¿ENFERMEDAD O ENFERMOS?
Desde que el mundo es mundo, la Humanidad ha luchado contra las más variadas enfermedades.
Cuando consigue controlar una de ellas, otras surgen, más crueles y amenazadoras.
Se ha luchado con ardor por extirpar las enfermedades de la faz de la Tierra.
¿Más porque no se consigue, ya que la ciencia moderna tiene recursos fantásticos?
La respuesta es sencilla: han buscado curar los efectos y no las causas.
O sea, hemos efectuado esfuerzos para curar los cuerpos, olvidando que el enfermo es el Espíritu inmortal y no el cuerpo que perece.
El cuerpo es como un papel secante, que absorbe y exterioriza las llagas que traemos en el alma.
La mente elabora los conflictos, los resentimientos, los odios que desarticulan las células de sus automatismos, degenerándolas y posibilitando el origen de tumores de varios tipos, especialmente cancerígenos, en razón de la carga mortífera de energía que las agrede.
La sed de venganza se vuelve contra el organismo físico y mental de aquel que la alienta, facilitando la instalación de ulceras crueles y distonía emocionales perniciosas que empujan a ser a estados desoladores.
Las angustias cultivadas pueden ocasionar las crisi nerviosas, las migrañas, entre otros males.
La envidia, la cólera, la competición malsana provocan indigestiones, hepatitis, diabetes, artritis, hipertensión, entre otros disturbios.
El desamor personal, el complejo de inferioridad, las amarguras, la auto piedad favorecen los canceres de mama, en la mujer, y de próstata, en el hombre, más allá de las disfunciones cardiacas, de los infartos brutales y otras dolencias.
La impetuosidad, la violencia, las quejas sistemáticas, los deseos insaciables dan ocasión a los derrames cerebrales, los estados neuróticos, psicosis de persecución, etc.
Como podemos percibir, la acción del pensamiento sobre el cuerpo es poderosa.
El pensamiento saludable es edificante fluye por la corriente sanguínea como tonificante de las células, pasando por todas ellas y manteniéndolas en armonía.
Lo contrario ocurre con el pensamiento desequilibrado.
El hombre es lo que alimenta en su interior. Lo que surge en el cuerpo es la exteriorización de los males que cultiva en el alma.
No es otro el motivo por el cual Jesús alertaba a aquellos a quien curaba diciendo: Ve, y no vuelvas a pecar para que un mal mayor no te acontezca.
Lo que quiere decir que la salud está condicionada a la forma de vida de cada criatura.
Y que no hay dolencia, más si enfermos, que, en mayor o menor intensidad, somos todos nosotros.
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Jesús, que fue ejemplo máximo de amor, jamás adoleció, porque era sano en Espíritu, lo que le proporcionaba la salud del cuerpo.
De esta forma, si queremos salud efectiva, mientras buscamos la cura del cuerpo tratemos también al verdadero enfermo, que es el Espíritu.
Redacción de Momento espirita
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EN FAMILIA
LA TIERRA ES NUESTRA CASA MILENARIA Y LA HUMANIDAD ES NUESTRA FAMILIA.
"Aprendan primero a ejercer piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es bueno y agradable ante Dios."
– Pablo. (1 Timoteo, 5:4.)
La lucha en familia es problema fundamental de la redención del hombre en la Tierra. ¿Cómo seremos benefactores de cien o mil personas, si aún no aprendimos a servir cinco o diez criaturas? Esta es una indagación lógica que se extiende a todos los discípulos sinceros del Cristianismo.
Buen predicador y mal servidor son dos títulos que no se mezclan.
El apóstol aconseja el ejercicio de la piedad en el centro de las actividades domésticas, entretanto, no alude a la piedad que llora sin coraje ante los enigmas aflictivos, sino aquella que conoce las zonas neurálgicas de la casa y se es fuerza por eliminarlas, aguardando la decisión divina a su tiempo.
Conocemos numerosos hermanos que se sienten solitos, espiritualmente, entre los que se le agregaron al círculo personal, a través de los lazos consanguíneos, entregándose, por eso, a lamentable desánimo.
Es imprescindible, sin embargo, examinar la transitoriedad de las ligazones corporales, ponderando que no existen uniones casuales en el-hogar terreno. Mientras, preponderan ahí, las pruebas salvadoras o regeneradoras. Nadie desprecie, por tanto, ese campo sagrado de servicio por más que se sienta agobiado en la incomprensión. Constituiría falta grave olvidarle las infinitas posibilidades de trabajo iluminativo.
Es imposible auxiliar al mundo, cuando aún no conseguimos ser útiles ni siquiera a una casa pequeña – aquella en la que la Voluntad del Padre nos situó, a título precario.
Antes de la gran proyección personal en la obra colectiva, aprenda el discípulo a cooperar, en favor de los familiares, en el día de hoy, convencido de que semejante esfuerzo representa realización esencial.
Mensaje del Grupo Luz_Espiritual - Mari Carmen-España
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identificación de los Espíritus
Un hecho que ha sido demostrado por la observación y confirmado por los Espíritus mismos es que los Espíritus inferiores adoptan con frecuencia nombres conocidos y reverenciados. En tal caso, pues, ¿quién puede asegurarse que los que dicen haber sido –por ejemplo- Sócrates o Julio César, Carlomagno o Fenelón, Napoleón o Washington, etcétera, hayan realmente animado a esos personajes? Tal duda existe entre algunos adeptos muy fervientes de la Doctrina Espírita. Éstos admiten la intervención y manifestación de los Espíritus, pero se preguntan qué control se puede tener en lo que respecta a su identidad. Y, en efecto, semejante control es bastante difícil de obtener. Pero si no puede lograrse de una manera tan auténtica como por medio de un acta de nacimientos, podemos al menos obtenerlo por presunción, conforme a ciertos indicios.
Cuando se manifiesta el Espíritu de alguien que nos es personalmente conocido –un pariente o un amigo, por ejemplo-, sobre todo si ha muerto poco tiempo antes, sucede en general que su lenguaje está perfectamente relacionado con el carácter que le conocíamos en vida. Y este es ya un indicio de su identidad. Pero la duda deja casi de ser permitida cuando este Espíritu habla de cosas privadas, recuerda circunstancias de familia que sólo su interlocutor conoce. Un hijo no se equivocaría, seguramente, respecto al lenguaje de su padre o madre, ni los padres pueden engañarse acerca del de su hijo. En estos tipos de evocaciones íntimas suelen acontecer cosas conmovedoras, capaces de convencer al más incrédulo. El escéptico más endurecido queda muchas veces aterrado ante las revelaciones inesperadas que se le hacen.
Otra circunstancia muy característica viene en apoyo de la identidad. Hemos dicho ya que la escritura del médium cambia, por lo general, según el Espíritu evocado, y que dicha escritura se produce con exacta igualdad cada vez que se hace presente el mismo Espíritu. En numerosas ocasiones se ha verificado que, sobre todo con personas fallecidas poco tiempo atrás, esa escritura tiene un parecido sorprendente con la de la persona en vida. Se han visto rúbricas de una exactitud perfecta. Pero, por otra parte, estamos lejos de dar este hecho como una regla y, sobre todo, una regla constante. Los consignamos simplemente como un detalle digno de nota.
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