domingo, 7 de mayo de 2017

Reencarnación- Ley de Evolución



Contenido de este blog para este día:

- La misión del Espiritismo
- Miedo a ser feliz
- Importancia del Estudio de la Doctrina Espírita
- Reencarnación.- Ley de Evolución



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          LA MISIÓN DEL ESPIRITISMO

A nuestro modo de ver, la misión real del Espiritismo no es solamente la de iluminar las inteligencias por medio de un conocimiento más preciso y completo de las leyes físicas del mundo; su misión consiste, principalmente, en desarrollar la vida moral en los hombres, la vida moral que el materialismo y el sensualismo han aminorado bastante. Realzar los caracteres y fortificar las conciencias: ésta es la tarea capital del Espiritismo. Bajo este punto de vista puede ser un remedio eficaz para los males que asedian a la sociedad contemporánea, un remedio para este acrecentamiento inusitado del egoísmo 
y de las pasiones que nos empujan hacia el abismo.

     Creemos que debemos expresar aquí nuestra entera convicción: no será haciendo del Espiritismo solamente una ciencia positiva, experimental; no será eliminando lo que de elevado hay en él, lo que lleva al pensamiento por encima de los horizontes estrechos, es decir, la idea de Dios, el uso de la oración, como se facilitará su tarea; al contrario, con ellas se le hará estéril, sin acción sobre el progreso de las masas. 

     ¡Cierto! No hay nadie que admire más que nosotros las conquistas de la ciencia; siempre nos ha gustado hacer justicia a los esfuerzos de los sabios que hacen retroceder cada día más los límites de lo desconocido. Mas la ciencia no lo es todo. No hay duda de que ha contribuido a alumbrar a la humanidad; pero siempre se ha mostrado impotente para hacerla más feliz y mejor. 

     La grandeza del Espíritu humano no consiste solamente en el conocimiento; también está en el ideal elevado. No fue la ciencia, sino el sentimiento, la fe y el entusiasmo que produjeron los casos Juana de Arco, el 89 y todas las grandes epopeyas de la historia. 
Los enviados de lo Alto, los grandes predestinados, los videntes y los profetas no han escogido como móvil a la ciencia; han escogido a la creencia. No han impresionado a los cerebros; han tocado a los corazones. Todos han venido para dirigir a las naciones hacia Dios. 
      ¿Qué se ha hecho de la ciencia del pasado? Las olas del olvido la han sumergido, como sumergirán a la ciencia de nuestros días. ¿Qué serán los métodos, las teorías actuales dentro de veinte siglos? En cambio, los nombres de los grandes misioneros han sobrevivido a través del tiempo. Lo que sobrevive a todo, dentro de los desastres de las civilizaciones, es lo que eleva al alma humana por encima de ella misma hacia un fin sublime, hacia Dios. 
Hay, además, otra cosa. Aunque nos acantonemos en el terreno del estudio experimental, hay una consideración capital en la cual debemos inspirarnos. Es la siguiente: la naturaleza de las relaciones que existen entre los hombres y el Mundo de los Espíritus: es el estudio de las condiciones a llenar para extraer de estas relaciones los mejores resultados.^ 

        Al abordarse estos fenómenos, se siente uno intrigado por la constitución de este mundo invisible que nos rodea, por el carácter de esas multitudes de Espíritus que nos envuelven y buscan sin cesar ponerse en relación con los hombres. Alrededor de nuestro planeta atrasado opera una vida poderosa e invisible en la que dominan los Espíritus ligeros y burlones, entre los cuales se mezclan otros de índole perversa y maléfica. Hay allí buen número de apasionados, viciosos y criminales. Han abandonado la Tierra con el alma llena de odio, el pensamiento alterado por sentimientos de venganza; esperan en las sombras el momento propicio para satisfacer sus odios y sus rencores a costa de los experimentadores imprudentes e imprevisores que, sin precaución ni cuidado, abren de par en par las vías que comunican a nuestro mundo con el de los Espíritus. 

- EL GRAN ENIGMA DIOS Y EL UNIVERSO. LEÓN DENIS.

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  "La mejor manera de expulsar a los Espíritus malos consiste
en atraer a los buenos. Atraed, pues, a los Espíritus buenos
practicando todo el bien que podáis. Entonces los malos huirán,porque el bien y el mal son incompatibles. Sed buenos siempre, y sólo tendréis Espíritus buenos a vuestro lado.”

EL LIBRO DE LOS MEDIUMS. ALLAN KARDEC

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Miedo a Ser Feliz


El encuentro amoroso pleno es el sueño de la mayoría de las personas que he conocido. Y ¡qué pocas son las que llegan a ello! ¿Será por casualidad? ¿Serán las dificultades externas – obstáculos de todo tipo – lo que impide la realización del amor?

No me parece que sea nada de eso. Pienso que existe un “factor anti-amor” presente en nuestra mente. Se trata del miedo, que procede de varias fuentes. La más obvia de ellas es la relativa a la dependencia. Sí, porque es absolutamente imposible amar sin depender, sin ponerse en manos del ser amado. Si éste hace un mal uso de ello, acabará por infligirnos gran sufrimiento y dolor. Por eso muchas personas prefieren renunciar a la entrega amorosa. Prefieren ser amadas en vez de amar. Puede parecer agudeza, pero en realidad es cobardía.

Además de la dependencia, hay varios miedos relacionados con la experiencia del amor. Me dedicaré a uno más, quizá más importante que los otros. Es el miedo a la felicidad. Nada hace a una persona tan feliz como la realización amorosa. Cuando estamos al lado del amado, la sensación es de plenitud, de paz. El tiempo podría pararse en aquel punto, pues todos nuestros deseos hubieran quedado satisfechos.

En cambio, a continuación de la euforia surge la inquietud, acompañada de un nerviosismo vago e indefinido. Parece que alguna desgracia está a camino, acercándose a pasos largos. Tenemos la impresión de que es imposible preservar tamaña felicidad. No sirve de nada incluso seguir los rituales supersticiosos: tocar madera, hacer higas… Por cierto, tales actitudes se derivan precisamente de la incredulidad que nos domina cuando las cosas nos van demasiado bien en cualquier sector de la vida.

Dejando a un lado las importantes cuestiones teóricas relativas a la existencia de ese temor, podemos decir que el miedo a la felicidad tiene por base el recelo de su futura pérdida. Cuanto más contentos y realizados nos sentimos, tanto más probable nos parece el final de ese “estado de gracia”. Según un extraño razonamiento, las posibilidades de que ocurran cosas dolorosas y frustrantes aumentan mucho cuando somos felices. El peligro crece proporcionalmente a la alegría. Así, a la sensación de plenitud se va acoplando el pánico.

Entonces ¿qué hacemos? Nos alejamos deliberadamente de la felicidad. Cometemos sandeces de todo tipo: buscamos un modo de lastimar a la persona amada, de inventar problemas que no existen o exageramos la importancia de pequeños obstáculos. Elegimos compañeros sentimentales inadecuados, perjudicando a veces otras áreas importantes de la vida: salud, trabajo, finanzas. Para reducir los riesgos de una hipotética tragedia, buscamos la forma de apagar nuestra alegría. En fin, creamos un dolor menor con el objetivo de protegernos de uno supuestamente mayor.

El miedo de perder lo que se ha logrado, existe en todos nosotros. Sin embargo, me gustaría registrar con énfasis que la felicidad no aumenta ni disminuye la posibilidad de que ocurran cosas negativas. Se trata tan solo de un proceso emocional muy fuerte, pero que no corresponde a la verdad. ¡La felicidad no atrae tragedias! Es solo una impresión psíquica.

¿Qué hacer para librarnos de ese vértigo simbólico que convierte en inevitable la caída? ¿Cómo salir del brete y tener fuerzas para enfrentar el amor? Solo hay una salida, ya que no se conoce la “cura” para el miedo a la felicidad. Es preciso disminuir el miedo al dolor. Así, adquiriremos coraje para lidiar con situaciones que generan alegría y placer. Perder el recelo a sufrir es necesario, incluso porque la felicidad podrá de hecho acabarse. No tiene excusa, sin embargo, dejar de experimentarla, pensando tan solo en esa eventualidad.

Todo individuo que ande a caballo, estará sujeto a caerse. Solo estará seguro de evitar accidentes quien nunca ha montado. Esto, repito, es cobardía, y no listeza. Reconocer en sí fuerzas suficientes para soportar la caída y tener energías para volver a levantarse muestra coraje y serenidad. Una persona es fuerte cuando sabe vencer el dolor. Se trata de un requisito básico para el triunfo en todas las áreas de la vida, incluso en el amor. A nadie le gusta sufrir, pero no es moralismo religioso decir que superar las frustraciones es la conquista más importante para quien quiere ser feliz. ¿Deseas la realización de tus sueños? ¡Entonces, tienes que correr el riesgo de caer y sentirte capaz de sobrevivir a las penas de amor!

Flávio Gikovate - médico y psicoanalista


Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta


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  IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE LA 
              DOCTRINA ESPÍRITA

 Para muchas personas, la oposición de los científicos es, si no una prueba, por lo menos una poderosa presunción en contra. No somos de aquellos que se levantan contra los sabios, porque no queremos que digan que los insultamos; por el contrario, los tenemos en mucha estima y nos sentiríamos muy honrados de estar entre ellos. Pero su opinión no podría ser, en todas las circunstancias, un juicio irrevocable. 
  Desde que la Ciencia sale de la observación material de los hechos, y trata de apreciar y explicar esos hechos, el campo está abierto a las conjeturas. Cada cual trae su pequeño sistema, que quiere hacer prevalecer y lo sustenta con obstinación. ¿No vemos todos los días preconizadas y rechazadas las opiniones más divergentes, luego combatidas como errores absurdos, para después ser proclamadas como verdades incontestables? 
    Los hechos, he aquí el verdadero criterio de nuestros juicios y el argumento sin réplica. En ausencia de hechos, la duda es la opinión del sabio. Para las cosas notorias, la opinión de los sabios es con justo título fehaciente, porque saben más y mejor que el vulgo; pero en hechos de principios nuevos, de cosas desconocidas, su manera de ver no pasa nunca de ser hipotética, porque no están más exentos que los otros de prejuicios. Yo diría, incluso, que el sabio, tal vez, tiene más prejuicios que cualquier otro, porque una propensión natural lo lleva a subordinarlo todo al punto de vista que profundizó: el matemático no admite pruebas sino en una demostración algebraica, el químico relaciona todo con la acción de los elementos, etc. Todo hombre que se ha dedicado a una especialidad subordina a ella todas sus ideas; y si le sacáis de ella, raciocina mal con frecuencia, porque todo quiere someterlo al mismo crisol: es una consecuencia de la flaqueza humana. Consultaré, pues, voluntariamente y con toda confianza, a un químico sobre una cuestión de análisis, a un físico sobre la fuerza eléctrica, a un mecánico sobre una fuerza motriz; pero ellos me permitirán, sin que eso perjudique el aprecio que merecen sus conocimientos especiales, no valorar del mismo modo su opinión negativa en materia de Espiritismo, no más de lo que estimo el juicio de un arquitecto sobre una cuestión de música. 
       Las ciencias comunes están basadas sobre las propiedades de la materia, que se pueden experimentar y manipular a voluntad. Los fenómenos espíritas están basados sobre la acción de inteligencias que tienen su propia voluntad y nos prueban a cada instante que no están a disposición de nuestros caprichos. Por tanto, las observaciones no pueden ser hechas de la misma manera, pues requieren condiciones especiales y otro punto de partida. Querer someterlas a nuestros procesos ordinarios de investigación, es establecer analogías que no existen.
       La Ciencia, propiamente dicha, es, por tanto, incompetente como ciencia, para pronunciarse en la cuestión del Espiritismo: no tiene que ocuparse de él, y su juicio, cualquiera que sea, favorable o no, no puede tener ninguna importancia. El Espiritismo es el resultado de una convicción personal que los sabios pueden tener como individuos, haciendo abstracción de su cualidad de tales; pero querer someter esta cuestión a la Ciencia, equivaldría a querer decidir la existencia del alma en una asamblea de físicos o de astrónomos. En efecto, el Espiritismo está enteramente basado en la existencia del alma y su estado después de la muerte. Ahora bien, es soberanamente ilógico pensar que un hombre debe ser un gran psicólogo porque es un gran matemático, o un gran anatomista. Al disecar el cuerpo humano, el anatomista busca el alma y porque no la encuentra bajo su escalpelo, como encuentra un nervio, o porque no la ve desprenderse como un gas, deduce que no existe, porque él se coloca bajo un punto de vista exclusivamente material. ¿Quiere esto decir que tenga razón contra la opinión universal? No. Véase, pues, como el Espiritismo no incumbe a la Ciencia. Cuando las creencias espíritas se hayan popularizado, cuando sean aceptadas por las masas –y a juzgar por la rapidez con que se propagan, esa época no estaría lejos– ocurrirá con ellas lo que sucede con todas las ideas nuevas que encuentran oposición: los sabios se rendirán a la evidencia. La aceptarán individualmente por la fuerza de las cosas.(…) Volvemos a repetir que si los hechos que nos ocupan se hubiesen concretado al movimiento mecánico de los cuerpos, la investigación de la causa física de ese fenómeno entraría en el dominio de la Ciencia. Pero, tratándose de una manifestación que se sustrae a las leyes de la Humanidad, escapa a la competencia de la ciencia material, porque no puede ser explicada ni por números, ni por la fuerza mecánica. Cuando surge un hecho nuevo, que no compete a ninguna ciencia conocida, el sabio para estudiarlo, debe hacer abstracción de su ciencia y convencerse de que constituye para él un nuevo estudio, que no se puede hacer con ideas preconcebidas. 
       El hombre que considera infalible su razón está muy cercano del error; pues hasta los que tienen las ideas más falsas se apoyan en su razón y en virtud de ella rechazan todo lo que les parece imposible. 
       Los que en otras épocas rechazaron los admirables descubrimientos con que se honra la Humanidad, apelaban para hacerlo a ese juicio. 
      A lo que se llama razón, con frecuencia, no es más que al orgullo disfrazado, y quien quiera que se crea infalible se coloca como igual a Dios. Nos dirigimos, pues, a los que son bastante prudentes para dudar de lo que no han visto, y que, juzgando el porvenir por el pasado, no creen que el hombre haya alcanzado su apogeo, ni que la Naturaleza haya vuelto para él la última página de su libro.

 Necesidad de estudio perseverante 
Añadamos que el estudio de una doctrina, tal como la Doctrina Espírita, que nos lanza de repente en un orden de cosas tan nuevas y tan grandes, no puede ser hecho con buen resultado si no por hombres serios, perseverantes, ajenos de prevenciones y animados de una firme y sincera voluntad de alcanzar un resultado. No podríamos dar esos calificativos a los que juzgan, a priori, ligeramente y sin haber visto todo; que no dan a sus estudios ni la continuidad, ni la regularidad, ni el recogimiento necesario; y menos aún sabríamos darlos a ciertas personas que para no faltar a su reputación de personas chistosas, se empeñan en procurar un lado burlesco en las cosas más verdaderas, o juzgadas tales, por personas cuyo saber, carácter y convicción dan derecho al respeto de quien se vanaglorie de educado. Por tanto, aquellos que no juzgan los hechos dignos de ellos y de su atención, que se abstengan; nadie sueña con violentar sus creencias, pero que respeten así mismo las de los otros. Lo que caracteriza un estudio serio es la continuidad que se le da. ¿Debe admirarse de no obtener con frecuencia, ninguna respuesta sensata a preguntas graves por sí mismas, cuando son hechas al acaso y lanzadas a quemarropa, en medio de una multitud de preguntas absurdas? Por otra parte, una pregunta, es a menudo compleja y requiere, para su aclaración, otras preliminares o complementarias. Quien quiera adquirir una ciencia debe estudiarla metódicamente, empezar por el principio y proseguir el encadenamiento y desarrollo de las ideas. El que dirigiese al acaso a un sabio una pregunta sobre una ciencia de la cual no sabe la primera palabra, ¿obtendrá algún provecho? ¿Y podrá el sabio, a pesar de su buena voluntad, darle una respuesta satisfactoria? Esta respuesta aislada será, por fuerza, incompleta e ininteligible con frecuencia, o podrá parecer absurda y contradictoria. Sucede exactamente lo mismo en las relaciones que establecemos con los Espíritus. Si queremos instruirnos en su escuela, es preciso seguir un curso con ellos; pero, como acontece con nosotros, es necesario escoger los profesores y trabajar con asiduidad. 
     Dijimos que los Espíritus superiores no concurren sino a las reuniones serias y, sobre todo, donde reine una perfecta comunión de pensamientos y sentimientos encaminados al bien. La ligereza y las preguntas inútiles los alejan, como, entre los hombres, alejan a las personas razonables, quedando entonces el campo libre a la turba de Espíritus mentirosos y frívolos, que siempre atisban las ocasiones de burlarse y de divertirse a expensas de nosotros. ¿Qué resultado puede dar una pregunta seria en semejante reunión? Será contestada; ¿pero por quién? Es como si en medio de un grupo de jóvenes festivos lanzásemos estas preguntas: ¿Qué es el alma? ¿Qué es la muerte? Y otras lindezas por el estilo. Si queréis respuestas graves, sed graves en toda la acepción de la palabra y colocaos en todas las condiciones necesarias: solo entonces obtendréis grandes cosas. Sed más laboriosos y perseverantes en vuestros estudios, sin eso los Espíritus superiores os abandonarán, como lo hace un profesor con los discípulos negligentes. 

El Libro de los Espíritus, Allan Kardec. Introducción al estudio de la doctrina espírita. Ítems VII y VIII


Revista Actualidad Espiritista · Abril 2012

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                                        REENCARNACIÓN 
                               LEY DE EVOLUCIÓN

 El hombre civilizado de hoy, es el salvaje de ayer que, desde las primeras edades, viene evolucionando lentamente por medio del aprendizaje en las experiencias, en las vicisitudes y luchas, en el devenir del tiempo. Pues, a medida que el ser humano avanza en su eterno camino de ascensión, su inteligencia y demás facultades se desarrollan como consecuencia del ejercicio de su mente, así corno nuevos y más amplios horizontes con nuevas experiencias y nuevos conceptos se presentan ante él que le atraen. Es la Ley de Evolución que presiona sobre el Espíritu, ley universal del progreso que le llama, que le invita a avanzar en el eterno camino de la ascensión. Pero, no siempre el individuo responde a ese llamado, y en las más de las veces, cede a las atracciones de su medio ambiente circundante, siendo arrastrado por el espejismo de las sensaciones, y se estanca, retardando su progreso. No obstante, como el estatismo es contrario a la ley, ‘esta actúa de un modo no siempre agradable, y por medio de circunstancias que los humanos denominarnos adversas, le conduce amorosamente (como hacen los buenos padres para con sus hijos) hacia el ejercicio de sus facultades, obligándole a la solución de problemas y superación de obstáculos, con lo cual desarrolla las facultades intelectiva y volitiva, capacitándose para mayores realizaciones, contribuyendo con ello a su propio progreso y evolución. 
     En cada ser humano está grabado, de inequívoca manera, su grado de evolución: en la inteligencia que le anima, en la capacidad de amor, de sacrificio, de dominio de sí mismo; en su fuerza mental de irradiación y de atracción, su magnetismo espiritual y animal. En el grado de capacidad analítica y conceptual para penetrar en lo profundo de las cosas, en el grado de sensibilidad y amor fraterno, de rectitud, etcétera, está bien demostrado el grado de evolución del individuo. 
        En cada existencia física, el ser humano evoluciona desde que nace, marcando las fases de la. infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez y muerte, con lo que la materia orgánica de lo que está compuesto el cuerpo físico, vuelve a su origen. Y libre el Espíritu, sigue evolucionando en esa otra dimensión, aun cuando corno humanos no nos percatemos de ello, por ser tridimensionales en cuanto a percepción a través de los sentidos físicos. Y como fue expuesto en el capítulo “Ciclos de Reencarnación”, después de un tiempo en el espacio, que varía en cada caso, el Ego, el ser espiritual, siente ansias de volver a la lucha del plano físico, a fin de desarrollar sus facultades latentes. Es la Ley de Evolución que le empuja hacia la eterna ascensión. 
       Una vida en el mundo físico, es tan sólo un momento en la vida eterna del Espíritu, del ente espiritual que anima la personalidad humana. Viene para adquirir experiencias, cumplir misiones o purificar (por medio del dolor o la práctica del amor fraterno) su alma impregnada de impurezas, saturada de magnetismo negativo, mórbido, debido a sus errores y transgresiones a la Ley Universal del Amor, en el pasado. 
     Siendo LA PERFECCIÓN (en la cual están implícitas: la sabiduría, la fortaleza, el amor y la pureza), la meta hacia la felicidad, ¿como puede pretenderse que puedan adquirirse en una sola vida cuando en la mayoría de los casos ni siquiera se tiene acceso a los medios para adquirirlas? 
     Querámoslo o no, aceptémoslo o rechacémoslo; esa es la Ley Eterna de la Evolución del Espíritu. 
Sebastián de Arauco

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