Heráclito de Rubens |
Conozcámonos
Asevera el viejo Heráclito: “cuando los ojos creen observar alguna cosa permanente, en verdad son víctimas de la ilusión”.
Y el hombre, que atraviesa las reducidas dimensiones de la experiencia sensorial, reconoce, de más cerca, la profunda realidad del acierto, cuando consigue elevarse en el cuadro conceptual de la vida en sí misma.
Dentro del universalismo que la muerte nos descubre, la conciencia ungida a la carne terrena es crisálida de la Inteligencia infinita, en cuya grandeza nuestra “yo” se diluye y se mezquina, aguardando la posibilidad de virarse, en la expectativa de la herencia divina…
Aquel “todo fluye” de la filosofía griega se patenta claramente a nuestros ojos, cuando, desde del ángulo más alto del edificio de los fenómenos, podemos observar el continuo evolución de todo lo que nos rodea en la actividad terrestre, en el múltiple aspecto del ser.
Todo en el mundo es transformación y renovación.
Y el hombre, psíquico, ante el porvenir glorioso a que se destina, es, aun, larva mental en el vientre de la Naturaleza.
Conocernos es el primer deber impuesto por la pura razón.
Penetrar la esencia de nuestra más intima estructura, para descubrir nuestra individualidad incorruptible, invistiéndonos en la posesión de nuestros títulos morales, constituye el paso fundamental para el engrandecimiento filosófico, dentro del cual resolveremos los antiguos y sombríos enigmas del alma humana.
Ocioso, así, es encarecer ahora los estériles conflictos de la ira o de la palabra, de la que ya nos liberamos.
Comentar el criticismo de Kant o el positivismo de Augusto Comte, cuando la flor de nuestro entendimiento desabrocha nuestros climas, seria lo mismo que exigir a la planta el inconsecuente rechazo a la bolsa oscura del suelo, donde el germen desintegró los efímeros envoltorios de la simiente.
Dijo Berkeley que toda realidad yace encerrada en el Espíritu. Y no tengo hoy mayor novedad más allá de esta.
El progreso del hombre y la purificación del alma representan, en el fondo, expansión de la conciencia.
La mente encarnada es punto minúsculo de la Mente Universal, conservando estrecha analogía con la célula aparentemente perdida en el edificio orgánico, en cuya sustentación desempeña funciones especificas. Contenida en la totalidad, mantiene el potencial de grandeza cósmica, con deberes de maduración y burilamiento; porque, solamente más allá de la catarse laboriosa de sí misma, consigue transcender al tipo normal de evolución en el Planeta; entonces, se alarga en sensibilidad y conocimiento, dilata su radio de acción en circulo cada vez más vasto, supera las cualidades inherentes de los padrones vulgares en que se desenvuelve, y los ultrapasa, aproximándose así a la gloria inmanente del Todo.
Es porque, si me fuera posible, proclamaría de aquí, donde nuevos problemas me absorben el angosto raciocinio de aprendiz de la verdad, la lógica simple del Espiritismo como base de la escuela filosófica más inmediata y más aceptable a la media intelectual del mundo.
No hay vida sin muerte, ni expansión sin dilaceramiento.
La santificación en fundamentos del saber y de la virtud es obra de crecimiento, de esfuerzo, de lucha.
El “otro mundo” es esfera de materia quintaesenciada, en la que nuestras cualidades se destacan.
No existe milagro.
Los únicos misterios del cielo y del infierno palpitan en nosotros mismos.
La vida es ola continua e inextinguible manifestándose en diversos planos. Y la individualidad es un número conciencial que, o se ilumina, afinado con los valores de sublimación, o se oscurece, en contacto con los factores de embrutecimiento al que se prende, en vibraciones de baja frecuencia.
Cada alma siente y actúa por el grupo de seres en ascensión o estancamiento al que se incorpore, en la economía del Universo.
El mundo, con sus múltiples departamentos educativos, es escuela donde el ejercicio, la repetición, el dolor y el contraste son maestros que hablan claro a todos aquellos que no temen a las sorpresas, aflicciones, heridas y martirios de la ascensión. Y dentro del, en la actualidad de las pesquisas filosóficas en que procuramos elegir la psicología para sentarse en el trono de la ciencia y legislar sobre sus principios e indagaciones, el Espiritismo, bañado por las claridades del Evangelio, es el mejor camino de elevación y la formula más simple de auxiliarnos el pensamiento popular y el sentimiento común, en el servicio regenerativo, en función del perfeccionamiento.
Es por esto que, volviendo a escribir algunas palabras para los compañeros de jornada de nuestro siglo, engrandecido por singulares realizaciones de la inteligencia y atormentado por amargas desilusiones, no me gustó el comentario clásico de los adoctrinadores sumergidos en la corriente profunda de las observaciones y de las deducciones, para solo repetir, de mi para conmigo, las vulgares y sublimes palabras del viejo oráculo: “Hombre, conócete a ti mismo!
Por el Espíritu Farias Brito – Del libro: Hablando a la Tierra, Médium: Francisco Cándido Xavier – Diversos Espíritus.
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Amistades y afectos
...Los amigos son compañeros que también tienen problemas. Por esa razón se acercan a ti.
Aplica, en el trato con ellos -tanto como te sea posible- la bondad y la atención, a fin de que un día, conforme a lo que Jesús enunció -Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero, os he llamado amigos, porque os revelé todo lo que escuché de mi Padre-, te conviertas en un legítimo amigo de todos, y en consecuencia disfrutes las bendiciones de la amistad y del afecto puros.
- Joana de Angelis -
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FUNCIONES DE LOS GUÍAS ESPIRITUALES
Para favorecer el trabajo de los guías el hombre ha de elevarse espiritualmente, expurgando sus pecados, abandonando sus vicios, dominando las pasiones peligrosas y despreciando los placeres lascivos de la carne. De esa forma, se sintoniza con los planos espirituales superiores y puede recibir de los espíritus benefactores la orientación segura y provechosa, para cumplir con su destino educativo en el mundo material.
Aunque nunca le faltan las enseñanzas adecuadas a cada pueblo de la tierra, pues por toda ella, han encarnado entidades excepcionales que se dedican heroicamente a orientar al hombre terrenal para que alcance su definitiva Ventura Espiritual.
Buda instruyó a los asiáticos, Hermes a los egipcios, Pitágoras a los griegos, Zoroastro a los persas, mientras Jesús resumió todas sus enseñanzas en el Evangelio y Allan Kardec las popularizó por medio de la Codificación Espírita.
El habito del Bien y la integración definitiva del Hombre a los preconceptos evangélicos de Jesús, despiertan las fuerzas creadoras del alma y la inmunizan contra los ataques perversos y capciosos de las entidades de las tinieblas. Solo la vida espiritual superior permite al hombre oír la voz de su guía vibrando en la intimidad de su alma, evitando los recursos drásticos y dolorosos que lo Alto, a veces, necesita movilizar para reprimir las actividades ilícitas y peligrosas.
Los guías, muchas veces se sirven de espíritus inferiores para perturbar a sus tutelados encarnados, para apartarlos de actividades que puedan perjudicarles, para conseguir su integridad espiritual. Ellos actúan sin sentimentalismo, con severidad, como el padre con el hijo indisciplinado, que está entregado a hábitos nocivos.
Los mentores espirituales recurren a los fluidos agresivos y algunas veces, hasta enfermizos, de los espíritus inferiores, a fin de retener en el lecho de sufrimiento a los tutelados imprudentes que no prestan atención a sus intuiciones benefactoras. A veces, cuando la necesidad lo impone, recurre hasta el accidente correctivo, como una medida de urgencia para interrumpir las actividades nocivas a terceros y así mismo.
Aunque nos parezcan estas providencias de los guías violentas y crueles, su objetivo es el de obligar a los imprudentes a apartarse de los focos del mal, evitándoles mayores prejuicios para el espíritu, comprometido ya en el pasado.
Los guías, echan mano de los medios enérgicos, debilitando la integridad fisica de los pupilos, cuando estos son refractarios a las sugestiones para liberarlos de los vicios y pasiones destructivas. De esa forma, los movilizan a través del sufrimiento, en el lecho del dolor, con el fin de desviarlos de los pecados y para que no le sucedan cosas peores.
Muchas personas van a los centros espiritas para que los espíritus inferiores que les perturban se alejen, quejándose de su influencia, ignorando muchos de ellos que es bueno pues su guías se valen de ello para preservarlos de mayores prejuicios.
Es solo apenas una interferencia compulsiva sobre los hombres imprudentes, y cuyo objetivo, es reducir sus actividades nocivas.
Subyugados por la carga de fluidos molestos de esos espíritus colaboradores, las personas dejan las aventuras extra conyugales censurables, se alejan de los vicios del juego y evitan los ambientes corrompidos donde domina el toxico del alcohol. Se sienten desanimados, febriles y buscan un lecho para descansar, completamente indispuestos, o imposibilitados para seguir en los deslices de sus compañeros. No siempre esto es así, a veces se trata de un proceso obsesivo dirigido por espíritus de las sombras. En ambos casos, los fluidos perniciosos o agresivos desaparecen en sus acciones indeseables; en cuanto las victimas ejecutan objetivos constructivos.
Es como el padre severo, ante el hijo rebelde, que no hace caso de sus consejos, resolviendo adoptar métodos más rigurosos y eficaces. Esos recursos drásticos, aunque criticables en apariencia, muchas veces evitan que los encarnados ingresen en la senda criminal, que podría llevarlos a la cárcel, o impedirles las aventuras que machacarían el buen nombre y prestigio de la familia, evitándoles la unión ilícita con la mujer adultera, o apartándole de negocios sucios.
El saneamiento, no se refiere propiamente al cuerpo transitorio, sino al espíritu eterno. Alcanza al rico y al pobre, a la criatura culta y al ignorante.
Este mal no desaparecerá mientras el espíritu rebelde no modifique su conducta beneficiosamente. Si la cura la disponen los guías, hasta parecerá fácil y en algunos casos milagrosa.
Los guías utilizan este método cuando fallan todos los recursos suaves, entonces convocan a ciertos espíritus de graduación primaria, obedientes, aunque de graduación primaria, para que, con sus fluidos mortificantes actúen sobre sus negligentes pupilos encarnados.
Son muy pocos los hombres cuya conducta espiritual elevada les permite la sintonía constante con las fajas vibratorias espirituales de la intuición pura. La inestabilidad mental y emotiva, muy común entre los encarnados, los aísla de las intuiciones saludables de sus guías; por eso se hace necesaria la disciplina correctiva y drástica, capaz de anularles los impulsos pecaminosos.
La chispa Divina, cuando surge en el alma humana, en un momento de gran ternura o sensibilidad espiritual, atiza el fuego renovador del espíritu y transforma al “Harapo humano” en un héroe, o al tirano en santo.
Múltiples ejemplos hay de ello, Maria de Magdalena se despojó de sus joyas y abandono su palacio, Pedro le bastó una simple invitación para seguir al Maestro. No importan los siglos y los milenios que hayamos vivido en la materia en contacto con la animalidad, en el sentido de desenvolver nuestra conciencia, si en el momento oportuno, de madurez y progreso espiritual, el ángel que vive en nosotros asume definitivamente la dirección de nuestro ser.
Los credos, las religiones, los cursos iniciáticos y las doctrinas espiritualistas ayudan al hombre a distinguir el verdadero camino. Solamente la autorrealización el vivir en si mismo las enseñanzas evangélicas, es lo que nos eleva y permite divisar las alturas.
El hombre cuando está encarnado desaprovechar el tiempo, para su autorrealización superior, dado que ya conoce el programa que lo conduce a la felicidad.
Todo espíritu tiene el derecho de buscar el clima que le es más propicio, pero es obvio que ha de sufrir, en sí mismo, los buenas o malos efectos del ambiente que su libre albedrío elige para vivir.
-Merchita-
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¿Qué es Dios?
Dios ha sido visto por el mundo cristiano con aquella imagen que el Viejo Testamento le dio, o sea, un viejito vanidoso, un tanto ingenuo, incompetente, cruel, vengativo y siempre irritado, más allá de lo arrepentido de su propia obra. Pero esa es una imagen absolutamente incompatible con la inimaginable grandeza del Soberano Señor, Creador y mantenedor del universo, de la vida y de las leyes que gobiernan todo. Si no somos siquiera capaces de entender el infinito, en las dimensiones del tiempo y del espacio, no debemos tener la pretensión de querer definir a Dios.
En la codificación de la Doctrina Espirita, Kardec pregunto a los espíritus superiores que le respondían las indagaciones: “¿Qué es Dios? La respuesta fue: “Dios es la Inteligencia Suprema, Causa Primera de Todas las Cosas”.
Y continuaron los espíritus explicando, diciendo que El es eterno, inmutable, inmaterial, único, omnipotente y soberanamente justo y bueno. Esa cuestión sobre Dios está muy bien definida y detallada en el primer capítulo de El Libro de los Espíritus, obra básica de la codificación de la Doctrina Espirita.
El espíritu Miramez, en el libro Filosofía Espirita, vol.1, psicografiado por João Nunes Maia, hablando sobre Dios, se expresa así: “La Suprema Majestad del Universo es, por dignidad propia, el inconcebible y el incomparable. Nada se puede comparar al Arquitecto Universal; de su vida estuante y vigorosa salen vidas con la marca de Su amor. Somos todos hijos del Amor”.
“Nosotros, los espíritus encarnados y desencarnados debemos contentarnos en sentir a Dios en todas las cosas, sin pretender el conocimiento completo de Su magnánima naturaleza. Solamente Él se conoce a sí mismo”.
“Dios es infinito en Sus perfecciones, en las cualidades inherentes a Su personalidad que se irradia en todas las direcciones, que sustenta y da existencia a todas las dimensiones del existir. El está presente en las claridades de lo máximo y en la luz de lo mínimo; vibra en las formas de las estrellas y canta en los movimientos de los átomos, hace mover todas las constelaciones y armoniza todo el nido cósmico. Sonríe para nosotros a través de las flores, y nos da las manos por las manos de nuestros benefactores. Dios es ternura, en la ternura de su corazón”.
No podemos tener la pretensión de querer confinar a Dios dentro de nuestro limitado entendimiento.
Extraído del libro “Nosotros y el Mundo Espiritual”
Autora: Saara Nousiainen
Traducido por Jacob
Autora: Saara Nousiainen
Traducido por Jacob
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Momentos de reflexión
Divaldo Franco
Profesor, médium y conferencista
La naturaleza emite estertores sometida a los azotes de leyes imponderables. Sumándose a los intensos sufrimientos que han estado influyendo en la sociedad, el terremoto en Nepal, el volcán en Chile, los tornados y los desastres colectivos en diferentes países, en estos días convocan a la mente humana a que reflexione acerca de la transitoriedad del mundo físico.
En permanentes alteraciones, el planeta impone dolores superlativos a los seres conscientes, a modo de advertencia constante acerca de la realidad de la vida. Simultáneamente, la sociedad está inquieta en todas partes. Los diversos sistemas gubernamentales no consiguen calmar al ciudadano, porque rápido muestran su peor lado, que es siempre el resultado de la mala aplicación de las leyes, el fruto espurio del egoísmo y de los intereses subalternos de aquellos que se consideran inmortales en el campo físico.
Vestidos con la indumentaria orgánica han construido incomparables obras que dignifican su existencia, ampliando los horizontes del pensamiento y luchado tenazmente para eliminar o disminuir las fuerzas incoercibles, que sorprenden con un alto grado de destrucción, reduciendo casi todo a polvo y devastación. En una paradoja de gigantescos aspectos, la belleza confraterniza con la tragedia, el éxito con el infortunio, las conquistas superiores con las pérdidas inimaginables. Aspiraciones sublimes convertidas en realidad, de un momento para otro se diluyen en el río del olvido y quedan inmortalizadas en las páginas de la Historia, mientras que el dolor prosigue, en un campeonato fuera de lo común, victorioso...
Platón afirmaba que la función de la filosofía es preparar para la muerte. El emérito discípulo de Sócrates comprendía que la existencia física, por más prolongada que fuera, era siempre muy breve en el transcurso del tiempo. Recomendaba, como un mecanismo para la conquista de la felicidad, la ética de los elevados principios morales y el esfuerzo para la autoiluminación, conforme con lo enseñado por su maestro.
El sentido de la vida en la Tierra es, sin duda, la conquista de la plenitud, entendiendo la presencia del sufrimiento y de sus tributos inevitables en nuestro existir, a través del amor.
Artículo publicado en el diario A Tarde (Bahia, Brasil), columna Opinión, el 07-05-2015.
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