miércoles, 25 de enero de 2017

Progreso infinito



                                                                         
SUICIDIO

     En el suicidio intencional, sin las atenuantes de la molestia o de la ignorancia, hay que considerar no solamente el problema de la infracción ante las Leyes Divinas, pero también el acto de violencia que la criatura comete contra si misma, a través de la premeditación más profunda, con remordimiento más amplio.

       Atormentado de dolor, la conciencia despierta en el nivel de sombra en cuestión y precipitó, soportando forzosamente las compañías que eligió para si propio, por el tiempo indispensable a la justa renovación.

Con todo, los resultados no se circunscriben a los fenómenos de sufrimiento íntimo, porque sugieren los desequilibrios consecuentes en las sinergias del cuerpo espiritual, con impositivos de reajuste en existencias próximas.

       Es así que después de determinado tiempo de reeducación, en los círculos de trabajo fronterizos de la Tierra, los suicidas son habitualmente reinternados en el plano carnal, en régimen de hospitalización en la celda física, que les refleja las penas y angustias en la forma de enfermedades e inhibiciones.
Nos será fácil, de ese modo, identificarlo, en la cuna en que repuntan, entre mostrando la expiación a que se acogen.
      Los que se envenenaron, conforme los tóxicos de que se valieron, renacen trayendo las afecciones valvulares, los achaques del aparato digestivo, las enfermedades de la sangre y as dificultades endocrinas, tanto cuanto otros males de etiología oscura; los que incendiaron la propia carne amargan las agruras de la ictiosis o del pénfigo; los que se asfixiaron, sea en el lecho de las aguas o en las aguas corrientes del gas, exhiben los procesos mórbidos de las vías respiratorias, como en el caso del enfisema o de los quistes pulmonares; los que se ahorcaron cargan consigo los dolorosos disturbios del sistema nervioso, como sean las neoplasias diversas y la parálisis cerebral infantil; los que despedazaron el cráneo o acostaron la propia cabeza bajo ruedas destruidoras, experimentarán desarmonías de la misma especie, notadamente las que se relacionan con el cretinismo, y los que se tiraron de grande altura reaparecen portando los padecimientos de la distrofia muscular progresiva o de la osteítis difusa.
      Según el tipo de suicidio, directo o indirecto, surgen las distonías orgánicas derivadas, que corresponden a diversas calamidades congénitas, inclusive la mutilación y el cáncer, la sordez y la mudez, la ceguera y la locura, que representan una terapéutica providencial en la cura del alma.
Junto de semejantes cuadros de probación regenerativa, funciona la ciencia médica por misionaria de la redención, consiguiendo ayudar y mejorar los enfermos de conformidad con los créditos morales que alcanzaron o según el merecimiento que dispongan.

      Guarda, pues, la existencia como don inefable, porque tu cuerpo es siempre instrumento divino, para que en él aprenda a crecer para la luz y a vivir para el amor, ante la floración de Dios.

                                          Libro "Religión de los Espíritus" -
                           Psicografia Francisco C. Xavier, Espíritu: Emmanuel.

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            Fe, esperanza y consuelos 
La fe es la confianza del hombre en sus destinos, el sentimiento que le lleva hacia el Poder infinito; es la certidumbre de haber entrado en el camino que conduce a la verdad. La fe ciega es como un farol cuyo rojo resplandor no puede traspasar la niebla; la fe esclarecida es un faro poderoso que ilumina con una viva claridad el camino que se ha de recorrer. 
No se adquiere esta fe sin haber pasado por los tormentos de la duda, por todas las torturas que vienen a sitiar a los investigadores. Éstos no obtienen más que una abrumadora incertidumbre, y flotan durante mucho tiempo entre dos corrientes contrarias. ¡Dichoso el que cree, sabe, ve y camina de un modo seguro! Su fe es profunda, inquebrantable. Le hace capaz de salvar los mayores obstáculos. En este sentido, se ha podido decir, 
en forma figurada, que la fe levanta las montañas, representando las montañas, en este caso, las dificultades acumuladas en el camino de los innovadores, las pasiones, la ignorancia, los prejuicios y el interés material. 
Sólo se ve comúnmente en la fe la creencia en ciertos dogmas religiosos aceptados sin examen. Pero la fe es también la convicción que anima al hombre y le orienta hacia otras finalidades. Existe la fe en uno mismo o en una obra material cualquiera, la fe política y la fe en la patria. Para el artista, el poeta y el pensador, la fe es el sentimiento del ideal, la visión de ese foco sublime, encendido por la mano divina en las cimas eternas para guiar a la humanidad hacia la Belleza y la Verdad. 
La fe religiosa, la cual prescinde de la razón y se refiere al juicio de los demás, que acepta un cuerpo de doctrina verdadera o falsa y se somete a él sin comprobación, es la fe ciega. En su impaciencia, en sus excesos, recurre cómodamente a la opresión y conduce al fanatismo. Considerada bajo este aspecto, la fe es todavía un móvil poderoso. Ha enseñado a los hombres a humillarse y a sufrir. Pervertida por el espíritu de dominación, ha sido la causa de muchos crímenes; pero, en sus consecuencias funestas, nos pone aún de 
manifiesto la multitud de recursos que existen en ella. 
Ahora bien, si la fe ciega puede producir tales efectos, ¿qué no hará la fe basada en la razón, la fe que juzga, discierne y comprende? Algunos teólogos nos invitan a despreciar la razón, a renegar de ella, a hollarla con los pies. Objetan todos los errores en los cuales ha caído, y parecen olvidar que es la razón misma la que nos ha ayudado a corregirlos. ¿Debemos, pues, renegar de ella, cuando es ella misma la que nos revela lo que es bueno y bello? 
La razón es una facultad superior destinada a esclarecernos todas las cosas; se desarrolla y aumenta con el ejercicio, como todas nuestras facultades. La razón humana es un reflejo de la Razón eterna. "Es Dios en nosotros", ha dicho San Pablo. Desconocer su valor y su utilidad es desconocer la naturaleza humana y ultrajar a la Divinidad misma. Querer reemplazar la razón por la fe es ignorar que ambas son solidarias. Se afirman y se vivifican la una a la otra. Su unión abre al pensamiento un campo más vasto; armoniza nuestras facultades y nos proporciona la paz interior. 

La fe es madre de los nobles sentimientos y de las grandes acciones. El hombre profundamente convencido permanece inquebrantable ante el peligro, como en medio de los sufrimientos. Por encima de las seducciones, de las adulaciones y de las amenazas; más alta que la voz de la pasión, oye una voz que resuena en las profundidades de su conciencia, y cuyos acentos le reaniman en la lucha y le advierten en las horas peligrosas. 
Para producir tales resultados, la fe ha de reposar sobre el fondo sólido que le ofrecen el libre examen y la libertad de pensamiento. En lugar de dogmas y misterios, sólo debe reconocer los principios que se deduzcan de la observación directa y del estudio de las leyes naturales. Tal es el carácter de la fe espiritista. 
La filosofía de los espíritus nos ofrece una creencia que no por ser racional deja de ser robusta. El conocimiento del Mundo Invisible, la confianza en una ley superior de justicia y progreso imprime a la fe un doble carácter de calma y de seguridad. 
¿Qué puede temerse, en efecto, cuando se sabe que ninguna alma puede perecer, que después de las tempestades y de los desgarramientos de la vida, más allá de la sombría noche donde todo parece abismarse, se ve apuntar el resplandor encantado de los días que no han de terminar nunca? 
Cuando avanza la vejez helada, poniéndonos su estigma sobre la frente, apagando nuestros ojos, arrugando nuestros miembros, encorvándonos bajo su peso, entonces vienen con ella la tristeza, el disgusto de todo y una gran sensación de fatiga, una necesidad de reposo como una sed de la nada. ¡Oh! En esa hora de turbación, en ese crepúsculo de la vida, ¡cómo regocija y reconforta la lucecita que brilla en el alma del creyente, la fe en el porvenir infinito, la fe en la justicia, en la Suprema Bondad! 
Penetrados de la idea de que esta vida no es más que un instante en el conjunto de nuestra existencia inmortal, recibamos con paciencia los males inevitables que enfrentamos. Las perspectivas de las épocas que 
nos esperan nos darán fuerza para dominar las miserias presentes y para colocarnos por encima de las fluctuaciones de la fortuna. Nos sentiremos más libres y mejor armados para la lucha. Al conocer la causa de sus males, el espiritista comprende la necesidad de ellos. Sabe que el sufrimiento es legítimo, y lo acepta sin protestar. Para él, la muerte no supone la nada; los lazos de afecto persisten en la vida de ultratumba, y todos los que son amados en la Tierra vuelven a encontrarse, emancipados de las miserias terrenales, lejos de esta dura mansión; sólo hay separación para los malos. De estas convicciones deducen consuelos desconocidos los indiferentes y los escépticos. Si de un extremo al otro del globo todas las almas comulgasen en esta fe poderosa, asistiríamos a la transformación moral más grande que hubiera de registrar la historia. 
Sin embargo, muy pocos hombres poseen esta fe aún. El espíritu de Verdad ha hablado a la Tierra, pero ésta no ha prestado oído atento a sus acentos. No son los poderosos los que han escuchado, sino más bien los humildes, los pequeños, los desheredados, todos los que tienen sed de esperanza. La Revolución Espiritista encontró en un principio una viva oposición en los ambientes religiosos y científicos. Esto estado de cosas tiende a atenuarse. Muy pocos hombres tienen el valor de desdecirse y confesar que se han equivocado; la mayoría prefiere combatir durante toda la vida una verdad que puede comprometer sus intereses o echar por tierra sus afirmaciones. Otros, en secreto, reconocen la bondad y la grandeza de esta doctrina, pero sus exigencias morales les espantan. Aferrados a sus placeres, deseando vivir a su gusto y sin cuidarse del más 
allá, alejan de su pensamiento todo lo que les lleve a romper con las costumbres perniciosas que les son queridas. Estas teorías constituirán para ellos, por consiguiente, un venero de amargos pesares.
Nuestra sociedad febril se cuida muy poco de una enseñanza moral. Demasiadas opiniones contradictorias tropiezan y se entrechocan; en medio de este estado confuso, empujado por el torbellino de la vida material, el hombre reflexiona poco. 
Pero todo espíritu sincero que busque la fe y la verdad las encontrará en la Revelación Nueva. Una influencia de lo Alto se esparcirá sobre él y le guiará hacia esta luz naciente que algún día iluminará a la humanidad entera. 

El Camino Recto 
Léon Denis

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¿ Cuántas veces en nuestro rostro no esbozamos una sonrisa bien sea por aparentar o por tratar de cambiar nuestro estado emocional, cuando por dentro sentimos que nos duele el alma? 

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NI VIRTUDES NI DEFECTOS.

 (Amailia Domingo Soler) 


Hace pocos días me visito una mujer de larga historia, la cual tiene un ingenio prodigioso para hacerse desgraciada, porque, si bien sobre su ser han caído grandes calamidades, ella las aumenta y las multiplica por su delicadeza extrema, por su exceso de dignidad,por no amoldarse a las circunstancias de su vida; y pensando en ella una tarde, en esa hora melancólica del crepúsculo vespertino, sostuve con un espíritu el diálogo siguiente: 

-Dime, mi buen amigo invisible, yo no acierto a comprender si María tiene más virtudes que defectos, o más defectos que virtudes. ¿Qué te parece a ti? 

-Que ni tiene sobra de virtudes ni abundancia de defectos; es un espíritu que no puede amoldarse al medio ambiente que le rodea, porque el progreso del alma no se improvisa; se improvisan, por regla general, malos versos, pero no el modo de ser de un espíritu; este cambio necesita de su tiempo, su preparación correspondiente, y estas preparaciones no se efectúan en el corto plazo de una existencia; a veces, se necesitan siglos y siglos para olvidar los hábitos y las costumbres que forman ley en la opulencia. Lo que sucede es que como os ocupáis mucho más en mirar los defectos de los otros. que en estudiar por que los tienen, de ese desconocimiento absoluto de las leyes de la vida, proviene vuestro vicio de la murmuración.

-Pues tú bien sabes, que lo que es yo, busco primero las virtudes que los defectos, en todos los seres con quienes me relaciono. 

-Y la generalidad de las veces, revistes con ostentosas galas a los que, en realidad, van cubiertos de harapos; te dejas llevar de los relumbrones, de las exterioridades; te contentas con mirar la superficie de las cosas, y para juzgar con justicia, hay que mirar el fondo en todas las acciones humanas, convéncete de lo que voy a decirte: Actualmente,. la humanidad que puebla la tierra no tiene ni virtudes ni defectos; obedecen todos sus actos .buenos y malos a leyes imperiosas de la h
istoria. Los hombres que hoy día se disputan en ese mundo el poder y la riqueza, son medianías, si no .en,todas las naciones en que tenéis dividido el globo, en su mayoría. Por eso no hay mártires de sus ideales y de sus religiones, porque no hay excesos de amor y de fe en las almas que habitan en ese grano de arena del 'infinito; pero veo que me voy desviando del objeto principal de tu pregunta.Tu quieres saber si esa mujer que se confiesa contigo, tiene más virtudes que defectos, o más defectos que virtudes, Ya te contesté en principio, que no tiene ni virtudes ni defectos, y si no puede amoldarse al medio ambiente que la rodea, es porque aún contempla en sus sueños grandezas pasadas, ostentosas exterioridades, palacios suntuosos, humildes servidores y rendidos magnates, y es,muy doloroso tan brusco cambio de escena para cierta clase de espíritus que se pagan mucho de oropeles y vanidades. 

Sabido es, que el espíritu adelantado no le da gran importancia al escenario donde tiene que representar su papel; que el verdadero filosofo acepta, sin murmurar, todas las cosas de hiel que le ofrecen en el gran banquete de la vida; pero los verdaderos filósofos han escaseado siempre, y lo que debes hacer es lo que haces, escuchar las quejas de los que sufren, y si no encuentras en tu imaginación un rayo de luz que pueda iluminar aquellas tinieblas, cállate, no les des consejos vulgares, de esos que irritan, en vez de consejos, estrecha sus manos, llora con los que lloran; si tienen hambre parte con ellos la mitad de tu pan; si tienen sed no les niegues el agua que puede refrescar sus fauces y no los recrimines en tu interior tachándolos de orgullosos y de mal contentos, que cada ser tiene sus delicadezas especiales, sus debilidades sus manías, y si con ellas se ha vivido siglos y siglos, ¿creéis que en un segundo se puede cambiar de opinión. Y de modo de ser? Imposible, completamente imposible. Tenéis la costumbre de decir muchos de vosotros: “ A todos nos gusta lo bueno, a todos nos agrada la buena vida, pero cuando no hay otro remedio, nos contentamos y carecemos de lo mas necesario ¿por qué éste o aquél no hacen lo mismo?” Pues no lo hacen porque no pueden, porque no están a vuestra altura moral o intelectual. 

¿Hay dos personas de cuyos semblantes sean tan parecidos el uno al de otro, que se puedan cambiar fácilmente su personalidad? No; hasta a los gemelos, bien mirados, se les nota diferencia, por leve que esta sea; pues como sucede en los organismos, sucede en los espíritus; no hay dos que piensen lo mismo; irán juntos para la realización de un proyecto, para llevar a cabo una gran empresa; muchos obedecerán a su jefe, pero si vais preguntando individualmente, cada uno os irá diciendo: “Si mi voto valiera, iría por el camino llano, en vez de trepar por las montañas, o bien siempre arriba, siempre arriba, que desde lo alto se ven mucho mejor las llanuras”; un centenar de hombres os darán un centenar de pareceres distintos; por eso es una razón de tampoco peso en la que os fundáis cuando decís: “Pues si yo me resigno también se puede resignar aquél, que tan de carne y hueso es él como yo”. Es cierto, los dos tenéis los mismos componentes, de la misma sustancia se alimenta vuestra sangre y vuestro cerebro; pero, ¿sucede lo mismo con vuestra parte moral e intelectual? No; vuestra historia sigue ajustada a su ayer y es completamente distinta, y como no tienen el menor parecido sus episodios, la continuación de cada historia sigue enlazada a los hechos pasados; por eso, el uno se resigna con su adversa suerte y el otro reniega el haber nacido. ¿Es mas virtuoso el que se resigna?, no lo sabemos, sólo se puede asegurar que ha luchado mucho. ¿Tiene mayores defectos el que maldice la hora en que nació? No tiremos piedras sobre él, recordemos lo que dijo Jesús, refiriéndose a la mujer adúltera: “El que este sin pecado, que arroje la primera piedra” y ¡nadie se atrevió a apedrearla¡ No preguntes sobre las virtudes y los defectos de otro; interrógate a ti misma, y te será más provechoso el estudio. 

Se fue mi amigo invisible y no olvidaré su consejo ya que yo, como todos, me ocupo más de la casa del vecino que de la mía, y en la mía, ¡Cuanto tengo que reformar¡ Se conoce que durante muchos siglos he huido de ella y amenaza ruina; pero yo la reedificaré. 


AMALIA DOMINGO SOLER 

Extraído del periódico “LA LUZ DEL PORVENIR” Año I , nº 9 ; editado en Mayo de 1907 en Villena.

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El hombre que posee bienes suficientes para asegurar su existencia,¿está liberado de la ley del trabajo?

Del trabajo material, tal vez, pero no de la obligación de hacerse útil según sus posibilidades, de perfeccionar su inteligencia o la de los demás, lo cual también es un trabajo.
Si el hombre a quien Dios le ha concedido bienes suficientes para asegurar su existencia no está obligado a mantenerse con el sudor de su frente, la obligación de ser útil a sus semejantes es tanto mayor para él cuanto mayor es la parte que ha recibido por anticipado y que le concede más tiempo libre para hacer el bien.”


EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS.
ALLAN KARDEC

                                                      
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                  PROGRESO INFINITO 
Mercedes Cruz 


Es conveniente que reflexionemos un poco, sobre que ocurrió de extraordinario en nuestras vidas, seguramente poca será la diferencia porque los días, se suceden sin darnos cuenta, y la monotonía, es la característica principal de muchos de ellos. No podemos contentarnos con lo que hemos conseguido, hemos de seguir aumentando nuestro patrimonio espiritual, lo mismo que lo hacemos en el material, con la diferencia que el material es perecedero, pero el espiritual es para siempre, todo lo que conseguimos, espiritualmente es para siempre nunca se pierde. El progreso es infinito, debemos crecer constantemente para Dios, por eso nos hemos de entregar al esfuerzo incesante para liberarnos de los atavismos iniciales ascendiendo hacia la Gran Luz que es nuestro hermano Mayor que es la mejor Guía para no perdernos. Todos hemos de analizar qué es lo que deseamos, que nos gustaría vencer y superar dentro de nosotros mismos, y cuál es el fin por el que lo deseamos hacer.
La meta por la que solemos desearlo es para conseguir la armonía intima, la conciencia tranquila, porque si lo hacemos por los deseos materiales, estos nunca son satisfechos, el que desea tener una cosa, cuando la consigue, pierde su valor y quiere otra nueva, pero cuando conseguimos una victoria sobre una debilidad, esta nos satisface, nos da más libertad puesto que la carga se ha aminorado, caminamos con menos peso, más ligeros, y podemos llegar antes a cualquier parte, es como saber nadar y sumergirnos en el agua cada vez más seguros de nosotros mismos. El progreso es el resultado de continuas tentativas, de realizaciones en aumento bajo la inspiración de la cultura y del conocimiento. Cuando buscamos con sinceridad, y nos entregamos al valeroso esfuerzo, los obstáculos son vencidos, se abren en nosotros perspectivas muy confortadoras que nos permiten las realizaciones a las que nos hemos propuesto. Por eso fueron dichas las palabras de Jesús, “pedid y se os dará; llamad y se os abrirá; buscad y encontrareis” por eso nunca debemos desistir, por las contrariedades, por los contratiempos, porque reafirmados en el bien, y esclarecidos por la luz de Nuestro Maestro, conseguiremos bolar a mayores alturas, pese a todo y a todos. Sin cansarnos, con decisión, con fe, en Dios nuestro Padre, y en nosotros, porque si perdemos la fe en nosotros, no lo conseguiremos, puesto que los milagros no existen, y si tenemos Fe en Dios y no nos esforzamos, nada se verificará en nosotros. Dios nos ha puesto en el camino, para que lo alcancemos con el esfuerzo propio para que la gloria sea nuestra. Pues la ley del progreso es inevitable; no obstante este progreso se realiza mediante sacrificios y luchas constantes. Acostumbrados al placer, el esfuerzo que exige morigeración en los hábitos y costumbres, alteración de conducta y denuedo continuo, nos parece cuando somos cómodos una forma de sufrimiento, ausencia de armonía, haciéndosenos muy difícil desistir de los hábitos y costumbres que mantenemos y que a no dicen mucho a favor nuestro. El tiempo de breve duración ante la eternidad, es el que nos puede proporcionar bienestar, es al que deben ser dirigidas todas las aspiraciones y realizaciones, lo que no conseguimos hoy podemos hacerlo mañana, Dios nos ha dado todo el tiempo del mundo para llegar a Él. Pero pudiendo estar bien, ¿por qué estar mal? Si tenemos la oportunidad, para cambiar, para dejar de
sufrir las consecuencias de las malas inclinaciones que nos dominan, todos en la cárcel en que estamos, nos gustaría encontrar una salida, pero no una salida falsa, que nos haga volver al mismo lugar, más debilitados y pesarosos, es necesario encontrar la puerta que nos ofrezca la salida para siempre, para entrar en otros cometimientos que nos va permitiendo mejores vibraciones y mejores sintonía, hasta encontrar la felicidad, la paz, por eso, nunca desistamos del esfuerzo, del tesón, del emprendimiento constante de conseguir el progreso, y a medida que nuestra capacidad momentáneamente la tenemos limitada de satisfacciones se ampliará a medida que se dilaten en nosotros las percepciones de la inmortalidad y ansias del infinito. ¡Sigamos buscando! ¡Sigamos llamando! Hasta que consigamos sentirnos satisfechos y con plenitud.

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           Orgullo y humildad en el espiritismo 

     El éxito nos adormece, aunque éste sea ficticio. El fracaso es siempre una lección. Especialmente cuando lo enfocamos como un paso más en alcanzar nuestra meta, estudiando sus causas para evitarlas, aprendemos y mejoramos. 
      El método científico está basado en el procedimiento prueba-error, prueba-acierto, y esta dicotomía ha permitido obtener conquistas increíbles para el bienestar material de nuestra sociedad. Allan Kardec con sus trabajos en mediumnidad publicados en la Revista Espírita nos hace partícipes de sus métodos, explicando con todo detalle cómo se realiza el intercambio entre el mundo físico y el espiritual, y sus grandes aciertos, conseguidos gracias a su trabajo serio y concienzudo, iniciaron una nueva época en el estudio y comprensión de la realidad espiritual, partiendo del espiritualismo tradicional, únicamente teórico, para entregarnos un espiritualismo moderno y llevado a la práctica: el Espiritismo.         Aquellos que iniciamos los trabajos de la doctrina espírita, tras 150 años de su elaboración, cometemos un grave error si pretendemos revisar sus trabajos, cayendo en el orgullo y la vanidad. No podemos olvidar que Allan Kardec trabajó a las órdenes de Jesús, pues nos abrió las puertas del consolador prometido por Él. Su entrega y sacrificio, igual que otros espíritus, se iniciaron ya en la alborada de la historia, siempre colaborando y anunciando al Cristo, al Mesías, al Consolador; primero Elías, luego Juan Bautista y ahora Kardec, existencias unidas con eslabones de luz, trabajando incansablemente para allanar los caminos del Señor. Nuestros esfuerzos han de ir dirigidos a aprender y asimilar sus enseñanzas en nuestra actitud diaria, no intentemos modificarlas, como alumnos de primaria con pretensiones de perfeccionar el teorema de Pitágoras. Ante las dificultades que se presentarán y los errores en que incurriremos por nuestra inexperiencia seamos humildes y mansos de corazón, reconozcamos nuestras limitaciones y seamos constantes en la fe.
         Las obras de Allan Kardec no son fruto de su última existencia; su origen se pierde en la noche de los tiempos; ha trabajado incontables vidas por aportar luz a la Humanidad, y nosotros, que apenas iniciamos el camino ¿Nos creemos a su altura? Dentro del Espiritismo huyamos de las alabanzas, más allá del justo reconocimiento, y sepamos capaces de ver nuestros errores, pues solo así conseguiremos aprender y progresar. No es casualidad que Jesús, en el inolvidable día del sermón de la montaña, hablara en primer lugar para los humildes: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos” Mateo 5,3 Luchemos, pues, por colocar la humildad en el primer deber a conseguir.

 ACTUALIDAD ESPIRITISTA.

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