Saluda el día que amanece con alegría de vivir aureolada por la gratitud a Dios.
Cada nuevo día es bendecida oportunidad de crecimiento espiritual y de iluminación interior.
Atravesar el rio de los problemas de una para otro margen, donde se encuentran las hermosas actividades de engrandecimiento moral, es la tarea inteligente de la persona que anhela por la conquista de la felicidad.
Cuando se abre la mente y el corazón a la alegría, es posible descubrirla en todas partes, bastando mirar la Vida, y verla jubilosa…
Cuando se adquiere la conciencia de la responsabilidad, de inmediato se siente que se es libre, más esa libertad es siempre conquistada por la acción que se convierte en bendición de amor.
Solamente a través del amor perfecto es que el ser humano puede considerarse realmente libre de todas las ataduras, aun mismo que esa adquisición sea lograda, de alguna forma, a través del sufrimiento.
El sufrimiento hace mal, sin embargo, no es un mal, porque ofrece los recursos valiosos para la adquisición del bien permanente.
Es porque el trabajo de cualquier naturaleza debe ser realizado con el sentimiento de amor, lo que equivale a una postura de libertad en acción.
Cuando el amor no está presente en el sentimiento, la alegría no florece, porque permanece ensombrecida por las dudas y sospechas, por cuanto solamente a través del amor es que se adquiere la perfección, cara a los mecanismos de acción que ofrece.
Existen personas que afirman no poder amar porque no comprenden a su prójimo, teniendo dificultad en aceptarlo conforme es. La cuestión, no en tanto, es más sutil, y debe ser formulada en los siguientes términos porque no ama, se torna difícil comprender, en razón de los caprichos egoístas que dificultan la bondad en relación a los otros.
Cuando el amor se instala, la alegría de vivir resplandece como resultado de la propia alegría de ser consciente.
La alegría no es encontrada en mercados o farmacias, más si en los recónditos del corazón que siente y ama, favoreciendo el surgimiento como un continuo amanecer.
Basta que se le ausculte la intimidad, y verla triunfante en la noche de las preocupaciones.
En realidad, vivir con alegría no impide la presencia de los sufrimientos que hacen parte del proceso de la evolución. Por el contrario, es exactamente por ser comprendidos como indispensables que proporcionan satisfacción i bienestar.
Siempre que sea posible expresa tu alegría de vivir.
Los sentimientos cultivados se transforman en estímulos para las acciones que se materializaran más tarde.
Si permites que la tristeza se torne compañera frecuente de tus emociones, la melancolía en breve estará instalada en tus sentimientos, retirando la belleza de la existencia.
Si te apoyas en la queja contumaz, la tuya será una conducta amargada, haciéndote indispuesto y desagradable.
Si optas por el cultivo de ideales ennoblecedores de cualquier naturaleza, el entusiasmo por su preservación hará de tus días en un continuo encantamiento.
Si tienes el hábito de encontrar siempre lo mejor, casi invisible o imperceptible, en los acontecimientos menos felices, disfrutarás de esperanza y de júbilos permanentes.
La existencia física no es un viaje meticuloso al país de la fantasía, más si una experiencia de evolución señalada por procesos de rehacimiento unos y otros de conquistas inevitables, que generan sufrimiento porque tiene la finalidad de desbastar los duros metales de la ignorancia y calentar el primarismo del invierno…
Es natural, pues, que el dolor sea compañero del viajante carnal.
Cuando joven, todo son expectativas, ansiedades, incertezas…
Cuando en la edad madura, la cosecha de reflejos de la juventud propicia, casi siempre, insatisfacciones y desencantos.
Cuando en la vejez, cara al desgaste, el aborrecimiento por la pérdida de la agilidad, de la memoria, de la audición, de la visión, de la facilidad que era habitual, se manifiesta…
Siempre habrá motivo para la reclamación, porque cada día tienen su propia cuota de aflicción, que debe ser aceptada con buen humor y naturalidad.
Con la alegría de vivir instalada en el interior, siempre habrá una forma de encarar los acontecimientos, concediéndole validez y retirando de él la mejor parte, como afirmó Jesús, aquella que no le será quitada, porque representa conquista inalienable para la mente y para el corazón.
Adáptate de ese modo, a los acontecimientos existenciales, alegrándote por estar en el cuerpo, gozando de la oportunidad de corregir equívocos, de realizar nuevos intentos, de mantener convivencias saludables, de enriquecimiento incesante…
La vida con alegría es, en sí misma, un himno de alabanza a Dios.
No te permitas, por tanto, la convivencia emocional con las manifestaciones negativas del camino por donde transitas.
Observa los márgenes de tu camino y riégalas, aun mismo que sea con sudor y lágrimas, a fin de que las simientes del Divino Amor que se encuentran en ellas sepultadas, germinen y se transformen en las flores que adornaran tu marcha ascensional.
Libérate, aun mismo que te sea exigido un gran esfuerzo, de las herencias primarias, hijas de la agresividad, del inconformismo, de los impositivos egoístas que te eligen como especial en el mundo, y considera que formas parte de la gran familia terrestre, sujeto como todos los demás a las injunciones de los mecanismos de la evolución.
Alguien que cultiva la alegría de vivir ya posee un tesoro. Espárcelo donde te encuentres y ofrécelo a quien se te acerque, tornando más bello el día a día de todos los seres con el sol de tu jubilo.
Si ya encontraste a Jesús, mejor razón tienes para la alegría, porque en la Luz del mundo, ninguna sombra te amenaza.
Serás, a lo largo de las vacación carnal, lo que te hagas a cada instante, conforme eres, resultado de lo que hiciste.
Alégrate con la vida que disfrutas y agradece siempre a Dios la gloria de saber y de amar para actuar con acierto.
Traducido por M. C. R
Por el Espíritu Joanna de Angelis – Pagina psicografiado por el médium Divaldo Pereira Franco, en la mañana del 29 de mayo del 2009, en Zuriqués, Suiza.
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Texto de la Redacción del Momento Espírita, con base al discurso de
Martin Luther King Júnior: Cuando me muera.
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