miércoles, 30 de septiembre de 2015

El juicio del médium


                                           EL JUICIO DEL MÉDIUM

    Hace más de veinte años conocí a una persona extraordinaria. Se trataba del mayor médium con el que me había relacionado hasta ese momento y de hecho, creo no haber hallado a nadie más como él hasta el día de la fecha. Por mediación del testimonio de otros y engarzando datos como un detective, al fin pude dar con su paradero. Desde luego, la tarea investigadora hasta llegar a su presencia no resultó fácil aunque puedo asegurar que mereció la pena.
     Recuerdo perfectamente cómo resultó aquella tarde primaveral, cuando sin haberle visto antes y a través de una simple descripción visual que me había realizado un sujeto que sabía dónde vivía, me presenté en el umbral de su casa dispuesto a averiguar quién era en realidad. Fue entonces cuando me armé de valor y llamé a la pesada puerta de su domicilio, golpeando una de las grandes aldabas que colgaba de la misma. Allí no existía timbre, por lo que en una especie de “escapada hacia delante” debido a mi timidez ante la situación, di dos grandes trastazos para que me escuchara bien. Estaba claro que para mí resultaba incómodo el presentarme en el hogar de alguien de quien tan solo había oído hablar por fuentes indirectas. Sin embargo, resultaba tanta mi  motivación, que llevado en volandas por el impulso del conocimiento, me decidí a “invadir” su intimidad en gesto resuelto.
      Me sentía nervioso pues no imaginaba la reacción que podía tener aquel hombre. Quizá me rechazara por mi “irrupción” en su hogar o tal vez me mostrara indiferencia, pues no tenía ninguna obligación de aceptarme ni de brindarme, en gentil invitación, el acceso a su morada. La incertidumbre,mientras esperaba algún ruido tras aquellos recios muros, me producía ansiedad. Tras unos segundos de tensa espera, escuché pasos, se abrió aquel portón y aquella persona me miró de arriba a abajo casi traspasándome con su primera ojeada. Fue entonces cuando todos mis temores desaparecieron, pues mi intuición me pellizcó en la mejilla de mi conciencia y me anunció en lo más íntimo que todo iría bien.
      Manuel, pues así se llamaba, me contempló nuevamente como guardia  que examina a un extranjero en un puesto fronterizo, aunque no me pidió “papeles” ni documentación alguna. Tras breves instantes y sin pronunciar yo palabra, me indicó con su brazo que pasara al interior de su vivienda y así lo hice. Con su sonrisa franca y sincera marcada por unos gruesos labios, alejó de mi pensamiento cualquier sentimiento de intromisión, ya que en sus adentros me había proporcionado la mayor de las bienvenidas. Y es que en muchas ocasiones, los espíritus encarnados no precisan del lenguaje oral para entenderse mutuamente, porque reconocen lo similar de sus vibraciones. Sin embargo, he de reconocer que esto no fue más que un minúsculo anticipo de la impresionante escena que a continuación se iba a desarrollar ante los llorosos ojos de mi alma.

     Sin embargo, la coyuntura dio un giro brusco y radical cuando el hombre empezó a hablar del “aspecto” de aquel ser que tan amoroso se mostraba hacia mí. El corazón se me encogió y comenzó a bombear sangre con inusitada fuerza, los escalofríos viajaban apresuradamente desde mi coronilla hasta mis talones y un nudo intenso, imposible de desatar,  se me hizo en la garganta, parecido al que se te forma únicamente cuando te enfrentas a circunstancias vitales muy especiales. Mi madre había abandonado su envoltorio físico tan solo unos meses antes y por supuesto, no tenía la menor idea acerca de su paradero, aunque yo por aquel entonces, ya creía en la inmortalidad del alma y en la existencia del mundo espiritual.

    ¿Cómo no iba a marcarme para siempre el hecho de estar experimentando la presencia de mi amada madre junto a mí, a las pocas fechas de su desaparición física? Su bata azul de andar por casa, sus cabellos negros, sus ojos castaños, su rostro y esa mirada melancólica a la que me había acostumbrado en sus últimos años de existencia, estaban siendo trazados diáfanamente por aquel hombre con el me había encontrado por primera vez. Esas brillantes retinas, tristes pero tan compasivas, fijadas en mi nuca, sus brazos ligeros y tiernos que estrechaban mi espalda aportándome la mayor de las seguridades, como cualquier hijo de corta edad extraviado, que confuso y perdido en sitio extraño, de pronto se cruza con la piadosa figura de su mamá y corre veloz para abrazarse a ella con lágrimas derramándose por sus mejillas.
 Hasta los detalles más precisos sobre la imagen allí incorporada, salían por boca de aquel hombre, en vocablos que parecían dictados literalmente por el soplo de mi progenitora y que hacían temblar los cimientos del edificio de mi historia. Tragaba saliva una y otra vez por no romper a llorar como un crío pequeño que se reencuentra con su madre tras temporal separación. Supongo que si alguno de vosotros habéis experimentado una situación similar, sabréis lo que se siente en esos instantes tan emotivos y que te traspasan como una afilada lanza hundida en tus entrañas. En aquel “aquí y ahora”, me dejé envolver por los más puros afectos, los que te hacen vibrar como lo que somos: verdaderos espíritus, mecidos por la mano de Dios, con unas ansias increíbles de amar y de ser amados. ¡Qué poca carne sentía yo en tal ocasión, percibiéndome dentro y fuera de mí mismo a la vez, con mi conciencia en ebullición, abriendo y recorriendo el libro de mi biografía en una especie de momento extático!

   ¿Cómo era posible que un hombre a quien veía por primera vez y que no sabía absolutamente nada de mi vida o de mis circunstancias pudiera haber tenido aquella maravillosa visión? El fenómeno sucedido no podía medirse por parámetros azarosos, sino que constituía el más razonado y fiel reflejo de la realidad de la vida espiritual. Su consecuencia fue como la que ocasiona un  fuerte puñetazo que impacta en el mentón de tu conciencia. A partir de ese supremo momento, no volvería a tener más dudas. Aquella extraordinaria experiencia, planeada de antemano en la esfera espiritual, debía servir para responder definitivamente a mis interrogantes y facilitarme el camino de acercamiento a lo inmaterial, con todo lo que ello iba a implicar para mi joven existencia. Y es que ¿quién de entre nosotros, al empezar, no ha tenido más de un titubeo cuando lo que tocas, ves y oyes,crees que es la única dimensión válida?

            Confieso que aquello me conmovió de tal manera, tanto por la intensidad de lo vivido como por sus efectos, que supuso el aldabonazo de salida para mi trayecto de estudio. Estaba claro que solo una prueba tan contundente y de esa naturaleza era la única vía que mis buenos mentores habían contemplado para empujarme a despertar, ya que durante años, al observarme, habían visto cómo cada vez que efectuaba un amago de levantarme de la cama, volvía a acostarme feliz en mi inconsciencia. Todos sabemos que el libre albedrío siempre es respetado, pero es positivo que, de vez en cuando, ellos golpeen los pilares de tu estructura vital para que caigas en la cuenta de cuáles fueron los compromisos que firmaste antes de descender a esta tosca dimensión que constituye la vida física. Desde aquel entonces y habiéndose servido ellos de este amigo médium para sus propósitos, comencé a instruirme acerca del mundo espiritual, ahora sí, con la certeza de lo que significó aquella sonora bofetada sobre mi rostro por mis dudas sordas.
      Examinando el proceder de este buen hombre, aquel ser resultaba prodigioso y por más que hubiera leído sobre este tipo de individuos, no podía dejar de asombrarme ante la mera descripción de sus experiencias cotidianas que para mí resultaban excepcionales y sin embargo, para él formaban parte de su rutina más habitual. Yo, a mi joven edad y con mi escasa práctica en esos temas, trataba de estudiar a aquella persona a la que cuando miraba o escuchaba no sabía si estaba más acá o más allá, que vivía continuamente en esa delgada línea que separa lo material de lo incorpóreo, traspasándola en constante ida y vuelta en una especie de fascinante pasatiempo. Si aguardaba a alguien descender de un tren, coche o avión, él percibía al que esperaba así como a sus “acompañantes invisibles”; penetraba en cualquier local público advirtiendo no solo a los seres de carne y hueso sino a todos los “desencarnados” que por allí deambulaban; a veces tenía tantas dificultades para distinguir a unos de otros, que había días en que evitaba viajar en automóvil para no exponerse a un fatal accidente.



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   DE ENTRE LOS GRANDES ENVIADOS, SOLO UNO  DEJÓ SU CUERPO FUERA DEL TÚMULO
 

Mahoma fue un valeroso conductor de hombres.
Millones de personas se arrodillaran a sus órdenes.
Sin embargo, dejó el cuerpo como cualquier mortal y sus restos fueron encerrados en una urna, que es visitada, anualmente, por millares de curiosos y seguidores.
Carlos V, poderoso emperador de España, soñó con el dominio de toda la Tierra, dispuso de riquezas inmensas, gobernó muchas regiones; entre tanto, entregó, un día la corona y el manto al refugio de polvo.
Napoleón era un gran hombre.
Hizo muchas guerras.
Dominó a millones de criaturas.
Dejó el nombre inolvidable en el libro de las naciones.
Hoy, todavía, su túmulo es venerado en Paris...
Mucha gente hace peregrinaciones hasta allá, para visitarle los huesos...
Como sucede con Mahoma, con Carlos V y con Napoleón, los mayores héroes del mundo son recordados en monumentos que les guardan los despojos.
Con Jesús, sin embargo, es diferente.
En el túmulo de Nuestro Señor, no hay señales de cenizas humanas.
Ni piedras preciosas, ni mármoles costosos, con frases que indiquen, allí, la presencia de carne y de sangre.
Cuando los apóstoles visitaron el sepulcro, en la gloriosa mañana de la Resurrección, no había allí ni luto, ni tristeza.
Allá encontraron un mensajero del reino espiritual que les afirmó:
No está aquí".
Y el túmulo está abierto y vació, hace casi dos mil años.
Siguiendo, pues, con Jesús, a través de la lucha de cada día, jamás encontraremos la angustia de la muerte y, sí, la vida incesante.
En el camino de los notables orientadores del mundo podremos encontrar hermosos espectáculos de gloria pasajera; con todo, es muy difícil no terminar la experiencia en desilusión y polvo.
Solamente Jesús ofrece una senda invariable para la Resurrección Divina.
Quien se desenvuelve, por lo tanto, con el ejemplo y con la palabra del Maestro, trabajando por revelar la bondad y la luz, en si mismo, desde las luchas y enseñanzas del mundo, puede ser considerado un ciudadano celeste.

Francisco Cândido Xavier
Por El Espíritu Neio Lúcio


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                  MIS CREENCIAS RELIGIOSAS

             Soy católico por devoción;
             Acepto la fe evangélica que profesa la salvación;
             Respeto el Corán;
             Me solidarizo con el Budismo hermano;
             Principié en el Judaísmo la creencia en el                                       monoteismo, y entonces,
             concordé con la revelación Espírita cristiana.
             Soy hijo de la luz........
           ¡ Soy hijo de Dios !
          (Del blog de Abraham Ribero) 
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SUFRIR BIEN Y SUFRIR MAL

Cuando el Cristo dijo: “Bienaventurados los afligidos, porque de ellos es el reino de los cielos”, no se refería a aquellos que sufren en general, porque todos los que están en este mundo sufren, ya estén en un trono o sobre la paja; pero, ¡ah!, pocos sufren bien; pocos comprenden que solamente las pruebas bien soportadas pueden conducirles al reino de Dios. El abatimiento es una falta; Dios os niega los consuelos porque os falta valor.

La oración es un sostén para el alma, pero no basta, es preciso que esté apoyada en una fe viva en la bondad de Dios. Con frecuencia, se os ha dicho, que no coloca fardos pesados en hombros débiles; el fardo es proporcional a las fuerzas, como la recompensa será proporcional a la resignación y al valor; mayor será la recompensa cuanto menos penosa sea la aflicción; pero esta recompensa es preciso merecerla y por esto la vida está llena de tribulaciones.

El militar que no es enviado al campo de batalla, no está contento, porque el reposo de la retaguardia en el campamento no le proporciona el ascenso; sed, pues, como el militar y no deseéis un descanso que debilitaría vuestro cuerpo y embotaría vuestra alma. Quedad satisfechos cuando Dios os envía a la lucha. Esa lucha no es el fuego de la batalla, sino las amarguras de la vida, donde es necesario, algunas veces, más valor que en un combate sangriento, porque aquél que se mantendría firme ante el enemigo, se doblará bajo el constreñimiento de una pena moral. El hombre no es recompensado por esta clase de valor, pero Dios le reserva laureles y un lugar glorioso.

Cuando os alcance un motivo de inquietud o de contrariedad, esforzaos por superarlo, y cuando lleguéis a dominar los ímpetus de la impaciencia, de la cólera o de la desesperación, podréis decir con justa satisfacción: “yo fui más fuerte”. Bienaventurados los afligidos, puede, pues, traducirse de este modo: Bienaventurados aquellos que tienen ocasión de probar su fe, su firmeza, su perseverancia y su sumisión a la voluntad de Dios, porque tendrán centuplicados los goces que les faltan en la Tierra y después del trabajo vendrá el descanso.

(LACORDAIRE,Havre, 1863).

Extraido de: "El libro de los espíritus"

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Saludo matinal de Merchita
Queridos amigos, hola buenos días,  amaneció y desde muy temprano estas despierto, no has conseguido dormir bien, y te sientes un poco deprimido. Quizás tu pertenezcas a la tercera edad y te sientes más viejo, por eso lo mejor que puedes hacer, es no mantenerte en tu casa encerrado, entristecido, dándole  vueltas a la cabeza, rodéate de tus seres queridos, de tus nietos, de tus hijos, ves a verlos, y comparte las horas con ellos.
Si te invitan a una fiesta a un cumpleaños, no dudes en asistir, procura salir de la monotonía, la soledad es muy mala consejera, el asistir a fiestas aunque  no nos gusten hace bien al alma porque lejos de encerrarnos en nuestro mundo convivimos con las otras personas, especialmente si dejamos a un lado los rencores, los odios, las envidias… todo eso negativo que posiblemente nos tiene apartados de ellos. Ya es hora que rompamos con las cosas negativas, que nos han mantenido quizás por mucho tiempo separados, si cambiamos de actitud, todo se modifica a nuestro alrededor. Aprendamos a pintar de rosa, los cuadros oscuros de nuestra vida. Restemos importancia a las malas situaciones que se nos presenten y modifiquemos nuestro panorama a veces desolador.
También nos podemos poner a ayudar al prójimo, hagamos feliz a esa amiga, que vive cerca de nosotros y la cual la hemos visto sonreír muy pocas veces, tratemos de conseguir una sonrisa de ella, con un dialogo ameno y optimista mantenido con bondad y dulzura. Esto nos parecerá imposible, cosas fútiles pero no es así, ahora en nuestra madurez es cuando empezamos a hacernos de nuevo niños, y necesitamos de mimos y de mucho cariño. Necesitamos salir y entrar relacionarnos para sentir la vida a nuestro alrededor. Convivir es esencial para el alma para sentirnos en paz internamente.
La convivencia es una forma de vivir que escogemos desde muy jóvenes. Para la convivencia positiva es necesario el respeto, el amor, entre otros, y sobre todo tolerar las costumbres de otras personas.
'El ser humano, tiene dos necesidades sociales básicas: la necesidad de una relación íntima, estrecha con un padre o un cónyuge y la necesidad de sentirse parte de una comunidad cercana e interesada por él. Somos fundamentalmente animales grupales y nuestro bienestar es mucho mayor cuando nos encontramos en un ambiente armónico, en el cual vivimos en estrecha comunión.'
Para sentirnos felices necesitamos amigos. Sin ellos todos también caemos fácilmente en la apatía, en la inactividad o en la depresión crónica. Para conseguir una convivencia pacífica en comunidad es necesario conocer y valorar nuestros derechos y los derechos de los demás, y también cumplir con nuestros deberes.
La convivencia es una tarea de todos. Y una forma de hacerlo es participando en las decisiones de nuestro grupo de amigos, respetando la opinión de los demás.
Cumplir con responsabilidad nuestros deberes en casa, en clase, en la escuela.....
 Respetar los derechos de los demás y rechazar las discriminaciones. Todos tenemos derecho a la convivencia pacífica y a no sufrir agresiones de ningún tipo. Pero la violencia está presente en nuestra sociedad de muchas formas
Personas que no cohabitan en nuestros espacios físicos, virtuales y mentales, porque han sido expulsadas por algo o alguien a quien nadie es capaz de identificar, denunciar y condenar. Son esas personas que conviven con la soledad, el silencio y el olvido, seres cuyos pies desnudos conviven con el frío, cuyas manos conviven con los desechos de una sociedad a la que le sobra todo, cuyas miradas conviven con la melancolía y la infinita tristeza.
Durante la historia, la convivencia del ser humano no ha sido del todo fácil, pero es hasta ahora que se han logrado relacionar muchos de sus problemas de salud con la forma de relacionarse y de interactuar con el medio ambiente, sobre todo con el medio social.
Entre los principales problemas de salud y de las primeras causas de mortalidad, se encuentran la violencia y los suicidios, lo que nos refleja por un lado, la falta de control ante situaciones de estrés, la falta de tolerancia, la incapacidad de resolver los problemas adecuada y respetuosamente y la disminución o carencia de valores humanos.
Salgamos al exterior, y convivamos con los que se crucen en nuestro camino, procuremos ayudarles, si está en nuestras manos hacerlo, y rompamos con la soledad, ella no puede estar en nuestras vidas, y para eso abramos la ventana de par en par, contemplemos el horizonte, agradezcamos a Dios la vida, y salgamos al exterior, sonriamos a la vida porque la vida es bella, y merece la pena vivirla, con ilusión y honestidad.
 Amigos os deseo un buen día, que nuestro padre nos ilumine a todos. Merchita 
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