domingo, 29 de octubre de 2017

La misión del Espiritismo



Sumario de temas para hoy:

- La misión del Espiritismo
- Causalidad y finalidad (2ª)
-  Jesús y el mundo.
-  Al encuentro de la fe



                                                  ******************************


                                                                                                        


                     LA MISIÓN DEL ESPIRITISMO






Nuestra época, positivista por excelencia, es más idealista y el hombre que concibe la idea de reconocer un Dios, no lo personaliza, no le da nuestras míseras pasiones, no le concede nuestros goces egoístas, no lo asemeja a la especie humana. El Dios de los libre-pensadores es más grande, más sublime, más inmaterial, no está al alcance de nuestro entendimiento, le presentimos, le adivinamos y le vemos en sus obras.
La misión del Espiritismo no es destruir, no es derribar nada de lo existente, no viene a seguir las sangrientas huellas de las demás religiones, que todas, absolutamente todas, han derramado en la Tierra torrentes de sangre que se han convertido más tarde en ríos de lágrimas.
El Espiritismo viene a decir que Dios es Dios, y el Progreso es su profeta. Ni destruye los templos, ni viene a levantar nuevos altares. Jesús luchó entre la lógica y el sofisma de su tiempo, esa lucha aún sigue empeñada; y el Espiritismo toma parte en ella como la toman las demás filosofías, pero no se empeña en derribar ni ésta, ni aquella institución.
Jesús fue la encarnación del amor y del progreso, y está por encima de todas las teogonías y de todas las filosofías de la Tierra; y el Espiritismo enseña la ley que Él promulgó en el Monte de las Calaveras.
Nuestra moral es la de Jesús, y si todos los hombres de este planeta hubieran comprendido las enseñanzas del divino maestro, como tratan de comprenderlas los verdaderos espiritistas, no se hubiera derramado tanta sangre inocente, no se hubiese atormentado a millones y millones de hombres, ni habrían profanado la memoria del que murió, perdonando a sus verdugos.
Si algo queda de aquella moral sublime, que era el patrimonio divino de aquel que sanaba a los enfermos, si algo se recuerda aún de su doctrina evangélica, sus comentarios se encuentran en las obras espiritistas.
Los espiritistas aman a Jesús, porque ven en Él la reencarnación de un Espíritu elevadísimo, luz de la verdadera religión, luz que iluminó a la India, luz que más tarde irradió en Judea, luz que brillará sobre este planeta mientras la Tierra tenga condiciones de habitabilidad para albergar a la especie humana.
Acusan al Espiritismo de que éste no respeta la personalidad de Jesús. No es nuestro ánimo tratar ahora de esa cuestión capital, y únicamente diremos que el Espiritismo ve en Jesús no a un redentor, sino a uno de los muchos redentores que ha tenido la humanidad.
¿Pierde Jesús por esto el respeto, el amor, la admiración, la adoración suprema que mereció por su sacrificio? No; ¿Ha habido algún hombre de su época que se le asemeje? No; ¿Mas, por qué hemos de negar lo que la historia atestigua? ¿Lo que los libros sagrados nos dicen? Si doce mil años antes de la era cristiana establecían los brahmanes de la India el dogma de la trimurtí, o trinidad de Dios, y uno de los redentores indios tiene una historia parecidísima a la de Jesucristo ¿Por qué se han de desfigurar los hechos?
Porque haya existido Kristna ¿Deja de ser Jesús la personificación de la civilización moderna? ¿La encarnación del progreso? ¿La síntesis del amor? Mas, veamos lo que sobre Kristna dice el vizconde de Torres Solanot en su obra "El Catolicismo antes del Cristo" página 73: "La leyenda del Génesis indio dice que Brahma había anunciado a Heva la venida de un salvador, que nacería en la pequeña ciudad de Madura, y recibiría el nombre de Kristna (en sanscrito, sagrado). Su nacimiento tuvo lugar unos cuatro mil ochocientos años antes de nuestra era".
"Ese niño, Vischnú, la segunda persona de la Trinidad india, el hijo de Dios encarnado en el seno de la virgen Devanaguy (en sanscrito, formado por Dios), para borrar la falta original y llevar a la humanidad al camino del bien". "Devanaguy permanece virgen aunque madre, porque había concebido sin conocer hombre, envuelta por los rayos de Vischnú, y da a luz un niño divino en una torre, donde la había hecho encerrar su tío Rausa, tirano de Madura, quien había visto en sueños que el niño que naciera de aquélla debía destronarle".
"La noche del parto, al primer gemido de Kristna, un fuerte viento derribó las puertas de la prisión, mató a los centinelas, y Davanaguy fue conducida con su hijo recién nacido a la casa del pastor Nauda, donde le festejaron los pastores de la comarca, por un enviado de Vischnú". "Al saber la libertad de Davanaguy y su huída maravillosa, el tirano Rausa, ciego de furor, y para que no se le escapase Cristna, ordenó la degollación, en todos los estados, de los niños de sexo masculino, nacidos en la misma noche de aquel que quería matar". "Kristna escapó por milagro, pasando su infancia en medio de los peligros suscitados por los que tenían interés en su muerte; pero salió victorioso de todas las asechanzas, de todos los lazos que se le tendieron". 
    "Llegado a la edad de hombre, se rodeó de algunos fervientes discípulos, y comenzó a predicar una moral que la India no conocía ya desde la dominación brahmánica; atacando valerosamente las castas, enseñó la igualdad de todos los hombres ante Dios, y puso de manifiesto la hipocresía y el charlatanismo de los sacerdotes. 
Recorrió la India entera, perseguido por los brahmanes y los reyes, atrayéndose a los pueblos por su singular belleza, su elocuencia dulce y persuasiva, llena de imágenes y por la sublimidad de su doctrina: ayudarse los unos a los otros, proteger, sobre todo, a la debilidad; amar a su semejante como a sí mismo; devolver bien por mal; practicar la caridad y todas las  virtudes".
"Un día que Kristna oraba recostado contra un árbol, una tropa de esbirros enviados por los sacerdotes, cuyos vicios habían descubierto, le asaeteó y colgó su cuerpo en las ramas para que fuese presa de las aves inmundas".
"La noticia de esta muerte llegó a los oídos de Ardjima, el más querido de los discípulos de Kristna, y corrió aquél, acompañado de una gran muchedumbre del pueblo, para recoger los restos sagrados. Pero el cuerpo del hombre Dios había desaparecido; sin duda había vuelto a las celestes moradas, y el árbol en cuyas ramas fue colgado, apareció repentinamente cubierto de grandes flores rojas, esparciendo a distancia el más suave de los perfumes".
"Los sacerdotes, que habían mandado asesinar a Kristna, fueron los primeros en sentir su influencia; pero sea por habilidad, sea por convicción, la aceptaron como la grande encarnación de Vischnú, prometida por Brahma al primer hombre, y colocaron su estatua en todos los templos". 
Ahora bien: ¿No se asemeja esta historia a la historia de Jesús? ¿No hay grandes puntos de contacto en su nacimiento, en su vida, en su muerte y en su resurrección? ¿Por qué ese empeño total en no querer conceder a la Tierra más que un redentor? Cuando la humanidad terrena formada de "espíritus en turbación", como dice un joven pensador, olvidadiza por costumbre, ingrata por hábito, rebelde por condición, ignorante por pereza, necesita si fuera posible, un redentor por cada siglo. 
Tres mil años antes de la era cristiana, estaban codificadas las leyes indias, y Kristna dijo en aquellas remotas edades lo que más tarde repitió Jesús, y sabe Dios, si Kristna de qué otro Redentor lo repetiría. No es de hoy la moral de Jesús, no; escuchemos algunos versículos del Evangelio indio, que sus máximas sublimes alientan y fortifican, y hace más de cinco mil años que las almas enfermas beben el agua fuera de los textos védicos. Leamos:
"Los hombres que no tienen el dominio de sus sentidos, no son capaces de cumplir con sus deberes". 
"Es preciso renunciar a la riqueza y a los placeres, cuando éstos no son aprobados por la conciencia".
"Los males que causamos a nuestro prójimo nos persiguen como nuestra sombra a nuestro cuerpo".
"La ciencia del hombre no es más que vanidad, todas sus buenas acciones son ilusorias cuando no sabe referirlas a Dios".
"Las obras que tienen por principio el amor de su semejante, deben ser ambicionadas por el justo, porque serán las que pesen más en la balanza celeste".
"Por las buenas acciones en sí mismas, y no por la cantidad, es por lo que seréis juzgados".
"A cada uno según sus fuerzas y sus obras".
"No se puede pedir a la hormiga el mismo trabajo que al elefante".
"A la tortuga, la misma agilidad que a la cierva".
"Al pájaro que nade, al pez que se eleve en los aires".
"No se puede exigir al niño la prudencia del padre".
"Pero todas esas criaturas viven para un fin, y aquellas que cumplen en su esfera lo que ha sido prescrito, se transforman y se elevan según todas las series de emigración de los seres. La gota de agua, que encierra un principio de vida que el calor fecunda, puede llegar a ser un dios".
"Pero sabedlo todos; ninguno de vosotros llegará a absorberse en el seno de Brahma por la oración solemne, y el misterio monosílabo no borrará vuestras últimas manchas, sino cuando lleguéis al umbral de la vida futura, cargados de buenas obras, y las más meritorias entre esas obras serán aquellas que tengan por móvil el amor al prójimo y la caridad".
"El que es humilde de corazón y de espíritu, es amado por Dios; no tiene necesidad de otra cosa".
"Lo mismo que el cuerpo es fortificado por los músculos, el alma es fortificada por la virtud".
"Así como la tierra sostiene a los que la pisan con los pies, y le desgarran su seno trabajándola, así debemos volver el bien por el mal".
"Los servicios que se prestan a los espíritus perversos, el bien que se les hace, parecen caracteres escritos sobre el agua, que se borran a medida que se les traza. Pero el bien debe cumplirse por el bien, porque no es sobre la Tierra donde hay que esperar recompensa".
"Cuando morimos, nuestras riquezas quedan en la casa; nuestros parientes, nuestros amigos no nos acompañan más que hasta la tumba; pero nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestras buenas obras y nuestras faltas, nos siguen en la otra vida".
"El infinito y el espacio, pueden solos comprender al espacio y al infinito. Dios sólo puede comprender a Dios".
"El hombre honrado, debe caer bajo los golpes de los malos, como el árbol sándalo, que cuando se le derriba, perfuma el hacha que le ha herido". 
"El justo que no se haga jamás culpable de maledicencia, de imposturas y de calumnias; que no busque querellas; que tenga constantemente la mano derecha abierta para los desgraciados, que no se vanaglorie jamás de los beneficios que haga".
"Cuando un pobre venga a llamar a su puerta, que lo reciba, le lave los pies, le sirva él mismo y coma de sus restos, porque los pobres son los elegidos del Señor. Pero, sobre todo, que evite, durante el curso de su vida, dañar en lo más mínimo a otro: amar a su semejante, protegerle y asistirle, de ahí derivan las virtudes más agradables a Dios". 
Sobre esta moral sublime está calcado el Evangelio de Jesús, su historia,con pequeñas variantes, es la misma de Kristna; así es que la regeneración social que realizó Jesús no es debida a un episodio de su historia; que si bien pudo servir de base para un gran misterio religioso, no es debido a la creación de ese misterio el desenvolvimiento progresivo de la humanidad. Este movimiento ascendente obedece al exacto cumplimiento de las leyes universales que rigen en la creación. 
Justo es que digamos que los espiritistas ni hacen descender al hombre a la triste condición del bruto, ni son tan osados y tan ilógicos que lo elevan a la suprema categoría de un Dios.
Para nosotros no hay más que un Dios, ¡Ese Dios que se siente y no se define!
¡Esa inteligencia suprema! ¡Ese algo misterioso que constituye un todo incomprensible, universal y eterno!... 
¡Ese aliento divino!...
¡Esta savia generosa que alimenta a los lirios y a las cordilleras de los Andes! ¡A los infusorios de la Tierra, y a los mundos que en vertiginosa carrera se precipitan afanosos para sorprender los secretos de la eternidad!
Somos deístas racionalistas, y no le concedemos al hombre más que el fruto de su trabajo; por esta razón no podemos mirar en él, ni al bruto, ni a un Dios. Bruto no puede ser porque en su frente irradia un destello de la inteligencia divina; y a ser Dios no puede llegar, porque en el Universo no hay más que un Dios. ¡Luz más luz, produce sombra! Esto dijo un sabio y es la verdad.
Creemos, sí, que los hombres pueden llegar a ser grandes y buenos si quieren utilizar su inteligencia y su sentimiento, trabajando asiduamente en su mejoramiento moral e intelectual.
¡Pueden llegar a ser enviados providenciales!
Creemos que la moral de Jesús, es la moral de Dios; es la ley eterna promulgada desde los primeros tiempos por legisladores divinos, que le han hablado a las humanidades en un lenguaje apropiado a su respectivo adelanto.
Las humanidades no han sido creadas para odiarse, no. Los hombres no han nacido para destruirse unos a otros como fieras sanguinarias. Su destino es más humanitario, su misión es más grande, su tendencia más armónica, por esto de vez en cuando, cuando la fiebre enloquece a los hombres, cuando las instituciones de este mundo flaquean, vienen enviados providenciales, preceptores divinos que sirven de catedráticos a las multitudes, y les enseña la moral de todos los siglos, les leen el Código de todos los tiempos, les hablan de ese Dios desconocido que está en la mente de todos los hombres. 
Jesús fue uno de esos profetas del Espiritualismo, y como su gran misión es regenerar a los pueblos, como había sonado la hora en el reloj eterno, para que comenzara a espiritualizarse el sentimiento de la humanidad terrestre; por esto su voz generosa resonó en la Tierra, resuena todavía y resonará eternamente, y esto aconteció, acontece y acontecerá: no porque el cuerpo de Jesús resucitase, o fuese fluídico, sino porque Jesús resucitó al cuerpo social; y le dijo al viejo mundo (inmenso cadáver encerrado en la sepultura del más grosero materialismo), ¡Levántate y anda, humanidad hipócrita y descreída, y busca a Dios por medio de las buenas obras, que harto tiempo has estado aletargada con el opio fatal de tus pasiones!

El mayor de los milagros que Jesús ha hecho y que acredita verdaderamente su superioridad, es la revolución que sus enseñanzas han hecho en el mundo a pesar de la exigüidad de sus medios de acción.
En efecto, Jesús, pobre, nacido en la más humilde condición, en un pueblo casi ignorado y sin preponderancia política, artística, ni literaria, sólo predica durante tres años. En este corto periodo de tiempo es conocido y perseguido por sus conciudadanos, calumniado y tratado de impostor: se ve obligado a huir para no ser apedreado; es vendido por uno de sus apóstoles, negado por otro y abandonado por todos en el momento que cae en manos de sus enemigos.
¿Hay mayor injusticia que la que los hombres le han hecho a Jesús y a su sagrada religión?...
¡Pobres seres los que envueltos en la luz del presente, cierran los ojos ofuscados por la claridad, y suspiran recordando las sombras del pasado; no queriendo comprender que los dogmas de la fe ciega han desaparecido ante la ciencia, como la niebla desaparece ante los rayos del Sol!.
No tenemos la arrogancia estúpida de creer que la escuela filosófica espiritista ha pronunciado su última palabra, y que tras de esta creencia no haya más problemas que descifrar. No lo creemos nosotros así, no; vemos en el Espiritismo un gran adelanto; porque su desenvolvimiento hoy se adapta al gusto dominante de nuestra época, que es la investigación y el análisis: por esto la doctrina espírita nos encamina por la senda del progreso, sin que por esto creamos que poseemos la perfección absoluta, porque esa sólo la posee Dios. 
Nosotros creíamos ayer, y creemos hoy: en un solo Dios, inteligencia suprema causa primera de todas las cosas, infinita, incomprensible en su esencia, inmutable, inmaterial, omnipotente, soberanamente justo, bueno y misericordioso. Creemos que el hombre, una de sus criaturas, debe a Dios una adoración infinita.
¡Las hermosas palabras del evangelio han resonado siempre en el mundo! ¡El eco ha repetido en todos los tiempos la voz de Dios! Mas, ¿De qué sirvió la predicación de Kristna? Se obtuvo el mismo resultado que con la de Jesús; los sacerdotes crearon las castas, los privilegios, y en nombre de éste o de aquel Redentor, la humanidad antropófaga por instinto ha devorado en el voraz apetito de su soberbia, cuando ha tenido la debilidad de dejarse destruir.
La historia del progreso es tan antigua como el mundo. El Espíritu de Dios ha flotado sobre todas las humanidades, y ha irradiado en todas las épocas. El cristianismo no es de hoy, es de ayer, es de siempre, y será de toda eternidad, porque su moral sublime es el compendio de todas las virtudes.
Jesús vino a la Tierra llamando la atención del pasado, del presente y del porvenir, planteó en su aparición un problema científico, la teología se apoderó de este problema y le cubrió con un velo misterioso; pero mientras el misterio exista la luz no puede alumbrar a la humanidad.
Jesús vino a la Tierra para dar una lección a los tiempos de los tiempos. ¡Pobres teólogos de todas las edades! ¡Cuán ignorantes habéis sido siempre! ¡Para vosotros no ha habido más que tiempo presente! ¡No habéis presentido el pasado! ¡No habéis adivinado el mañana! ¡Toda la vida la habéis encerrado en la gota de agua que habéis tenido delante!
¿Merecen llamarse cristianos los que miran en Jesús un enviado divino, y tratan de imitar en lo poco que pueden, y lo que su escaso entendimiento les permite, la humildad, la paciencia, la tolerancia, y la cariad del mártir del Calvario?.

Los espiritistas, pueden llamarse cristianos porque reconocen en Jesús, al primer legislador del mundo. Porque creen que la oración del Padre Nuestro fue su código universal; porque ven en Jesús, el Sol de la Tierra, y venerando sus divinas enseñanzas, siguen la senda que trazó su evangelio, bendiciendo su nombre, y tratando de perdonar a sus enemigos, como Jesús perdonó a los fariseos que le crucificaron. Poco nos importa el nombre, lo que nosotros queremos son las buenas obras; pero es nuestro deber dejar consignado que los espiritistas tienen derecho a llamarse cristianos.
Si el llamarse cristianos quisiera significar que el que llevase ese nombre era un fiel traslado de Jesús, no habría en la Tierra ningún hombre que fuera digno de llamarse cristiano; pero siendo únicamente el nombre de su doctrina podemos llamarnos cristianos todos aquellos que tratamos de creer en ella.

¡Jesús ha vivido siempre! Desde el momento que el hombre, contemplando la bóveda estrellada en una noche de primavera cruzó las manos en señal de adoración, y su alma se puso de rodillas (como dice Víctor Hugo), el alma de Jesús murmuró en su oído: ¡Ama a Dios! Cuando el hombre, más tarde, trató de leer en las profundidades del cielo, el Espíritu del Jesús de todos los tiempos le dijo a su razón: ¡Busca a Dios! ¡Llámale, que Él te contestará!
Cuando los hombres como San Vicente de Paúl recogen a los niños huérfanos, Jesús les estrecha entre sus brazos y les dice: ¡Venid conmigo, benditos de mi padre, venid para recibir la sonrisa inefable de Dios!
Si los católicos creen que Jesús vino a la Tierra hace diecinueve siglos, los espiritistas creemos que cuantos redentores ha tenido la humanidad, todos han sido destellos de Él, rayos de ese foco de amor que vivifica a la humanidad. 
¡Oh! Sí; nosotros vemos a Jesús en la noche del tiempo lanzando una mirada melancólica sobre la Tierra, lamentando los desaciertos de las generaciones que vendrían a poblar este planeta, y como padre amoroso perdonando de antemano las locuras y los extravíos de sus hijos; escribiendo con su sangre en distintas épocas, el código de amor que había de regenerar a las humanidades del porvenir.
¡Mientras más se contempla la gran figura de Jesús, más se aleja de nosotros! Y su origen se pierde en el infinito del tiempo. Los espiritistas tienen su culto, escuchemos a Torres Solanot en su libro "El Catolicismo antes del Cristo " página 255: "Contra esos dos inmensos males, es preciso hacer tremolar a los cuatro aires una sola bandera, con un solo lema: Instrucción, Instrucción, Instrucción".
"Ésta es la Trinidad una, la trinidad que no riñe con la razón, tres unidades que claramente son la misma unidad, la que únicamente puede destruir las trinidades teológicas, y con ellas las religiones y el culto, la máscara de todas las dominaciones y misterios, invención de los sacerdotes. Debemos establecer la "adoración al Padre en Espíritu y verdad" en el templo edificado por Dios; la Naturaleza, con el director espiritual que Él nos ha dado, la Conciencia, con el único culto que Él nos ha prescrito; el Amor, templo, ministro y culto que no tiene más que una consagración: las buenas obras, mejores cuanto más trascienden a las criaturas, a los seres de todo orden que pueblan el Universo".
"Dentro de esas condiciones, dentro de estas leyes que se imponen al Espíritu como las leyes físicas a la materia, llevando en sí mismas el castigo de su transgresión, dejad a la creencia manifestarse tranquilamente, que el error no anida más que donde se comprime la idea, la fealdad del vicio no resiste jamás a la belleza de la virtud, la nube del mal es derribada por las corrientes del bien, el sol de la verdad brilla al fin de todas las tormentas en el cielo humano. Negar esto, es negar a Dios. El ateismo no es obra del Espíritu que piensa, es la obra de las religiones que tuercen la conciencia y el pensamiento humano. Sería desconocer la sabiduría divina, pretender que la miserable criatura, el gusano habitante de este planeta, inferior a muchos de los mundos que nos rodean, ha venido a corregir la obra del Creador de lo infinito, entre cuyos pliegues el hombre realiza un destino, que es el progreso, a condición de contribuir en su microscópico alcance a la armonía universal. Por eso cuando nos contemplamos a nosotros mismos en la pequeñez que representamos, volvemos a Dios el pensamiento para hallar en su grandeza un ideal de aspiración constante que nos llama a Él, tipo sublime de donde todo parte y a donde todo tiende; y cuando con los ojos del alma divisamos esos horizontes hasta el infinito dilatados, donde se presiente un progreso al fin de cada progreso, el ánimo se esparce y cobra alientos para remontarse a aquellos ideales de tanta realidad como la existencia que los concibe. La ciencia y el bien: he ahí los dos caminos paralelos que es preciso recorrer en pos de aquel ideal.
La razón ilustrada con la fe en Dios, esto es, la fe racional que brota espontáneamente en la conciencia; no hay otro guía más seguro en esta peregrinación que llamamos vida terrena".
Es una gran verdad; la fe sin la razón es un absurdo, la razón sin la fe una locura, y unidos son los dos grandes principios de todas las grandes cosas. El Espiritismo aspira a unir esas dos primeras unidades de la cantidad universal. ¡La razón, es el yo del raciocinio! ¡La fe, es el yo del sentimiento!
Cuando la humanidad llegue a saber sentir, y a saber pensar, la armonía universal será un hecho. Cada hora tiene su trabajo, cada día tiene su afán, y cada época su aspiración. El bello ideal de nuestros días es la disensión; se discute en todas partes, y todas las escuelas se apresuran a poner de relieve las excelencias del ideal religioso que defienden; ¿Cuál de ellas alcanzará la victoria? – Todas y ninguna; porque en todas las creencias hay un fondo de verdad, y ninguna posee la verdad absoluta, porque la sabiduría suprema sólo la posee Dios.
La vida de todos los hombres de la Tierra es una debilidad continuada; el hombre condena hoy el crimen que cometió ayer. A los que mandan no les gustan las reformas de los profetas; por esto lucharon nuestros padres, lucharemos nosotros, y lucharán nuestros hijos por llevar adelante la reforma universal. ¿Llegará ésta a conseguirse? Sí: se conseguirá con el transcurso de los siglos; llegará un día que repetirán las multitudes, lo que dicen hoy algunos grandes pensadores, "que como Dios no condena, no tiene que perdonar". Éste es un principio absurdo para los ignorantes; pero esencialmente lógico para aquellos que aman a Dios sobre todas las cosas. Dios podrá compadecer a los culpables, pero condenarlos, jamás.
¡La misión de las religiones cuán distinta debía ser! ¡Todas quieren ser las primeras! ¡Todas quieren ser las únicas! ¡Todas quieren ser las poseedoras de la verdad! Y el que cree tener más sabiduría, es el que está más lejos de ella. Las religiones no son otra cosa que el credo filosófico de las civilizaciones sucesivas que han ido engrandeciendo a la humanidad.
¡Las generaciones de ayer se alejan y se llevan consigo sus dogmas y sus ritos; y tal vez con ellos, vayan a otros planetas más inferiores a difundir la luz! 
Nosotros las saludamos al pasar, y les decimos: ¡Adiós! ¡Adiós, religiones misteriosas! ¡Con vuestros templos sombríos! ¡Con vuestros primitivos sacrificios! ¡Con vuestros profetas y grandes sacerdotes! Habéis terminado vuestra misión en la Tierra; ¡Id en paz! 
La dejáis como la debíais dejar, en un estado de fermentación. El pasado no quiere irse, el presente titubea, y el porvenir nos dice presentándonos el telescopio y el microscopio: ¡Avanza Humanidad! Que los planetas y los infusorios te dirán dónde está Dios.
Las muchedumbres son como las olas del mar, que murmuran siempre, empujadas las unas por las otras; y aun cuando esa creencia haya existido, y exista aún, tiene su razón de ser, es un torpe cálculo. Los sacerdotes para hacerse grandes tuvieron que imponerla, y los pueblos ignorantes lo aceptaron; porque la ignorancia lo acepta todo.
El sacerdote se convierte en mediador entre Dios y Satanás, el pecador descansa en el padre de almas, paga con sus preces y queda tranquilo. Esto indudablemente es una ventaja, porque el sacerdote vive de su trabajo, y el creyente va pagando su rescate; después, la creencia en el diablo tiene otra utilidad. El amor propio del hombre, o mejor dicho, la conciencia, queda más libre; pues cuando el individuo comete un desacierto, dice queriendo creer lo que pronuncia: Caí en la tentación, seguí la inspiración de Luzbel, y es muy cómodo poder echar las culpas a otro.
Nadie cuando comete un crimen suele decir: abusé de mi albedrío porque quise. No; todos exclaman: fulano me aconsejó, yo por mí solo no lo hubiera hecho. Me tentaron, me engañaron, me sedujeron, y siempre el hombre trata de aparecer como instrumento de otra voluntad; por esto la fábula del diablo es tan antigua como el mundo, porque es útil para las religiones, y un editor responsable para la humanidad; que toda la iniquidad de sus obras se las ha dado en patrimonio a un ser imaginario.
Afortunadamente ya hemos dado un gran paso; hoy se discute, mañana no se discutirá porque no será necesario; los hombres se habrán convencido que la religión obligatoria es un absurdo, porque no hay dos espíritus que tengan igual adelanto, el culto religioso que engrandece a uno, estaciona al otro, y cuando se convenzan de esta innegable verdad, cada cual será libre para adorar a Dios a su manera; los unos en una cueva en las entrañas de la tierra, y los otros en la cumbre de las montañas, disputando su nido a las águilas; pero mientras no llegue ese mañana, tenemos que seguir labrando la tierra, preparando el terreno para los colonizadores del porvenir.
El Espiritismo no viene a reformar ninguna religión, porque todos los formalismos de las religiones nos parecen innecesarios para el porvenir. El Espiritismo no viene a destruir los templos de hoy, ni piensa levantar los del mañana; escuela puramente filosófica, escuela puramente científica, escuela puramente racionalista, que sólo se ocupa por medio del estudio en descubrir las relaciones que existen entre los que nos llamamos vivos, y los que apellidamos muertos.
Y tanto nos importa que la humanidad se refugie en las góticas catedrales, como que se postre en las mezquitas, o se siente en las sinagogas, nos es del todo indiferente, porque el Espiritismo nada tiene que ver con el formalismo de ninguna religión. No es un nuevo fanatismo, no es un nuevo misticismo, no; es únicamente uno de los muchos desenvolvimientos de la ciencia, y de la explicación científica de muchos actos que hasta ahora han parecido sobrenaturales, y que no son en realidad más que las evoluciones de la vida: esto es el Espiritismo. Un estudio razonado de la continuidad de la vida; que en este mundo, como todo, se empequeñece, y todo se amolda al pequeño criterio del hombre, muchos llamados espíritas, le han querido dar un cierto sabor místico al Espiritismo, y en realidad no lo necesita; porque una cosa es el noble recogimiento del Espíritu, y la meditación natural a que debe entregarse el alma ante lo desconocido, y otra cosa es el amaneramiento de una oración continuada, lo que sí sigue el Espiritismo es la moral de Jesús, porque ésta la siguen todos los hombres de bien, llámense católicos o materialistas; y el Espiritismo como nos evidencia la eterna vida del Espíritu, y su eterna individualidad, naturalmente, cada cual trata de mejorar sus costumbres por la cuenta que le tiene, porque ve que de su presente depende su mañana, y por esto se ve, que muchos espiritistas modifican su carácter y progresan lo poco que aquí se puede progresar, pero esto no lo hacemos para darle santidad a la escuela y crearnos atmósfera, ni tampoco queremos derribar viejos altares para levantarlos mañana con distinta forma, no. Las religiones no nos estorban, así es que no tenemos que reformar ninguna; lo que nosotros deseamos, eso sí, es la verdadera, es la completa libertad de cultos, porque ésta es la base de la civilización, porque la conciencia humana debe ser completamente libre para buscar a Dios en la creación, porque el hombre debe tener ¡Un infinito para amar! ¡Un infinito para estudiar, y un infinito para creer!

Si nosotros quisiéramos reformar las religiones, seríamos una nueva imposición, y el Espiritismo vería entonces la mota en el ojo ajeno, y no vería la viga en el suyo. Si nosotros hoy estamos, plenamente convencidos que ciertas religiones vivirán el tiempo que sea necesario, y cuando llegue la hora que sus templos pasen a ser monumentos históricos, se apagarán sus lámparas, se evaporarán las nubes de su incienso, enmudecerán los aromas y otros perfumes le ofrecerán los hombres a Dios; pero esta reforma la hará el tiempo, que es el gran reformador de la humanidad; ¿Se puede concebir en el mundo un solo hombre que no venere la memoria de Jesús, que no admire sus virtudes y no reconozca, en Él al Redentor de las edades modernas? ¡Ah! Cuánta razón tiene Allan Kardec cuando dice que hemos perdido muchos siglos en inútiles disensiones.
Es de notar que, durante, esta interminable polémica que ha apasionado a los hombres por espacio de una larga serie de siglos, y aún dura, que ha encendido las hogueras y hecho derramar torrentes de sangre, se ha disputado sobre una abstracción; la naturaleza de Jesús, polémica que aún se discute, aunque Él nada haya hablado de ella, y que se ha olvidado una cosa, la que Él ha dicho ser toda la ley y los profetas, es a saber: el amor a Dios y al prójimo, y la caridad, de la que hizo condición expresa para la salvación. Se han aferrado a la cuestión de afinidad de Jesús con Dios, y se han tenido en completo silencio las virtudes que recomendó y de que dio ejemplo. 
Después de XIX siglos de luchas y disputas vanas, durante las cuales se ha dado completamente de mano a la parte más esencial de la enseñanza de Jesús, la única que podía asegurar la paz de la humanidad, se siente uno cansado de esas estériles discusiones, que sólo perturbaciones han producido, engendrando la incredulidad, y cuyo objeto no satisface ya la razón. Ya era hora que se comprendiera que la verdadera cuestión religiosa estriba y depende de la moral universal; sin moralidad no hay religión.
Mucho blasonan todos los que quieren reconocer en Jesús a Dios; y si a Jesús pudieran entristecerle los desaciertos de los hombres, ¡Cuántas horas de angustia indescriptible habrá sufrido ante el crimen continuado de la humanidad! Que en nombre de un Dios de amor ha quemado y destruido todo aquello que no se sometía a sus ideas.
No es nuestro ánimo discutir sobre la divinidad de Jesús y la naturaleza de su cuerpo; avaros del tiempo, creemos que lo aprovecharíamos mejor si pudiéramos imitar sus virtudes. Ya se han perdido muchos siglos discutiendo sobre ésta o aquella palabra, controversia del todo inútil, puesto que sólo se ha conseguido que en los gloriosos tiempos del engrandecimiento de la fe católica, las naciones se empobrecieran, la industria se paralizara, la ciencia enmudeciera, la ignorancia dominara, como sucedió en el reinado de en España, que según dice Garrido en su "Restauración teocrática" 
En tiempo de Carlos II, propuso un hombre inteligente la construcción de canales que unieran el Manzanares y el Tajo, y el Rey consultó el caso, no con ingenieros, profesión desconocida en aquellos felices tiempos, sino con teólogos, que le dieron en su informe la siguiente respuesta: "Si Dios quisiera que estos dos ríos fuesen navegables, no sería necesario que los hombres se tomaran el trabajo de hacerlo, porque con una sola palabra que hubiera salido de su boca, la obra estaría hecha. Cuando Dios no lo ha pronunciado, será porque no lo ha creído conveniente, y sería atentar contra los designios de la Providencia querer mejorar lo que ha dejado imperfecto, por causas que su sabiduría se reserva".

¿Necesita esto comentarios? No; ello sólo se recomienda; como se recomienda también la determinación que tomó Felipe II en 1558, "cuando mandó desmontar las prensas de imprimir, excepto las que imprimían misales y breviarios, amenazando con pena de muerte y confiscación de bienes, no sólo al que se atreviese a imprimir otra clase de libros, sino al que osara tener comunicación con los manuscritos".
Estas han sido las inmensas ventajas que ha reportado a los pueblos un feroz fanatismo, ¡La muerte del cuerpo en las hogueras, y la asfixia del alma en el embrutecimiento!
No hay institución que no tenga sus errores, y puede llamarse doctora del error a la que, siempre que ha podido, ha rechazado a la ciencia; en cambio el Espiritismo racional funda en la ciencia su consoladora religión.
Los espiritistas racionalistas; los que son verdaderamente esencialistas, no se afilian a ninguna religión que tenga en su culto formalismo alguno; pero sí pueden llamarse cristianos, porque aceptan el cristianismo primitivo, el de los primeros años de la Iglesia, que era la ley de amor puesta en acción, la fraternidad en su más sublime sencillez.
Las sociedades espiritistas pueden llamarse cristianas, porque reconocen en Jesús, el Profeta del progreso universal. ¿Quiere acaso el Espiritismo levantar una nueva iglesia?, ¿Quiere arrastrar a las masas ignorantes al desconcierto de no saber dónde postrarse para orar? No, el Espiritismo no aspira a destruir lo existente, lo que anhela es moralizar a la humanidad.
A los pueblos que viven estacionados no se les puede quitar sus altares, porque no sabrían dónde guarecerse las multitudes atribuladas. No se deben destruir las iglesias; lo que se debe hacer es levantar escuelas y abrir grandes centros de instrucción gratuita y obligatoria. 
Al hombre no se le debe obligar a que deje sus dioses; pero sí se le debe obligar a instruirse y a moralizarse; y cuando las humanidades estén más instruidas, y por lo tanto más adelantadas, no necesitarán entonces ir a un paraje determinado para rezar; porque cada cual rezará fervorosamente en el templo sagrado de su conciencia.
Los buenos espíritus ni se imponen ni coartan la voluntad de nadie; si se impusieran, si nos dominaran, entonces sería el Espiritismo una nueva secta, con su formalismo, una nueva imposición, tan pequeña como las demás religiones; pero el Espiritismo es más grande, es más racional, más armónico, él, nos dice "que fuera de la Caridad no hay salvación"; aconsejando al hombre que estudie, que no se conforme con la muerte aparente del cuerpo; que hay algo que vive más allá de la tumba; que el Espíritu siente, piensa y quiere sin perder con el transcurso de los siglos su eterna individualidad.
Una larga experiencia nos viene demostrando que la libertad de conciencia le cuesta a los pueblos un parto tan difícil y tan laborioso, que las naciones sudan sangre para obtener después de mil penalidades sus legítimos derechos.
¡Qué anomalía! El hombre tiene el infinito por patrimonio; y las instituciones humanas le han negado hasta lo más íntimo, lo más sagrado, lo más espiritual, lo que constituye la grandeza suprema del ser, ¡La libertad divina de pensar! ¡El derecho de adorar a Dios en el valle o en el monte, en la humilde ermita o en la artística y grandiosa catedral! Todo esto le ha sido negado, y las multitudes encadenadas por el poder teocrático han sido las siervas de la ignorancia muchos y muchos siglos.

Muchas almas inteligentes han comprendido el abuso, se han quejado en el silencio, pero su queja ahogada por el temor no ha producido ningún buen resultado; y leyes anormales han seguido rigiendo a la perezosa humanidad.
Decía Solón, "que la injusticia desaparecería en breve, si el que tiene conocimiento de ella, se quejase tanto como el que la sufre". Mas, ¡Ay! En este oscuro planeta, los hombres ignorantes no han encontrado bastante pesada la carga de sus cadenas; y los más entendidos que con su inteligente mirada, han visto a las masas populares agobiadas bajo el peso de un estúpido fanatismo, han dejado correr el tiempo esperando que la casualidad los aligere de su carga;
y por la pasiva obediencia de unos, y la indiferencia calculada de otros, el poder teocrático fue engrandeciendo sus dominios y llegó a ser un día el soberano del mundo civilizado; pero como los hombres no han nacido para ser esclavos, la fuerza de las cosas, el poder de las circunstancias, la corriente nunca paralizada de los acontecimientos, han producido crisis nerviosas a las sociedades, y sacudimientos convulsivos han trastornado a los pueblos; mas, en medio de las luchas fratricidas no han faltado apóstoles del progreso que hayan dicho a las humanidades:
¡Despertad! ¡Despertad! ¡Daos cuenta de que vivís!
¡Aprended a pensar por vosotros mismos!
¡Educad vuestra inteligencia con vuestro propio raciocinio!
¡No saciar vuestra sed religiosa, con el agua estancada de la fe ciega!
¡Buscad otro manantial más purificado!
¡Acudid a la fuente del Monte de las Calaveras!
¡Aprended a tener sed de infinito! Que el moderno Redentor de progreso, vino a la Tierra para calmar la sed de justicia, que fatigaba y atribulaba a la humanidad!
Esto dijeron últimamente los apóstoles del Crucificado. Mas ¡Ay! Su predicación no fue escuchada; los abusos siguieron, y como dice muy bien Amigó en el libro "Nicodemo" en sus consideraciones sobre el Cristianismo: "Vinieron las guerras religiosas, y los espíritus rectos se preguntaban: ¿Será posible que la religión arme el brazo del hombre contra el hombre, del hermano contra el hermano, de un pueblo contra otro pueblo? ¿Puede el sentimiento de caridad compadecerse con el derramamiento de sangre? ¿Es ni siquiera concebible que Dios se agrade de que su nombre sea invocado en lo más recio de la pelea, cuando la rabia hierve en las entrañas de los inhumanos combatientes? ¿Será la guerra otra cosa que el fratricidio organizado? ¿No mandó Jesús a Pedro que envainase la homicida espada? ¿Habrá religión donde no hay paz?... Y las guerras religiosas agrandaban el vacío en torno de la ortodoxia".
Es muy cierto, que el progreso se enseñorea del mundo, y se declara pontífice del Universo, sí; sumo pontífice universal, sin preferir ésta o aquella iglesia, que el progreso no tiene más iglesia que el infinito; pero como ese genio de los siglos, ese redentor de todos los tiempos, ese encantador de las edades llamado "Progreso", es tan viejo, es como todos los abuelos complacientes con sus nietos, y deja a los hombres que siga cada cual el culto apropiado a su adelanto y a su razón; y lo que únicamente exige al hombre es amor y caridad, porque con estos dos grandes elementos se puede realizar algún día la unión de los pueblos, y la gran familia humana podrá elevar en la Basílica de la Creación el aleluya y el hosanna universal.
Esto hace el Espiritismo, su misión es ensanchar los horizontes de la vida. Testamentario del progreso es el encargado de entregar a la humanidad el gran legado del trabajo, y ya de muy antiguo dijo un sabio "que el trabajo es el centinela de la virtud".

Amalia Domingo Soler




                                                 
                                      ***************************************


                  

CAUSALIDAD Y FINALIDAD (2)

( Continuación de la publicación anterior)

En el orden moral, las mismas causas pueden producir efectos distintos, y de ahí que la ley de causalidad sea bilateral y, por lo tanto, no sea fatalista y deje al espíritu en libertad relativa para tomar decisiones y dirigir su conducta. 

“El fatalismo – como dice el ilustre Flammarión – es la doctrina de los somnolientos; los 
fatalistas esperan los acontecimientos (o se dejan arrastrar por ellos), lo que ellos suponen que ha de producirse a pesar de todo, por encima de todo. Por el contrario, nosotros trabajamos y cooperamos en la marcha de los acontecimientos. Lejos de ser pasivos, somos activos, construimos nosotros mismos el edificio del porvenir. El determinismo no debe confundirse con el fatalismo. Este representa la inercia; el primero representa la acción”. 
    Pero entendamos que el determinismo espiritualista, en el concepto espiritista de la palabra, no debe confundirse con el determinismo materialista ni con el determinismo teológico, que subordinan la voluntad a los hechos ciegos o predestinados y colocan, respectivamente, el azar y el destino, donde el Espiritismo, como compensación a los esfuerzos, pone la finalidad, que es perfeccionamiento indefinido, actividad consciente y voluntaria, dirigida hacia un mayor progreso moral y espiritual, hacia una mayor justicia, un mayor bien individual y social hacia una mayor comprensión de nuestra personalidad, de la naturaleza y del Ser infinito que rige sus leyes. 

   Desde un punto de vista más trascendental y teniendo en cuenta que la evolución espiritual del ser humano no está limitada entre el nacimiento y la muerte, la ley de causalidad moral, llamada también de causas y efectos o simplemente karma, se extiende al proceso del espíritu, abarcando sus anteriores existencia o encarnaciones sucesivas, pero esta causalidad extendida a tiempos y formas pretéritas, está siempre determinada por el espíritu en su evolución de lo inconsciente a lo consciente o, mejor dicho, de una inconsciencia relativa a una mayor conciencia, ya que una inconsciencia absoluta en un ser biopsíquico es inconcebible. 

   El encadenamiento de hechos y consecuencias, en las sucesivas personalidades que dan forma biológica a nuestra individualidad psíquica a nuestro yo permanente e indestructible, determina, por la acción y dirección del espíritu, el progreso moral y espiritual que suma cada una de nuestras existencias. Lo que somos hoy, en actividad, es la consecuencia de lo que fuimos ayer, y lo que seremos mañana, depende de lo que seamos hoy, y digo de lo que seamos y no de lo que somos, porque en nuestro concepto dialéctico de la evolución, nada está en reposo, todo llega a ser, como decía Heráclito comparando la vida con la corriente de un río. 

   La evolución es un constante devenir, un movimiento continuo, en que el espíritu, ser activo por su esencia, cambia constantemente en sus formas, ideas, hábitos, costumbres y cualidades adquiridas y se renueva y perfecciona sin cesar: la personalidad humana es, como dice Oliver Lodge, una obra inacabada e interminable; es, diremos nosotros, una chispa encendida que deja tras sí la influencia de su pasado, pero que intensifica en su trayectoria la ley que ilumina su porvenir; no se detiene en ningún instante de su vida. El mismo sueño es un estado activo del alma; y la muerte no es inercia, ni cesación de las facultades psíquicas, ni reposo, ni descanso, es tránsito de una forma de vida a otra, de una a otra forma de actividad, de un plano a otro de existencia. En este movimiento perenne de la evolución sin limites, el espíritu acciona y reacciona, responde con su actividad a los factores externos y selecciona las causas y los motivos que obran sobre su voluntad, cediendo en muchos caos a los impulsos del mal y oponiéndose, en otros, a estos impulsos y a las influencias del medio, y en esta lucha incesante a través de 
experiencias infinitas, avanza en el camino del progreso, adquiriendo una mayor   comprensión, una mayor conciencia, una mayor inteligencia y fuerza de voluntad, 
ampliando los horizontes de sus conocimientos, desarrollando sus potencias psíquicas y morales, dominando cada vez más su causalidad, subordinándola a sus más elevados propósitos, imprimiéndole la dirección finalista a medida que la finalidad ulterior, que abarca los fines inmediatos, se hace más accesible a su inteligencia y se identifica con el Ser infinito, fuente de toda bondad, de toda justicia, de todo amor y de toda perfección. De ahí que toda la serie de causas pasadas que obran sobre la vida de un ser, son determinadas por el propio ser en la medida de sus conocimientos, de sus esfuerzos y del desarrollo de sus facultades y sentimientos. 

Si nosotros somos los que determinamos nuestras acciones y nuestra evolución y llevamos en nuestro espíritu el poder directriz de orientarles hacia una finalidad, ya sea social o espiritual, se deduce, entonces, que los problemas individuales y sociales que se relacionan con la causalidad moral dependen de nosotros, de la actividad, del esfuerzo y de la inteligencia que empleemos para resolverlos y que las situaciones económicas y sociales como las clases a que éstas pertenecen son condicionales a determinada forma de la sociedad, pero de ningún modo necesarias para la evolución del espíritu y la estabilidad social y, por necesarias para la revolución del espíritu y la estabilidad social y, por consiguiente, no tienen razón para perpetuarse. Y, desde luego, la ley de causalidad no viene a ser una ley que impone condiciones fatales de privilegio y de miseria a los hombres; sino que la sociedad dividida en clases sólo representa un estado inferior y pasajero de la evolución moral y social. Y estamos, entonces, en una comprensión superior de la doctrina espiritista. Esto nos permite abordar un nuevo aspecto crítico del tema que venimos tratando y demostrar que el Espiritismo filosóficamente considerado, no 
es una doctrina que pueda servir de puntal a la explotación y a la inmoralidad del régimen imperante. 
    Los que sostienen, fundándose en la ley de causalidad, que cada uno ocupa en la sociedad el lugar que le corresponde, o son pobres de inteligencia que no han penetrado el fondo moral de nuestra doctrina, o hacen de ésta un sincretismo, mezclando en ella los peores elementos de las religiones positivas y conservadoras o, lo que es peor, ven en él de acuerdo con su criterio, el medio de justificar y a la  vez aseguran las situaciones ventajosas que, al amparo de la injusticia y de la inmoralidad establecidas, se han creado en la sociedad, y en vez de defender la moral excelsa del Espiritismo defienden sus propios intereses y dan a los potentados de la tierra, un arma filosófica formidable para que se defiendan de los desheredados. 

No fue ésta la actitud espiritista, valiente y generosa de Kardec, cuando al fin de su vida, con la experiencia y la madurez de su reflexión, escribió en Obras póstumas aquellas páginas proféticas admirables que todos conocemos, donde fundamenta la moral social sobre los principios de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad y afirma el advenimiento de una sociedad sin privilegios y sin clases; páginas que debieran ser recordadas a los profanos como a algunos adeptos que, dándose el titulo de kardecistas, las olvidan con frecuencia. 
   Valerse de la ley de causalidad para justificar (pretendiendo explicar) las desigualdades económicas y sociales es contraer una grave responsabilidad ante la historia del Espiritismo, que tendrá que desmentir mañana con hechos lo que hoy desmentimos con razonamientos; es tergiversar sus enseñanzas por no haberlas comprendido o por quererlas ajustar a los convencionalismos de la sociedad; es hacer del Espiritismo la doctrina más contraria al progreso y al derecho de emancipación de los pueblos productores que sufren las consecuencias de un régimen injusto y oprobioso; es, en fin, hacer un mal al rico y al pobre, pretendiendo conciliarlos manteniendo en pie las causas de su odio y de su conflicto; a los pobres, porque, con este criterio, se les da el derecho para que, en esta o en otras existencias, se conviertan a su vez en explotadores y en tiranos de los que hoy los oprimen; y a los ricos y potentados, porque tendrán que sufrir las consecuencias de la explotación y de la tiranía. 

Por otra parte, los que así piensan no son siempre consecuentes con su doctrina, porque si un hombre ocupa el lugar que le corresponde, viviendo en la opresión y en la miseria, la caridad que ellos aconsejan es opuesta a la realización de este Karma, que ha de ser de humillación y de hambre hasta que cumpla su misión, como suele decirse, y lo mejor y más espiritista, en este caso, seria dejarlo bajo el yugo y la miseria, y más lógico aún hacerlo sufrir más humillación y más hambre, aumentado su dolor y su miseria para que termine su misión más pronto y venga luego a la vida a hacer sufrir a sus victimarios, prolongando así la cadena de sufrimientos, de odios y venganzas. 

Las situaciones económicas y sociales no están determinadas necesariamente por antecedentes morales ni corresponden al grado de moralidad o de inmoralidad de cada uno, ni puede considerárselas como sanciones naturales correspondientes a tales o cuales merecimientos. La riqueza como la pobreza tienen orígenes y causas diversas; son cambiantes y están sujetas a influencias distintas. 

Las situaciones más ventajosas en la economía, en la política etc., suelen derrumbarse de la noche a la mañana así como suelen enriquecerse y encumbrarse muchos hombres de condición humilde. La riqueza material es, en muchos casos, el resultado de circunstancias fortuitas y en la mayoría, el resultado del despojo, de la explotación humana, de la prepotencia, del robo, del crimen, de la pillería y, en suma, de la inmoralidad legal o ilegal; los hombres que se enriquecen con sus propios esfuerzos y sin perjudicar a nadie, son contados; y la pobreza suele ser, en algunos casos, el resultado de la negligencia, de la ineptitud o de la demasiada moralidad y honradez y, en general, de la forma inicua en que está constituida la sociedad. 

Tenemos, pues, que las situaciones económicas y sociales no están predeterminadas fatalmente ni necesariamente por situaciones análogas anteriores; que son cambiantes y se deben a factores de distinta índole, ajenos, en muchos casos, a la conducta del hombre, pero que pueden y deben sujetarse necesariamente a su voluntad y a una finalidad social superior; que nadie ocupa necesariamente el lugar que le corresponde en la sociedad, sino el que ha sabido o podido conquistarse en la lucha despiadada y cruel de los intereses materiales y sociales en pugna. El proceso individual del hombre está encadenado al 
determinismo de lo histórico, cuyo engranaje económico, político etc., sujeta la causalidad o karma de cada espíritu a condiciones y circunstancias ajenas a su voluntad y les da orientaciones que dependen, hasta cierto punto, de estas condiciones y circunstancias o de voluntades distintas o contrapuestas a la suya. 

  Cada ser trae a la vida su causalidad, su proceso serial de vidas pasadas, pero la 
historia y el proceso económico y social tienen también su causalidad, su determinismo independiente de cada individuo en particular. Los individuos vienen, actúan y se van, dejando, es cierto, su influencia en la sociedad y llevándose la influencia que recibe de ésta. Los hombres cambian, se perfeccionan, poco o mucho, pero desaparecen, y la estructura económica y social, son su superestructura política y jurídica permanece durante varia generaciones, siguiendo su propio determinismo hasta llegar al término de su ciclo y dar comienzo a otro; y los seres que vienen tienen que acomodarse a la estructura y a la superestructura de la sociedad, sujetos a sus condiciones materiales, adaptándose a la moral convencional y sometiéndose a sus leyes injustas o reaccionando contra ellas en 
vista de un régimen mejor, más justo y más humano. Y para esto el hombre que ha llegado a comprender la ley de su evolución moral, en el concepto espiritista de la vida, no debe tener en cuenta su pasado, que desconoce, ni justificar por éste – que es meramente conjetural – su presente, sino esforzarse porque este presente, que es un constante devenir, se ajuste lo más posible al mayor bienestar individual y social, de acuerdo con los elevados principios de su filosofía y no acomodarse a la situación económica, al privilegio de clase, que no puede existir ni sostenerse sino sobre el hambre, la miseria y la opresión de los demás lo que es contrario a los postulados morales del Espiritismo. 

   Sólo los valores morales y espirituales tienen su causalidad esencial en el espíritu; sólo ellos tienen una existencia imperecedera y progresiva y elevan al ser que los atesora a su verdadera finalidad: tienen también su propia sanción, sin que sea necesario recurrir a formas materiales de convivencia desiguales, a privilegios y explotaciones odiosas. 

   Estas, mientras existan, sólo puede considerárselas como formas inferiores y pasajeras de la evolución, cuya desaparición depende de nuestras voluntades mancomunadas, de nuestros esfuerzos solidarios, es decir, de los hombres moralmente superiores que, unidos a la causa justa de los que sufren, trabajen por su pronta desaparición.

- Manuel Porteiro -

                                                                *****************************



                                                         

                            JESÚS Y EL MUNDO 

Si Jesús no tuviese confianza en la regeneración de los hombres y en el perfeccionamiento del mundo, naturalmente, no habría venido al encuentro de las criaturas y no habría caminado en los oscuros caminos de la Tierra. 


No podemos por eso, perder la esperanza Y no nos cabe el desánimo, delante de las pequeñas y benditas luchas que el Cielo nos concedió, entre las sombras de las humanas experiencias. 


De la escuela del mundo salieron diplomados en santificación espíritus sublimes, que hoy se constituyen en benditos patrones de la evolución terrestre. 


No nos compete menospreciar el plano de aprendizaje que nos alimenta  y nos abriga, que nos instruye y nos perfecciona. 


Si el mejor no auxilia al peor, en balde aguardaremos la mejoría de la vida. 


Si el bueno desampara al malo, la fraternidad no pasaría de mera ilusión. 


Si el sabio no ayuda al ignorante, la educación redundaría en mentira peligrosa. 


Si el humilde huye del orgulloso, surgiría el amor como vocablo inútil. 


Si el aprendiz de la gentileza menoscaba al prisionero de la impulsividad, el desequilibrio comandaría la existencia. 


Si la virtud no socorre a las víctimas del vicio y si el bien no se dispone a salvar a cuantos se arrojan a los despeñaderos del mal, de nada serviría la predicación evangélica en el campo del trabajo que la Providencia Divina nos confió. 


El Maestro no era del mundo, pero vino hasta nosotros para la redención del mundo. Sabía que sus discípulos no pertenecían al acerbo moral de la Tierra, pero nos envió a convivir con los hombres para que los hombres se transformasen en servidores devotos del bien, convirtiendo el Planeta en su reino de Luz. 


El cristiano que huye al contacto con el mundo, con el pretexto de resguardarse contra el pecado, es una flor parasitaria e improductiva en el árbol del Evangelio, y el Señor, lejos de solicitar ornamentos para su obra, espera trabajadores abnegados y fieles que se dispongan a remover el suelo con paciencia, buena voluntad y coraje, a fin de que la Tierra se habilite para la sementera renovadora del gran Mañana. 

EMMANUEL. 
FRANCISCO CÀNDIDO XAVIER. 


                                                    *******************************

" Nacer, crecer, envejecer y morir, son simples etapas restringidas sobre la concepción del tiempo y del espacio que media entre la cuna y la tumba".
- Allan Kardec-

                               ************************ 


                                        

                    
                AL ENCUENTRO DE LA FE
Se dice vulgarmente que la fe no se ordena, de ahí que muchas personas aleguen que no es culpa suya si no tienen fe. No cabe la menor duda de que la fe no se ordena, y lo que es todavía  más justo: La fe no se impone. No, no se ordena, pero se adquiere, y a nadie se le impide adquirirla, incluso entre los más refractarios a ella.   Estamos hablando de las verdades espirituales básicas y no de tal o cual creencia en particular. No corresponde a la fe ir hacia los seres humanos, sino que éstos deben anticipársele y marchar a su encuentro, y la hallarán si la buscan con sinceridad. Tened, pues, la certeza de que quienes afirman : "nada nos agradaría más que poder creer, pero no podemos ", están diciéndolo de labios para afuera y no con el corazón, porque al expresar eso se tapan los oídos. Con todo, abundan las pruebas a su alrededor. ¿Por qué, entonces, se rehúsan a verlas? En unos es por despreocupació n; en otros, por temor de verse obligados a modificar sus hábitos, y en la mayoría, a causa del orgullo, que elude reconocer la existencia de un poder superior, pues en tal caso deberia inclinarse ante él.
En algunos la fe parece, en cierto modo, innata. Basta una chispa para encenderla. Esa facilidad para asimilar las ideas espiritistas constituye un signo evidente de progreso anterior. En otros, a la inversa, tales ideas no penetran sino con dificultad, señal no menos notoria de una naturaleza retrasada.  Los primeros creyeron y comprendieron ya. Traen al renacer la intuición de lo que sabían: su educación está consumada. Los segundos, en cambio, tienen que aprenderlo todo: su educación está por hacerse, pero se hará, y si no se completa en la vida actual, lo será en una futura.   Hemos de convenir, sin embargo, en que la resistencia del incrédulo muchas veces se debe menos a él mismo que a la forma en que le son presentadas las cosas. La fe requiere una base, y esa base es la comprensión acabada de lo que se debe creer. Para creer no basta ver, sino sobre todo compreder. La fe ciega no es ya de este siglo. Precisamente, el dogma de la fe ciega es el que produce en la hora actual mayor número de incrédulos... . Porque quiere imponerse y exige al hombre que abdique de una de sus más valiosas prerrogativas; el razonamiento y el libre arbitrio. A esa clase de fe, sobre todo, se resiste el incrédulo, lo que pone una vez más de relieve la verdad de que la fe  no se ordena. Puesto que tal fe no acepta presentar pruebas, deja en el espíritu un vacío del que nace la duda. Contrariamente, la fe razonada, aquella que se apoya en los hechos y en la lógica, no deja tras de si ninguna oscuridad: en tal caso, se cree porque se está seguro, y sólo se tiene esa seguridad cuando se ha comprendido. He aquí por qué la fe razonada no cede. Porque sólo es inquebrantable aquella fe que pueda mirar frente a frente a la razón en todas las edades de la humanidad.
El Espiritismo conduce a ese resultado, de ahí que triunfe sobre la incredulidad todas las veces que no encuentre una oposición sistemática e interesada
 
El Evangelio según El Espiritismo.
 
Comentario.Si la fe ciega no era del siglo pasado, mucho menos de este, por mucho que se resistan las fuerzas contrarias,  esta esfera camina a la transformación, muchos son  los que están despertando de letargo espiritual, comprendiendo, que Dios es justicia sabiduría y poder, y todo es sostenido por u Amor.

Marco Antonio

                                 *************************



No hay comentarios:

Publicar un comentario