que exige tanto conocimiento, puede Dios, que todo lo dirige, ser dirigido por nuestros ofensores y tener que obedecer a la voluntad e ignorancia de ellos? ¿Qué pueden ellos saber de nuestros merecimientos? Desmoronaría todo el edificio de la Ley, basado en el orden y la justicia. Seria el caos en el seno de Dios. De todo eso se sigue que no puede surgir un ataque contra nosotros si no lo hubiéramos merecido. El hombre que lo ejecuta, sea quien sea, es solo una cosa secundaria. Cualquier individuo, funcionando como instrumento, puede realizar eso cuando, por las cualidades que posee, se encuentra en las condiciones apropiadas. Entonces, aparecerá en nuestra vida un ofensor. Si esto no fuera posible de un modo, acontecerá con otro. Cualquiera que sean nuestros poderes humanos, nadie podrá paralizar el funcionamiento de la Ley en su punto fundamental “la justicia de Dios. Conforme esta justicia, nadie podrá llegar hasta nosotros, si no hubiésemos, por nuestros errores, dejado las puertas abiertas. Quedaremos. así, a merced de todos los atacantes, cualquiera que ellos sean, si lo hubiéramos merecido por la reacción de la Ley, que los hizo sus instrumentos.
Cuando el problema está encuadrado en esos términos, parece claro que la defensa que el mundo practica, limitada solo contra el ofensor, no solamente es inútil, más representa un nuevo error que se junta al viejo, aumentándolo. El remedio, entonces, es solo uno: no merecer, esto es, tener cuidado en preparar nuestro futuro no errando en ir contra la Ley y no mereciendo, así su reacción. Y si lo hubiéramos merecido, no hay que huir: es necesario pagar. Podremos destruir con la fuerza todos los enemigos. Otros surgirán para perseguirnos, mientras no hayamos pagado todo. Si construimos la casa de nuestro destino sobre las arenas movedizas de la prepotencia y de la injusticia, es lógico que ella caiga sobre las rígidas piedras de la justicia. Mientras tanto, todo depende de nosotros mismos y no de los otros. El enemigo que nos agrede somos nosotros mismos, que con error provocamos la reacción de la Ley que, por su vez, moviliza los elementos apropiados para ejecutar esa reacción. Ahora se puede comprender mejor lo que tantas veces dijimos: quien hace el bien, como quien hace el mal, lo hace para si mismo. Por la justicia de Dios no puede haber un mal que no haya sido merecido. Esto no quiere decir que la justicia de Dios, sola, por si misma, quiere ejecutar el ataque contra nosotros. La divina justicia representa apenas la norma que regulariza y el poder que impone el desencadenamiento del ataque conforme la Ley, cuando lo hubiéramos merecido.
Por eso, nuestro enemigo, contra el cual apuntamos nuestras armas, no tiene poder alguno contra nosotros, más allá de aquel que nosotros mismos le conferimos con nuestras obras contra la Ley de Dios. Si nosotros destruyéramos con la fuerza ese enemigo, crecerá nuestra deuda ante la justicia de la Ley y con eso concederemos, a un número mayor de enemigos, poderes mayores contra nosotros. ¿Qué se gana entonces utilizando el método del mundo? Aparece aquí la necesidad lógica de practicar el método de la no resistencia, porque el es el único que representa un verdadero sistema de defensa; paralizar al enemigo no paraliza el ataque, más si empeora nuestra posición, porque el: verdadero enemigo no es aquel que vemos. Se trata de una ilusión de nuestros sentidos, ilusión que cabe a la inteligencia deshacer.
Quien comprendió como funciona el juego de la vida que estamos explicando, cuando recibiera una ofensa, no reacciona contra su ofensor, porque sabe esto: el no tiene valor alguno, a no ser el de representar un instrumento ciego en las manos de Dios. Por eso, no merece ni odio, ni venganza. Quien comprendió esto, al recibir el ataque, lo acepta como lección de las manos de Dios, que con eso no quiere vengarse, ni punir, más si dirigirnos, para que salgamos, así del error y del sufrimiento. Que volvamos de ese modo, al orden de la Ley; mientras que usando el método del mundo, nos salimos más aun fuera de la dirección, aumentando deudas y sufrimientos. . y si alguien nos ofende sin haberlo merecido, el ataque no nos alcance, no nos penetre, y quien nos hiciera mal, no lo hace a nosotros, más si a si mismo. Todo vuelve a su origen. Quien es verdaderamente inocente es invulnerable a todos los asaltos. ¿Más, se encuentra por ventura, en nuestro mundo, alguien que sea completamente inocente?
Entonces, cuando alguien nos ataca, eso acontece conforme la justicia de Dios. Nuestras cuentas son con Dios y no con nuestro enemigo. Si el nos hace mal, en rendirá también cuentas a Dios, y tendrá que pagarlas; más, eso no nos pertenece. Surgirán para él otros enemigos y ataques, para que siempre se cumpla, en relación a todos, la justicia de Dios. Quien practique el mal, solo por eso, cualquiera que sea a pesar de funcionar como instrumento de Dios para corregir a su hermano y haberse aprovechado de la flaqueza de este, que dejo sus puertas abiertas, haciéndole mal, abre a su vez sus propias puertas, por las cuales otros enemigos están prestos a entrar, empleados por Dios como instrumentos de Su justicia. Así, también los malos son utilizados por Dios para generar el sufrimiento, cuya tarea es la de purificar a los buenos. La conclusión es que nadie puede recibir ofensa que no tenga merecida. En este caso, no nos resta sino henchir el pecho, procurando, antes de todo, pagar nuestra deuda, dejando a nuestros enemigos, cuando llegue su vez, pagar igualmente sus cuentas por el mal que nos hubieran hecho, porque la Ley es igual para todos. Hay una Divina Providencia para cada uno. Mas para ser justa, ella providencia el bien para los buenos y el mal para los malos.
- Pietro Ubaldi-
NOTA:
Los lunes, miércoles y jueves a las 22,30 podéis participar en el chat de la Federación Espírita Española.
Los viernes en la misma sala de chat a las 23,00 horas podéis asistir a una conferencia impartida por el grupo "Estudios espíritas sin fronteras", dirigido por Cárlos Campetti.
Los domingos a las 21,30 horas comienzan las clases de estudio de la Doctrina Espírita, a las que estáis todos invitados.
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