miércoles, 7 de diciembre de 2016

HASTÍO DE LA VIDA. SUICIDIO.







                  RESIGNACIÓN ESPIRITA 

Una de las acusaciones que se hacen al Espiritismo es la de llevar el hombre al conformismo. “Los espiritas se conforman con todo, – nos escriben – y de esa manera acabarán impidiendo el progreso, creando entre nosotros un clima de marasmo, favorable a la tiranía política del Oriente. La idea de la reencarnación es el caldo de cultura del despotismo, pues las masas creyentes se entregan a cualquier yugo”. 
Muchos confunden la resignación espirita con el conformismo religioso. Pero, contradictoriamente, acusan el Espiritismo y no acusan a las religiones. Por otro lado, quitan conclusiones teóricas de hechos que pueden ser observados en la práctica. La idea de la reencarnación no es nueva, no nació con el Espiritismo, y no necesitamos teorizar al respeto, pues tenemos toda la historia de la humanidad ante nuestros ojos, para mostrarnos prácticamente sus efectos. 
Vamos, sin embargo, en orden. Y tratemos, primero, de la resignación y del conformismo. La resignación espirita transcurre, no de una sumisión místico-religiosa a las fuerzas incontrolables, sino de una comprensión del problema de la vida. Cuando el espirita se resigna, no está sometiéndose por el miedo, sino sólo aceptando una realidad a la cual tendrá que sujetarse, exactamente para superarla, para vencerla. No es, pues, el conformismo que se manifiesta en esa resignación, sino la inteligente comprensión de que la vida es un proceso en desarrollo, dentro del cual el hombre tiene que equilibrarse. 
¿Acaso no es así como hacemos todos, espiritas y no-espiritas, en nuestra vida diaria? ¿El lector inconforme no es también obligado, diariamente, a aceptar una porción de cosas de las que le gustaría huir? Pero la diferencia entre resignación o aceptación, de un lado, y conformismo, de otro, es que la primera actitud es activa y consciente, mientras la segunda es pasiva e inconsciente. El Espiritismo nos enseña a aceptar la realidad para vencerla. 
“Si la enfermedad lo acosa, – dicen – el espirita entiende que está siendo víctima del fatalismo cármico, del destino irrevocable. Si la muerte le roba un ser querido, él cree que no debe llorar, sino agradecer a Dios. Si el patrón lo castiga, él se somete; si el amigo lo traiciona, él perdona; si el enemigo le golpea en la mejilla izquierda, él le ofrece la derecha. El Espiritismo es la doctrina de la despersonalización humana”. 
Pero acontece que esa despersonalización no es enseñada por el Espiritismo, y sí por el Cristianismo. 
Cuando el Espiritismo enseña la conformidad delante de la enfermedad y de la muerte, el perdón de las ofensas y de las traiciones, nada más está haciendo que repetir las lecciones evangélicas. Ahora, como el lector acusa el Espiritismo en nombre del Cristianismo, es evidente que está en contradicción. Además de eso, conviene esclarecer que no se trata de despersonalización, sino de sublimación de la personalidad. Lo que el Cristianismo y el Espiritismo quieren es que el hombre egoísta, brutal, carnal, agresivo, animalesco, sea sustituido por el hombre espiritual. La “personalidad” animal debe dar lugar a la verdadera personalidad humana. 
En cuánto al caso de las enfermedades, sería oportuno acordar al lector las curas espíritas. ¿No llega eso para demostrar que no hay fatalismo cármico? Lo que hay es la comprensión de que la enfermedad tiene su papel en la vida humana. Pero cabe al hombre, en ese terreno, como en todos los demás, luchar para vencerla. El Espiritismo, lejos de ser una doctrina conformista, es una doctrina de lucha. El espirita lucha incesantemente, día y noche, para superar el mundo y superarse a sí mismo. Conociendo, sin embargo, el proceso de la vida y sus exigencias, no se tira ciegamente a la lucha, sino buscando realizarla con inteligencia, en un constante equilibrio entre sus fuerzas y el poder de los obstáculos. 
     -Autor desconocido-

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EL MAL Y EL REMEDIO

San Agustín 
Paris, 1863 

19- ¿Vuestra tierra es acaso un lugar de alegrías, un paraíso de delicias?. La voz del profeta no es aún nada a vuestros oídos?. ¿No clamó él, que habría llanto y crugir de dientes para los que nacieren en este valle de dolores?. Vosotros, que en él vinisteis a vivir, esperar por tanto lágrimas ardientes y penas amargas,y cuanto más agudas y profundas fueren vuestros dolores, volved los ojos al cielo y bendecid al Señor que os ha querido probar. ¡ Oh hombres !.¿No reconocereis el poder de vuestro señor sin cuando él cure las llagas de vuestro cuerpo y llene vuestros días de beatitud y de alegría?
¿No reconocereis su amor sino cuando él adorne vuestro cuerpo con todas las glorias y le de su brillo y su esplendor? Imitad a aquel que os fue dad para ejemplo.
Llegado al último grado de la abyección y de la miseria, extendido sobre un estercolero, él clamó a Dios: "¡ Señor !.¡Conocí todas las alegrías de la opulencia y vos me redujisteis a la más profunda miseria!.¡Gracias Dios mío por haber querido probar vuestro siervo!
¿Hasta cuando vuestros ojos solo alcanzarán los horizontes marcados por la muerte?,        ¿ Cuando al fin vuestra alma querrá lanzarse más allá de los límites del túmulo?. Pero, aunque tuvieseis que sufrir una vida entera, ¿ qué sería eso al lado de la eternidad de gloria reservada a aquel que haya soportado la prueba con fe amor y resignación? Prourad pues, la consolación para vuestros males en el futuro que Dios os prepara y vosotros, los que más sufrís, juzgar si sois bien aventurados en la Tierra.
 Como desencarnados, cuando vagabais en el espaci, escgisteis vuestra prueba, porque os considerabais bastante fuertes para soportarla. ¿Por qué murmurais ahora? Vos que pedisteis la fortuna y la gloria lo hicisteis para sustentar la lucha con la tentación y vencerla.

Vos, que pedisteis para luchar de alma y de cuerpo contra el mal moral y físico; sabeis que cuanto más fuerte fuese la prueba, más gloriosa sería la victoria y que si salisteis triunfantes, aunque vuestra carne fuera lanzada sobre un estercolero, con ocasión de la muerte, ella dejaría escapar un alma esplendorosa de blancura, purificada por el bautismo de la expiación y del sufrimiento.
. ¿ Qué remedios pues, podríamos dar a los que fueran alcanzados por obsesiones crueles y males pungentes? Uno solo e infalible: la fe, volver los ojos para el cielo. Se que en el auge de vuestros más crueles sufrimientos, cantareis en alabanzas al Señor, el ángel de vuestra guarda os mostrará el símbolo de la salvación  y el lugar que deberéis ocupar un día. La fe es el remedio certero para el sufrimiento. Ella apunta siempre a los horizontes del infinito, ante los cuales se desvanecen los pocos días de sombras del presente. Por tanto no ns preguntéis más, cual es el remedio que curará tal úlcera o tal llaga, esta tentación o aquella prueba. Recordaros de que aquel que cree se fortalece con el remedio de la fe y aquel que duda un segundo de su eficacia es castigado, en la misma hora, `porque siente inmediatamente las angustias punzantes de la aflicción.

El Señor pone su sello en todos los que creen en él. Cristo nos dice que la fe transporta montañas. Y yo os digo que aquel que sufre y que tuviere la fe como apoyo, será colocado bajo su protección y no sufrirá más. Los momentos más dolorosos serán para él como las primeras notas de alegría de la eternidad. Su alma se desprenderá de tal manera de su cuerpo, que en cuanto este se tuerza el convulsiones, ella parará en las regiones celestes
cantando con los ángeles los himnos de reconocimiento y de gloria al Señor.

¡ Felices los que sufren y lloran! Que sus almas se alegren, porque serãn atendidas por Dios. 

- A. Kardec -
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    El hombre Jesús 

"En el proceso de la evolución, cada Espíritu desarrolla, etapa tras etapa, determinados valores que son innatos en él. 
En una oportunidad perfecciona la inteligencia, en otra el sentimiento, más adelante la aptitud artística, buscando la perfección que sintetiza el logro de todos los bienes intelecto-morales. 
Muchas veces, por afligirse al constatar las dificultades que enfrenta y que le impiden avanzar, se estanca, se desanima o se rebela. 
La jornada es atrayente y la conquista de las victorias se produce mediante la inversión de los mejores esfuerzos, del interés y del empeño por conseguirlas. 
Toda adquisición es el resultado de un afanoso trabajo. 
La plenitud, por eso mismo, ubicada en un nivel superior, para ser alcanzada depende del resultado favorable de las realizaciones de las franjas precedentes. 
De ese modo, en busca de la armonía proponte el desafío de proseguir a Jesús, el Modelo Ideal de la humanidad, que te aguarda gentilmente." 

(Divaldo Franco - Joanna de Angelis, Despierte y sea feliz.

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HASTÍO DE LA VIDA. SUICIDIO.

950 – ¿Qué debemos pensar del que se quita la vida con la esperanza de llegar más pronto a otra vida mejor?
– ¡Otra locura! Que haga bien y estará más seguro de alcanzarla; porque retarda su entrada en un mundo mejor, y él mismo pedirá volver a concluir esa vida que cortó en virtud de una idea falsa. Una falta, cualquiera que ella sea, no abre nunca el santuario de los elegidos.
951 – ¿No es meritorio a veces el sacrificio de la vida, cuando tiene por objeto salvar la de otro, o el de ser útil a sus semejantes?
– Eso es sublime según la intención, y el sacrificio de la vida no es suicidio. Pero Dios se opone a un sacrificio inútil y no puede verlo con placer, si lo mancha el orgullo. El sacrificio sólo es meritorio por su desinterés, y el que lo realiza, tiene algunas veces, una segunda intención, que disminuye su valor a los ojos de Dios.
Todo sacrificio hecho a expensas de su propia felicidad, es un acto soberanamente meritorio a los ojos de Dios, porque es la práctica de la ley de caridad. Siendo, pues, la vida el bien terrestre que más aprecia el hombre, el que a él renuncia en bien de sus semejantes no comete un atentado, sino que hace un sacrificio. Pero antes de llevarlo a cabo, debe reflexionar si no será más útil su vida que su muerte.

952 – El hombre que perece víctima de las pasiones que sabe que han de apresurar su término, pero a las cuales no le es posible resistir, porque el hábito las ha convertido en verdaderas necesidades físicas, ¿comete un suicidio?
– Es un suicidio moral. ¿No comprendéis que en semejante caso el hombre es doblemente culpable? Hay en él falta de valor y bestialidad, y además olvido de Dios.
– ¿Es más o menos culpable, que el que se quita la vida por desesperación?
– Es más culpable, porque tiene tiempo para razonar sobre su suicidio. En el que lo hace instantáneamente hay a veces una especie de extravío que se relaciona con la locura. El otro será mucho más castigado; porque las penas son siempre proporcionadas a la
conciencia que se tiene de las faltas cometidas.
953 – Cuándo una persona tiene ante sí una muerte inevitable y terrible, ¿es culpable por abreviar en algunos instantes sus sufrimientos con la muerte voluntaria?
– Siempre hay culpabilidad por no esperar el término fijado por Dios. Por otra parte, ¿hay seguridad de que ese término haya llegado a pesar de las apariencias y no puede recibirse en el último momento un socorro inesperado?
– Se concibe que en circunstancias ordinarias sea reprensible el suicidio, pero supongamos el caso en que la muerte es inevitable, y en que sólo se abrevie la vida por algunos instantes…
– Es siempre una falta de resignación y sumisión a la voluntad del Creador.
– En ese caso, ¿cuáles son las consecuencias de esa acción?
– Como siempre, una expiación proporcionada a la gravedad de la falta, según las circunstancias.
954 – Una imprudencia que compromete la vida sin necesidad,¿es reprensible?
No existe culpabilidad cuando no existe intención o conciencia positiva de hacer mal.
955 – Las mujeres que, en ciertos países, se queman voluntariamente con el cuerpo de sus maridos, ¿pueden considerarse como suicidas, y sufren las consecuencias del suicidio?
– Obedecen a un prejuicio y con frecuencia, más a la fuerza que a su propia voluntad. Creen cumplir un deber, y no es este el carácter del suicidio. Su excusa es la nulidad moral de la mayor parte de ellas y su ignorancia. Esos usos bárbaros y estúpidos desaparecen con la civilización.
956 – Los que, no pudiendo sobrellevar la pérdida de las personas que le son queridas, se matan con la esperanza de reunirse con ellas, ¿logran su objetivo?
– El resultado, es muy diferente del que esperan, y en vez de reunirse con el objeto de su afecto, se alejan de él por más tiempo,porque Dios no puede recompensar un acto de cobardía, y el insulto que se hace dudando de su providencia. Pagarán ese instante de locura con pesares mayores de los que creen abreviar, y no tendrán para compensarlos la satisfacción que esperaban. ( 934 y siguientes).
957 – ¿Cuáles son, en general, las consecuencias del suicidio en el estado del Espíritu?
– Las consecuencias del suicidio son muy diversas: no hay penas fijas y en todos los casos son siempre relativas a las causas que lo han provocado. Pero una de las consecuencias inevitables al suicida es la contrariedad. Por lo demás, no es una misma la suerte de todos ellos, depende de las circunstancias. Algunos expían su falta inmediatamente, otros en una nueva existencia que será peor que aquella cuyo curso han interrumpido.
La observación demuestra, en efecto, que las consecuencias del suicidio no son siempre las mismas. Pero las hay que son comunes a todos los casos de muerte violenta y como consecuencia de la interrupción brusca de la vida. En primer lugar la persistencia más prolongada y tenaz del lazo que une el Espíritu y el cuerpo, por estar ese lazo casi siempre en plenitud de su fuerza en el momento en que se ha cortado, mientras que en la muerte natural se afloja gradualmente y en la mayor parte de las veces, se rompe antes que la vida esté completamente extinguida. Las consecuencias de este estado de cosas son la prolongación de la turbación espírita, después la de la ilusión que, durante un tiempo más o menos largo, hace creer al Espíritu que está aún entre el número de los vivos.
La afinidad que persiste entre el Espíritu y el cuerpo produce en algunos suicidas una especie de repercusión del estado del cuerpo sobre el Espíritu, quien, a pesar suyo, siente los efectos de la descomposición, y experimenta una sensación plena de angustias y de horror, y ese estado puede persistir tanto tiempo como hubiera debido durar la vida que han interrumpido. Este efecto no es general pero, en ningún caso, el suicida está exento de las consecuencias de su falta de valor, y tarde o temprano expía su culpa de uno u otro modo. De aquí que ciertos Espíritus, que fueron muy infelices en la Tierra, dijeran haber sido suicidas en su última existencia y estar voluntariamente sometidos a nuevas pruebas para intentar soportarlas con más resignación. En algunos, es una especie de apego a la materia
de la cual procuran deshacerse en vano, para elevarse a mejores mundos, cuyo acceso les está prohibido; en la mayor parte en el pesar de haber hecho una cosa inútil, puesto que sólo desengaños sufren. La religión, la moral, todas las filosofías condenan el suicidio como contrario a la ley natural. Todas nos dicen en principio que no se tiene derecho de abreviar voluntariamente la vida; pero, ¿por qué no se tiene ese derecho? ¿Por qué no se es libre para poner término a los sufrimientos?
Estaba reservado al Espiritismo demostrar, con el ejemplo de los que sucumbieron,que eso no es sólo una falta como infracción de una ley moral, consideración de poca importancia para ciertos individuos, sino un acto estúpido, puesto que con él nada se gana. No es la teoría la que nos enseña esto, sino los hechos que presenta ante nuestros ojos.
El libro de los espíritus. Allan Kardec.
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" LA CARIDAD DEBE SER ANÓNIMA, DE LO CONTRARIO ES VANIDAD "
                                   - Espíritu Emmanuel -
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                LA CARNE ES DÉBIL.. 
Allan Kardec. 

Hay inclinaciones viciosas que son evidentemente inherentes al espíritu, porque tienen más relación con la gran parte moral que con la física. Otras más bien parecen consecuencia del organismo, y por este motivo, uno se cree menos responsable, por ejemplo: las predisposiciones a la cólera, a la indolencia, a la sensualidad, etc. 
Se reconoce hoy perfectamente por los filósofos espiritualistas que los órganos cerebrales, correspondiendo a las diversas aptitudes, deben su desarrollo a la actividad de su espíritu, y que así este desarrollado es un efecto y no una causa. Un hombre no es músico porque tenga la protuberancia de la música, sino que tiene esta protuberancia porque su espíritu es músico. 
Si la actividad del espíritu obra sobre el cerebro, debe obrar igualmente sobre las otras partes del organismo. De este modo, el espíritu es el artífice que arregla su propio cuerpo, por decirlo así, a fin de amoldarlo a sus necesidades y a la manifestación de sus tendencias. Sentado esto, la perfección del cuerpo de las razas adelantadas no será producto de creaciones distintas, sino resultado del trabajo del espíritu, que perfecciona su instrumento a medida que aumenta sus facultades. 
Por una consecuencia natural de este principio, las disposiciones morales del espíritu deben modificar las cualidades de la sangre, darle más o menos actividad, provocar secreciones más o menos abundantes de bilis u otros fluidos. Así es, por ejemplo, que al glotón se le hace la boca agua a la vista de un bocado apetitoso. En este caso, no es el bocado el que puede sobreexcitar el órgano del gusto, puesto que no hay contacto, sino el espíritu, que obra en virtud de la sensibilidad que se le ha despertado, con la acción del pensamiento, sobre este órgano, mientras que en otro, la vista de aquel bocado no produce ningún efecto. Por la misma razón una persona sensible derrama lágrimas fácilmente. La abundancia de las lágrimas no da la sensibilidad al espíritu, sino que la sensibilidad del espíritu provoca la secreción abundante de las lágrimas. El organismo, bajo el impulso de la sensualidad, se ha apropiado esta disposición normal del espíritu, como se ha apropiado la del espíritu del glotón. 
Siguiendo este orden de ideas, se comprende que un espíritu iracundo debe propender al temperamento bilioso. De esto se deduce que un hombre no es colérico porque sea bilioso, sino que es bilioso porque es colérico. Lo mismo sucede en cuanto a las otras disposiciones instintivas. Un espíritu perezoso e indolente dejará su organismo en un estado de atonía en relación con su carácter, mientras que si es activo y enérgico, dará a su sangre y a sus nervios cualidades muy diferentes. Es tan evidente la acción del espíritu sobre la parte física que se ven a menudo producirse graves desórdenes por efecto de violentas conmociones morales. La expresión común: La emoción le ha cambiado la sangre, no está tan carente de sentido como podría creerse. ¿Pero qué ha podido cambiar la sangre, sino las disposiciones morales del espíritu? 
Se puede, pues, admitir que el temperamento es, al menos en parte, determinado por la naturaleza del espíritu, que es la causa y no el efecto. Decimos en parte, porque hay casos en que lo físico influye ciertamente sobre lo moral. Esto sucede cuando un estado mórbido o anormal se determina por una causa externa accidental, independiente del espíritu, como la temperatura, el clima, los vicios hereditarios de constitución, un malestar pasajero, etc. Entonces, puede estar afectada la moral del espíritu en sus manifestaciones por el estado patológico, sin que su naturaleza intrínseca se modifique. 
Excusarse de sus defectos por la debilidad de la carne no es más que un subterfugio para eludir la responsabilidad. La carne sólo es débil porque el espíritu es débil, lo cual destruye la excusa y deja al espíritu la responsabilidad de sus actos. La carne no tiene pensamiento ni voluntad. 
No prevalece jamás sobre el espíritu, que es el ser pensante y voluntario. El espíritu es quien da a la carne las cualidades correspondientes a sus instintos, como un artista imprime a su obra material el sello de su genio. El espíritu, emancipado de los instintos de la bestialidad, se compone un cuerpo que no es un tirano para sus aspiraciones hacia la espiritualidad de su ser. Entonces es cuando el hombre come para vivir, porque vivir es una necesidad, pero no vive para comer. 
Así pues, sobre el espíritu recae la responsabilidad moral de sus propios actos. Pero la razón manifiesta que las consecuencias de esta responsabilidad deben estar en relación con el desarrollo intelectual del espíritu. Cuanto más ilustrado es, menos excusa tiene, porque con la inteligencia y el sentido moral nacen las nociones del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. 
Esta ley explica el mal resultado de la medicina en ciertos casos. Desde luego que el temperamento es un efecto y no una causa, y los esfuerzos hechos para modificarlo se hallan necesariamente paralizados por las disposiciones morales del espíritu, que opone una resistencia inconsciente y neutraliza la acción terapéutica. Dad, si es posible, ánimo al medroso, y veréis cesar los efectos fisiológicos del miedo. 
Es prueba, repito, la necesidad que tiene la medicina convencional de tener en cuenta la acción del elemento espiritual sobre el organismo (Revue Spirite, marzo 1866, p. 65). 

Tomado del libro,”El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo” – Allan Kardec
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