lunes, 9 de octubre de 2017

El desánimo




Hoy veremos :

- Olvido del pasado
- Evalúese
- Amalia Domingo Soler: Librepensamiento y Espiritismo
- El desánimo


                **************                             

            OLVIDO DEL PASADO

La realidad se va desvelando al ser humano en la medida en que se purifica, en que se eleva en la escala jerárquica. Conforme va adquiriendo conocimiento de su naturaleza y del mundo que le circunda, mayor progreso alcanza en todas las cosas. El conocimiento científico ha sido y es un poderoso aliado a la hora de penetrar en la comprensión de las propias leyes de la Naturaleza. Sin embargo, fuera de las investigaciones de la ciencia, el ser humano ha recibido instrucciones respecto a lo que se le sustrae a nivel perceptivo, de sus sentidos. Es por este tipo de conocimiento que el ser humano ha adquirido, hasta cierto punto, la noción de su pasado y de su destino futuro, de manera fehaciente.

    En esta línea argumentativa, obtenemos la idea, clara y distinta, de que la materia es el agente, el intermediario por el que y sobre el cual obra el espíritu. El espíritu –que se encuentra envuelto en una sustancia vaporosa, denominada periespíritu y que le sirve de unión con la materia- es el principio inteligente del Universo: el ser que somos en el cuerpo en que estamos. Por tanto, el cuerpo es el instrumento de que se sirve el espíritu (nosotros) a través de su envoltorio fluídico, para realizar su progreso, para adquirir el grado de sabiduría y amor que le posicionará en el estado de bienaventuranza.

    Es así, que decimos que los espíritus constituyen el mundo de los espíritus o inteligencias incorpóreas, el cual es el principal, preexistente y sobreviviente a todo. No obstante, y a pesar de que podría no haber existido el mundo corporal sin que se alterase la esencia del mundo espiritista y por extensión nuestra propia esencia, ambos mundos se interrelacionan incesantemente, pues el uno reacciona imperecederamente en el otro. En definitiva, hay dos elementos generales en el Universo: el espíritu y la materia, y por encima de todo Dios, el Absoluto. Esta trilogía es el principio que constituye todo lo que existe.

    Como correlato de este presupuesto, obtenemos la certeza de la posibilidad de continuación de la vida humana después de la vida, ya que, como hemos visto, la vida verdadera es la vida del espíritu. Todo lo que sabemos de la naturaleza, de las cosas y de los seres nos muestra que nada perece, sino que todo se transforma. Todo está en continuo movimiento, en constante cambio donde la transformación forma parte de una de las leyes de Universo. La vida es, pues, un contínuum, donde muerte y nacimiento son dos aspectos de su realidad.

    Entonces, ¿qué será de nosotros después del fenómeno biológico de la muerte? Como se puede vislumbrar de todo lo precedente, volvemos a entrar de nuevo en el mundo espiritista que habíamos abandonado momentáneamente; existe el ser y no la nada. La vida del cuerpo es pasajera y transitoria; la vida eterna es la vida del espíritu, que alcanzará la purificación perfeccionándose a través de la prueba de la vida corporal en  sucesivas existencias. Por consiguiente, nuestro Yo, el alma o espíritu, después de abandonar su cuerpo, tomará otro, es decir, se reencarnará en un nuevo cuerpo, logrando, de esta manera, su mejoramiento progresivo. En cada nueva existencia, el espíritu da un paso en su ascensión evolutiva, y cuando se despoje de todas sus impurezas, no necesitará ya las pruebas de la vida corporal. He ahí donde podemos observar la justicia de Dios. Todos los espíritus tienden a la perfección y Dios les proporciona los medios de conseguirla por las pruebas de la vida corporal. La doctrina de la reencarnación, que admite muchas existencias sucesivas, es la única conforme con la idea que nos formamos de la justicia de Dios, respecto a los hombres que ocupan una condición moral inferior; la única que puede explicarnos el porvenir y cimentar nuestras esperanzas, puesto que nos proporciona medios de enmendar nuestras faltas con nuevas pruebas. La razón así lo indica y así nos lo enseñan los espíritus.

     Hallamos, pues, en la doctrina de la reencarnación una consoladora esperanza: que nuestra inferioridad no nos va a desheredar del bien supremo y que podremos lograrlo con nuevos esfuerzos. ¿Quién no se conduele, al final de su vida, de haber adquirido demasiado tarde la experiencia de la que ya no puede aprovecharse? Pues, sabed que esta experiencia tardía no se pierde y será empleada con provecho en una nueva vida.

    Platón ya nos confirmara en palabras de Sócrates, su maestro y padre de la filosofía, que el alma traía en sí, en la memoria el conocimiento deseado y, por lo tanto, aprender sería recordar un conocimiento ya adquirido. Pero entonces, ¿por qué no tenemos durante la vida corpórea un recuerdo exacto de lo que fuimos, de lo que aprendimos e hicimos en existencias anteriores? ¿No neutralizaría esta falta de recuerdo el adelantamiento espiritual, es decir, la acumulación de experiencias que le darían, finalmente, la perfección?

     El propio Nietzsche –considerado uno de los tres Maestros de la sospecha, junto con Marx y Freud- ya nos señaló la necesidad del olvido. Determinó que tiene una función de preservación en la realización de nuestro desarrollo, esto es, para que el pasado no destruya el presente. Nos surge la cuestión, pues, de hasta qué punto es conveniente el olvido. Hoy que establecemos científicamente como método terapéutico la alternativa de sumergirnos en nuestro inconsciente como posibilidad de resolución de nuestros conflictos personales, nuestros traumas psicológicos –pensamos, por ejemplo, en la Terapia de Vidas Pasadas- ¿no habría que considerar establecer un límite sano, en el sentido de bueno, del olvido del pasado? Queremos advertir que las marcas negativas que nuestros errores nos dejaron en el alma no está allí para imponernos sufrimientos, sino justamente para servirnos de alerta, en el sentido que tratando esos efectos tendremos más condiciones de rescatar nuestro equilibrio físico, mental y espiritual.

     El olvido del pasado ocurre porque el ser humano aún no está en la suficiente disposición como para contener su ayer. Generalmente, no tiene la estructura psicológica necesaria para convivir con su pasado. Nos encontramos aún en un nivel de progreso espiritual insuficiente, marcado por grandes imperfecciones y tendencias negativas que nos asimilan al bruto. Una  gran descompensación moral en relación al avance científico- -técnico, intelectivo, que la humanidad ha alcanzado. Esto sin llegar a considerar la idea de que los grupos de relación, familiares, sociales, etc., que formamos, se establecen por el principio de causalidad, bajo la ley de causa-efecto, por lo que, en verdad, los constituyen personalidades involucradas, vinculadas en vidas pasadas. ¡Qué repercusión tan grave podría ocasionar el recuerdo!

     La Doctrina Espírita, codificada por el emérito profesor Allan Kardec (pseudónimo), nos esclarece sobre la necesidad del olvido. Nos demuestra que el recuerdo preciso de nuestro ayer, mayoritariamente equívoco –por mor del nivel de progreso en que nos encontramos- tendría inconvenientes extremadamente graves, perturbándonos, humillándonos ante nuestros propios ojos y ante los de nuestro próximo, el prójimo; traería perturbación en las relaciones sociales, frenando, así, nuestro libre albedrío, nuestra libre voluntad de elección. Obtenemos, pues, en líneas generales que olvidar es regla y recordar es excepción.

     Si a cada nueva existencia se corre un velo sobre el pasado, hay que saber, no obstante, que nada pierde el Espíritu (la persona) de lo que ha adquirido en aquél; olvida únicamente la manera como lo ha adquirido. El ser humano trae instintivamente, al reencarnarse, en forma de ideas innatas, intuitivas, lo que ha adquirido en conocimiento y amor, en sabiduría y bondad. Nuestra conciencia, que es el deseo que experimentamos de no reincidir en faltas ya cometidas, nos incita a resistir tales inclinaciones y, así, vamos superando nuestras limitaciones. Por otra parte, aquel anonadamiento del pensamiento que nos haría estar siempre repitiendo la misma situación es infundado, porque semejante olvido sólo tiene lugar durante la vida corporal. Al desencarnar, cesación de la vida corporal, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado: puede ahora juzgar del camino recorrido y el que aún le falta por recorrer; de modo que no hay solución de continuidad en la vida espiritual, que es la normal, la verdadera, la del Espíritu inmortal.

     Deducimos, pues, que el olvido temporal es un beneficio de la Providencia, ya que la experiencia se adquiere a menudo por las pruebas rudas y expiaciones terribles. Este recuerdo sería muy penoso, viniendo a juntarse a las angustias de las tribulaciones de la vida presente. Si nos parecen largos los sufrimientos de la vida, ¿qué no parecerían si se viesen afectados por el recuerdo de los sufrimientos del pasado? Hoy somos personas honradas, sinceras, trabajadoras en virtud a las rudas consecuencias sufridas por faltas que hoy repugnarían a nuestra conciencia.

     ¡Cuántas personas quisiéramos correr un velo sobre los primeros años de nuestra existencia! ¡Cuántos no se han dicho al final de su existencia: si volviese a empezar, no haría lo que he hecho! Pues bien, lo que no podemos deshacer en esta vida, lo desharemos en otra; en una nueva existencia, su Espíritu traerá consigo, en estado de intuición, las buenas resoluciones tomadas. Así se realiza gradualmente el progreso de la Humanidad.

     Las reminiscencias del pasado no afloran en una nueva existencia debido a la disminución del estado vibratorio del Espíritu. Es decir: que la envoltura fluídica del Espíritu, conjugada con la fuerza vital, adoptó, en la nueva concepción, un movimiento vibratorio sumamente débil, el cual impide que pasen al estado consciente del ser. No obsta para considerar que el olvido de una falta no atenúa sus consecuencias. Por contra, en mundos superiores al nuestro donde sólo reina el bien, el recuerdo del pasado nada tiene de doloroso, y por eso sus habitantes recuerdan la existencia precedente como nosotros lo que hicimos el día anterior. En cuanto a lo que ha podido hacerse en los mundos inferiores (caso de nuestro globo terráqueo), viene a ser como un sueño pasado. Cada día concedido por la Providencia nos faculta para perfeccionarnos sin cesar, olvidando el mal y adicionando el bien a las adquisiciones que nos proyectarán a la felicidad. Se trata de ser hoy mejores que ayer pero menos que mañana.

- Miguel Vera -

                                                    *******************************


                             

                           

                            EVALÚESE

                     UNA OBSERVACIÓN IMPORTANTE
Tenemos la tendencia natural de justificar siempre nuestros defectos con racionalismos. Son artimañas y tramas inconscientes. Por tanto, procuremos conocer a fondo esos defectos en todas sus particularidades, y en cómo ellos nos afectan, localizando las ocasiones en que estamos más vulnerables a su manifestación.
Procuremos entonces no apartarnos de esos procedimientos y buscar herramientas adecuadas para sustituirlas en nuestro comportamiento.
Vea estas sugestiones de Benjamín Franklin en su Autobiografía, tal como escribió y en el orden que les dio.
Temperancia – No coma hasta el embotamiento; no beba hasta la exaltación.
Silencio – No hable sin provecho para los otros o para sí mismo; evite la conversación fútil.
Orden – Tenga un lugar para cada cosa; que cada parte del trabajo tenga su tiempo seguro.
Resolución – Decida ejecutar aquello que debe; ejecute sin falta lo que decidió
Frugalidad – No haga dispendios sin provecho para los otros o para sí mismo; o sea, no desperdicie nada.
Diligencia – No pierda tiempo; esté siempre ocupado en algo útil; dispense toda actividad innecesaria.
Sinceridad – No use artificios engañosos; piense de manera recta y justa, y, cuando hable, hable con sentido.
Justicia – A nadie perjudique por un mal juicio, o por la omisión de beneficios que son un deber.
Moderación – Evite los extremos; no nutra resentimiento por injurias recibidas tanto en cuanto juzga que lo que merecen los injuriadores.
Aseo – No tolere la falta de aseo en el cuerpo, en el vestir, o en la habitación.
Tranquilidad – No se perturbe por cosas triviales, accidentes comunes o inevitables.
Castidad – Evite la práctica sexual si no es para la salud o procreación; nunca llegue al abuso que lo debilite, ni perjudique a su propia salud, o la paz de espíritu o la reputación de otros.
Humildad – Imite a Jesús y Sócrates.
Extractado
Escribe: Elio Mollo
Colaboró en el desarrollo ortográfico de este texto María Luiza Palhas
León Denis Blog

                                                                 *******************************




                                                                       

          AMALIA DOMINGO SOLER: LIBREPENSAMIENTO Y ESPIRITISMO

De este atraso intelectual que dominaba España Amalia Domingo culpaba en gran medida a la Iglesia Católica. Así, movida por su rechazo visceral del dogmatismo y del fanatismo que coartaba la libertad de raciocinio, la escritora va a mantener desde Barcelona algunas polémicas con figuras representativas de la curia, que llegarán incluso a hacerse célebres. En concreto, la popularidad de los debates que sostuvo con el padre Sallarés (en 1884) o el padre Fita (en 1885), motivaron la publicación de diecinueve artículos de la sevillana, que fueron recogidos posteriormente en el volumen Impresiones y comentarios sobre los sermones de un Escolapio y un Jesuita, editado en Cienfuegos (Cuba). Además, en defensa de sus ideas espiritistas ya había contendido años antes con el Padre Llanas, refutándole sus Conferencias.
Pero quizás la más célebre de estas controversias fue la polémica que sostuvo con el canónigo Vicente Manterola, que había predicado en noviembre de 1878 una serie de sermones moralizantes contra el espiritismo en las iglesias barcelonesas de Santa Ana y Santa Mónica.
La autora respondió publicando en el periódico Gaceta de Cataluña una serie de artículos, en número de seis, en los que reaccionaba con contundencia contra los dogmáticos argumentos de Manterola, negando absolutamente la intervención diabólica que él consideraba esencia del espiritismo.
El canónigo publicaría al año siguiente la recopilación de sus sermones con el título de El Satanismo, o sea la Cátedra de Satanás, combatido desde la Cátedra del Espíritu Santo (1879). El subtítulo de este libro resultaba, además, bien elocuente: Refutación de los errores de la escuela espiritista.
A la publicación de este volumen contrapuso la escritora sevillana cuarenta y seis nuevos artículos, que luego fueron recogidos en la obra titulada, con una inversión intertextual, El Espiritismo refutando los errores del Catolicismo romano (1880).
La enérgica y contundente respuesta de Amalia Domingo Soler al canónigo Manterola motivó una profunda admiración entre los seguidores de la creencia espiritista. De hecho, en 1881 fue homenajeada y obsequiada con una escribanía de plata por los adeptos de Tarragona, que admiraban así “su inteligente acierto e incansable actividad en la propaganda de los principios y doctrinas que sustenta el espiritismo”.
Con la propuesta de ampliar dicho homenaje a un ámbito más amplio, y recordando que la autora “jamás ha vendido su pluma”, se sumó la revista El Buen Sentido (Lérida), que, con la firma de su director, José Amigó y Pellicer, publicó lo siguiente:
Admiradores del celo propagandista, en que no tiene rival, de doña Amalia Domingo y Soler, de su sencillez, de sus relevantes prendas de carácter, de sus bondadosos sentimientos, la conceptuamos acreedora a una honrosa distinción, no de parte de unos cuantos correligionarios de una sola ciudad, sino de todos los de España, y aun de los de todo el mundo. Atacaba impunemente en Barcelona, desde el púlpito, al Espiritismo el Obispo don Vicente Manterola, sin que una voz varonil, entre tantos hombres ilustrados como profesan el Espiritismo en la capital de Cataluña, recogiese aquellos ataques y los rechazase públicamente; hubo de ser una mujer la que con valentía rebatiese todas las acusaciones por medio de la prensa, y esta mujer fue Amalia.
Secundada la iniciativa lanzada por José Amigó por toda la prensa espiritista, comenzando por el alicantino La Revelación, se propuso dotar a la autora de una pensión vitalicia que viniera a mejorar “la precaria situación en que vive, apartando de su espíritu los cuidados con que las indispensables necesidades de la vida le distraen y perturban, para que, más libre e independiente, pueda sostener el vuelo de su admirable inspiración y la lucidez de su inteligencia, al dedicarse a sus literarias tareas”. Sin embargo, si bien en un primer momento las donaciones fueron muy generosas, con el tiempo fueron decayendo hasta desaparecer por completo. Así pues, la proyectada pensión vitalicia quedó finalmente reducida a 3139’28 reales, según recogía El Buen Sentido en su número de diciembre de 1884.
Cuatro años más tarde, en concreto entre los días 8 y 13 de septiembre de 1888, tuvo lugar en Barcelona un acontecimiento de gran importancia que contó con una gran concurrencia y repercusión en la opinión pública: la celebración del primer Congreso Internacional Espiritista. Convocado por el Centro de Estudios Psicológicos barcelonés, asisten grupos, centros y sociedades españoles hasta un número de sesenta y ocho, además de otros cuarenta y dos americanos y europeos. En el mismo se encontraban representadas también veintisiete publicaciones periódicas. Las conclusiones se establecieron con las firmas de quince personas, entre presidente honorario, presidente (el vizconde de Torres Solanot), vicepresidentes y secretarios. Entre todos ellos, la única presencia femenina es la de Amalia Domingo Soler, que participa activamente como vicepresidenta del Congreso.
Desde 1894 Amalia Domingo fue redactora jefe de Luz y Unión. Revista mensual, órgano de expresión de la asociación espiritista barcelonesa Unión Kardeciana de Cataluña, que dirigía J. Esteva Marata. La asociación llevaba el nombre de uno de los librepensadores considerados fundadores del Espiritismo, el francés Allan Kardec, seudónimo en realidad de Léon-Dénizarth-Hippolyte Rivail (Lyon, 1804-París, 1869), cuyas obras y doctrinas alcanzaron gran difusión en la España del último tercio del XIX. La escritora dedicará de hecho varios poemas a lo largo de su vida a esta figura que ella consideraba crucial y pionera de una nueva etapa de la humanidad. Veamos un ejemplo de su rendido entusiasmo:
Allan Kardec, filósofo eminente,
se asemejó a Colón, que tras los mares
vio las palmas de un fértil continente
y escuchó de otros hombres los cantares;
y Allan Kardec, que fue constantemente
el sabio explorador de nuevos lares,
también veía rodar por los espacios
planetas con techumbres de topacios.
En otro orden de cosas, y como ya se ha mencionado, la autora mantuvo una estrecha relación con la masonería. Además de pertenecer -según parece- a la logia masónica “La Humanidad”, estableció contactos con la “Orden del Gran Arquitecto del Universo” en la década de los años noventa del siglo XIX. También, y con motivo del fallecimiento del librepensador Ramón Chíes, participó con la lectura de un poema en la velada que en su honor celebran las logias de Barcelona.
Desde abril de 1880 hasta enero de 1884 Amalia Domingo Soler había ido publicando en el periódico que dirigía, La Luz del Porvenir, una serie de curiosos textos que, bajo el título de “Memorias del Padre Germán”, decían consistir en comunicaciones del más allá obtenidas a través de un médium y transcritas por ella misma, que ejercía meramente como amanuense. Unos años más tarde estos textos son recopilados en un volumen exento que se publicará en 1900: Memorias del Padre Germán. En el “Prólogo”, la escritora manifiesta:
El espíritu del Padre Germán fue refiriendo algunos episodios de su última existencia, en la cual, se consagró a consolar a los humildes y a los oprimidos; desenmascarando al mismo tiempo a los hipócritas y a los falsos religiosos de la Iglesia Romana; esto último le proporcionó, como era natural, disgustos sin cuento, persecuciones sin tregua, crueles insultos y amenazas de muerte, que más de una vez estuvieron muy cerca de convertirse en amarguísima realidad. Fue víctima de sus superiores jerárquicos y vivió desterrado en una aldea el que indudablemente por su talento, por su bondad y por sus especiales condiciones hubiese guiado la barca de San Pedro a puerto seguro, sin haberla hecho zozobrar.
Todo ello concuerda con la defensa llevada a cabo por Amalia Domingo del cristianismo entendido en su primitivo sentido evangélico. Lo que la autora criticó durante toda su vida fue el sectarismo, la opulencia y la hipocresía de la Iglesia Católica representada por sus jerarquías. Pero siempre demostró una particular admiración por la figura de Jesucristo, al que dedicó multitud de textos, así como por aquellas personas que viven una religión cristiana basada en la caridad y el amor. La escritora, que acostumbraba a frecuentar hospitales, orfelinatos y asilos, hablará con frecuencia elogiosamente de aquellas monjas que se dedican abnegadamente al cuidado de enfermos, de huérfanos o de desahuciados.
Cuatro años después de editarse Memorias del Padre Germán, Amalia Domingo Soler reincide en este tan especial género biográfico de ultratumba y publica ¡Te perdono! Memorias de un espíritu (1904), que recoge las comunicaciones obtenidas a través del médium del Centro Espiritista “La Buena Nueva” con el que colaboraba habitualmente.
En esas fechas la autora, que siempre había tenido una salud delicada, y cuenta ahora con sesenta y nueve años, se encuentra ya cada vez más débil y quebrantada.
Así transcurrirán sus últimos años de vida, entre escritos y colaboraciones espiritistas, hasta su fallecimiento acaecido en su propio domicilio el día 29 de abril de 1909, a las 8 de la mañana. Según su Certificado de Defunción conservado en el Registro Civil de Barcelona, la causa de la muerte fue una bronconeumonía.
Su entierro fue seguido por una gran comitiva fúnebre que acompañó el coche mortuorio desde su domicilio hasta el Cementerio del Sud-Oeste, en la falda del Montjuic. Como homenaje póstumo recibió un epitafio en verso escrito por Salvador Sellés, hermano espiritista de Alicante, al que la escritora había dedicado varios poemas y al que había denominado “poeta del porvenir”.
En el mismo año de su muerte aparece su libro Flores del alma (1909) y, tres años después, sus Memorias de la insigne cantora del espiritismo Amalia Domingo Soler (1912) que, divididas estas últimas en dos partes, presentan una primera redactada por la propia autora, y una segunda, fechada a 10 de julio de 1912, con las revelaciones “que fueron dictadas desde el espacio por ella misma”. También obtenido -supuestamente- a través de comunicación mediúmnica fue el prólogo que antecede a la obra.
Varios libros más aparecieron de manera póstuma: Cánticos escolares expresamente escritos para la Escuela Dominical (s.f. [1924]); Consejos de ultratumba (s.f.); Las grandes virtudes. Cuentos para niños (s.f.); además del antológico -citado varias veces- Sus más hermosos escritos. De manera especial, se puede destacar su muy interesante Cuentos espiritistas (s.f. [1926]), que reúne sesenta y cuatro cuentos de temática monográfica que consiguen captar rápidamente el interés del lector.
Su idea de la mujer
En una ordenación social rígidamente establecida, donde la mujer quedaba confinada al hogar como máximo horizonte de realización, y con un modelo de feminidad que se definía por el prototipo de madre, esposa y ama de casa, Amalia Domingo Soler se atrevió a levantar la voz y enfrentarse a las convenciones. Así, además de predicar con el ejemplo y llevar una vida activa e independiente, se manifestó contra la imposición de unos roles sociales fuertemente codificados que dividían a los individuos según formasen parte del sexo masculino o femenino, y que se presentaban como un reparto natural e incuestionable en función de diferencias biológicas y fisiológicas insalvables.
En este sentido hay que recordar que, dentro de su contundente defensa de la necesidad de extender y mejorar la instrucción pública, Amalia Domingo hizo especial hincapié en el deber de facilitar la educación a la mujer, educación que tan deficiente venía siendo en España. Ella consideraba que al género femenino le está reservada una importante misión. En sus palabras:
La mujer es el talismán de la civilización […].
Cuando la mujer deje de ser instrumento de opresión, dejará de haber oprimidos y opresores, y sólo entonces podrá la humanidad marchar resueltamente, sin desviaciones ni desmayos, en persecución de los ideales de felicidad que hoy, por considerarlos imposibles delirios de la imaginación o aberraciones del deseo, constituyen su desesperación y su tormento.
El pensamiento de la autora concuerda en gran parte con los ideales regeneradores de la época, de inspiración krausista, que concedían un papel primordial a la instrucción para conseguir el tan necesario progreso del país. Los krausistas, conscientes de la importancia de la participación de la mujer en la vida social, la incluyeron en sus proyectos educativos. Sin embargo, habría que matizar que, si bien es verdad que se produjo este avance notable en la incorporación del género femenino a la instrucción pública, el componente negativo se revela al realizar un análisis más profundo de las razones que motivaron la actuación de los krausistas, quienes, en el fondo, no creían desinteresadamente en la igualdad de los sexos, sino que confiaban en la colaboración de unas mujeres formadas como madres educadoras para contribuir a su plan de regeneración nacional. Así pues, no se puede perder de vista que, incluso desde una óptica progresista, su papel en la sociedad se concebía primordialmente en función de la maternidad.
Pero incluso esta aparente contradicción de la ideología progresista regeneradora, se aprecia palpablemente en los escritos de Amalia Domingo Soler, quien concede de igual modo un papel muy importante a las mujeres como educadoras de sus propios hijos:
… la mujer es el factor más importante del progreso moral de las sociedades humanas, por su incontrastable influencia sobre el corazón de los hijos, muy superior a la del hombre en la primera época de la vida, que es cuando se forma y moldea, digámoslo así, el alma de la criatura racional; mientras la mujer sea sierva por su ignorancia, el hombre será esclavo por sus pasiones.
Se ha explicado con anterioridad la admiración que Amalia Domingo sentía por la también escritora Rosario de Acuña, a pesar de algunas divergencias en su concepción de la manera de llevar a cabo la necesaria renovación social. De hecho, Domingo reconoce a Acuña como una máxima autoridad entre las librepensadoras en la importante lucha contra la ignorancia y superstición femeninas, a la vez que elogia su esfuerzo por conseguir que, con la razón ilustrada, la mujer pueda alcanzar su regeneración. Así pues, también en esta cuestión cabría establecer puntos de contacto entre ambas pensadoras.
Según escribió Francisco Cuenca en 1925, en su Biblioteca de autores andaluces contemporáneos, Amalia Domingo Soler “Se afanó mucho por el avance cultural de la mujer e inspirada siempre en altos principios de moral, en todas sus obras predomina el fulgor de la sinceridad y de la convicción al servicio de los más puros ideales humanos”.
En la misma línea de la tenaz lucha que sostuvo contra la intolerancia, el fanatismo y la hipocresía que ella juzgaba representativas de la Iglesia Católica, su opinión era que la mayoría de las religiones habían contribuido negativamente a la situación femenina:
Las religiones positivas, códigos de tiranía moral, han envilecido a la mujer y ofrecídola al hombre como mísero juguete de su sensualidad, seguras de que por este medio, por la ciega sumisión de la una y el enervamiento del otro, sería eterna su dominación en el mundo.
De hecho, la autora se compadecerá profundamente de su propio sexo, al que la Iglesia y la sociedad han negado un status de igualdad con el hombre, también en el acceso a la cultura y a la educación:
¡Pobre mujer! Algunos padres de la Iglesia llegaron hasta negarle el alma. ¡Con cuánto trabajo viene conquistando el honroso puesto que en la familia le reserva el porvenir! Ella, que en todos tiempos ha empujado la civilización suavizando los sentimientos del hombre, se halla, sin embargo, en la infancia de su progreso, víctima de la violencia y la injusticia.
Amalia Domingo, consciente de la “dualización” artificial que gravita como una losa sobre las mujeres, y de la responsabilidad que corresponde a la Iglesia (y en general a las religiones) en esta asunción de un imaginario fuertemente arraigado en la mentalidad del hombre occidental, expone lúcidamente:
La misma religión católica, cuando dice a la mujer que la ha redimido y exaltado al exaltar a María sobre todas las criaturas y hacerla igual a Dios, la engaña para seducirla y por la seducción tiranizarla con más fuerza. Porque María no es el ideal de la mujer perfecta: es un ser privilegiado, sobrenatural, inmaculado desde su nacimiento; exenta, como esposa, de los deberes conyugales, exenta, como madre, de las leyes de la maternidad: al elevarla a tanta altura, lo que ha hecho es separarla de la mujer por un abismo. De un lado, una diosa; de otro, una criatura inmunda. Tanto es así, que apenas hay doctor de la Iglesia que no haya vomitado sobre la mujer la infamia y el desprecio; unos la han llamado sentina pestilencial, órgano del diablo, bestia feroz, hija de mentira, vaso de corrupción; otros, causa del mal, puerta del infierno, espantosa tenia, áspid, dragón, cabeza del crimen, silbido de la serpiente, y algunos concilios han llegado hasta rehusarle el alma. Y el hombre, por su parte, halagado en su egoísmo y en su orgullo, ha tomado a la mujer como las religiones se la han dado hecha, sin ocuparse de iluminar su entendimiento, ennoblecerla y levantarla del lodazal en que el fanatismo la retiene.
Por tanto, para la escritora sólo mediante la educación, mediante la instrucción pública, mediante la erradicación del fanatismo y del seguidismo religioso podrá la mujer liberarse y aspirar a desarrollar activamente un papel digno en la sociedad. Esto será lo propugnado insistentemente en sus escritos y conferencias por Amalia Domingo Soler, así como por otras compañeras suyas, pioneras en la lucha por la consecución de un mundo más justo e igualitario.
En conclusión
Toda la trayectoria literaria y biográfica de Amalia Domingo se caracterizó por la apasionada defensa de un librepensamiento basado en valores éticos como la tolerancia, la educación, la justicia y la igualdad social. Se trataba, en cualquier caso, de desterrar el oscurantismo religioso y la cerrazón intelectual.
En su búsqueda de la verdad la autora creyó sinceramente que el espiritismo ofrecía caminos nuevos, caminos que por cierto serían transitados con considerable frecuencia por otros autores finiseculares en mayor o menor medida, pues, como constata Ricardo Gullón, “[…] partiendo de la realidad del espiritismo, buscarán en él una vía por donde aventurarse en la sombra y en los enigmas que se les proponían como materia para sus experiencias poéticas”.
Por: Amelina Correa Ramón
(Tomado de la Revista Amor, Paz y Caridad)

*************************************************


EL DESÁNIMO 
       Hay momentos en la vida de cada ser humano, que las cosas se presentan oscuras, inciertas, problemáticas. No sabemos qué camino tomar y, pese a la Doctrina Espírita tan consoladora y útil, parece como que no es suficiente; que las cosas terrenales, las materiales, etc., sean más importantes que aquellas que nuestros ojos no pueden ver, aunque creamos que existen; pero este mundo es aún tan atrasado, que nos cegamos ante los acontecimientos negativos, ante las pruebas difíciles; expiaciones dolorosas, o nos perdemos en las falsas ilusiones; la pretendida “felicidad terrenal”, y tantas cosas por el estilo, que llegamos a perder el ánimo y la fe (si es que las tuvimos alguna vez), muletas tan necesarias para caminar, sobre todo, en un camino de piedras y espinos, como es el que debemos recorrer en la Tierra. Nos decimos muchas veces que conocemos la ley de causa y efecto, que nadie sufre por nada que no deba, que venimos a rescatar deudas e, incluso, que debemos conformarnos, porque podríamos estar peor, pero no siempre es fácil, al contrario, resulta penoso y agotador. 
     En algunos momentos o días, nos parece que no vamos a levantar cabeza, que el desánimo puede vencernos, o las tentaciones y, nuestra inclinación a la pereza. La vida que es un soplo en la eternidad, se nos hace larga y dura, pero se nos hace penosa, aunque, a pesar de eso, nos agarremos a ella con desesperación, porque nos parece que después de la muerte, o durante el tránsito lo vamos a pasar mal. 
     El miedo es un obstáculo para progresar. Mal lo pasamos cuando damos cabida al desánimo, una de las grandes enfermedades del Espíritu. 
      Se cuenta que un día, a un buen hombre, para probarle, los espíritus que siempre están a nuestro alrededor tramando como hacernos caer; se le presentó la crítica, la envidia, la pereza, la ambición, el orgullo, pero como era humilde y trabajador en el bien, supo superarlo con acierto, pero los enemigos del bien, buscaron algo más sutil, una estrategia que, seguramente sería muy útil: el desánimo. Este buen hombre de pronto sintió, mediante las descargas de sugestiones hacia él, que no servía para nada, que estaba solo, que era muy poca cosa lo que él hacía, se deprimió y dejó abierta la mente a los enemigos de la doctrina. Nuca más levantó cabeza, permaneciendo desanimado hasta su desencarnación. No pensemos que esto sólo les pasa a los demás, o que pueda ser una historia irreal. A cada uno de nosotros nos puede pasar lo mismo; sentir el desánimo, es sentir apatía, desgana, desmotivación, cansancio de vivir, estudiar y progresar. ¿Qué mejor freno para los trabajadores que quieren, pero no pueden, porque se abandonaron, se apartaron poco a poco del camino seguro? ¿Queremos nosotros ser o estar en un estado de desánimo y apatía, siendo los trabajadores de la última hora? Nuestra cabeza se llena de ideas, sugerencias, consejos negativos, cuando prestamos oídos a aquellos que buscan nuestra perdición, porque no hay mayor amenaza para ellos que nosotros sepamos de la supervivencia del Espíritu, sobre la reencarnación, que somos eternos, que el mal no dura siempre e, identificarlos, a través de la mediumnidad o, simplemente, la reflexión y el auto conocimiento. Ya que sabemos esto de sobra, por los estudios, experiencias, charlas etc., deberíamos hacer una reflexión y medir nuestro estado de ánimo y, cuando veamos que baja, orar con mucho empeño, con fervor y necesidad. Nuestros ruegos, si son sinceros, serán oídos y, de alguna forma, nos sentiremos mejor; con más energía, más fuerza y, sobre todo, algo que es imprescindible: La Fe. Si nuestra fe fuese del tamaño de un grano de mostaza, “moveríamos montañas”. Esas montañas no son ni más ni menos, que la voluntad que pongamos en salir del “momento” malo que hemos vivido, o estamos viviendo. No le demos facilidades a los que quieren nuestra perdición: encarnados o desencarnados. Sigamos por el camino estrecho, de dificultades y dolor; pero el más seguro cuando lleguemos al final: la perfección y, sobre todo, a Dios. Examinemos como está nuestro ánimo, y obremos en consecuencia de todo lo que hemos aprendido, y que debemos compartir con los demás, para que también se beneficien ellos y no haya nadie desamparado de conocimiento, ni por nosotros, compartiendo la Doctrina de la fe, la esperanza y la seguridad de que estamos viviendo “momentos” muy especiales. Aprovechemos estos “momentos” y, con nuestra disposición, colaboremos en el bien y la divulgación de los principios espiritistas. ¡¡Ánimo!! Se puede y debemos hacerlo. 


Por Isabel Porras  -Artículo publicado en Zona Espírita .

                                        *************************************




No hay comentarios:

Publicar un comentario