De la mansedumbre viene la indulgencia, la simpatía, la bondad y el cumplimiento del amor al prójimo.
El hombre prudente es siempre manso de corazón: persuade a sus semejantes sin alterarse; previene los males sin apasionarse; extingue las luchas con dulzura y graba en las almas progresistas las verdades que supo estudiar y comprender.
Los mansos y humildes poseerán la Tierra, y serán felices, cuanto se puede ser en el mundo en que se encuentran.
Cairbar Schutel
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La mayoría de las cosas que nos pasan han sido provocadas por nosotros mismos y en esta misma encarnación. No todo lo que nos pasa es parte de previas existencias. Si analizamos nuestras acciones podemos entender las causas de nuestras desdichas.
- Mercy Ingaro-
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LOS EFECTOS POSITIVOS DEL SILENCIO
La palabra es plata y el silencio es oro. Este viejo refrán es más cierto que nunca tras conocer los resultados de varios estudios científicos sobre el efecto del ruido o su ausencia sobre el cerebro y la salud de los seres humanos.
Todos sabemos que estar rodeados de sonidos molestos puede ser una fuente de estrés. Pero no somos tan conscientes de los increíbles beneficios que puede tener el silencio sobre nuestra vida. Los científicos se han afanado en estudiar cómo el estruendo nos hace daño. Gracias a sus investigaciones, sabemos que genera respuestas tan desagradables como ansiedad, taquicardia, falta de sueño y agotamiento. Y en base a estos trabajos, a largo plazo, han ido descubriendo lo positivo de un ambiente tranquilo.
Por ejemplo, la bióloga Imke Kirste, de la Universidad de Duke (Estados Unidos) realizó un experimento en el que buscaba encontrar un sonido que estimulara el crecimiento de las células cerebrales de unos ratones. En su diseño, eligió la ausencia de sonidos como experiencia control, para comparar los efectos de los demás ruidos. Y lo que descubrió fue sorprendente: dos horas de silencio al día estimulaban el crecimiento de las células del hipocampo, zona relacionada con la memoria. Y no solo hacía que nacieran más, sino que ayudaba a que asumieran su rol de una manera más rápida.
Trastornos como la depresión o la demencia están muy relacionados con la falta de nacimiento de nuevas células en el hipocampo. Si los resultados encontrados por Kirste se pudieran trasladar a los humanos, es probable que el silencio pasara a ser una terapia más de este tipo de problemas.
Pero no hace falta hacer ningún experimento para saber que el silencio sana y el ruido hace daño. Ya se sabe que los sonidos fuertes generan una respuesta orgánica quepuede ser potencialmente dañina. Cuando escuchamos un estruendo, las ondas del sonido agitan los huesos del oído, que transmiten ese movimiento a la cóclea, que los convierte en señales eléctricas que luego son interpretadas en el cerebro. El cuerpo reacciona de manera inmediata, aunque estemos profundamente dormidos: es un mecanismo de supervivencia. Y lo hace aumentando los niveles de cortisol, la hormona relacionada con el estrés. Las personas que viven cerca de un aeropuerto suelen tener unos niveles elevados de esta sensación displacentera, que además está relacionada con gran variedad de trastornos, como la hipertensión, problemas cardiovasculares, diabetes y obesidad.
Pero encontrar el silencio absoluto no es una tarea sencilla. El cerebro siempre está en funcionamiento y genera su propio ruido. Por ejemplo, si estamos escuchando una canción que conocemos bien y la música se para de golpe, en nuestra cabeza podríamos seguir oyéndola sin problemas. Nuestro sistema cognitivo crea una ilusión de sonido. Y lo hace porque el córtex auditivo sigue trabajando.
Un ambiente totalmente silencioso no basta: es necesario tener un cierto autocontrolmediante herramientas como la meditación para llegar a ese estado que además suele ser bastante creativo: una vez estamos completamente tranquilos, las ideas surgen con mayor claridad.
(Aportación de Rey Formoso)
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La turbación que sigue a la muerte,
¿cuanto dura?
Antes, durante y después de la muerte el Ser espiritual, suele entrar en un estado de turbación mental pero aún sigue apresado por un periodo más o menos largo o breve en el cuerpo inerte, en plena inconsciencia, siendo incapaz de relacionarse.
Este estado de sueño o inconsciencia comienza a veces incluso algunos días u horas antes del último suspiro. Esta turbación puede durar desde algunos minutos, como suele ser en el caso de personas con cierto grado de desarrollo espiritual, hasta incluso de años en los que se cree despierto pero desconociendo que han fallecido y creyendo que aún están en este mundo; esto suele suceder en el caso de personas muy apegadas a las preocupaciones e intereses materiales.
La situación de turbación en cuanto a duración, no tiene unos periodos fijos establecidos, por lo que supone un periodo muy variable de tiempo entre unos casos y otros, pues esto depende del grado de adelanto del Ser y de lo apegado que aún esté a la materia, lo cual causa una mayor o menor lentitud del desprendimiento de su cuerpo físico. Puede suponer desde algunos minutos hasta muchos años, aunque parece ser que en la mayoría de los espíritus, este estado tiene un término medio de tres días. Esto se deduce de la recomendación de ciertos Espíritus elevados, que aconsejan dejar tranquilo el cadáver antes de su inhumación o destrucción, por un periodo de, al menos, tres días. Esto se comprende mejor si tenemos en cuenta que hablamos de duración en tiempo, y este es solamente un parámetro de nuestra dimensión física, pero que no existe en el Plano espiritual, en donde todo permanece como en un eterno presente.
El problema real es que mientras dura esta fase post-muerte, muchos no saben que han muerto como Seres humanos, porque se sienten “vivos” y les cuesta llegar a comprender y admitir su nueva situación. Durante esa etapa no se pueden elevar a los planos superiores que les corresponden; por eso es que cuanto más elevado es un espíritu, menos apegado está a la Tierra y menos tiempo tarda en ubicarse en el plano espiritual superior que merece, y por el contrario, cuanto más apegado a la Tierra o más materializado, más próximos están al plano inferior que les corresponde, cercano a nuestra “superficie terrestre”, desde el que no se elevan a otro superior porque su propia inferioridad y materialidad se lo impide..
- Jose Luis Martín -
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“Según las culturas y las latitudes, la muerte ha sido contemplada de uno u otro modo por el ser humano, pero siempre ha resultado un misterio insondable”
-Ramiro Calle –
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LA CARIDAD
Caridad es la balanza en donde se pesa el amor; y es una de las obligaciones de todo ser humano, sea cual sea su religión o sus creencias.
Tiene su origen en el sentimiento más noble y a la vez necesario de todo ser viviente, ya que tanto los seres racionales como los irracionales tienen necesidad de ser amados a lo largo de sus vidas,más cuando el ser humano no es un ignorante y se encuentra enfermo por el egoísmo; tiene necesidad también de amar y manifestar su cariño hacia una o varias personas y hacia todo aquello, sea arte,ciencia, música, etc, que le estimula y le proporciona la paz interior para guardar un sano equilibrio.
Cuanto más sea la capacidad de amor del ser humano, más grande serán las raíces del árbol de la caridad y sus ramas se esparcirán en todas direcciones.
Una alcanzará a la familia; otra a los amigos; otra a los compañeros de trabajo, etc.
La caridad tiene muchas formas de manifestarse, puede ser con una ayuda económica, un consejo, una conversación con una persona que se siente sola, una sonrisa, evitar una discusión cuando se tiene la razón, perdonar una ofensa, etc.
Se puede practicar a cualquier hora del día o de la noche, tanto por ricos como por pobres, por ancianos, por jóvenes, cualquiera puede practicarla, pero para que sea efectiva es necesario que sea lo más discreta posible, incluso si se pudiese, secreta. Esto ayudará a evitar muchas situaciones embarazosas, pues siempre hay equívocos y los unos, porque se sienten humillados cuando se les hace, pues aún el orgullo les domina y otros porque deseando hacerla no se atreven, pues no saben como se lo tomará la persona que tratan de ayudar.
Hay casos en los que la caridad requiere que estén presentes quien la recibe y el que la da, como sería el caso de ayudar con un consejo, o cuidando de un enfermo, ayudando a un ser perturbado por problemas familiares, sociales o de drogas, etc. Pero en todos los casos que no requieran un contacto directo con el interesado, ya que el verdadero cristiano no necesita que se lo agradezcan, porque cuando ayuda a un semejante, cumple una obligación moral con su evolución espiritual y si recibe un desaire, lo siente más por el desagradecido que por él mismo.
El verdadero cristiano espírita cumple la ley de "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" o " Ama a tu enemigo, porque si amas a quien te ama, ¿qué mérito tienes?", o "Fuera de la Caridad no hay salvación". Las citas en este sentido son constantes por el Maestro Jesús en todas sus enseñanzas, ya que cómo puede el ser humano cumplir el primer mandamiento, "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente"(Mateo 22-37-39). Si no se ama su obra, no se ama al resto de los hombres.
Sería conveniente que todos nosotros, los que pretendemos seguir las enseñanzas de nuestro Maestro por excelencia, Jesús, no nos olvidemos de poner en práctica sus enseñanzas, no solo en nuestra vida cotidiana sino también en nuestros centros, que estrechemos contactos con nuestros hermanos en creencias, que olvidemos pequeñas rencillas sobre si mi centro es más que el tuyo, o lleva una linea más ortodoxa, etc. Todo eso es falta de caridad y un poco de vanidad de algunos hermanos que pretenden destacar más que los otros. Que cada uno haga lo que tiene que hacer, que lo demás vendrá por añadidura; yo a través de este modesto trabajo lanzo una inquietud y una sugerencia que seguramente ya se pone en práctica en la mayoría de los centros.
Se podría destinar un porcentaje de la cuota de los afiliados que cada centro debe acordar en asamblea, para destinarlo a la creación de un fondo de beneficiencia y de ayuda mutua entre los afiliados, y se podría a ayudar a cualquier persona que lo necesite, sea espiritista o no, ya que nuestra obligación es ayudar a quien lo necesite sea cuales sean sus creencias, siendo solamente nuestra obligación el cerciorarnos de que la ayuda se emplee correctamente.
En el caso de que la ayuda fuese necesitada fuese necesitada por algún miembro del centro, el presidente del mismo podría dirigir esa ayuda y poner en conocimiento del secretario y del tesorero para evitar malos entendidos y como el interesado habría contribuido también a crear ese fondo de ayuda, no se sentirá mal porque la idea de solidaridad será una realidad en el centro en donde esto se ponga en práctica.
Si el interesado fuera ajeno al centro se podría hacer esa ayuda más discretamente y mejor aún, que fuera secreta. " Que tu mano izquierda no sepa lo que da la derecha".
Somos humanos y conscientes de nuestras limitaciones; no se pretende que nadie se despoje de todo y deje a su familia en el infortunio por socorrer a los demás, pero es una tarea de todos nosotros, el enseñar a nuestros respectivos cónyuges y a nuestros hijos que con poco menos también viviríamos y así podríamos sentirnos más felices ayudando a los demás, quizás recibiéramos la agradable sorpresa de que con un poco menos vivimos mejor y más tranquilos y no olvidemos que cuando practicamos la caridad nos estamos ayudando a nosotros mismos.
( Artículo de la Revista FRATERNIDAD CRISTIANA ESPÍRITA nº 2 de Abril de 1986
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" No enseñe a su hijo solamente a leer; enséñele también a cuestionar todo lo que lee "
- George Carlin -
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IDENTIDAD DE LOS ESPÍRITUS.
A medida que los Espíritus se purifican y se elevan en la jerarquía, los caracteres distintivos de su personalidad se borran de cierto modo en la uniformidad de perfección y, sin embargo, no dejan de conservar su individualidad; esto tiene lugar en los Espíritus superiores y en los Espíritus puros. En esta posición, el nombre que tenía en la Tierra, en una de las mil existencias corporales efímeras por las cuales pasaron, es una cosa enteramente insignificante. Notemos también que los Espíritus son atraídos los unos hacia los otros por la semejanza de sus cualidades, y que de este modo forman grupos o familias
simpáticas: Por otra parte, si se considera el número inmenso de Espíritus que desde el origen de los tiempos deben haber llegado al primer puesto, y si se compara con el número tan corto de hombres que dejaron un gran nombre sobre la tierra, se comprenderá que entre los Espíritus superiores que pueden comunicarse, la mayor parte no debe tener nombre para nosotros; pero como necesitamos nombres para fijar nuestras ideas, pueden
tomar el de un personaje conocido, cuya naturaleza se identifica del mejor modo con la suya; por esto nuestros ángeles guardianes se dan a conocer muy a menudo con el nombre de uno de los santos que nosotros veneramos y generalmente con el de aquel por quien tenemos más simpatía. De esto se sigue que si el ángel de la guarda de una persona toma el nombre de San Pedro, por ejemplo, no hay ninguna prueba material que éste sea,
precisamente, el apóstol de este nombre; lo mismo puede ser el que un Espíritu enteramente desconocido, perteneciendo a la familia de los Espíritus de los que San Pedro forma parte; de aquí se sigue que cualquiera que sea el nombre bajo el cual se evoca a su ángel de la guarda, vendrá al llamamiento que se hace, porque se le atrae por el pensamiento, siéndole indiferente el nombre.
En resumen, la cuestión del nombre es secundaria,pudiendo ser el nombre considerado como un simple indicio de lugar que ocupa el Espíritu en la escala espiritista.
La posición es otra cuando un Espíritu de un orden inferior se reviste de un nombre respetable para dar autoridad a sus palabras, y esto sucede con tanta frecuencia que no podríamos prevenirnos bastante contra esta clase de substituciones; porque a favor de estos nombres prestados y sobre todo con la ayuda de la fascinación, ciertos Espíritus sistemáticos, más orgullosos que sabios, procuran acreditar las ideas más ridículas.
La cuestión de identidad es, pues, como lo hemos dicho, poco menos que indiferente cuando se trata de instrucciones generales, puesto que los mejores Espíritus pueden sustituirse los unos a los otros sin que esto tenga consecuencias. Los Espíritus superiores forman, por decirlo así, un todo colectivo, cuyas individualidades, con pocas excepciones, nos son completamente desconocidas. Lo que nos interesa no es su persona, sino su enseñanza; pues desde el momento que esta enseñanza es buena, poco importa que el que la da se llame Pedro o Páblo; se le juzga por su calidad y no por título. Si un vino es malo, el rótulo no lo hará mejor. En cuanto a las comunicaciones íntimas, ya es otra cosa, porque es el individuo, su misma persona, la que nos interesa, y con razón en este caso procuramos asegurarnos si el Espíritu que viene a nuestro llamamiento es realmente el que se desea.
257. La identidad se puede comprobar con mucha más facilidad, cuando se trata de Espíritus contemporáneos cuyo carácter y costumbre se conocen, porque no habiendo tenido aun tiempo de despojarse de sus costumbres, precisamente se dan a conocer por las mismas y decimos en seguida que son una de las señales más ciertas de identidad. El Espíritu puede, sin duda, dar las pruebas sobre la pregunta que se le ha hecho, pero no lo hace nunca sino cuando le conviene, y generalmente esto le hiere; por lo que debe evitarse. Dejando su cuerpo, el Espíritu no se ha despojado de su susceptibilidad, y se incomoda de toda pregunta que tiene por objeto ponerle a prueba. Se hacen tales preguntas que no se atreverían a hacérselas si se presentaba vivo por temor de faltar a la educación; ¿por qué, pues, ha de tenérsele menos respeto después de la muerte? Si un hombre se presenta en un salón diciendo su nombre, ¿se le irá a decir a quemarropa que pruebe que es tal, exhibiendo sus títulos bajo el pretexto de que hay impostores? Este hombre tendría, seguramente, el derecho de recordar al preguntador las reglas de buena crianza. Esto es lo que hacen los Espíritus, no contestando o retirándose.
258. Mientras que los Espíritus se niegan a contestar a preguntas pueriles y descabelladas, que se hubiera tenido reparo en hacérselas cuando vivían, ellos mismos dan a menudo, y
espontáneamente, pruebas irrecusables de su identidad, por su carácter, que se revela en su lenguaje, por el empleo de las palabras que le eran familiares, por la cita de diferentes hechos, particularidades de su vida, algunas veces desconocidas de los asistentes, y cuya exactitud ha podido probarse. Además las pruebas de identidad resaltan de una multitud de circunstancias imprevistas, que no siempre se presentan al primer golpe de vista, sino continuando la conversación. Conviene, pues, esperarlas sin provocarlas, observando con cuidado todas aquellas que pueden desprenderse de naturaleza de las comunicaciones.
EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.
IDENTIDAD DE LOS ESPÍRITUS.
A medida que los Espíritus se purifican y se elevan en la jerarquía, los caracteres distintivos de su personalidad se borran de cierto modo en la uniformidad de perfección y, sin embargo, no dejan de conservar su individualidad; esto tiene lugar en los Espíritus superiores y en los Espíritus puros. En esta posición, el nombre que tenía en la Tierra, en una de las mil existencias corporales efímeras por las cuales pasaron, es una cosa enteramente insignificante. Notemos también que los Espíritus son atraídos los unos hacia los otros por la semejanza de sus cualidades, y que de este modo forman grupos o familias
simpáticas: Por otra parte, si se considera el número inmenso de Espíritus que desde el origen de los tiempos deben haber llegado al primer puesto, y si se compara con el número tan corto de hombres que dejaron un gran nombre sobre la tierra, se comprenderá que entre los Espíritus superiores que pueden comunicarse, la mayor parte no debe tener nombre para nosotros; pero como necesitamos nombres para fijar nuestras ideas, pueden
tomar el de un personaje conocido, cuya naturaleza se identifica del mejor modo con la suya; por esto nuestros ángeles guardianes se dan a conocer muy a menudo con el nombre de uno de los santos que nosotros veneramos y generalmente con el de aquel por quien tenemos más simpatía. De esto se sigue que si el ángel de la guarda de una persona toma el nombre de San Pedro, por ejemplo, no hay ninguna prueba material que éste sea,
precisamente, el apóstol de este nombre; lo mismo puede ser el que un Espíritu enteramente desconocido, perteneciendo a la familia de los Espíritus de los que San Pedro forma parte; de aquí se sigue que cualquiera que sea el nombre bajo el cual se evoca a su ángel de la guarda, vendrá al llamamiento que se hace, porque se le atrae por el pensamiento, siéndole indiferente el nombre.
En resumen, la cuestión del nombre es secundaria,pudiendo ser el nombre considerado como un simple indicio de lugar que ocupa el Espíritu en la escala espiritista.
La posición es otra cuando un Espíritu de un orden inferior se reviste de un nombre respetable para dar autoridad a sus palabras, y esto sucede con tanta frecuencia que no podríamos prevenirnos bastante contra esta clase de substituciones; porque a favor de estos nombres prestados y sobre todo con la ayuda de la fascinación, ciertos Espíritus sistemáticos, más orgullosos que sabios, procuran acreditar las ideas más ridículas.
La cuestión de identidad es, pues, como lo hemos dicho, poco menos que indiferente cuando se trata de instrucciones generales, puesto que los mejores Espíritus pueden sustituirse los unos a los otros sin que esto tenga consecuencias. Los Espíritus superiores forman, por decirlo así, un todo colectivo, cuyas individualidades, con pocas excepciones, nos son completamente desconocidas. Lo que nos interesa no es su persona, sino su enseñanza; pues desde el momento que esta enseñanza es buena, poco importa que el que la da se llame Pedro o Páblo; se le juzga por su calidad y no por título. Si un vino es malo, el rótulo no lo hará mejor. En cuanto a las comunicaciones íntimas, ya es otra cosa, porque es el individuo, su misma persona, la que nos interesa, y con razón en este caso procuramos asegurarnos si el Espíritu que viene a nuestro llamamiento es realmente el que se desea.
257. La identidad se puede comprobar con mucha más facilidad, cuando se trata de Espíritus contemporáneos cuyo carácter y costumbre se conocen, porque no habiendo tenido aun tiempo de despojarse de sus costumbres, precisamente se dan a conocer por las mismas y decimos en seguida que son una de las señales más ciertas de identidad. El Espíritu puede, sin duda, dar las pruebas sobre la pregunta que se le ha hecho, pero no lo hace nunca sino cuando le conviene, y generalmente esto le hiere; por lo que debe evitarse. Dejando su cuerpo, el Espíritu no se ha despojado de su susceptibilidad, y se incomoda de toda pregunta que tiene por objeto ponerle a prueba. Se hacen tales preguntas que no se atreverían a hacérselas si se presentaba vivo por temor de faltar a la educación; ¿por qué, pues, ha de tenérsele menos respeto después de la muerte? Si un hombre se presenta en un salón diciendo su nombre, ¿se le irá a decir a quemarropa que pruebe que es tal, exhibiendo sus títulos bajo el pretexto de que hay impostores? Este hombre tendría, seguramente, el derecho de recordar al preguntador las reglas de buena crianza. Esto es lo que hacen los Espíritus, no contestando o retirándose.
258. Mientras que los Espíritus se niegan a contestar a preguntas pueriles y descabelladas, que se hubiera tenido reparo en hacérselas cuando vivían, ellos mismos dan a menudo, y
espontáneamente, pruebas irrecusables de su identidad, por su carácter, que se revela en su lenguaje, por el empleo de las palabras que le eran familiares, por la cita de diferentes hechos, particularidades de su vida, algunas veces desconocidas de los asistentes, y cuya exactitud ha podido probarse. Además las pruebas de identidad resaltan de una multitud de circunstancias imprevistas, que no siempre se presentan al primer golpe de vista, sino continuando la conversación. Conviene, pues, esperarlas sin provocarlas, observando con cuidado todas aquellas que pueden desprenderse de naturaleza de las comunicaciones.
EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.
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