A
los humanos cabe preguntarnos alguna vez si existe la justicia, y la
respuesta que obtenemos siempre es que no la hay en este mundo. Sin
embargo tenemos sentido de lo justo y de lo injusto y sentimos que
tiene que haber una justicia grande y perfecta , muy por encima de la
deficiente justicia que rige la convivencia del Ser humano.
El
sentimiento de lo justo y de lo injusto todos lo tenemos de forma
natural e instintiva, con independencia de la educación que cada
uno hayamos recibido. Solamente los defectos morales que aún
llevamos en nuestra alma, desde un pasado remoto, tal como el
egoísmo, la envidia o la avaricia, estorban a veces la aparición
del sentido de la justicia y que las personas dejen paso a lo que les
señala su conciencia.
El
progreso moral desarrolla este sentimiento, pero no lo ocasiona,
porque este ya lo lleva el Ser en Si mismo como un germen que a lo
largo de su evolución irá desarrollando poco a poco.
Este
sentido de lo justo o injusto, configura una ley moral que se pone de
manifiesto cuando tendemos a rebelarnos ante la injusticia, por lo
tanto si sentimos la injusticia como algo real, también cabe pensar
que su contrapunto que es la Justicia, también tiene que existir
realmente.La
ley de Justicia supone el perfecto funcionamiento de la ley moral en
el Universo, y en nuestro mundo está directamente relacionada con
la Ley de Causa y Efecto.
Con nuestras acciones, cada uno somos artífices de nuestro destino,
por lo que los males y problemas de la vida nos acometen a cada uno
con arreglo a esta ley equilibradora de las causas y sus efectos, y
que es realizadora de la Ley de Justicia.
Cuando se
respetan los derechos de los demás, estamos cumpliendo con
la ley de Justicia , que así se implica en la Evolución general
de la Humanidad.
Hay
que tener en cuenta que lo que a veces parece injusto puede ser solo
una apariencia, y tal vez sea hasta necesario para impulsar el
proceso evolutivo de los Seres que lo necesitan.
En
los Seres humanos, el sentido de la Justicia difiere de unos a
otros, dependiendo de la formación educativa de cada uno, de la
conciencia de cada cual, de las deficiencias morales de cada uno y de
las leyes humanas establecidas en cada época y lugar, que no siempre
coinciden con el sentimiento íntimo de justicia natural en cada
persona..
El
Ser humano siempre quiso hacer prevalecer su derecho personal, pero
cuando experimentó el auténtico sentido moral de la Justicia, es
cuando comprendió que su derecho personal debía tener como base y
límite, el derecho del prójimo.
Para
no equivocarnos a la hora de querer ser justos,
la clave está en saber respetar los derechos de los demás en la
misma medida que deseamos que sean respetados los nuestros, por eso,
sin la práctica de una Caridad bien entendida , no puede existir la
justicia humana. Por eso el mayor exponente
de justicia en nuestro mundo,
lo representa la máxima evangéica de “Hacer con los demás como
quisiéramos que los demás hiciesen con nosotros”.
- Jose Luis Martín-
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“ La
Misericordia es la justicia que ama, en cuanto que la Justicia es el
deber que cobra”
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No pidas a los amigos espirituales para que te abran un filón de oro.
La fortuna inmerecida puede sepultarte el corazón en la cueva de la pereza.
No pidas a los benefactores de la Vida Mayor para que seas conducido al timón del poder.
La autoridad inoportuna puede acorralarte en el fuego de la violencia.
No pidas a los instructores de otras esferas que te ofrezcan secretos de la perfección corporal.
La belleza efímera puede situarte en el vicio.
No pidas a los Mensajeros Divinos el privilegio de la posesión.
La posesión mal conducida atrae los buitres de la usura.
No pidas a los compañeros desencarnados los adornos de la fama.
La fama, sin bases respetables, atrae las víboras de la calumnia.
No pidas a los Emisarios del Señor los regalos del bienestar excesivo.
La esclavitud del bienestar excesivo atrae las langostas de la envidia.
Pide a todos ellos para que amparen tu perfeccionamiento porque, perfeccionándote a ti mismo, percibirás que la existencia en la Tierra son prácticas en la escuela de la evolución,en donde el trabajo constante nos enseña a servir para merecer y a razonar para discernir.
Emmanuel. Espíritu.
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Violencia
en el hogar
Mucho se habla acerca de la
violencia. Aquella que existe en las calles y alcanza a personas
aparentemente inocentes.
La estadística diaria habla de
asaltos, de asesinatos, de secuestros. Y parece que nadie está a
salvo.
Se comenta también la
violencia de esposos ebrios o en descontrol agrediendo a sus esposas.
Se habla de padres atormentados
o en desesperación que agreden físicamente a sus hijos
ocasionándoles lesiones corporales o incluso la muerte.
Todo eso impacta y muchas voces
se yerguen para protestar, proteger, sugerir soluciones.
Existe, sin embargo, otro tipo
de violencia no menos cruel, pero no siempre percibida por los demás,
porque queda encubierta por la cobardía.
O tal vez exactamente porque
ocurre entre las cuatro paredes del hogar.
Nos referimos a los viejos
obligados por sus propios hijos a una labor excesiva.
Viejos que ya trabajaron mucho
y hoy, subordinados económicamente a aquellos que criaron, son
constreñidos a realizar tareas superiores a sus fuerzas ya
debilitadas.
Correr tras los niños
traviesos todo el día, limpiar la casa, lavar y planchar ropas,
hacer compras en el supermercado.
Aunque la visión se presente
turbia y haya dificultades para distinguir si el semáforo está
libre para los autos o para ellos.
Y cuando la ropa no estuviere
bien planchada o la comida de la manera deseada, escuchan reclamos y
acusaciones de que no valen ni el trastorno que causan.
Son hermanos dependientes de
otros hermanos, debido a las enfermedades o porque son menores, que
deben amargar el pan que reciben para alimentarse todos los días.
Pan que tiene el gusto a hiel.
Hijos pequeños que soportan
todos los días los gritos y las agresiones verbales de padres
frustrados en sus pasiones o sueños.
Violencia en el hogar que
traduce, en verdad, la violencia que está en el alma de cada uno.
Cada uno de nosotros refleja en
sus actos su verdadera identidad. Buena o mala.
Quizás algunos de nosotros no
lleguemos a los extremos que mencionamos. Sin embargo, estamos a
medio camino.
Por eso, si la conciencia nos
dice que estamos muy agresivos, siendo mal educados y descuidados con
nuestros seres queridos, paremos de inmediato.
Si nuestros gritos y reclamos
están alcanzando a los padres viejos y enfermos, recordémonos
cuanto hemos recibido de ellos.
Cuantas noches de insomnio
cuando nosotros, niños todavía, estábamos enfermos. Cuantas canas
nosotros mismos coloreamos con la blancura de la nieve con nuestras
rebeldías y groserías.
Ni por eso nos dejaron de amar.
Para ellos siempre seremos los eternos niños que un día arrullaron.
Ahora sus manos y rostros
arrugados nos piden calma, cariño, atención.
Es lo mínimo que les podemos
ofrecer como muestra de gratitud por todo lo que recibimos.
¿Trabajo como terapia?
¡Excelente! Pero no en exceso, que no se les debilite aun más las
pocas fuerzas que poseen o que los preocupen al punto de perder el
sueño.
Si nuestra rabia está siendo
descargada sobre hermanos menores o subordinados de cualquier otra
manera, recordemos que eso no fue obra de la casualidad.
Son las Leyes Divinas que
colocaron al más débil bajo nuestra protección. Y la Providencia
Divina que nos encamina aquellos mismos que ayer, de una u otra
manera, lastimamos o hasta robamos.
Si nuestros hijos pequeños
están recibiendo las descargas de nuestras frustraciones, empecemos
a actuar de manera diferente.
Aquellos que renacen en la
carne son siempre Espíritus en la escalada del progreso. Normalmente
no es muy fácil el recomenzar, la retomada de los compromisos.
Paciencia es lo que nos piden.
Cuidados. Y amor.
* * *
Aprendamos a respetar en el
niño la inocencia del Espíritu que aun no se mostró por completo.
Y en las canas de la vejez la
experiencia y los dolores de aquellos que ultrapasaron los años en
el trabajo y en la lucha.
Redacción del Momento Espírita
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