martes, 12 de julio de 2016

LA MISIÓN DEL ESPIRITISMO(3)



          LA MISIÓN DEL ESPIRITISMO (3)

       Si nosotros quisiéramos reformar las religiones, seríamos una nueva imposición, y el Espiritismo vería entonces la mota en el ojo ajeno, y no vería la viga en el suyo. Si nosotros hoy estamos, plenamente convencidos que ciertas religiones vivirán el tiempo que sea necesario, y cuando llegue la hora que sus templos pasen a ser monumentos históricos, se apagarán sus lámparas, se evaporarán las nubes de su incienso, enmudecerán los aromas y otros perfumes le ofrecerán los hombres a Dios; pero esta reforma la hará el tiempo, que es el gran reformador de la humanidad; ¿Se puede concebir en el mundo un solo hombre que no venere la memoria de Jesús, que no admire sus virtudes y no reconozca, en Él al Redentor de las edades modernas? ¡Ah! Cuánta razón tiene Allan Kardec cuando dice que hemos perdido muchos siglos en inútiles disensiones.
Es de notar que, durante, esta interminable polémica que ha apasionado a los hombres por espacio de una larga serie de siglos, y aún dura, que ha encendido las hogueras y hecho derramar torrentes de sangre, se ha disputado sobre una abstracción; la naturaleza de Jesús, polémica que aún se discute, aunque Él nada haya hablado de ella, y que se ha olvidado una cosa, la que Él ha dicho ser toda la ley y los profetas, es a saber: el amor a Dios y al prójimo, y la caridad, de la que hizo condición expresa para la salvación. Se han aferrado a la cuestión de afinidad de Jesús con Dios, y se han tenido en completo silencio las virtudes que recomendó y de que dio ejemplo. 
Después de XIX siglos de luchas y disputas vanas, durante las cuales se ha dado completamente de mano a la parte más esencial de la enseñanza de Jesús, la única que podía asegurar la paz de la humanidad, se siente uno cansado de esas estériles discusiones, que sólo perturbaciones han producido, engendrando la incredulidad, y cuyo objeto no satisface ya la razón. Ya era hora que se comprendiera que la verdadera cuestión religiosa estriba y depende de la moral universal; sin moralidad no hay religión.
Mucho blasonan todos los que quieren reconocer en Jesús a Dios; y si a Jesús pudieran entristecerle los desaciertos de los hombres, ¡Cuántas horas de angustia indescriptible habrá sufrido ante el crimen continuado de la humanidad! Que en nombre de un Dios de amor ha quemado y destruido todo aquello que no se sometía a sus ideas.
No es nuestro ánimo discutir sobre la divinidad de Jesús y la naturaleza de su cuerpo; avaros del tiempo, creemos que lo aprovecharíamos mejor si pudiéramos imitar sus virtudes. Ya se han perdido muchos siglos discutiendo sobre ésta o aquella palabra, controversia del todo inútil, puesto que sólo se ha conseguido que en los gloriosos tiempos del engrandecimiento de la fe católica, las naciones se empobrecieran, la industria se paralizara, la ciencia enmudeciera, la ignorancia dominara, como sucedió en el reinado de en España, que según dice Garrido en su "Restauración teocrática" 
En tiempo de Carlos II, propuso un hombre inteligente la construcción de canales que unieran el Manzanares y el Tajo, y el Rey consultó el caso, no con ingenieros, profesión desconocida en aquellos felices tiempos, sino con teólogos, que le dieron en su informe la siguiente respuesta: "Si Dios quisiera que estos dos ríos fuesen navegables, no sería necesario que los hombres se tomaran el trabajo de hacerlo, porque con una sola palabra que hubiera salido de su boca, la obra estaría hecha. Cuando Dios no lo ha pronunciado, será porque no lo ha creído conveniente, y sería atentar contra los designios de la Providencia querer mejorar lo que ha dejado imperfecto, por causas que su sabiduría se reserva".

¿Necesita esto comentarios? No; ello sólo se recomienda; como se recomienda también la determinación que tomó Felipe II en 1558, "cuando mandó desmontar las prensas de imprimir, excepto las que imprimían misales y breviarios, amenazando con pena de muerte y confiscación de bienes, no sólo al que se atreviese a imprimir otra clase de libros, sino al que osara tener comunicación con los manuscritos".
Estas han sido las inmensas ventajas que ha reportado a los pueblos un feroz fanatismo, ¡La muerte del cuerpo en las hogueras, y la asfixia del alma en el embrutecimiento!
No hay institución que no tenga sus errores, y puede llamarse doctora del error a la que, siempre que ha podido, ha rechazado a la ciencia; en cambio el Espiritismo racional funda en la ciencia su consoladora religión.
Los espiritistas racionalistas; los que son verdaderamente esencialistas, no se afilian a ninguna religión que tenga en su culto formalismo alguno; pero sí pueden llamarse cristianos, porque aceptan el cristianismo primitivo, el de los primeros años de la Iglesia, que era la ley de amor puesta en acción, la fraternidad en su más sublime sencillez.
Las sociedades espiritistas pueden llamarse cristianas, porque reconocen en Jesús, el Profeta del progreso universal. ¿Quiere acaso el Espiritismo levantar una nueva iglesia?, ¿Quiere arrastrar a las masas ignorantes al desconcierto de no saber dónde postrarse para orar? No, el Espiritismo no aspira a destruir lo existente, lo que anhela es moralizar a la humanidad.

A los pueblos que viven estacionados no se les puede quitar sus altares, porque no sabrían dónde guarecerse las multitudes atribuladas. No se deben destruir las iglesias; lo que se debe hacer es levantar escuelas y abrir grandes centros de instrucción gratuita y obligatoria. 
Al hombre no se le debe obligar a que deje sus dioses; pero sí se le debe obligar a instruirse y a moralizarse; y cuando las humanidades estén más instruidas, y por lo tanto más adelantadas, no necesitarán entonces ir a un paraje determinado para rezar; porque cada cual rezará fervorosamente en el templo sagrado de su conciencia.
Los buenos espíritus ni se imponen ni coartan la voluntad de nadie; si se impusieran, si nos dominaran, entonces sería el Espiritismo una nueva secta, con su formalismo, una nueva imposición, tan pequeña como las demás religiones; pero el Espiritismo es más grande, es más racional, más armónico, él, nos dice "que fuera de la Caridad no hay salvación"; aconsejando al hombre que estudie, que no se conforme con la muerte aparente del cuerpo; que hay algo que vive más allá de la tumba; que el Espíritu siente, piensa y quiere sin perder con el transcurso de los siglos su eterna individualidad.
Una larga experiencia nos viene demostrando que la libertad de conciencia le cuesta a los pueblos un parto tan difícil y tan laborioso, que las naciones sudan sangre para obtener después de mil penalidades sus legítimos derechos.
¡Qué anomalía! El hombre tiene el infinito por patrimonio; y las instituciones humanas le han negado hasta lo más íntimo, lo más sagrado, lo más espiritual, lo que constituye la grandeza suprema del ser, ¡La libertad divina de pensar! ¡El derecho de adorar a Dios en el valle o en el monte, en la humilde ermita o en la artística y grandiosa catedral! Todo esto le ha sido negado, y las multitudes encadenadas por el poder teocrático han sido las siervas de la ignorancia muchos y muchos siglos.

Muchas almas inteligentes han comprendido el abuso, se han quejado en el silencio, pero su queja ahogada por el temor no ha producido ningún buen resultado; y leyes anormales han seguido rigiendo a la perezosa humanidad.
Decía Solón, "que la injusticia desaparecería en breve, si el que tiene conocimiento de ella, se quejase tanto como el que la sufre". Mas, ¡Ay! En este oscuro planeta, los hombres ignorantes no han encontrado bastante pesada la carga de sus cadenas; y los más entendidos que con su inteligente mirada, han visto a las masas populares agobiadas bajo el peso de un estúpido fanatismo, han dejado correr el tiempo esperando que la casualidad los aligere de su carga;
y por la pasiva obediencia de unos, y la indiferencia calculada de otros, el poder teocrático fue engrandeciendo sus dominios y llegó a ser un día el soberano del mundo civilizado; pero como los hombres no han nacido para ser esclavos, la fuerza de las cosas, el poder de las circunstancias, la corriente nunca paralizada de los acontecimientos, han producido crisis nerviosas a las sociedades, y sacudimientos convulsivos han trastornado a los pueblos; mas, en medio de las luchas fratricidas no han faltado apóstoles del progreso que hayan dicho a las humanidades:
¡Despertad! ¡Despertad! ¡Daos cuenta de que vivís!
¡Aprended a pensar por vosotros mismos!
¡Educad vuestra inteligencia con vuestro propio raciocinio!
¡No saciar vuestra sed religiosa, con el agua estancada de la fe ciega!
¡Buscad otro manantial más purificado!
¡Acudid a la fuente del Monte de las Calaveras!
¡Aprended a tener sed de infinito! Que el moderno Redentor de progreso, vino a la Tierra para calmar la sed de justicia, que fatigaba y atribulaba a la humanidad!
Esto dijeron últimamente los apóstoles del Crucificado. Mas ¡Ay! Su predicación no fue escuchada; los abusos siguieron, y como dice muy bien Amigó en el libro "Nicodemo" en sus consideraciones sobre el Cristianismo: "Vinieron las guerras religiosas, y los espíritus rectos se preguntaban: ¿Será posible que la religión arme el brazo del hombre contra el hombre, del hermano contra el hermano, de un pueblo contra otro pueblo? ¿Puede el sentimiento de caridad compadecerse con el derramamiento de sangre? ¿Es ni siquiera concebible que Dios se agrade de que su nombre sea invocado en lo más recio de la pelea, cuando la rabia hierve en las entrañas de los inhumanos combatientes? ¿Será la guerra otra cosa que el fratricidio organizado? ¿No mandó Jesús a Pedro que envainase la homicida espada? ¿Habrá religión donde no hay paz?... Y las guerras religiosas agrandaban el vacío en torno de la ortodoxia".
Es muy cierto, que el progreso se enseñorea del mundo, y se declara pontífice del Universo, sí; sumo pontífice universal, sin preferir ésta o aquella iglesia, que el progreso no tiene más iglesia que el infinito; pero como ese genio de los siglos, ese redentor de todos los tiempos, ese encantador de las edades llamado "Progreso", es tan viejo, es como todos los abuelos complacientes con sus nietos, y deja a los hombres que siga cada cual el culto apropiado a su adelanto y a su razón; y lo que únicamente exige al hombre es amor y caridad, porque con estos dos grandes elementos se puede realizar algún día la unión de los pueblos, y la gran familia humana podrá elevar en la Basílica de la Creación el aleluya y el hosanna universal.
Esto hace el Espiritismo, su misión es ensanchar los horizontes de la vida. Testamentario del progreso es el encargado de entregar a la humanidad el gran legado del trabajo, y ya de muy antiguo dijo un sabio "que el trabajo es el centinela de la virtud".  (Continúa en el siguiente)

Amalia Domingo Soler

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EL DEVOTO DESILUSIONADO

El hecho parece una anécdota,  más un amigo nos contó la pequeña historia que ponemos a continuación, asegurando que el relato se basa en la más viva realidad.
Hemeterio Rezende era un tipo de creyente exquisito, fijado   a la idea del paraíso. Admitía plenamente que la oración dispensaba las buenas obras, y que la oración aun era el mejor medio de forrarse para cualquier esfuerzo.
“¡Descansar, descansar!...” En la cabeza  de él eso era un refrán mental incesante.  El cumplimiento de mínimo deber le surgía a la vista por una actividad sacrificial y, en las pocas obligaciones  que ejercía, se acusaba  por penitente desventurado, lamentándose por vágatelas. Por eso mismo,  fantaseaba el “dulce  no hacer nada” para después  de la muerte del cuerpo físico. El reino Celeste,  a su ver, se constituiría de espectáculos  fascinantes de por medio con manjares deliciosos… Fuentes de leche y miel, frutos y flores, se revelarían  por milagros constantes, enjambrarían aquí y allí, en el edén de los justos.

En esa expectativa, Rezende dejo el cuerpo en edad madura, probando placeres y más placeres.
En efecto,  Espíritu desencarnado,  luego después del gran trance fue atraído, de inmediato,  para una colonia  de criaturas  desocupadas y gozadoras que le eran afines, y ahí encontró el padrón de la vida con la que soñara; la pereza lo lisonjeara, para coronarse de fiestas sin sentido y a enpanzurrarse de platos hechos.
Nada que hacer, nadie a quien auxiliar…
Las semanas se sucedían unas a otras, cuando Rezende, que se suponía en el cielo, pasó a sentirse castigado por terrible desencanto. Suspiraba por renovarse  y concluía  que para eso le sería indispensable trabajar…
Tomado por el tedio  y la desilusión, no hallaba  en si mismo  sino el ansia de cambio.
Cara a eso, espero y espero, y, cuando se vio frente  a uno de los comandantes  del extraño burgo espiritual, expuso, suplicando:
-¡Amigo mío, mi amigo!... ¡Quiero actuar, hacer algo, mejorarme, olvidarme!... ¡Pido una transformación, transformación!...
-¿Para donde desea ir? – pregunto el interpelado, un tanto sarcástico.
- Aspiro a servir, a favor de alguien… No encuentro nada aquí para ser útil… Por piedad, déjeme seguir para el infierno, donde aspiro  moverme y ser diferente…
Fue entonces que el enigmático jefe  sonrío y hablo, claro:
-¡Rezende, usted pide para descender al infierno, más escuche, mi amigos!... ¿Sin responsabilidad, sin disciplina, sin trabajo, sin cualquier necesidad de practicar la abnegación, como vive ahora, donde piensa usted que ya está?
HERMANO X
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Fe sin obras, oración en vano
Pereza que adora y piensa
Calma sin brillo  de acción
Retrato de la indiferencia.

CHIQUITO DE MORAIS
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Procura el bien, haz el bien
No pierdas tiempo, ni vez
Que la gente lleva de la vida
Solamente la vida que hizo.
ROBERTO CORREIA
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Busque hacer el bien, mientras usted dispone de tiempo. es peligroso guardar  una cabeza llena de sueños, con las manos desocupadas.
ANDRÉ LUIZ

Traducido al español por. M. C. R

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LOS OTROS
¿Ya pensaste que existe mucha gente más allá de ti, viviendo en el mismo mundo en que habitas? Son billones, con las mismas necesidades y los mismos derechos. Hijos del mismo Dios de bondad y de amor. y aun otros billones de desencarnados buscan los mismos intereses de vida que tú buscas. Quien te hizo no Se olvidó de colocar  las mismas  cualidades en la conciencia de tus hermanos en el camino.
Si tú, para vivir, precisas de los otros, tanto como los otros de ti, es de justicia, y la razón nos esclarece, la gran necesidad de vivir bien con nuestros semejantes, de hacer, para con ellos lo que estuviera a nuestro alcance. La Fuente Divina no se olvida de nadie, en lo que atañe a nuestras necesidades. Lo que hayamos  que falta en la economía de la naturaleza es consumido en el desperdicio de los que abusaron de aquello que fue  colocado en sus manos, registrando en la escritura superior, la ignorancia que, algunas veces atiende el carma  de los sufridores.
No existe fallos en la naturaleza. Lo que hayamos injusticia es puramente apariencia. Cada uno recibe justamente lo que merece en el avance de la propia vida. Si te interesa recibir cosas buenas, no debes dudar de la ley que nos habla que es dando como recibimos. Los otros son continuación de nosotros mismos, en términos filosóficos, que la escrita alcanza para mostrar las bellezas de lo oculto.
Si queremos apartar el inconveniente de nosotros,  no aprendamos las lecciones de la inconveniencia. Dios no deshereda a nadie, ni aniquila ningún espíritu, porque no Le obedece. El creó leyes y ellas nos disciplinan cuando erramos en el camino que debe ser recorrido.
Si alguien te persigue,  no hagas tu lo mismo. Si la represalia es tu arma, esa defensa estraga tu propia oportunidad de comprender aquel que no te comprende. Procura siempre la Justicia sin el exagero y ama siempre la Verdad, sin que la ofensa aparezca. Los otros tienen el mismo derecho que tenemos como ocupantes de lugares en la gran extensión infinita.
Dios asiste al ladrón tanto como al justo; al asesino, tanto como al hombre de bien; sin embargo, cada uno recibe lo que busca por la vida que se dispone a vivir. El Señor no distingue a Sus hijos; ellos son todos iguales para Su magnánima visión. Ama a todos, como el Sol  distribuye sus rayos en todas las direcciones  del Universo, sin nada exigir de los beneficiados. Cuando pienses, hermano mío, en tus necesidades, acuérdate igualmente de la carencia de los otros. Y, si fuera posible, trabaja  a favor de ellos, que ese trabajo, cuando no es vendido, genera puntos de vida en la luminosidad del Amor.
Cuando escogemos  a alguien para nuestra amistad o para nuestro amor, exigimos cualidades, perfección,  todo lo buenos que nos agrade. ¿Por qué no hacer lo mismo con nosotros? ellos, ciertamente, deben pensar  lo mismo de nosotros. Atraemos lo que somos, mejoremos por dentro que las compañías que nos acompañaran en lo que verdaderamente somos. Es la ley de afinidad, que nunca erra en el trabajo de las uniones. Trata a los otros como si fuesen tu mismo, alimenta el mismo interés de servir a tus hermanos, como si  lo estuvieses haciendo a tu favor, que tu amistad crecerá, mostrándote  el verdadero camino, donde tu  inteligencia  y tu corazón encontraran  el reino de la conciencia  en perfecta armonía con la Armonía universal, en paz con Dios.
M.C.R.

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   EL ASPECTO RELIGIOSO DEL ESPIRITISMO

Algunas personas, tratan de confundir las indiscutibles bases evangélicas sobre las que se apoya el Espiritismo, aun cuando el propio Codificador, que no es más que un digno fiel defensor de la Doctrina de Jesús afirmó en un discurso en Lyon el 19 Sept. 1861 en la Revista Espírita bajo su dirección, (Anuario Espírita/95, página 28, punto 2): 
...El Espiritismo, al contrario, no tiene nada que destruir, porque se asienta sobre las mismas bases del Cristianismo; sobre el Evangelio; del cual no es sino su aplicación. 
Pero además nos dice: 
...Por el Espiritismo, Dios viene a hacer un último llamado a la práctica de la Ley enseñada por Cristo: la Ley de Amor y de Caridad. (El Espiritismo en su más Simple Expresión, Mensaje Fraternal, página 38, punto 32 final.) 

Kardec, jamás se manifestó como una persona anti-religiosa. Su conocimiento y la Guía de los Espíritus Superiores que lo animaron y guiaron en la misión de establecer las sólidas bases de la Doctrina Espirita, le servían en todo momento para esclarecer lo que la ignorancia y la mala voluntad de la Religión había predicado como “verdad”. Así destruye el mito del “cielo y del infierno”, de las penas por la eternidad, del poder temporal de la iglesia, aclara lo que Jesús trato de explicarle a Nicodemo: “tenemos que nacer de nuevo”, o sea, no a la resurrección y si a la reencarnación. La comunicación es con las almas de nuestros seres queridos ya desprendidos de su cuerpo físico y no con los llamados “demonios” que aterrorizaron la mente de millones de seres a través de los tiempos. A Dios a través de la “ciencia”, de la verdad, de la razón, de la lógica. Afuera el oscurantismo, el fanatismo, que tanto daño ha hecho por siglos. 

Pero Kardec siempre lo hizo con respeto y con una flor blanca en la mano, pues a pesar de todo: “el Amor nos debía unificar a todos”. Las conquistas del Espiritismo debían de servir para aclarar esas mentes encerradas en el oscurantismo y el fanatismo. El Espiritismo, sentía Kardec, era la llave que abriría los corazones e impulsaría la razón, y permitiría que la luz penetrara en cada lugar, en cada púlpito, en cada mente. Continuemos su hermosa labor!

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