jueves, 15 de septiembre de 2016

SI YO TUVIERA...... SERÍA FELIZ....



NECESIDAD DE LA ENCARNACIÓN

25. "¿ Es un castigo la encarnación y están sujetos a ello sólo los espíritus culpables?"
El tránsito de los espiritus por la vida corporal es necesario para que éstos puedan cumplir, con el auxilio de una acción material, los designios cuya ejecución les confía Dios; es necesario para ellos mismos, porque la actividad que están obligados a desplegar, ayuda al desarrollo de la inteligencia. Siendo Dios soberanamente justo, debe
hacer parte igual a todos sus hijos; por esto da a todos un mismo punto de partida, la misma aptitud, las "mismas obligaciones que cumplir y la misma libertad de obrar", todo privilegio sería una preferencia, y toda preferencia una injusticia. Pero la encarnación, para todos los espíritus, sólo es un estado transitorio; es un deber que Dios les impone al empezar su vida, como primera prueba del uso que harán de su libre albedrío. Los que desempeñan este deber con celo, pasan rápidamente y con menos pena los primeros grados de iniciación y gozan más pronto del fruto de sus trabajos. Por el contrario, aquéllos que hacen mal uso de la libertad que Dios les ha concedido, retardan su adelanto; así es que por su obstinación, puede prolongarse indefinidamente la necesidad de reencarnarse, y entonces es cuando la encarnación viene a ser un castigo. (San Luis, París, 1859).

26. Nota. Una comparación vulgar hará comprender mejor esta diferencia. El estudiante no obtiene los grados de la ciencia sino después de haber recorrido la serie de clases que a ellos conducen. Esas clases, cualquiera que sea el trabajo que exijan, son un medio de llegar al fin, y no un castigo. El estudiante laborioso abrevia el camino, y encuentra en él menos abrojos; lo contrario sucede al que por pereza y negligencia le obligan a duplicar ciertas clases. No es, pues, el trabajo de una clase lo que constituye el castigo, sino la obligación de volver a empezar el mismo trabajo.
Lo mismo sucede al hombre en la tierra. Para el espíritu del salvaje, que está casi al principio de la vida espiritual, la encarnación es un medio de desenvolver su inteligencia; pero para el hombre ilustrado cuyo sentido moral está muy desarrollado, y que está obligado a redoblar las jornadas de una vida corporal llena de angustias, cuando podía ya haber llegado al fin, es un castigo por la necesidad en que está de prolongar su morada en los mundos inferiores y desgraciados. Por el contrario, aquel que trabaja activamente en su progreso moral, puede, no sólo abreviar la duración de la encarnación moral, sino pasar de una sola vez los grados intermedios que le separan de los mundos superiores.

¿No podrían los espíritus encarnarse sólo una vez en el mismo globo y cumplir sus diferentes existencias en esferas también diferentes? 
Sería admisible esta opinión cuando todos los hombres estuviesen en la tierra, exactamente en el mismo nivel
intelectual y moral. Las diferencias que existen entre ellos, desde el salvaje hasta el hombre civilizado, manifiestan los grados que están llamados a recorrer. Por otra parte, la encarnación debe tener un objeto útil; de otro modo, ¿cuál sería el de las encarnaciones efímeras de los niños que mueren en edad temprana? Hubieran sufrido sin provecho para ellos ni para otro; Dios, cuyas leyes son soberanamente sabias, no hace
nada inútil. Por la reencarnación en el mismo globo, ha querido que los mismos espíritus encontrándose de nuevo en contacto, tuviesen ocasión de reparar sus faltas recíprocas: por el hecho de sus relaciones anteriores, ha querido además fundar los lazos de familia en una base espiritual, y apoyar en una ley de la naturaleza los principios de solidaridad, de fraternidad y de igualdad.

EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.

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                  CONVIVENCIA ESPÍRITA
Si bien cada espíritu es único, con responsabilidades y progreso intransferibles, y el autoconocimiento es indispensable para su iluminación, la experiencia de la convivencia es igualmente necesaria para su evolución. Es la manera de recibir estímulos externos a su persona que despiertan las potencialidades que desde su creación Dios puso en su interior. La convivencia es el agua que riega la simiente divina de la que ha de germinar el árbol de la pureza.
Los primeros conflictos de convivencia de la humanidad surgieron cuando los primitivos habitantes de este planeta tenían que competir por un mismo recurso, generalmente alimento o cobijo. Más tarde, empezaron a cercar y reclamar su soberanía sobre porciones de territorio que pertenecen a la naturaleza, y en último término al Creador. Desde entonces hasta hoy, el desarrollo de la razón humana ha ido esclareciendo conceptos como propiedad, privacidad, e intimidad.
La sabiduría de la ley divina ha distribuido los recursos de la Tierra de forma desigual para invitar a los pueblos a vivir la experiencia de la colaboración. Así, del mismo modo que cada individuo, consciente de su no-autosuficiencia, necesita del intercambio para cubrir sus propias deficiencias, cada nación necesita de relaciones y comercio con otras para dar a sus integrantes lo que se necesita para la vida. La sabiduría divina también ha hecho que la naturaleza de estos intercambios sea variable, pues unos recursos son más preciados que otros según la época.
La convivencia encuentra escollos en todas las eras. Las pugnas territoriales dibujan y desdibujan la geografía política, como consecuencia de guerras de ego, orgullo y ambición. En varios tiempos y zonas, grandes conquistadores trataron de unificar cuanto terreno les fue posible, y más allá de la condenable crueldad de sus actos y la vanidad residente tras los mismos, el manto de sus invasiones derribaba barreras culturales e idiomáticas, llevando a la coordinación a un mayor número de individuales, siendo por tanto uno de los muchos instrumentos usados por la ley natural para retirar del globo a colectivos de espíritus atrasados a su época, al tiempo que acercaba un poco más al consenso a los restantes.
En la actualidad, pese a la existencia todavía de abyectos conflictos bélicos, el tenue barniz de civismo bajo el que se ha cubierto la humanidad ha suavizado relaciones diplomáticas y facilitado la resolución de problemas. La maduración de conceptos como la inteligencia emocional, así como otras tantas herramientas de desarrollo personal que no hacen otra cosa que conducir a la humanidad hacia la caridad cristiana, han hecho entender a los espíritus de este mundo la importancia del trueque para satisfacer sus necesidades, multiplicadas estas por la civilización. Sin embargo, valorar el intercambio es entender solamente un aspecto de la convivencia.
Convivir es, además de intercambiar, compartir. Y esa es la parte más difícil para el egoísmo humano. En un intercambio, las partes se transfieren recíprocamente un beneficio consensuado, y después cada una vuelve a sus ocupaciones, reservándose para sí sola el disfrute de lo recibido. En la compartición, las partes hacen uso común de un mismo recurso, que no pertenece más a uno que al otro, y cada parte debe observar las normas de uso que respetan el derecho de los demás a utilizarlo en las mismas buenas condiciones. Es una forma de convivencia que exige mayor compromiso y responsabilidad.
Podría decirse que en aquellas zonas del mundo donde los recursos son menos abundantes priman lo colectivo y el compartir, mientras que aquellas otras donde se encuentra cierto grado de desarrollo se estilan más lo individual y el intercambio. Esta afirmación no implica necesariamente que las primeras no se volvieran individualistas si se pusieran al nivel tecno-económico de las segundas, ni que las segundas no supieran compartir si la situación lo requiriese. De hecho, el actual contexto de recesión económica en muchos países está refrescando a la humanidad lecciones sobre solidaridad y compartir que parecían olvidadas.
Se pueden apreciar problemas de convivencia relacionados con el compartir en muchos aspectos del plano cotidiano. Por ejemplo en las comunidades de vecinos, cuando surgen conflictos por tener que efectuar derramas necesarias al bien del edificio que todos comparten, pero que no todos parecen dispuestos a sostener. Otro ejemplo sería el de las comidas en las que el importe a pagar se reparte a fracciones iguales, pero cada comensal no ha encargado el mismo número de platos; el curioso resultado de tales comidas puede ser que, como reacción egotista causada por el agravio comparativo, varios de los participantes deciden sobre la marcha encargar más comida de la que inicialmente les apetecía, y la cuenta se engrosa de tal manera que cada comensal termina pagando mayor cantidad de la que habría tenido que pagar si se hubiese convenido que cada cual correría con sus propios gastos.
Es esta una dificultad añadida del compartir: los beneficios no parecen tan patentes o tangibles, o pueden parecer empañados si se percibe que una de las partes disfruta de mayores beneficios comprometiendo el mismo grado de responsabilidad. La conclusión de esto no es que compartir sea contraproducente, sino que requiere un mayor grado de madurez que otras formas de organización: es evidente que en una puesta en común de recursos hacia un fin siempre habrá partes que den más de sí que otras, y obedeciendo a los códigos divinos, tiene que dar más quien más puede dar. Por otra parte, puede y suele suceder que en futuras ocasiones los papeles de benefactor y beneficiado se invierten, compensando el balance a largo plazo. Independientemente de si se compensa o no, la sensación de haber ejercido de buen amigo debería bastar.
Parece constatable que el desarrollo material de la civilización alienta la individualización. Cuanto más abundantes los recursos mayor la facilidad de ponerlos al alcance de todos, y por tanto ¿dónde estaría la necesidad de compartir? Parece como si entre ese estado evolutivo y el egoísmo hubiese solamente una delgada línea. Pero ¡ah!, todas estas consideraciones son en torno al aspecto solamente material de la vida. El espíritu también tiene sus necesidades, y a diferencia de las del cuerpo, estas no pueden ser cubiertas solamente mediante el intercambio; estas requieren del compartir, compartir vivencias, emociones.
Los centros espíritas cumplen un papel de suma importancia en la satisfacción de las necesidades espirituales. En el seno de los mismos se lleva a cabo un sincero trabajo de medicina para el alma, en el que se encuentran respuestas reconfortantes que todavía escapan (para disgusto de quienes trabajan en pro de la doctrina espírita) a la sabiduría popular.
No resulta fácil que quien recién empieza a acudir a las reuniones se abra y comparta las verdades sobre sí mismo. En el día a día la verdadera identidad se oculta, casi se refugia, en una máscara, para mantener la concordia con el prójimo o evitar el rechazo de un colectivo por poseer algún defecto. Las reuniones espíritas tampoco se libran de este fenómeno; uno podría acudir a ellas y ocultar sus verdaderos problemas, o dar las apariencias de la virtud, durante unas pocas horas a la semana, creando una imagen que no se corresponde con su verdadero yo, puesto que somos lo que escondemos.
Sería una falta de caridad anatematizar esta actitud en sí misma, sin conocer contexto ni antecedentes de la persona. A veces, como ya hemos dicho, es una protección para evitar el rechazo, y en cierto modo es un esfuerzo respetable por parte de la persona que trata de agradar al grupo. Además, los primeros encuentros con personas nuevas (1) suelen estar carentes de confianza para confesarse o revelarse, y lleva su tiempo construir tal confianza que además, hasta su consolidación, es frágil y debe ser cuidada. Dicho esto conviene recordar que, más allá de ese esfuerzo inicial de armonizar con la reunión mediante una representación ‘pulida’ de sí mismo, la Doctrina, que atraviesa todos los velos, exigirá a la persona que ande sus propios pasos en el camino de la redención moral y la realización espiritual, cuando empiece a familiarizarse con el grupo.
Uno pensaría que es en las clases, las reuniones mediúmnicas o las conferencias donde la persona evoluciona, pero esa es solo una parte del trabajo, en la que se reciben los fragmentos de conocimiento que después se deberán trabajar y consolidar. Es en los eventos, en los viajes doctrinarios, y los demás encuentros de convivencia donde un grupo espírita se conoce mejor. Esas circunstancias están sembradas de ratos libres en los que los compañeros espíritas se toman un café juntos, o viajan en el mismo coche, o se sientan al lado uno del otro en el avión, y en esas situaciones de conversación distendida las personas se relajan y muestran un poco más de sí mismas. La convivencia es la herramienta con que se amasan los cimientos de un centro espírita sólido y comprometido con la Causa.
En esas situaciones, en las que se comparten experiencias, sensaciones y opiniones a través del buen arte de la conversación, puede uno verse a sí mismo, dándose cuenta de lo que dice o lo que calla, y más interesante aún, observa en los demás sus propias imperfecciones, que es casi como verse a uno mismo desde fuera. Es en las discusiones emanadas de choques de personalidad que nace la oportunidad de autoconocimiento para el aprendiz atento. Se pueden comprender los problemas de una persona, sus defectos, miedos, manías, cualidades, anhelos y esperanzas, siendo todo ello fuente de oportunidades de ayudarla y cumplir con la caridad cristiana, moral y espírita. La convivencia es el yunque donde se forjan las amistades.
Si bien estos requisitos de convivencia, confianza y sinceridad no son rigurosamente observados en las reuniones de estudio (menos aún en aquellas poco consolidadas donde la composición del grupo puede variar cada poco tiempo), estas manifestaciones de armonía son condición necesaria para el buen éxito de reuniones de mayor seriedad, como las de trabajo mediúmnico, o más especialmente aún las de trabajos de desobsesión. Es por ello que los espíritas experimentados en reuniones de este cariz recomiendan elevada precaución en la selección de los integrantes del grupo, siempre en miras de la armonía vibratoria del equipo de trabajo (2).
Conviene mencionar como pináculo de la convivencia espírita el centro, local o espacio donde se llevan a cabo las reuniones. Así como sucede con los integrantes de un equipo de trabajo mediúmnico, el lugar físico para las reuniones debe ser cuidadosamente escogido y preservado, porque es el espacio en el que los compañeros de doctrina comparten mucho tiempo y experiencias. Como es lógico, ese espacio requiere de cuidados de mantenimiento, y en honor a todos los beneficios que comparte con sus compañeros de estudio, el espírita dedicado ofrece parte de sí, de su tiempo y sus recursos para mantener el centro en pie y funcionando, como cualquier otro ciudadano daría una parte de sí mismo para ver crecer aquella causa en la que crea.
En este sentido, el centro espírita podría compararse con los antiguos conventos o monasterios donde los cristianos practicantes de la antigüedad se congregaban para permanecer en comunión con hermanos y hermanas de religión. Los muros de aquellas edificaciones, representación material del muro de fe que debía proteger a aquellos servidores, les facilitaban la calma y el recogimiento necesarios para lograr el desapego de los bienes terrestres, y evitar desvíos de la espiritualidad por influencia de las tentaciones materiales. Hoy en día se pide al espírita, y por extensión a todo cristiano de corazón y fe, que no se aísle sino que sepa convivir con el mundo y sus habitantes, sean o no de su misma convicción, y que, atendiendo a la máxima cristiana de volver bien por mal, mantengan ese ‘saber estar’ que caracteriza a las personas equilibradas, integrales.
La convivencia con las personas ajenas a la Causa es la prueba del espírita; mide su caridad, y le recuerda que a menudo, la paz y la tolerancia están por encima de llevar la razón. Es el medio a través del cual, si cumple con su deber, pone en acción el mayor recurso para la expansión de la moral espírita: el ejemplo.
Érigos
Artículo publicado en el nº 26 de Actualidad Espiritista
Julio 2016 Autor: Érigos
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Notas:
(1) Hablando desde una perspectiva terrenal, y llevando siempre en mente que muy a menudo dos espíritus encarnados ya se conocen de periplos carnales pretéritos.
(2) Véase en Diálogo con las sombras de Herminio C. Miranda el capítulo I: “La instrumentación – El grupo” y en Reuniones mediúmnicas por el Equipo del Proyecto Manoel P. de Miranda la 2ª Parte, sección 3: “Requisitos inherentes a los participantes” para saber más.

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"Sería un error creer que es preciso ser médium para atraer a sí, los seres del mundo invisible. El espacio de ellos está probado; los tenemos sin cesar a nuestro rededor, a nuestro lado, nos ven, nos observan, se mezclan en nuestras reuniones, nos siguen o nos evitan, según los atraemos o los repelemos.(...)
Consideremos ahora el estado moral de nuestro globo, y se comprenderá cual es el género de Espíritus que debe dominar entre los Espíritus errantes. Si tomamos cada pueblo en particular, podremos juzgar, por el carácter dominante de los habitantes, por sus preocupaciones, sus sentimientos más o menos morales y humanitarios, los órdenes de Espíritus que preferentemente se unen a ellos."
Libro de los Médiums 
Allan Kardec
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                         EL DESEO
Sentimiento que posee el ser humano por conseguir algo, anhelar algo, aspirar a algo o saciar cualquier cosa. Es pues, una fuerza motriz del alma humana que impulsa a la persona a esforzarse por conseguir aquello que anhela.
El deseo no es perjudicial en sí mismo; tiene sus aspectos positivos como elemento dinamizador del ser humano, y presenta la característica de enfocar la energía interior del hombre en la búsqueda y consecución de sus objetivos.
Cuando detrás del deseo se encuentra la intención noble y generosa de alcanzar cualquier objetivo de bien, altruista o de realización personal, encontramos que el propio deseo se convierte en una fuerza que focaliza nuestra mente y nuestras aspiraciones de forma positiva.
“No pretendas que las cosas ocurran como tu quieres. Desea, más bien, que se produzcan tal como se producen, y serás feliz” ( Epicteto de Frigia (55-135) Filósofo y Esclavo grecolatino).
Pero cuando el deseo alberga (en nuestra mente y en su trasfondo) intereses egoístas, violentos, posesivos o de manipulación de los demás para satisfacer nuestros más bajos instintos; el deseo se convierte en un terrible acompañante, que nos induce a cometer errores, uno tras otro, perjudicando a los demás y a nosotros mismos. Y si no somos capaces de alejarnos de la energía perjudicial que nos envuelve, nubla la razón y fomenta la intranquilidad y la angustia interior mientras no conseguimos satisfacerlo.
En las filosofías orientales son muy proclives a ver el deseo como un grave entorpecimiento en el desarrollo espiritual del ser humano;  singularmente lo presentan como un enorme obstáculo por la característica que tiene el deseo de esclavizarnos a algo, a alguien, a una idea, a una persona, a un objeto, a una institución, etc.
Cuando este deseo central de nuestra mente alcanza características obsesivas, cerramos el canal del discernimiento; nos volvemos ciegos a la realidad, sordos a las sugerencias, a los consejos, derrapamos por el camino de la intransigencia o el fanatismo, pues dejamos de usar la razón y “el sentido común”. En esos momentos, la única energía que focaliza nuestra mente y moviliza nuestras acciones es la que nos esclaviza mediante ese deseo central que nos domina.
El deseo pierde mucha fuerza una vez se ha conseguido el objetivo que nos habíamos propuesto a través del mismo. No obstante, es interesante observar que, en función de la naturaleza del deseo, y del arraigo de ésta en nuestra mente, esa fuerza va desapareciendo o por el contrario se estimula y se regenera.
El aspecto esclavizante del deseo que hemos mencionado más arriba, es algo probado ciertamente en psicología; pues, cuando una mono-idea revestida de deseo se hace fuerte en nuestra mente, puede llegar a ser tan poderosa hasta el punto de convertirse en una auto-obsesión; capaz incluso de generar enfermedades mentales y trastornos psicológicos cuando somos incapaces de debilitarla mediante un ordenado control de nuestras emociones y pensamientos.
“Los deseos deben obedecer a la razón”( Cicerón (106 AC-43 AC) Escritor, orador y político romano).
Es en este sentido como el deseo presenta su aspecto más perjudicial. Aquel que domina sus emociones y controla sus pensamientos es difícil que pueda verse atrapado en la redes de un deseo esclavizante. Para ello se precisa un poco de auto-conocimiento, de reflexión interior, de análisis objetivo, disciplina mental y una claridad de ideas importante respecto a lo que queremos conseguir en la vida.
Si priorizamos la parte material, evidentemente costará mucho más liberarnos de la fuerza de los deseos materiales; que a veces degeneran en pasiones malsanas por convertirse en obsesivas y/o en hábitos descontrolados que producen infelicidad e insatisfacción. Incluso esta última se ve acentuada a pesar de conseguir parcialmente el objeto de nuestro deseo interior, generando con ello nuevas intenciones de satisfacer el deseo y llevándonos con ello a episodios mayores de sufrimiento interior y angustia que deriva en frustración.
Los deseos son como los peldaños de una escalera, que cuanto más subes, tanto menos contento te hallas. (Arturo Graf (1848-1913) Escritor y poeta italiano)
Si los deseos principales constituyen aspectos de desarrollo personal, psicológico, espiritual, o metas que redundan en nuestro crecimiento y realización como personas, la satisfacción de conseguir la meta propuesta nos ofrece nuevas energías que movilizan nuestra psique y nuestra mente, a fin de seguir creciendo, progresando, avanzando y mejorando.
La llamada “inteligencia espiritual”, basada en el desarrollo de las cualidades personales, en aquellos aspectos que nos elevan por encima de la materia, en la contemplación de la belleza, en el ejercicio de la reforma moral, en la adquisición de virtudes que engrandecen nuestro interior y nos colman de paz interior, de armonía y bienestar, tiene mucho que decir al respecto de la fuerza del deseo y de la ejecución del mismo respecto al objetivo principal del ser humano: la consecución de la felicidad interior.
Esta dicha solo se alcanza mediante el equilibrio, la paz, el bienestar y la salud física, psicológica y espiritual. Y para ello necesitamos del desarrollo del Amor y de las cualidades que le acompañan; el amor a uno mismo, al prójimo, a la vida, a Dios, etc. Pero un amor no posesivo, no egoísta, sino un amor que potencie el desarrollo de todas las virtudes que posee el espíritu humano latentes en su interior: caridad, perdón, humildad, sabiduría, etc.
Para ello es preciso utilizar la fuerza del deseo como enseñaba Séneca, el gran filósofo romano del siglo I, que decía así:
“Si deseas ser amado, ama.”
Antonio Lledó Flor
2016, Amor, paz y caridad
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No sobrecargues tus días con preocupaciones innecesarias, a fin de que no pierdas la oportunidad de vivir con alegría.
Chico Xavier -
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                    SI YO TUVIERA...... SERÍA FELIZ....
     Si tuviera.... 
Cuentan que una vez un hombre caminaba por la playa en una noche de luna llena mientras pensaba: 

– “Si tuviera un auto nuevo, sería feliz” 
– ” Si tuviera una casa grande, sería feliz” 
– ” Si tuviera un excelente trabajo, sería feliz” 
– ” Si tuviera pareja perfecta, sería feliz” 

En ese momento, tropezó con una bolsita llena de piedras y empezó a tirarlas una por una al mar cada vez que decía: “Sería feliz si tuviera…” 

Así lo hizo hasta que solamente quedaba una piedrita en la bolsa, la cual guardó. Al llegar a su casa se dio cuenta de que aquella piedrita era un diamante muy valioso. ¿Te imaginas cuantos diamantes arrojó al mar sin detenerse y apreciarlos? 

¿Cuántos de nosotros pasamos arrojando nuestros preciosos tesoros por estar esperando lo que creemos perfecto o soñado y deseando lo que no se tiene, sin darle valor a lo que tenemos cerca nuestro? 

Mira a tu alrededor y si te detienes a observar te darás cuenta de lo afortunado que eres, muy cerca de ti está tu felicidad, y no le has dado la oportunidad de demostrarlo. 
Cada uno de nuestros días es un diamante precioso, valioso e irremplazable. 
Depende de ti aprovecharlo o lanzarlo al mar del olvido para nunca más poder recuperarlo
.
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