"Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" ( San Mateo, 18:20). Prefacio. Para estar reunidos en nombre de Jesús no basta hallarse juntos físicamente, sino que es preciso estarlo también en lo espiritual, por la comunión de intenciones y pensamientos dirigidos hacia el bien. Entonces sí se encuentra Jesús en medio de la reunión: Él, o los espíritus puros que lo representan. El Espiritismo nos permite comprender de qué manera pueden los espíritus hallarse entre nosotros. Están ahí con su cuerpo fluídico o espiritual, y con la apariencia que nos permitiría reconocerlos si se hicieran visibles.
Cuanto más elevados se hallan en la jerarquía espírita, tanto mayor es su poder de irradiación. Así poseen el don de ubicuidad y pueden encontrase en varios lugares simultáneamente. Basta, para ello, un rayo de su pensamiento.
Con las palabras citadas en el parágrafo anterior quiso Jesús mostrar el efecto de la unión y la fraternidad. No es la mayor o menor cantidad de personas la que le atrae, puesto que en lugar de dos o tres hubiera podido decir diez o veinte, sino el sentimiento de caridad mutua que a esas personas anima. Ahora bien, para esto es suficiente que haya dos. Pero si esas dos oran cada cual por su lado, aunque ambas se dirijan a Jesús, no habrá entre ellas comunión de pensamientos, sobre todo si no son movidas por un sentimiento de benevolencia recíproca. Y si se miran con malos ojos, con aborrecimiento, envidia o celos, entonces las corrientes fluídicas de sus pensamientos se rechazan en vez de unirse por un común impulso de simpatía, y en tal caso, no están reunidas en nombre de Jesús, el cual no es más que el pretexto de la reunión y no su verdadero motivo.
Esto no implica, en modo alguno, que Él permanezca sordo a la voz de una sola persona. Si no dice que acudirá a cualquiera que le llame, es porque ante todo exige amor al prójimo, del cual podemos dar mayores pruebas cuando estamos en compañía de otros, que encontrándonos solos, y también a causa de que todo sentimiento de tipo personal lo aleja. De ello se sigue que si, en medio de una nutrida asamblea, sólo dos o tres personas se unen de corazón mediante el sentimiento de una auténtica caridad, en tanto el resto de los asistentes se aíslan y se concentran en pensamientos egoístas o de carácter mundano, Jesús estará con aquéllas y no con estos otros. Así pues, no es la simultaneidad de los presentes en las palabras, en los cánticos o en los actos litúrgicos lo que constituye una reunión en nombre de Jesús, sino la comunión de pensamientos acordes con el espíritu de caridad personificado en Él.
El Evangelio según el Espiritismo.
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Imperativo de la Paciencia
Es probable que pocos amigos piensen en esto: paciencia como inmunización contra el suicidio.
En las tareas de la actividad humana, a veces, surgen para la criatura determinados escenarios de prueba para cuya travesía, no siempre bastará el conocimiento superior. Es necesario que el alma se apoye en el bastón invisible de la paciencia, a fin de no resbalarse en sufrimientos mayores. Y por eso es que nos permitimos expresar reiterados consejos a los hermanos, domiciliados en el Plano Físico, a fin de que se dediquen al cultivo de la comprensión.
Si te encuentras bajo el impacto de conflictos domésticos, usa la tolerancia, tanto como te sea posible, ante aquellos que generen el campo de las vibraciones negativas, prestando auxilio de este modo, a la seguridad del equipo familiar , al que estás vinculado.
En la decepciones, sean cuales fueran , reflexiona en el valor de la ponderación respecto a tu propio beneficio.
Delante de los golpes que recibas, olvida injurias y agravios, y piensa en las oportunidades del trabajo que se te encargó como apoyo defensivo contra la desesperación.
Bajo acusaciones que reconozcas inmerecidas, olvida el mal y no alimentes el fuego de la discordia.
Cuando te falte actividad profesional, continua actuando, tanto como pudieras, en las tareas de auxilio espontáneo a los otros, aprendiendo que la actividad noble atrae actividades nobles y, con eso, en breve, te reconocerán en nuevas posiciones de servicio, según tus necesidades.
Si el desánimo te amenaza por ese o aquel motivo, recuerda la importancia de tu concurso fraterno, en apoyo de alguien, y no te des el lujo de estancamientos improductivos.
Ante cualquier obstáculo a transponer en el camino, conserva la paciencia como compañera y guía y, mantén el pensamiento confiado en la Divina Providencia, siguiendo siempre adelante, apartando lejos de tí la tentación de fuga , y reconociendo en el efímero tiempo, que hay siempre un futuro mejor para cada uno de nosotros y que, en todas las tribulaciones de la existencia, vale la pena esperar por el socorro de Dios.
Espíritu Emmanuel
Médium Francisco Cândido Xavier
Extraído del libro “Atención” por Claribel Díaz
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Desaparición del cuerpo de Jesús
. La desaparición del cuerpo de Jesús después de su muerte ha sido objeto de numerosos comentarios; los cuatro evangelistas dan testimonio del hecho, y hablan de las mujeres que se presentaron en el sepulcro al tercer día y ya no encontraron el cadáver. Algunos consideraron a esta desaparición un hecho milagroso, otros supusieron un rapto clandestino.
De acuerdo con otra opinión, Jesús nunca habría poseído un cuerpo carnal, sino un cuerpo
fluídico: durante toda su vida habría sido una aparición tangible, una especie de agénere. Su nacimiento, su muerte y todos los actos materiales de su vida habrían sido aparentes. Su cuerpo, de regreso al estado fluídico, pudo desaparecer del sepulcro y, con ese mismo cuerpo, apareció después de su muerte.
Un hecho similar no es totalmente imposible, de acuerdo con lo que hoy sabe sobre las
propiedades de los fluidos. Pero sería un hecho excepcional y opuesto al carácter de los agéneres
El problema es saber si tal hipótesis es admisible y si es confirmada o negada por los
hechos.
. La permanencia de Jesús en la Tierra comprende dos períodos: el que precedió y el que
siguió a su muerte. En el primer período, desde el momento de la concepción hasta el instante del nacimiento, todo es absolutamente normal. Desde su nacimiento hasta su muerte, todo, en sus actos, en su lenguaje y en las diversas circunstancias de su vida presenta los caracteres inequívocos de la corporeidad. Los fenómenos de orden psíquico que se producen en Jesús son naturales y no presentan características anormales, ya que se explican por las propiedades del periespíritu y se encuentran en diferentes grados en otros individuos. Después de su muerte, por el contrario, todo en él revela la naturaleza de un ser fluídico. La diferencia entre ambos estados es tan marcada, que no es posible confundirlos.
El cuerpo carnal presenta las propiedades inherentes a la materia propiamente dicha y éstas, difieren esencialmente de las de los fluidos etéreos. La desorganización del cuerpo carnal se opera por la ruptura de la cohesión molecular. Un instrumento cortante que penetre en el cuerpo material, separa los tejidos. Si son alcanzados los órganos esenciales a la vida, su funcionamiento se detiene y sobreviene la muerte, esto es, la muerte del cuerpo. Esta cohesión no existe en los cuerpos fluídicos, la vida no reposa sobre el funcionamiento de órganos especiales y no pueden producirse desórdenes análogos. Un instrumento punzante penetra en el cuerpo fluídico como a través del vapor y no ocasiona ninguna lesión. Por ese motivo esas clases de cuerpos no pueden morir, como tampoco a los seres fluídicos llamados agéneres les podrá afectar la muerte.
Después del suplicio de Jesús, su cuerpo permaneció allí, inerte y sin vida, fue enterrado
como era costumbre y todos pudieren verlo y tocarlo. Después de su resurrección, cuando quiere dejar la Tierra, no muere. Su cuerpo se eleva, se desvanece y desaparece sin dejar dejar huellas, prueba evidente de que ese cuerpo era de naturaleza distinta del que expiró en la cruz, de lo que se deduce que si Jesús murió, debió poseer un cuerpo carnal.
Debido a sus propiedades materiales, el cuerpo carnal es el asiento de las sensaciones y los
dolores físicos que repercuten en el centro sensitivo o espíritu. El cuerpo no sufre, sino el espíritu, que es el que recibe la repercusión de las lesiones o alteraciones de los tejidos orgánicos. En un cuerpo privado de espíritu, no existen sensaciones. Por la misma razón, el espíritu, al no poseer un cuerpo material, no puede sentir los sufrimientos que son el resultado de la alteración de la materia.
De donde es preciso concluir que si Jesús sufrió materialmente -de lo cual no hay duda-, es porque poseía un cuerpo material de naturaleza análoga a la del hombre común.
. A los hechos materiales se agregan las consideraciones de orden moral de la mayor
importancia.
Si Jesús hubiese sido durante toda su vida un ser fluídico, no habría conocido ningún dolor
ni ninguna de las necesidades del cuerpo. Imaginar que ha sido así, es quitarle todo el mérito a la vida de privaciones y sufrimientos que él eligió como ejemplo de resignación. Si todo en él hubiera sido aparente, todos los actos de su vida: el anuncio reiterado de su muerte, la escena dolorosa en el monte de los Olivos, su pedido a Dios para que apartara el cáliz de sus labios, su pasión, su agonía, todo, hasta sus últimas palabras en el momento de ofrendar el espíritu, hubiesen sido vanos simulacros para confundir sobre su verdadera naturaleza y hacer creer en el sacrificio ilusorio de su vida, es decir, sería una farsa indigna de un hombre honesto y simple, y, ¡cuánto más de un ser tan superior! En una palabra, hubiera abusado de la buena fe de sus contemporáneos y de la posteridad.
Estas son las deducciones que surgen de tal doctrina y no son admisibles porque lo disminuyen moralmente en lugar de elevarlo.
Jesús tuvo, como todos, un cuerpo carnal y un cuerpo fluídico. Los fenómenos materiales y
los fenómenos psíquicos que marcaron su vida así lo prueban.
Marco Antuan
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