viernes, 30 de enero de 2015

El valor de la riqueza

Dios, ¿hace milagros?

. En cuanto a los milagros propiamente dichos, sin duda Dios puede hacerlos, visto que nada es imposible para Él. Pero ¿los hace? En otras palabras, ¿deroga las leyes que Él mismo ha establecido?
No le incumbe al hombre prejuzgar los actos de la Divinidad ni subordinarlos a la debilidad de su entendimiento. No obstante, en lo atinente a las cosas divinas, utilizamos como criterio los atributos mismos de Dios. Al poder soberano Él une la soberana sabiduría,razón por la cual debemos concluir que no hace nada inútil.*
Entonces, ¿por qué haría milagros? Se dice que los hace para dar testimonio de su poder. Pero el poder de Dios, ¿no se manifiesta de una manera mucho más elocuente a través del conjunto grandioso de las obras de la Creación, por la sabia previsión que preside desde lo más gigantesco hasta lo más insignificante, y por la armonía
de las leyes que rigen el universo, antes que por algunas pequeñas y pueriles derogaciones que los prestidigitadores saben imitar? ¿Qué se diría de un ingeniero mecánico que, para dar muestra de su habilidad,
desmontara un reloj construido por sus propias manos, obra maestra de la ciencia, a fin de mostrar que puede deshacer lo que ha hecho? Por el contrario, ¿su saber no se destaca mucho más mediante la regularidad y la precisión del funcionamiento de su obra?
La cuestión de los milagros propiamente dichos no incumbe, pues, al espiritismo. Con todo, si se considera que Dios no hace nada inútilmente, la doctrina espírita emite la siguiente opinión:
Dado que los milagros no son necesarios para la glorificación de Dios, nada en el universo sucede fuera del ámbito de las leyes generales.
Dios no hace milagros, porque como sus leyes son perfectas, no necesita derogarlas. Si hay hechos que no comprendemos, eso se debe a que aún nos faltan los conocimientos necesarios.
EL GÉNESIS
ALLAN KARDEC

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   EL VALOR DE LA RIQUEZA

Existen libros y libros, orientando los diversos servicios, indispensables a la administración de la moneda que surge, en todas las regiones del mundo, como símbolo de poder adquisitivo, entretanto, esta charla se refiere únicamente a esclarecer la aplicación de los recursos financieros, en el cambio del amor al prójimo.
La riqueza es el estado mental que nos lleva a tener lo que anhelamos y a saber que nuestra vida está llena de aquello que soñamos.
Con el fin de llevar una vida digna cada generación aplica un esfuerzo extra para dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron en el pasado o lo que el mercado materialista les va imponiendo como una forma de negociar afectos por dinero. Esto conlleva a que las personas trabajen olvidando porque lo hacen, se olviden de sí mismas y de lo que realmente es importante.
En el mundo existe los avaros de la inteligencia, que se ocultan en las floridas trincheras de la inercia; los provistos de la salud que desamparan a los afligidos y a los enfermos; los privilegiados de la alegría que cierran la puerta a los tristes, aislándose en el oasis del placer; los felices de la fe que procuran la soledad, con el pretexto de preservarse contra el pecado; los exponentes de la juventud que menos precian la vejez; los favorecidos de la familia terrestre, que olvidan los andarines de la penuria que vagan sin hogar.

Todos esos ricos de la experiencia común contraen pesados débitos con la humanidad.
Recordemos que el Tesoro Real de la vida está en nuestro corazón.
Trabajamos demasiado para obtener algo y cuando lo logramos seguimos trabajando arduamente para obtener más. Pero la cuestión es ¿cuánto será suficiente para vivir con la tranquilidad y el nivel de vida que cualquiera aspira? ¿Cuánto será suficiente para tomarse un respiro? ¿Vale la pena trabajar para acumular riquezas negándoles tiempo a nuestros seres queridos y excusándonos con que no les falte nada? El término “nada” puede aplicarse a cosas o afectos personales.
El autentico valor de la riqueza será dado por los fines para los cuales sea empleada esta. Procederá de la genuina intención de poner un talento al servicio de los demás, reconociendo que las personas que la poseen indudablemente tienen un tipo de personalidad y habilidades que les permite generarla y administrarla con mayor facilidad que el resto de la gente. No enfoquemos demasiado nuestra atención en posesiones materiales, ya que eso deja de ser relevante cuando comprendemos que lo verdaderamente importante es lo que somos por dentro y no lo que llevamos puesto por fuera. Lo valioso e importante es aquello que compartimos con quienes caminamos en esta vida. Al final de ese camino todo se resumirá en aprendizaje y solo cargaremos el equipaje sutil de nuestro espíritu.
Quien no puede donar algo de sí mismo, en la buena voluntad, en la sonrisa fraterna o en la palabra sincera de bondad, en balde extenderá las manos repletas de oro, porque solo el amor abre las puertas de la plenitud espiritual y siembra en la Tierra la luz de la verdadera caridad, que extingue el mal y disipa las tinieblas.
Habitualmente, atraemos la riqueza y suponemos detenerla para siempre, adornándonos con las facilidades que el oro proporciona… un día, sin embargo, en las fronteras de la muerte, somos despojados de todas las posesiones exteriores y si algo nos queda será simplemente la plantación de las migajas de amor que hemos distribuido, valoradas en nuestro nombre por la alegría, aun mismo que sean precarias y momentáneas, de aquellos que nos hicieron la bondad de recibirlas.
Cuando traspasamos el horizonte y volvemos al otro lado de la vida, todo el bagaje de aquello que no necesitamos nos es confiscado, entretanto, las Leyes Divinas determinan que recojamos, con gran alegría, todo lo que dimos de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que sabemos y de lo que tenemos, en socorro a los otros, transfigurándonos las concesiones en valores eternos del alma, que nos aseguraran amplios recursos adquisitivos en el Plano Espiritual.
En las horas de peligro, todas las distinciones sociales, los títulos y las ventajas de la fortuna se miden en su justo valor. Todos somos iguales ante el peligro, el sufrimiento y la muerte. Todos los hombres, desde el más encumbrado hasta el más miserable, están hechos con la misma arcilla. Revestidos de harapos o de suntuosos trajes, sus cuerpos son animados por Espíritus del mismo origen, y todos volverán a encontrarse confundidos en la vida futura. Solo su valor moral los distinguirá. El más grande en la Tierra puede convertirse en uno de los últimos del espacio, y el mendigo puede vestir un traje resplandeciente. No tengamos la vanidad de los favores y de las ventajas pasajeras. Nadie sabe lo que no reserva el mañana.
Si Jesús prometió a los humildes y a los pequeños la entrada en el reino celestial, es porque la riqueza y el poder engendran con demasiada frecuencia la soberbia, , en tanto que una vida laboriosa y oscura es el elemento más seguro del progreso moral. En la realización de su tarea diaria, las tentaciones, los deseos y los apetitos mal sanos asedian menos al trabajador; puede entregarse a la meditación y a desarrollar su conciencia; el hombre de mundo, por el contrario, es absorbido por las ocupaciones  frívolas, por la especulación o por el placer.
La riqueza nos liga a la Tierra con lazos tan numerosos y tan íntimos, que rara vez consigue la muerte romperlos y liberarnos de ellos. De aquí las angustias del rico en las vidas futuras. Sin embargo, fácil es comprender que nada es nuestro en este planeta. Los bienes a los cuales nos consagramos a toda costa no nos pertenecen más que en apariencia. Muchos han creído poseerlos, y todos más tarde o más temprano los abandonan. Nuestro cuerpo mismo es un préstamo de la Naturaleza, y ella sabe muy bien recobrarlo cuando le conviene. Nuestras únicas adquisiciones duraderas son de orden intelectual y moral.
Delante de la exuberante tierra, paraíso donde Dios nos ha colocado, existen infinidad de posibilidades de progreso y de engrandecimiento de valores, pero el hombre se manifiesta la mayoría de las veces con mezquindad y avaricia, creyendo que solo la posesión efímera, le garantizará la perennidad de la vida y la seguridad existencial.
Dice un dicho que “allí donde está tu corazón, se encuentra tu tesoro” por ignorancia el hombre no sabe ver la variedad de recursos que existen a su alrededor y le servirán para la preservación de la vida.
Del amor a los bienes materiales nace la envidia. El que lleva en si este vicio puede despedirse de todo reposo y de toda paz. Los éxitos la opulencia del prójimo despiertan en él ardientes codicias y una fiebre de posesión que le consumen.
La riqueza no es, sin embargo, un mal en sí misma. Es buena o mala, según el empleo que se hace de ella. Lo importante es que no inspire soberbia ni dureza de corazón. Es preciso que seamos dueños de nuestra fortuna y no sus esclavos; es sensato que nos mostremos superiores a ella, desinteresados y generosos. En estas condiciones, la prueba peligrosa de la riqueza se hace más fácil de soportar. No ablanda los caracteres, no despierta esa sensualidad casi inseparable del bienestar.
Es una fuerza, as central afincada en el ego, que es la responsable por los conflictos sociales y económicos, políticos y psicológicos, que le arrastran a muchos a la desesperación, esclavizando los sentimientos y las aspiraciones, por la posesión, que se expande en el área de la afectividad como herencia patriarcal de que todo cuanto se encuentra a su alrededor es de su propiedad. En ese sentido, la familia, los amigos, los objetos son siempre suyos, sin que, a su vez, se permita donar a los otros.
La prosperidad es peligrosa por las tentaciones que da, por la fascinación que ejerce sobre los Espíritus. Puede, sin embargo, ser la fuente de un gran bien cuando se dispone de ella con prudencia y mesura. Con la riqueza se puede contribuir al progreso intelectual de los hombres, al mejoramiento de las sociedades, creando instituciones benéficas o escuelas, haciendo participar a los desheredados de los descubrimientos de la ciencia y de las revelaciones de la belleza. Pero, sobre todo, la riqueza debe orientarse hacia aquellos que luchan contra la necesidad, en forma de trabajo y de socorro.

Jesús cuando un hombre se le acerco para pedirle que recomendase a su hermano que dividiese la herencia con él, que era motivo de litigio entre los dos, el Maestro le respondió, interrogando. ¡Hombre! ¿Quién me designó para juzgaros o para hacer vuestras particiones? Y enseguida a continuación, y tras una breve reflexión, agregó: Tened cuidado de preservaros de toda avaricia, por cuanto, sea cual fuere la abundancia en la que el hombre se encuentre, su vida no depende de los bienes que posee.
Para que esa lección se tornarse inolvidable, narró entonces la parábola del rico que era dueño de tierras, quien cuidaba de ampliar la fortuna hasta el exceso, y cuando no tenía ya más donde almacenar los bienes, se propuso dormir y gozar, y disfrutar de todo lo que le pertenecía, olvidado de que en aquella noche el Señor de la Vida tomaría su alma.
Jesús jamás vino para juzgar y condenar, dividir y justificar. Eso significaría destruir el sentido profundo de Su mensaje, tornándolo trágico en Su construcción de Amor. El no era juez, no imponía la ley, la vivía y la sufría, enseñando sumisión a los códigos, aun cuando eran injustos, con el fin de estimular a cada ser a ascender a los niveles superiores del pensamiento y de la conciencia, liberándose de cualquier permanencia de egoísmo, o en la inferioridad existente en los peldaños inferiores de la transitoriedad carnal.
Consagrar los recuerdos a la satisfacción exclusiva de la vanidad y de los sentidos, es perder la existencia y crearse penosas dificultades. el rico deberá dar cuenta del depósito que se ha puesto en sus manos para bien de todos.
La cuestión de la riqueza asumió en la Buena Nueva una postura relevante, porque verdaderamente los ricos no son los poseedores de cosas y volúmenes de la ambición, sino aquellos que se convirtieron en pobres del espíritu de avaricia, de pasiones inferiores, de angustias, enriqueciéndose en el reino de los Cielos que se inicia en la Tierra, con los dones de la renuncia, de la abnegación, del amor que se engrandece hasta alcanzar la postura de la caridad.
Esa es la búsqueda ininterrumpida a la que se debe entregar el ser humano, es el desafío psicológico del auto encuentro, del descubrimiento de la realidad espiritual, del sentido profundo de la existencia más allá del campo de las formas objetivas y sensuales.
 La misión inteligente del ser humano en la Tierra, es la de promover el progreso propio así como el general, y ahí reside el fin providencial de la riqueza, que estimula la creatividad con fines nobles y la dignificación espiritual, mediante la ampliación del pensamiento que se despoja de las corazas del mito pararealizar obras a favor de su crecimiento emocional y moral.
A través de la postura del amor surge la comprensión de cómo aplicar la riqueza, multiplicándola en obras que favorezcan a todos los seres con oportunidades de desarrollo de los valores internos, alterando los paisajes íntimos por medio de las conquistas que le son presentadas.
Hay que vivir el presente, como presente, en un constante servicio de construcción interior, es el deber que cabe a los poseedores de riquezas, que las tornaran bienaventuradas por la cooperación que expande en derredor de sus recursos.
Los bienes más importantes que los acumulados en las arcas y en los bancos, son los bienes de carácter emocional y espiritual, social y moral: la inteligencia que sabe administrar la existencia corporal; la memoria que se encarga de archivar las experiencias, las tendencia hacia el bien, lo bueno, lo bello, lo eterno; los sentimientos del deber que nacen de la conciencia que actúa en consonancia con las soberanas Leyes de la Vida.
Estos tesoros, sin duda alguna, son más preciosos que los materiales, ya que se pueden transformar en valiosos emprendimientos salvadores de vidas, como la instrucción, la educación, la liberación de los vicios en razón del amparo en el campo de la salud y del trabajo, propiciando felicidad en todas partes.
La fortuna, sea como sea que se manifieste, es una alta responsabilidad, que el que la posee tendrá que rendir cuentas, inicialmente a si mismo, por la incitación de la conciencia responsable y cuando despierta e impone la culpa por el mal empleo, y delante de la Conciencia Cósmica, de la cual nadie se evade por presunción, capricho o infantilidad emocional…
En la pobreza y en la riqueza el ser adquiere experiencias valiosas que constituyen su patrimonio de crecimiento en el rumbo Infinito, en la marcha inexorable por la búsqueda de Dios, ampliando la capacidad de servir y amar, porque nadie está libre, de que a la noche, suene la voz que le dirá: ¡Que insensato! Esta misma noche tomaran tu alma… ¿Y qué sentido tendrá todo cuanto fue almacenado, si no fue aplicado con elevación y sabiduría.
Francisco de Asís, Miguel Ángel, Vicente de Paul y tantos nobles Espíritus que vivieron en este mundo, sabían que el trabajo, las privaciones y el sufrimiento desarrollan las fuerzas viriles del alma, en tanto que la prosperidad las aminora. En el desprendimiento de las cosas humanas, unos encontraron la santificación y otros el poder que proporciona el genio.
La pobreza nos enseña a compadecernos de los males de los demás, haciéndonos conocerlos mejor; nos une a todos los que sufren; da valor a mil cosas hacia las cuales son indiferentes los dichosos. Los que no han conocido sus lecciones ignoran uno de los aspectos más conmovedores de la vida.

No envidiemos a los ricos, cuyo esplendor aparente oculta tantas miserias morales. No olvidemos que bajo el cilicio de la pobreza se esconden las virtudes más sublimes, la abnegación y el espíritu de sacrificio.
No deben, consiguientemente, rechazarse las riquezas que pueden ser de provecho a nuestro prójimo. Se llaman efectivamente posesiones porque se poseen, y bienes o utilidades porque con ellas puede hacerse bien y para utilidad de los hombres han sido ordenados por Dios. Son cosas que están ahí y se destinan, como materia o instrumento, para uso bueno en manos de quienes saben lo que es un instrumento. Si del instrumento se usa con arte, es beneficioso; si el que lo maneja carece de arte, la torpeza pasa al instrumento, si bien éste no tiene culpa alguna.
Instrumento así es también la riqueza. Si se usa justamente, se pone al servicio de la justicia. Si se hace uso injusto, se la pone al servicio de la injusticia. Por su naturaleza está destinada a servir, no a mandar. No hay, pues, que acusarla de lo que de suyo no tiene, al no ser buena ni mala. La riqueza no tiene culpa. A quien hay que acusar es al que tiene facultad de usar bien o mal de ella, por la elección que hace; y esto compete a la mente y juicio del hombre, que es en sí mismo libre y puede, a su arbitrio, manejar lo que se le da para su uso. De suerte que lo que hay que destruir no son las riquezas, sino las desordenadas pasiones del alma que no permiten hacer mejor uso de ellas. De este modo, convertido el hombre en bueno y noble, puede hacer de las riquezas uso bueno y generoso.
Reflexionemos en los talentos divinos que nos bendicen en todas las esferas de la existencia y, deseando la felicidad y la victoria, a todos los amigos que se mueven, en el mundo, bajo el peso de la fortuna transitoria, con difíciles problemas a resolver, anotemos con imparcialidad como empleamos, día a día, los créditos del tiempo y los tesoros de la vida, para que vengamos a saber con seguridad lo que estamos haciendo realmente de nosotros.
Consideremos los talentos imperecibles que ya retenemos en la intimidad de la propia alma y recordemos que transportamos en el corazón y en las manos los recursos inefables para extender, infinitamente, los tesoros de trabajo y las riquezas del amor.
Solamente el trabajo sentido y vivido es capaz de generar la verdadera fortuna y acrecentarla infinitamente, y, por eso, amando la tarea que el Señor nos confió por más inquietante o sencilla que sea, valgámonos del tiempo para enriquecernos hoy de luz y amor, comprensión y merecimiento, a fin de que el tiempo no nos encuentre mañana con el corazón fatigado y las manos vacías.
Derrama el tesoro del amor que el Padre Celestial te situó en el corazón, a través de bendiciones de fraternidad y simpatía, bondad y esperanza para con los semejantes, y en cualquier grupo social en el cual te veas, serás, invariablemente, la criatura  realmente feliz, bajo las bendiciones de la Tierra y de los Cielos.


Trabajo realizado por Mercedes Cruz Reyes, extraído del libro Jesús y el Evangelio de Divaldo Pereira Franco Y DEL LIBRO: DESPUÉS DE LA MUERTE DE “LEÓN DENIS

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FENÓMENOS DEL  ARREPENTIMIENTO 
CARA DE LA CULPA Y DE LA EXPIACIÓN

TE DE “LEÓNPara el diccionarista Aurelio Buarque de Holanda Ferreira “arrepentimiento” es una insatisfacción causada por la violación de la ley o de la conducta moral, y que resulta en la libre aceptación  del castigo y en la disposición de evitar futuras violaciones,(1) Esa es la definición de la ética, y se refiere  más particularmente a la ley y ala moral humana. En ese aspecto religioso se define  por la intensificación de los matices de remordimiento que se instala en la conciencia por causa del error cometido y que puede impulsar al deseo del cambio de comportamiento y al deseo de penitenciarse. (2) 

Por la invigilancia precipitamos en los síndromes de la culpa [considerada aquí como una falta voluntaria  a una obligación,  o a un principio ético] irrumpiendo de súbito el remordimiento pintado de múltiples aspectos, imponiendo manchas de sombra a l tesitura sutil del periespíritu. Este estado de contrición, incesantemente potencializado por el latir de las reminiscencias denigrantes, se consubstancia en un vértice mental, intoxicándonos  poco a poco, esparciendo a nuestro alrededor un hilo contaminado por la desarmonia intima, corrompiendo, no raro, la psicoesfera espiritual de quien  comparte nuestra compañía. Este fenómeno psíquico  se constituye del martirio  de la conciencia y, por esa razón, densas y sombrías fuerzas de angustia se insinúan.

Diversas personas moderadas, muchas veces, por invigilancia, se tornan victimas casi inermes del pensamiento impetuoso, tornándolos más acicateados en la conciencia de lo que los imprudentes. Muchas veces bajo el guante  de la excitación momentánea, que caracteriza a la impulsividad, dejándose abatir por inconsolable arrepentimiento, dando paso a un angustioso impacto de inquietud de conciencia ante la condición tardía para deshacer el equivoco consumado.

Es importante también que sepamos que después de cometer un error conscientemente, este puede propagar en nosotros la posibilidad rehabilitación por la cual no debemos entregarnos apáticos al desaliento o remordimiento anestesiantes. Por todos los motivos posibles precisamos acautelarnos contra las actitudes intempestivas. Huyamos de los propósitos inferiores bajo pena de más tarde inevitablemente ser consumidos por aflictiva sensación de constricción psíquica.

Ayudémonos en cuanto a la dirección de los propios pasos, de manera a que evitemos la ceguedad de la aflicción bajo el acicate del pesar profundo que permanecerá en nosotros, advirtiendo sobre el mal practicado. Urge, de ese modo, la búsqueda del auto perdón, de la auto aceptación, de la autoestimulo por el esfuerzo de reequilibrio espiritual, a fin de minimizar los reparos de los daños causados.

Los reveses de la vida física pueden significar penitencias de los equívocos del pasado y, al mismo tiempo, experiencias  de probación presentes, delineando el porvenir. De ese modo, se desprende que de la dimensión de tales desventuras se pueda inferir cual género fue la jornada  reencarnada anterior. Frecuentemente es eso posible, pues cada uno es corregido en aquello que erró. Todavía, no hay como interpretar de hay una regla general. Las tendencias y fuertes inclinaciones instintivas constituyen indicio más seguro, puesto que los testimonios por los que pasa el Espíritu lo son, tanto por lo que trae del pasado, como por lo que le toca en el futuro.

En consonancia a las lecciones kardecianas, la duración de la expiación, para cualquier trasgresión, es indeterminada y esta subyugada al arrepentimiento del culpable con el consiguiente retorno al bien. La punición permanece de acuerdo con la obstinación en el mal, y seria ilimitado si la obstinación fuese permanente; y de rápida duración si el arrepentimiento surge inmediatamente. Ante eso, es como la conciencia nunca duerme, somos obligados a ser jueces de la propia suerte, pudiendo abreviar el suplicio o prolongarlo indefinidamente. Nuestra felicidad, o infelicidad depende  de la voluntad en hacer el bien. Y, en ese sentido, la sumisión paciente a los sufrimientos de la vida es actitud de alto relevo para la consumación de la extirpación del debito contraído.

Nunca será redundante repetirse que, así como pensamos y hacemos, edificamos la existencia, viviéndola de conformidad con el comportamiento elegido. Soportar el dolor  de la culpa es aprovecharla para meditar, para orar, para aproximarse a Dios es la expresión de sabiduría, hasta porque Jesús nunca nos abandona, y espera de nosotros la actitud más austera y sincera. Sufriendo la punición, que suplanta el orgullo, el egoísmo podemos tener la certeza de estar  escalando grados superiores en la escala del crecimiento espiritual.(4)

Acordemonos, en suma, de la enseñanza del Maestro, “vigilando y orando, para no sucumbir a las tentaciones, una vez que más vale llorar bajo los aguijones de la resistencia que sonreír bajo los narcóticos de la caída”.(5) Arrastremos, pues, el tormento del remordimiento, de la conciencia culpable, con valentía, resignación y sobretodo comprometidos con la reforma intima. ¿Es tarea fácil?... ¡No! ¿Es difícil?... ¡Bastante! Uno de los grandes desafíos para nosotros.  Más es justamente en el momento de acérrimas expiaciones que demostremos al Señor de la Vida la expresión del avance moral bajo el inflijo de la resignación que nos conducirá a la placidez de la conciencia rectificada. 

Jorge Hessen
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