CARACTERÍSTICAS DE LA REVELACIÓN ESPÍRITA
El espiritismo, al darnos a conocer el mundo invisible que nos rodea y en medio del cual vivimos sin que lo sospecháramos,así como las leyes que lo rigen, sus relaciones con el mundo visible, la naturaleza y el estado de los seres que habitan en él y, por consiguiente, el destino del hombre después de la muerte, constituye una verdadera revelación en el sentido científico de la palabra.
. Por su naturaleza, la revelación espírita tiene un doble carácter:
participa al mismo tiempo de la revelación divina y de la revelación científica.* Participa de la primera, porque su aparición es providencial, y no el resultado de la iniciativa o de un deseo premeditado del hombre; y porque los puntos fundamentales de la doctrina provienen de la enseñanza que han impartido los Espíritus encargados por Dios de ilustrar a los hombres sobre cosas que ellos
ignoraban, que no podían aprender por sí mismos, y que les importa conocer, ya que hoy son aptos para comprenderlas. Participa de la segunda, porque esa enseñanza no es privilegio de ningún individuo,sino que es impartida a todos del mismo modo; porque los que la transmiten y los que la reciben no son seres pasivos, dispensados del trabajo de la observación y la investigación; porque no han renunciado al razonamiento y al libre albedrío; porque no se les ha prohibido
el examen, sino que, por el contrario, se les ha recomendado; en fin, porque la doctrina no fue dictada completa, ni impuesta a una creencia ciega; porque es deducida, mediante el trabajo del hombre, de la observación de los hechos que los Espíritus colocan delante de sus ojos, así como de las instrucciones que le dan, instrucciones que él estudia, comenta, compara, a fin de que él mismo extraiga las consecuencias y aplicaciones. En suma: lo que caracteriza a la revelación espírita es el hecho de que su origen es divino, la iniciativa es de los
Espíritus, y su elaboración es fruto del trabajo del hombre.
EL GENESIS
ALLAN KARDEC
A lo largo de la historia humana, los filósofos de las distintas épocas, han debatido este asunto; unos defendiendo el determinismo y la predestinación, liberando al ser humano de cualquier responsabilidad en sus actos, al quedar considerado a la altura de una máquina ciega que actúa porque así se lo han impuesto, carente de una voluntad propia. Otros han sentido que el ser humano conserva en cualquier caso la libertad de pensamiento y la voluntad para actuar o no actuar, querer o no querer, lo que le hace un Ser libre y organizador de su propia vida, aunque dentro de las circunstancias a veces encadenantes de la existencia.
Del mismo modo muchas personas creen en la fatalidad ciega e inexorable y se dejan llevar por los acontecimientos de la vida, sin hacer ningún esfuerzo por cambiar a veces el rumbo de los mismos. Otros sin embargo luchan de forma heróica para revertir lo que para algunos parece imposible, ¡ y sin embargo lo logran ¡. Si nuestros destinos ya estuviesen determinados de antemano, apenas seríamos unas marionetas en manos de la divinidad en un teatro de extrema crueldad.
La vida del ser humano no es producto de la casualidad o de un destino ciego y fatal, o de la buena o mala suerte, sino el resultado de la acción de unas leyes naturales, justas y equilibradas, de modo que la propia vida nos proporciona aquellas experiencias que necesitamos para asimilar los aspectos positivos que en cada momento estamos en condiciones de aprender, y también para corregirnos de los negativos, en un continuo proceso de perfeccionamiento del Ser.
El destino del Ser humano no es un fatalismo ciego, sino un determinismo de las causas que lo originaron. Los destinos humanos a veces son dolorosos por determinismo de la ley del Karma cuando se viola la ley del Amor, pero otras veces estos destinos dolorosos son escogidos voluntariamente por el Ser antes de regresar a este mundo, para superando sus pruebas, lograr en esa vida un más rápido progreso espiritual
Razón tenía Einstein cuando afirmó que Dios no juega a los dados la suerte de los humanos; por tanto no podemos acusarlo o culparlo por un destino humano difícil o amargo. ¡Dios no impone caprichosamente ninguna clase de sufrimiento al Ser humano¡ ; solo nosotros nos hemos ganado lo bueno o malo que nos acontece cuando haciendo mal uso de nuestra libertad, nos hemos creado nuestros propios infiernos y destinos amargos.
No obstante, Dios además de infinita justicia, es también infinita misericordia, pues nos deja la posibilidad de que podamos rectificar nuestro destino kármico en la vida, aunque solo sea de modo parcial, y permite que el destino que nos hemos labrado nosotros mismos no sea ciego o irremediable, pues siempre nos ofrece la posibilidad de modificarlo o rectificarlo con nuestras acciones positivas.
Para los Espíritus Superiores, el determinismo no existe. La fatalidad existe solamente por la elección que el espíritu hace antes de encarnar para sufrir determinada prueba. Esto en cuanto a las pruebas físicas, pues en las de carácter moral, el Ser conserva siempre el libre albedrío para decidir sus actos y su destino.
Existe la predestinación en cuanto a las pruebas elegidas por el Ser antes de encarnar. pero no el fatalismo en cuanto a determinismo que rija la vida del hombre, pues este siempre conserva su libre albedrío para poder modificarlo.
Si el ser humano a veces no es totalmente libre porque suele estar obligado a obrar diferente al modo en que piensa o al que desea, es porque está sujeto a la ley de Causa y Efecto, lo cual acontece muy frecuentemente desde vidas anteriores. El ser humano no está empujado inexorablemente al mal. Los actos que practica no fueron previamente determinados. Sus crímenes no son una sentencia del destino. Como prueba o expiación puede elegir una existencia en la que sea arrastrado al crimen, pero siempre al final será libre de cometerlo o no cometerlo.
No todo lo que nos sucede está escrito de antemano, pues lo que nos ocurre es el resultado de nuestro libre actuar hasta en las pequeñas cosas de cada día, no quedando nunca sin saldar o reajustar nada que hayamos hecho erróneamente, aunque los acontecimientos o pruebas trascendentes o importantes que se presentan en la vida del Ser humano sí que están previstos desde antes del nacimiento en este mundo, porque son como las lineas maestras que en cada existencia deberemos afrontar todos y cada uno de nosotros, y forman parte de la cosecha obligada que debemos recoger por la siembra libre y voluntaria que anteriormente hicimos, así como también de la planificación que hicimos desde antes de venir a este mundo, sobre las metas a alcanzar y los objetivos que cumplir en nuestra vida humana. El Ser arrastra la fatalidad de sus inclinaciones y defectos, pero tiene la libertad de ceder ante ellos o no hacerlo para no tener que seguir afrontando las consecuencias de su equivocada elección.
Por tanto, podemos asegurar que nuestro destino lo vamos forjando cada día, y lo podemos modificar mediante el propio esfuerzo.
- Jose Luis Martín-
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“Empecemos la restauración de nuestros propios destinos, comprendiéndonos mutuamente”
-Becerra de Meneses-
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PUEDO ESTAR EQUIVOCADO
Cargó aquel peso inútil durante todo el día.
Salió de casa agobiado, nervioso y, además de eso, había discutido con su esposa.
Había defendido una idea, un pensamiento, con uñas y dientes, ya que no podía admitir, bajo ningún concepto, que su opinión no fuera la verdadera.
Fue grosero, terco e impaciente.
Volvía ahora a casa y al sintonizar la radio del coche, escucha la frase: Puedo estar equivocado.
Era de un profesor diciendo lo diferente que se había vuelto su vida cuando empezó a tener en cuenta esta opción, delante de sus alumnos.
Decía que ellos comenzaron a respetarlo más que cuando pretendía ser siempre el dueño de la verdad.
Afirmaba que incluso los contenidos, al ser transmitidos de una forma más humilde, menos impositiva, se asimilaban mejor por la clase.
Él resumía su teoría diciendo: Admitir fallos es el mejor camino.
¿Estamos acostumbrados a hacer ese ejercicio? ¿Consideramos, que en esta o en aquella situación o discusión, podemos estar equivocados? ¿O aún insistimos en creer que nuestro punto de vista es siempre el más correcto?
Parece que, al creer que tenemos la razón, pensamos que nuestra opinión es más importante que la de los demás, y que tiene que prevalecer.
No lo percibimos, pero eso es la manifestación del vicio del orgullo, en una de sus muchas formas de actuación.
Un ejercicio interesante es intentar, en cada momento, considerar la simple hipótesis de que podemos estar equivocados y hacer un esfuerzo para ver las cosas desde otro ángulo.
Podemos experimentar ser más flexibles y abiertos y acordarnos que algunas veces podemos no tener razón.
Esta forma de actuar nos ayuda a tomar decisiones más acertadas y, consecuentemente, duraderas, pues no habrán sido fruto de una reacción automática de nuestra personalidad.
Al desprendernos de la necesidad de tener siempre la razón, transformamos nuestras vidas en una experiencia bastante más placentera.
A fin de cuentas, ¿por qué queremos que nos den siempre la razón? ¿No parece eso un peso innecesario que cargamos en los hombros?
Buscar acertar siempre es saludable, nos hace crecer. Sin embargo, querer ser siempre el dueño de la verdad es un derroche de energía, además de ser una pretensión muy grande.
El camino hacia la verdad está en conocer todos los posibles puntos de vista acerca de algo, y eso sólo es posible escuchando a los otros, considerando las experiencias ajenas en la construcción de nuestro conocimiento.
Cuanto más humildes, más escuchamos. Cuanto más orgullosos, más queremos ser escuchados.
Dale Carnegie, autor del best seller Cómo hacer amigos e influir sobre las personas, afirma que nunca tendrás disgustos admitiendo que puedes estar equivocado.
Eso evitará discusiones y hará que el otro compañero se torne tan inteligente, tan claro y tan sensato como lo ha sido usted.
Así hará que él también quiera admitir que puede estar equivocado.
La inflexibilidad de una opinión genera casi siempre aversión. Un gesto de humildad siempre inspira otro.
Redacción del Momento Espírita basado en un artículo de la Revista Prana Yoga Journal, de marzo de 2008, ed. Brmidia y en un pasaje extraído del libro Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie
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