domingo, 29 de octubre de 2017

Los extranjeros OVNI o UFO en el Espiritismo




Hoy veremos :

- Los desertores del Espiritismo
- Los extranjeros OVNI o UFO en el Espiritismo
-¿ Cómo se realiza la evolución del Espíritu?
- Causalidad y finalidad (1ª)





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   Los Desertores del Espiritismo



Si todas las grandes ideas han tenido sus apóstoles fervientes y denodados,también las mejores han tenido sus desertores. El Espiritismo no podía librarse delas consecuencias de la humana flaqueza; ha tenido los suyos, y no serían inútilesalgunas consideraciones sobre el particular.

Muchos se equivocaron, al principio, acerca de la naturaleza y objeto delEspiritismo y no entrevieron su trascendencia. Desde luego excitó la curiosidad y muchos no distinguieron en las manifestaciones más que un asunto de distracción.

Se divirtieron con los Espíritus tanto como estos quisieron divertirlos. Las manifestaciones eran un pasatiempo y con frecuencia un accesorio de tertulia.

Este modo de pensar, al principio, la cosa, era una táctica diestra de los Espíritus. Bajo la forma de diversión, la idea penetró en todas partes y plantó gérmenes sin sublevar las conciencias timoratas. Se jugó con el niño, pero el niño debía hacerse hombre.
Cuando a los Espíritus bromistas sucedieron los graves y moralizadores; cuando el Espiritismo se elevó a ciencia, a filosofía, las gentes superficiales no lo encontraron recreativo, y para los que, ante todo, aprecian la vida material, era un censor importuno y molesto, que a más de uno arrinconó. No hay que echar de menos a semejantes desertores, puesto que las personas frívolas son en todo pobres auxiliares. Esta primera fase está, sin embargo, muy lejos de ser tiempo perdido. A favor de semejante disfraz, la idea se ha popularizado cien veces más que si hubiese revestido, desde su origen, una forma severa. Pero de esos centros ligeros e indolentes salieron pensadores graves.
Estos fenómenos, puestos en moda por el atractivo de la curiosidad, convertidos en una especie de manía, excitaron la codicia de ciertas gentes atraídas por la novedad y por la esperanza de hallar en ellos una nueva puerta abierta. Las manifestaciones parecían un asunto maravilloso, susceptible de explotación, y más de uno pensó hacer de ellas un auxiliar de su industria, y otros las consideraron como una variante del arte de la adivinación, un medio quizás más seguro que la cartomancia, la quiromancia, etc., etc., para conocer el porvenir y descubrir las cosas ocultas, pues, según la opinión de aquella poca, los Espíritus debían saberlo todo.
Desde el momento en que tales gentes vieron que la especulación resbalaba entre sus manos y se convertía en engaño, que los Espíritus no venían a ayudarles a hacer fortuna, a darles buenos números para la lotería y decirles la verdadera buenaventura, a descubrirles tesoros o proporcionarles herencias, a sugerirles algún buen invento fructífero y de privilegio exclusivo, a suplir su ignorancia y a dispensarles del trabajo intelectual y material, los Espíritus no fueron buenos para  nada, y sus manifestaciones no eran mas que ilusiones. Tanto como ensalzaron el Espiritismo mientras acariciaron la esperanza de sacar de él algún provecho, tanto más le denigraron cuando tuvieron el desengaño. Más de un crítico que le zurra, lo levantaría hasta las nubes si le hubiese hecho descubrir un tío americano o ganar a la Bolsa. Esta es la categoría más numerosa de los desertores, pero se echa de ver que seriamente no puede calificárseles de espiritistas.
También ha tenido su utilidad esta fase, pues demostrando lo que no debía esperarse del concurso de los Espíritus, ha hecho conocer el objeto serio del Espiritismo, ha depurado la doctrina. Los Espíritus saben que las lecciones de la experiencia son las más, provechosas. Si desde un principio hubiesen dicho: No pidáis tal o cual cosa, porque no la obtendréis, acaso no se les hubiera creído, y por esta razón no limitaron la libertad de nadie, a fin de que la verdad resultase de la observación. Los desengaños desanimaron a los explotadores y contribuyeron a disminuir su número, privando al Espiritismo, no de adeptos sinceros, sino de parásitos.
Ciertas gentes, más perspicaces que otras, entrevieron al hombre en el niño que acababa de nacer y le tuvieron miedo, como Herodes tuvo miedo al niño Jesús. No atreviéndose a atacar de frente al Espiritismo, han tenido agentes que lo abrazaron para ahogarlo, que se visten con el disfraz de espiritistas para introducirse en todas partes, atizar diestramente la desavenencia en los grupos,derramar en ellos y por bajo mano el veneno de la calumnia, dejar caer chispas de discordia, impeler a actos que comprometan, intentar el desvío de la doctrina para ponerla en ridículo o hacerla odiosa, y simular en seguida desengaños. Otros son mas hábiles aun: predicando la unión, siembran la división; ponen sobre el tapete  diestramente cuestiones irritantes y mortificadoras, excitan los celos de   preponderancia entre los diferentes grupos, y su delicia sería verlos apedrearse y levantar bandera contra bandera, con motivo de ciertas divergencias de opiniones sobre determinadas cuestiones de forma y de fondo, provocadas las mas de las veces. Todas las doctrinas han tenido sus Judas; el Espiritismo no podía dejar de tenerlos y no le han faltado.
Estos tales son espiritistas de contrabando, pero han tenido también su utilidad. Han enseñado a que como buenos espiritistas, seamos prudentes, circunspectos, y a que no nos fiemos de las apariencias.
En principio, es preciso desconfiar de los arrebatos calenturientos, que son casi siempre fuegos fatuos o simulacros, entusiasmo de circunstancias, que suple los actos con la abundancia de palabras. La verdadera convicción es apacible, reflexiva, motivada; como el verdadero valor, se revela por hechos, es decir, por la firmeza, la perseverancia, y sobre todo, por la abnegación. El desinterés moral y material es la verdadera piedra de toque de la sinceridad.

La sinceridad tiene un sello sui generis; se refleja por matices más fáciles a veces de comprender que de definir, se la siente por ese efecto de la transmisión del pensamiento, cuya ley nos revela el Espiritismo, y que la falsedad no consigne nunca simular completamente, dado que no puede cambiar la naturaleza de las corrientes fluídicas que proyecta. Cree equivocadamente que puede suplirla con una baja y servil adulación que solo seduce a las almas orgullosas, pero esta misma adulación se deja conocer de las almas elevadas.
Nunca el hielo podrá simular el calor.
Si pasamos a la categoría de los espiritistas propiamente dichos, también echaremos de ver ciertas flaquezas humanas, de las que no triunfa inmediatamente la doctrina. Las más difíciles de vencer son el egoísmo y el orgullo, pasiones originales del hombre. Entre los adeptos convencidos, no hay deserción en la acepción de la palabra, porque el que desertase por motivo de interés u otro cualquiera, no habría sido nunca sinceramente espiritista; pero hay desalientos, El valor y la perseverancia pueden flaquear ante un desengaño, una ambición fracasada, una preeminencia no alcanzada, un amor propio lastimado o una prueba difícil. Se retrocede ante el sacrificio del bienestar, el temor de comprometer sus intereses materiales y el reparo del que dirán, se siente desazón por un fraude; no se renuncia, pero se desanima; se vive para si y no para los otros; se quiere sacar beneficio de la creencia, pero siempre que no cueste nada. Ciertamente que los que así proceden pueden ser creyentes; pero, a no dudarlo, son creyentes egoístas, en quienes la fe no ha encendido el fuego sagrado del desinterés y de la abnegación; su alma se desprende con trabajo de la materia. Forman número nominal, pero no puede contarse con ellos.
Muy distintos son los espiritistas que verdaderamente merecen tal nombre.
Aceptan para sí todas las consecuencias de la doctrina y se les reconoce por los esfuerzos que hacen para mejorarse. Sin descuidar inconsideradamente los intereses materiales, son éstos para ellos lo accesorio y no lo principal; la vida terrestre es solo una travesía más o menos penosa; de su empleo útil o inútil depende el porvenir; sus alegrías son mezquinas comparadas con el objeto esplendido que entrevén más allá; no se desazonan por los obstáculos que encuentran por el camino; las vicisitudes, los desengaños, son pruebas ante las cuales no se desalientan, puesto que el descanso es el premio del trabajo, y por estas razones, no se ven entre ellos deserciones y desfallecimientos.
Los Espíritus buenos protegen visiblemente a los que luchan con valor y perseverancia y cuyo desinterés es sincero y sin miras ulteriores; le ayudan a triunfar de los obstáculos y aligeran las pruebas que no pueden evitarles, al paso que abandonan no menos visiblemente a los que les abandonan y sacrifican la causa de la verdad a su ambición personal.
¿Debemos colocar entre los desertores del Espiritismo a los que se alejan, porque no les satisface nuestra manera de ver las cosas; a los que, encontrando muy lento o muy rápido nuestro método, pretenden alcanzar más pronto y con mejores condiciones el objeto que nos proponemos? Ciertamente que no, si son sus guías la sinceridad y el deseo de propagar la verdad. Ciertamente que sí, si sus esfuerzos tienden únicamente a hacerse notable y a captarse la atención pública para satisfacer su amor propio y su interés personal…
¡Tenéis distinto modo de ver que nosotros; no simpatizáis con los principios que admitimos! Nada prueba que andeis más acertados que nosotros. En materia de ciencia, puede diferirse de opinión; buscad a vuestro modo como buscamos nosotros; el porvenir pondrá en claro quién tiene razón y quién está equivocado. No pretendemos ser los únicos en poseer las condiciones sin las cuales no pueden hacerse estudios serios y útiles; lo que hemos hecho nosotros ciertamente pueden hacerlo otros. ¡Qué importa que los hombres inteligentes se reúnan con nosotros o sin nosotros! Que se multiplican los centros de estudios, tanto mejor; porque esta es una señal del progreso incontestable, que aplaudimos con todas nuestras fuerzas.
En cuanto a las rivalidades, a las tentativas para suplantarnos, tenemos un recurso infalible para no temerlas. Trabajemos por comprender, por ensanchar nuestra inteligencia y nuestro corazón; luchemos con los otros, pero luchemos por superarnos en caridad y abnegación. Sea nuestra única divisa el amor al prójimo inscrito en nuestra bandera, y nuestro objeto único inquirir la verdad, venga de donde viniere. Con tales sentimientos arrostraremos las burlas de nuestros adversarios y las tentativas de nuestros competidores. Si nos equivocamos, no tendremos el necio amor propio de aferrarnos a ideas falsas, pero hay principios respecto de los cuales se tiene certeza de no engañarse nunca, tales son: el amor del bien, la abnegación, la abjuración de todo sentimiento de envidia y de celos.
Estos principios son los nuestros, en ellos vernos el lazo que ha de unir a todo los hombres de bien, cualquiera que sea la divergencia de sus opiniones; el egoísmo y la mala fe son los únicos que entre ellos levantan barreras insuperables.
Pero ¿cuál será la consecuencia de este estado de cosas? Sin duda alguna las maquinaciones de los falsos hermanos podrán producir momentáneamente algunas perturbaciones parciales. Por esto es preciso hacer toda clase de esfuerzos para burlarlos tanto como sea posible, pero necesariamente no tendrán más que una época de existencia y no podrán ser perjudiciales en el porvenir. Ante todo, porque son una maniobra de oposición que caen por la fuerza de las cosas; y por otra parte, por más que se diga y haga, no podrá quitarse a la doctrina su carácter distintivo; su filosofía racional es lógica y su moral consoladora y regeneradora. Las bases del Espiritismo están hoy puestas de un modo inquebrantable: los libros escritos sin reticencias y puestos al alcance de todas las   inteligencias, serán siempre la expresión clara y exacta de la enseñanza de los Espíritus, y la transmitirán intacta a los que vengan en pos de nosotros.
No se ha de perder de vista que estamos en un momento de transición y que ninguna transición se opera sin conflicto.
No hay, pues, que admirarse de ver cómo se agitan ciertas pasiones, tales como las ambiciones comprometidas, los intereses lastimados, las pretensiones frustradas, pero todo esto se extingue poco a poco, la fiebre se calma, los hombres pasan y las nuevas Ideas subsisten. Espiritistas, si queréis ser invencibles, sed benévolos y caritativos; el bien es una coraza contra la cual se estrellarán siempre las maquinaciones de la malevolencia. ..
Vivamos, pues, sin temor: el porvenir es nuestro; dejemos que nuestros enemigos se retuerzan comprimidos por la verdad que les ofusca: toda oposición es impotente contra la evidencia, que triunfa inevitablemente por la fuerza misma de las cosas. La vulgarización universal del Espiritismo es cuestión de tiempo, y en este siglo, el tiempo avanza a pasos de gigante impulsado por el progreso.

OBSERVACIÓN. - Como complemento de este artículo, publicamos aquí, la siguiente  

comunicación que nos dio Allan Kardec sobre el mismo asunto, después de haber entrado 
en el mundo de los Espíritus. Nos ha parecido interesante para nuestros lectores, unir a las elocuentes y viriles páginas que preceden, la actual opinión del organizador por excelencia de nuestra filosofía.
París, noviembre de 1869
Cuando existía corporalmente entre vosotros, a menudo decía que debiera hacerse una historia del Espiritismo, puesto que no dejaría de tener interés; aún participo hoy de esta misma opinión, pudiendo servir un día, para realizar mi pensamiento, los diferentes elementos que con este fin había reunido. Porque, en efecto, estaba en mejor posición que nadie para apreciar el curioso espectáculo provocado por el descubrimiento y vulgarización de una gran verdad. En otro tiempo presentía, pero hoy sé el maravilloso orden y la inconcebible armonía que presiden a la concentración de todos los documentos que están destinados a dar origen a la nueva obra. La benevolencia, la buena voluntad y abnegación absoluta en unos y la mala fe, la hipocresía y las malévolas maniobras de los otros, todo   concurre para asegurar la estabilidad del edificio que se levanta. Entre las manos de las potencias superiores que presiden al progreso, las resistencias inconscientes o simuladas y los ataques que tienen por objeto sembrar el descrédito y el ridículo, se convierten en instrumentos de elaboración.
¡Qué no se ha hecho, que móviles no se han puesto en movimiento para ahogar al niño en la cuna!
El charlatanismo y la superstición, a su vez, han querido ampararse en nuestros principios para explotarlos en su provecho; todos los rayos de la prensa han atronado contra nosotros; se ha entregado a la irrisión las cosas mas respetables; se han atribuido al Espíritu del mal las enseñanzas de los Espíritus, las más dignas de admiración y de veneración universal; y sin embargo, todos esos esfuerzos acumulados, esa coligación de todos los intereses bastardos, no ha alcanzado otra cosa que proclamar la impotencia de nuestros adversarios.
Pero, en medio de esa lucha incesante contra las preocupaciones establecidas y contra los errores acreditados, es como se aprende a conocer a los hombres. Sabía que al consagrarme a mi obra predilecta, me exponía a las iras de los unos y a la envidia y a los celos de los otros. El camino estaba sembrado de dificultades sin cesar renovadas. No pudiendo alcanzar nada contra la doctrina, se atacaba al hombre, pero por mi parte me sentía fuerte porque había hecho renuncia de mi personalidad. ¿Qué me importan las tentativas de la calumnia, si mi conciencia y la grandeza del objeto me hacían olvidar voluntariamente las espinas y abrojos del camino? Los testimonios de simpatía y de estimación que he recibido de aquellos que supieron apreciarme, han sido la más dulce recompensa que jamás haya ambicionado, pero ¡oh!, ¡cuantas veces hubiese sucumbido bajo el peso de mi tarea, si el afecto y el reconocimiento del mayor número no me hubiesen hecho olvidar la ingratitud y la injusticia de algunos! Porque si los ataques dirigidos contra mí siempre me han encontrado insensible, debo confesar que me afectaba penosamente cada vez que encontraba falsos amigos entre aquellos de quienes más esperaba.
Si es justo vituperar a aquellos que intentan explotar el Espiritismo o desnaturalizarlo en sus escritos sin haber hecho de él un estudio previo, ¡cuán culpables no son aquellos que después de haberse asimilado todos sus principios,no contentos de retirarse pacíficamente, se han vuelto contra él con todas sus fuerzas! Sobre tales desertores especialmente es necesario reclamar la misericordia divina, porque voluntariamente han extinguido la luz que les iluminaba, con cuyo auxilio podían iluminar a los otros. Pero no tardan en verse privados de la asistencia de los buenos Espíritus y la experiencia nos ha demostrado que bien pronto caen de un paso al otro en las más criticas situaciones.
Desde mi regreso al mundo de los Espíritus he vuelto a ver algunos de estos desgraciados; ahora se arrepienten; sienten su inacción y su mala voluntad, pero no pueden reparar tan pronto como desearan el tiempo perdido; volverán, sí, luego a la tierra con la firme resolución de concurrir activamente al progreso, pero aún lucharán con sus antiguas tendencias, hasta que definitivamente hayan triunfado de ellas.
¿Puede creerse que los espiritistas de hoy, ilustrados por estos ejemplos, evitarán caer en los mismos errores? Durante mucho tiempo aún, habrá falsos hermanos y amigos mal intencionados, pero del mismo modo que nada pudieron los primeros, tampoco lograrán estos desviar de su camino al Espiritismo. Si acaso producen algunas perturbaciones momentáneas y puramente locales, no por esto peligrará la doctrina; antes al contrario, bien pronto los espiritistas desviados reconocerán su error y vendrán a concurrir con nuevo ardor a la obra de la cual se habían separado un instante, y obrando de concierto con los Espíritus superiores que dirigen las transformaciones humanitarias, avanzarán con paso rápido hacia los felices tiempos prometidos a la humanidad regenerada.
 – ALLAN KARDEC. 
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Los extranjeros OVNI o UFO y el espiritismo


El término OVNI es una abreviatura de la frase objeto volador no identificado, o UFO. Pero ¿cuáles son los OVNIS, de todos modos? Como su nombre indica, un OVNI es un objeto o un ser, desconocido para el hombre, por lo que no terrenal, de visita en nuestro planeta. En resumen, un extranjero, OVNI o UFO es un ser de otro planeta que vino a la Tierra.
Sabiendo lo que son, ahora está la cuestión: lo que los seres extraterrestres quieren de la Tierra y los seres humanos, después de todo, nadie haría un viaje de miles de años luz  para hacer  turismo solamente, ¿verdad? El presentador e investigador Luiz Ricardo Geddo, sobre el fenómeno ovni  dice lo siguiente en cuanto  al interés de los seres extraterrestres por los seres humanos:
Ufo y el espiritualismo: ¿qué dice la doctrina espírita  acerca del fenómeno extraterrestre?
Pero, ¿cómo ve el espiritismo la ufología y todo el tema de los extraterrestres? ¿Cuál es la relación entre el  fenómeno OVNI y el espiritismo? Como explica la doctrina, hay muchos planetas alrededor de la galaxia y en otras frecuencias y que están habitadas por espíritus en un estado de mayor o menor progreso que el nuestro. Por lo tanto, los avistamientos extraterrestres son sólo visitas de espíritus afines a nuestro planeta, de la misma manera que un antropólogo puede visitar, si tuviera una máquina del tiempo, Egipto en la época de los faraones para averiguar cómo se hicieron las pirámides.
Veamos la cuestión a la luz del Espiritismo.
La pluralidad de los mundos habitados
- Este es uno de los principios básicos del Espiritismo , según el cual Dios no dio a la tierra el privilegio de ser la única residencia para los seres racionales e inteligentes , ya que es un pequeño globo casi imperceptible en la inmensidad universo.
De hecho, el hombre terrenal está lejos de ser, como él supone, el primero en  inteligencia, en  bondad y perfección. Sin embargo, hay hombres que creen tener este privilegio de vivir en la Tierra  y piensan que pertenecen a este pequeño globo privilegiado para contener los seres racionales. 
¡ Solamente orgullo y  vanidad!
Ellos creen que Dios creó el universo sólo para ellos!
Pero sabiamente Dios creó a todos  los seres vivos en  la pluralidad de mundos y todos ellos contribuyen al objetivo último de la Providencia.
Creer que sólo existe vida inteligente en el planeta que habitamos pone  en duda la sabiduría de Dios, que no hace nada inútil o sin un objetivo. Sin duda, estos mundos  tienen  un destino  mucho más importante que el de recrearnos  la vista. De hecho, no hay nada, ni en la posición ni en el volumen o la constitución física de la Tierra, que  pueda dar lugar a la suposición de que esta goza del privilegio de ser la única habitada, con exclusión de tantos miles de millones de mundos similares que ya se conoce que existen.
El Portal del  Espíritu
                                                       ( Traducción de J.L.Martín )

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 ¿ Cómo se realiza la Evolución del 

                     Espíritu ?

     Ya hemos visto que evolución significa transformación hacia estados cada vez mejores y más perfectos, pero no es posible hacerlo en solitario. Necesitamos unos de otros.  En la Naturaleza  todos los seres en alguna forma se relacionan  evolutivamente, de modo que cada ser individual depende del conjunto de los demás seres para su propia evolución. Todos los seres, como todas las especies, cumplen una función dentro de los ecosistemas y dentro de cada ambiente o nicho  ecológico todos conjuntamente colaboran en la marcha ascendente y global de la Vida en su más amplio concepto.
         La Evolución  hasta llegar  a alcanzar y aún sobrepasar la etapa humana, supone  un proceso gradual y lento  de progresiva perfección de todo lo creado.  Esto  se inicia partiendo desde las energías  cósmicas y psíquicas de la Mente Creadora  que actúan como energías potenciales de la Naturaleza inorgánica o mineral.  Estas energías, posteriormente,  de modo gradual  y a lo largo de muchos millones de años  se van haciendo progresivamente  más dinámicas, dando vida a los otros  reinos de la Naturaleza, el  vegetal y animal sucesivamente, a partir de formas de vida concretadas en seres de una sola célula ( unicelulares), hasta los seres más complejos o multicelulares y así ir adoptando diversas especializaciones para sobrevivir, dando paso a la concreción de las diversas especies grupales, no solo de especies  cuyos individuos coexisten en grupo, sino de todos los individuos, aun los de vida solitaria,  con unas características comunes y que se pueden perpetuar físicamente dentro de su grupo o especie.
      Los indivíduos que  componen  estas energías psíquicas y físicas comunes, son unidades psíquicas que forman parte de un alma grupal,  repitiendo casi infinitas veces las mismas experiencias  dentro de cada grupo, a cada paso, a fin de que queden bien asimiladas por el ser que conforma  una parte de ese  alma primaria, que en el comienzo  de su desenvolvimiento, actúa  por el instinto solamente , sin consciencia  alguna  de individualidad, y así  se va poco a poco  concretando en unidades  espirituales individuales e independientes entre sí con mayor consciencia gradualmente  de su individualidad y de su Ser, lo cual supone haber alcanzado el primer  escalón del ser espiritual dentro de la etapa humana, en la que desarrollarán la inteligencia y la moralidad, al tiempo que irán dejando atrás el instinto animal que nos acompaña desde etapas anteriores. En este proceso de perfeccionamiento continuo   que puede suponer, tal vez, cientos de millones de los años de nuestro tiempo físico, finalmente terminaremos alcanzando un grado de perfección  que llega  mucho más allá de la alcanzada por el  Ser humano actual, de modo que el proceso de su evolución lo realizan bajo unas formas materiales mucho más sutiles que la nuestra, e incluso finalmente sin las formas corporales que ya no aportan nada nuevo al Espíritu que en su esencia más pura, es Luz Divina.
            Debemos comprender  que  en lo que concierne  a nuestra  alma o Ser espiritual encarnado, bajo nuestra apariencia física,  todos los seres humanos somos energía individualizada procedente de un mismo origen y  desde nuestra casi infinita pequeñez, todos formamos  parte del Universo y de la Naturaleza, por lo cual todos los seres estamos inmersos en esa misma dinámica evolutiva universal que nos hermana caminando siempre hacia delante a lo largo de los tiempos y de las edades.

               - Jose Luis Martín-

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           CAUSALIDAD Y FINALIDAD ( 1ª)

Manuel Porteiro

Los dos puntos filosóficos sobre los cuales gira la moral dinámica del Espiritismo son, sin disputa, la causalidad y la finalidad, sin los cuales toda conducta carece de verdadero fundamento. La causalidad responde al porqué de las acciones; mientras que la finalidad explica el para qué de las mismas. Si falta uno de estos dos términos, no existen, no pueden existir verdaderas acciones morales; en el primer caso, porque sin antecedente causal, sin causa o serie de causas que influyan en las determinaciones de la voluntad, de acuerdo con el proceso moral de cada individuo, ninguna acción se explica, y en el segundo, porque si a este antecedente causal y sus efectos consiguientes, les falta un poder directriz, selectivo y telético, una dirección, un fin moral perfectible hacia el cual ajustar las acciones con arreglo a principios éticos inherentes a la conciencia de cada individuo, se caería o en el determinismo fatalista o en el fatalismo determinista, es decir, en el materialismo o en la teología. 

   Porque – y conviene dejarlo establecido – el fatalismo teológico no excluye el   
determinismo, antes bien lo supone: pues si las acciones se realizan, en tal supuesto, de acuerdo con la presencia de un Dios que las ha previsto y dispuesto, desde toda eternidad, necesitan para que así resulten, del encarnamiento de las causas que las han de producir sin el cual no se realizarían; y si, por el contrario, se realizan en virtud de un determinismo ciego, sin sujeción a principios morales inherentes al espíritu ni a la dirección finalista que éste les trae de acuerdo con una finalidad de bien y de justicia perfectibles, tal determinismo es fatalista, de un fatalismo más funesto y desgraciado que el primero, por cuanto éste se cumple de acuerdo a una voluntad, a una inteligencia a un propósito, a un fin divino, aunque, en este caso, el hombre no resulte más que un instrumento de la Providencia, que tiene la pretensión de creer que es él quien voluntariamente camina, siendo Dios el que lo arrastra a su oculto destino, según un plan preestablecido. 

    La filosofía espirita es determinista, pero no fatalista, ni en el sentido 
teológico, ni en el materialista. En el primero, porque no admite que las acciones humanas ni las causas que las producen estén fatalmente dispuestas por Dios para la realización de cada fin individual, y porque este fin no es un limite en el cual se cierre la evolución del espíritu ni está fuera del ser, ni es opuesto a su esencia ni a su voluntad, sino que es dinámico, indefinido y libre en la elección de los medios y de las acciones que han de realizarlo; es el ser realizándose a sí mismo en el proceso sin limites de su evolución, superándose en las nociones y en la práctica del bien, de la justicia y del amor, desarrollando las potencias y facultades de su espíritu, elevándose a una mayor comprensión de su personalidad y de la naturaleza por 
medio de la cual se desarrolló. El principio inteligente o causa primera que rige el  destino de los seres y las cosas y al cual por habito de lenguaje llamamos Dios, no está fuera del Universo y de la vida, ni por consiguiente, fuera del hombre, que también es vida e inteligencia y parte integrante del Universo, sino que es el principio mismo de la acción universal en todos los órdenes de la vida, la causa activa, viviente, diversificada en los seres, alma dinámica que todo lo llena y todo lo comprende en su propia esencia, que todo lo determina y enlaza valiéndose para ello de los mismos seres que crea, sin impedir las determinaciones de cada uno, las que, por lo demás no pueden ser impedidas arbitrariamente, porque cada ser es un agente de sus propios designios, una ley que se cumple dentro de la complejidad de las leyes antinómicas que dan existencia al mundo e impulso a la evolución. 

    Obre bien y obre mal, tampoco el hombre puede ir contra los designios de 
Dios, porque, siendo la creación resultante de estos designios, no puede hacer ni siquiera pensar nada arbitrario a ellos; y de ahí que los actos del hombre, como sus mismos pensamientos, sean buenos o sean malos, sean morales o inmorales libres u obligados están siempre dentro de las leyes naturales o, si se prefiere, divinas. 

   Si el hombre fuese capaz de obrar contra todas las leyes de la naturaleza, 
sería un ser sobrenatural, muy superior al mitológico Lucifer, y entraría en conflicto con el mismo Dios, a quien superaría por haber descubierto leyes y realizado actos que no eran posibles dentro de la naturaleza. 

   El hombre, dentro de su relativa inteligencia y sus limitadas facultades, no 
puede sino estar en armonía (en armonía dinámica, entiéndase bien) con la causa creadora que rige los destinos de los seres, y cualesquiera que sean sus determinaciones morales, encajan siempre en la armonía dinámica del Universo. 

Esto podría hacer suponer la justificación de situaciones o sucesos que 
reputamos como malos. Pero téngase en cuenta que estas situaciones y sucesos, en nuestro concepto dínamo-genético de la vida y de la historia, ni son justificables ni son fatales; son el resultado de un proceso en el que entran factores conscientes e inconscientes, voluntarios e involuntarios, resultado que, en los términos opuestos de la armonía social, representan la parte negativa y que lleva, en la parte positiva, los elementos de su propia destrucción; tienen la duración de un ciclo de la evolución social, cuya caída puede producirse’y se produce, en última instancia, por la voluntad y por las fuerzas morales puestas al servicio de un bien y de una justicia mayores. 

   El hecho de que una cosa exista, no significa que haya tenido fatalmente que 
existir, ni que sea justificable por el mero hecho de su existencia. No hay, pues, nada fatal en la evolución moral, según la doctrina espiritista, fundada en el conocimiento del espíritu humano: cada ser realiza sus propios fines dentro de las posibilidades de cada momento de su existencia, actuando en la creación y modificación de las condiciones favorables a su desarrollo e imprimiendo a éste, según el grado de perfeccionamiento alcanzado, la dirección moral y social que conviene a sus fines. 

   Tampoco es fatalista en el sentido materialista; no puede admitir, porque los 
hechos y los razonamientos se oponen a ello, que las acciones y los sucesos humanos estén necesariamente determinados por una causalidad fenomenal y ciega y que la voluntad y la conciencia estén subordinadas a esta causalidad. 

   El materialismo, y hablo del materialismo dialéctico, que es determinista y, en 
el sentido opuesto, fatalista, coloca la causalidad atrás, y por delante el azar. Niega finalidad a la vida y, particularmente a la vida individual. El individuo, como ser biológico, no es más que un mero accidente, una forma pasajera de la materia organizada; como ser psíquico, la resultante del funcionamiento cerebral y de los reflejos exteriores en el cerebro; como ser moral y social, el producto de medio y de la sociedad; sólo le concede deseos y propósitos inmediatos, cuyos resultados anula en el choque o conflicto de los opuestos. El individuo por si mismo no tiene causalidad porque no tiene preexistencia, ni independencia, ni espontaneidad, ni historia propia; es un engranaje del mecanismo social. El proceso de la vida moral individual está determinado por la manera de ser de la sociedad, por su modo de producción, y no por las determinaciones propias y espontáneas del espíritu, de acuerdo con los principios morales inmanentes, desarrollados en el curso de una evolución pretérita y continua. 

   En este determinismo fatalista la causalidad moral ni siquiera tiene valor como 
propulsora del proceso social, para la transformación de la sociedad, puesto que está subordinada al determinismo económico que, en el concepto del materialismo dialéctico, es decisivo. 
“La abolición de clases como otro progreso social cualquiera – dice Engels – se hace 
practicable, no porque haya en las masas la simple convicción de que la existencia de esas clases es contraria a la igualdad, o a la justicia, o a la fraternidad: no por el simple deseo (sic) de destruirlas sino por el advenimiento de nuevas condiciones económicas”. 

   Convendría averiguar si el advenimiento e las nuevas formas económicas se 
produce por sí sólo, es decir, por el solo encadenamiento mecánico (o si se prefiere dinámico) de las formas de producción, sin intervención ni dirección por parte de las ideas y el deseo de igualdad, de justicia y de fraternidad, y en tal caso preguntar a los materialistas la razón lógica de porqué el proceso histórico, económico y social va escalando formas superiores; del estado de salvajismo al régimen de esclavitud, de éste al feudalismo, del feudalismo al régimen capitalista y de éste al socialismo, en una progresión ascendente, siguiendo las aspiraciones humanas de una mayor igualdad, de una mayor justicia y de una mayor fraternidad y ajustándose al deseo de los hombres que, en el curso de la historia y dentro de sus relativos medios y conocimientos y con relación al grado de desarrollo moral y económico de cada época, lucharon por ese ideal. Pero no es aquí el lugar ni el momento de entrar en estas averiguaciones que, por lo demás, no podrían ser contestadas de un modo lógico y razonable sin considerar al ser humano como poseyendo en sí mismo la 
fuerza directriz del desenvolvimiento moral y material de la historia, o, en su defecto, 
considerar a éste como providencial, cayendo en el fatalismo teológico. 

   Mientras el materialismo hace del factor económico la causa determinante de 
las acciones del hombre y pone en la evolución a la causalidad por detrás y el azar por delante, la teología anticipa la causalidad a los hechos y por delante en vez del azar, el destino: pues según se deduce de sus dogmas, Dios, en su presciencia y omnisciencia absolutas, ha previsto y dispuesto las acciones del hombre de tal modo que éste debe cumplirlas fatalmente y llegar también de un modo fatal a su destino, eternamente feliz o desgraciado, después del término de esta existencia. De nada vale que los teólogos apelen al libre albedrío como facultad para determinarse en el sentido del bien o en el sentido del mal, para ganar el Cielo o perderse en el Infierno o que empleen juegos de palabras como este: 
“Las cosas no suceden porque Dios las prevé sino que las prevé porque sucederán”; pues todos los esfuerzos de la metafísica teológica resultan impotentes para conciliar dentro de sus doctrinas el libre albedrío con la presciencia y omnisciencia de Dios. 

   Veamos, por otra parte, que ni el materialismo ni la teología conceden 
finalidad a la evolución ni a las acciones morales del individuo: la Segunda pone el destino donde el primero coloca el azar, y el destino, en rigor, no es finalidad en el sentido teleológico o telético de la evolución. El destino teológicamente considerado es un término, un punto final al progreso, que termina en un lugar donde ya nada hay que hacer ni en el sentido del bien ni en el sentido del mal ni del perfeccionamiento, ni del conocimiento; es la inactividad y, desde este punto de vista, es preferible el azar que, aunque es movimiento ciego, es movimiento. 
    El Espiritismo viene a dar al hombre, a descubrirle, diríamos mejor, su  verdadera finalidad de acuerdo con un concepto científico más elevado de la evolución y viene a conciliar la libertad con la causalidad y con los designios del Principio inteligente que rige las leyes del Universo. El Problema de Dios y de la libertad, condicionada y relativa, encuentra en la filosofía espírita una solución lógica, la única que pueda darse en el estado actual del humano conocimiento. 

La filosofía espírita, fundada en observaciones y en experiencias psicológicas y en una lógica y una dialéctica superiores, nos enseña que el espíritu humano lleva en sí mismo los principios y la ley de su evolución moral, identificados con su esencia y con la esencia del Ser infinito; que, aunque finito y relativo, es infinito en su perfectibilidad, así como Dios es infinito en su perfección, y entre perfectibilidad y perfección no puede haber contradicción esencial, ni arbitrariedad, ni desarmonia. 

   El hombre es relativamente libre dentro de su finitud y de la ley moral, que no 
es ni extraña ni opuesta a su esencia ni a su finalidad de perfeccionamiento sino que, como hemos dicho anteriormente, es el mismo espíritu moviéndose, accionando y reaccionando consciente o inconscientemente, en virtud de una causalidad y de un fin, dentro de determinadas condiciones naturales y sociales y de las leyes y causas concurrentes que rigen la evolución en general. 

   Así como las corrientes del mar no impiden que los peces se muevan en él 
con relativa libertad material, aun siguiendo –quizá sin saberlo-el curso de las aguas, sujetos a las condiciones e influencias del medio en que se desarrollan, a las cuales responden con sus medios de defensa y facultades de natación y traslación; del mismo modo las corrientes de la vida natural y social no impiden al espíritu humano determinarse en el seno de la naturaleza y de la sociedad con relativa libertad moral, respondiendo con sus facultades superiores a las influencias del medio en que actúa y condicionando este medio, natural o social, para la realización de sus fines, sin contradecir, por esto, las leyes de la naturaleza y de la sociedad, y no me refiero solamente a los términos positivos sino también a los términos negativos que complementan las leyes. Pues no hay que olvidar que en el concepto dialéctico del Espiritismo, toda ley natural, humana o divina, supone dos términos; uno positivo y otro negativo, dentro de los cuales se desenvuelve la relativa libertad del hombre. 
    Las causas fenomenales, las influencias y los factores de todo orden que obran en nosotros, sobre nosotros y aun aparentemente en contra de nuestros propósitos más nobles, son la condición necesaria –pero de efectos contingentes-, del desarrollo de nuestra personalidad psíquica y moral; no son ellas la que determinan, las que trazan una dirección al proceso de nuestra vida: ellas son únicamente la materia, el elemento indispensable de nuestras determinaciones; puede considerárselas, a lo sumo, y en un limite también restringido, como causas motrices de la evolución, pero no son ellas las que trazan la dirección al proceso evolutivo individual o social. 

   La verdadera causalidad substancial y directriz radica en el hombre en su 
espíritu, con ella responde a las causas fenomenales y les imprime la dirección que conviene a sus fines o, mejor dicho, se orienta a través de ellas, por que las causas fenomenales son pasajeras, mientras que el espíritu preexiste y subsiste a ellas. 

   En el orden moral como en el orden físico no hay efecto sin causa y los hechos o fenómenos se encadenan en uno como en otro en una causalidad o serie de causas o efectos, de acciones y consecuencias que determinan un proceso cíclico, el cual se encadena a otros y así sucesivamente; pero en el orden moral la causa esencial y determinante es el espíritu y no la causalidad fenomenal que, en el proceso de la evolución, esta subordinada a aquél; mientras que en el orden físico la causalidad es puramente fenomenal, los fenómenos se producen fatalmente en virtud de sus antecedentes causales (cuando no están supeditados a la voluntad de un ser inteligente) sin que preexista ni subsista a ellos una causa esencial y directriz. 

   Tampoco hay causa sin efecto, lo mismo en el orden moral que en el orden 
físico; pero en el primero, a diferencia de los fenómenos físicos, la causa obra sobre un ser consciente, inteligente y volitivo que puede exteriorizarla en acto o no, y los efectos están sujetos a contingencias: una misma causa puede tener consecuencias distintas, porque las determinaciones dependen de la voluntad de un ser activo característico y no del antecedente causal, que sólo tiene razón suficiente para provocar un efecto, pero la calidad del efecto, el carácter de la resolución, la dirección de la conducta y la consecuencia moral no dependen de él. No obstante el efecto se produce y la consecuencia subsiste, pero no es unilateral como sucede con los efectos físicos que, según el principio de las leyes (que no debe confundirse con el principio de causalidad) exige que las mismas causas produzcan siempre los mismos efectos. 
 ( continúa y finaliza en la siguiente publicación)

         
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