miércoles, 29 de julio de 2015

¿ Estamos solos ?


     
                 ENFERMEDAD


Nadie podrá decir que toda enfermedad, a rigor, esté vinculada a los procesos de elaboración de la vida mental, más todos podemos garantizar que los procesos de elaboración de la vida mental guardan positiva influenciación sobre todas las dolencias.

Hay molestias que tienen, sin duda, la función preponderante en los servicios de purificación del espíritu, surgiendo con la criatura en la cuna o siguiéndola, por años después de ella, en dirección al túmulo.

Las inhibiciones agradables, las mutilaciones imprevistas y las enfermedades difícilmente curables se catalogan, indiscutiblemente, en la tabla de pruebas necesarias, como ciertos medicamentos imprescindibles figuran en la ficha de socorro al enfermo; con todo, los síntomas patológicos en la experiencia común, en la mayoría abrumadores, provienen de los reflejos infelices de la mente sobre el vehículo de nuestras manifestaciones operando desajustes en los implementos que lo componen.

Toda emoción violenta sobre el cuerpo es semejante a un fuerte martillazo sobre el engranaje de maquina sensible, y toda aflicción mimada es como carruaje destructor, perjudicándole el funcionamiento.

La medicina sabe hoy que toda tensión mental acarrea disturbios de importancia en el cuerpo físico.

Establecido el conflicto espiritual, casi siempre las glándulas salivares paralizan sus secreciones y el estomago, entrando en espasmo, se niega a la producción de acido clorhídrica, provocando perturbaciones digestivas expresándose en la llamada colitis mucosa. Atendiendo ese fenómeno primario que, muchas veces, ábrela puerta a temibles calamidades orgánicas, los des ajustamientos gastrointestinales repetidos acaban arruinando los procesos de la nutrición que interesan al estimulo nervioso, determinando variados síntomas desde la más leve irritación de la membrana gástrica hasta la locura de abordaje complejo.

El pensamiento sombrío adolece el cuerpo sano y agrava los males del cuerpo enfermo.

Si no es aconsejable envenenar el aparato fisiológico por la ingestión de substancias que lo aprisionen al vicio, es imperioso evitar los desarreglos del alma que le imponen desequilibrios degradantes como son aquellos fundados por las decepciones y problemas que adoptamos por flagelo constante del campo íntimo.

Cultivar remilgos y disgustos, irritación y amargura es lo mismo que sembrar espinos magnéticos y en el suelo emotivo de nuestra existencia, es intoxicar, por cuenta propia, la tesitura de la vestimenta corpórea, estragando los centros de nuestra profunda vida y arrasando, consecuentemente, sangre y nervios, glándulas y vísceras del cuerpo que la Divina Providencia nos concede entre los hombres, con vistas al desenvolvimiento de nuestras facultades para la Vida Eterna.

Guardemos, así, comprensión y paciencia, bondad infatigable y tolerancia constructiva en todos los pasos de la senda, porque solamente al precio de nuestra incesante renovación mental para el bien, con el apoyo del estudio noble y del servicio constante, es que superaremos el dominio de la enfermedad, aprovechando los dones del Señor y evitando los reflejos letales que se hacen acompañar del suicidio indirecto.

Por el Espíritu Emmanuel – Del Libro: Pensamiento y Vida, Médium: Chico Xavier)

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  ¿ Estamos solos?

Hace unos años llegó al cine una película llamada "Truman Show", la película se puede resumir como algo asi: se trata de un hombre -Truman, interpretado por Jim Carrey- que vive una feliz vida en un feliz pueblito ubicado en una feliz isla. Todo va bien, hasta que comienza a descubrir una serie de peculiares hechos que le hacen percatarse de que toda su hermosa realidad no es más que un estudio de televisión en el cual su vida es transmitida las 24 horas de los 365 días del año a todo el mundo. Es decir, su vida es un show de tv, un "reality show" o como quieran llamarlo.

Si trasladamos esos hechos a nuestra vida diaria nos daremos cuenta de que en cierta forma, también estamos expuestos las 24 horas los 365 días del año... ante quienes? Ante el mundo espiritual. No podemos olvidar que de este mundo nadie puede esconderse. Y de Dios nadie se escapa, a su vista está TODO, lo bueno que no queremos que se sepa y lo malo que no queremos que se sepa.... También los pensamientos que incluso a nosotros mismos puede afectarnos para Dios nada hay oculto. Y con esos pensamientos atraemos a seres afines a lo que estamos actuando o pensando. 

Cuando aún no nos percatamos de esta perfecta realidad, no nos damos cuenta de la influencia que ese mundo espiritual tiene en nosotros tanto para bien como los que de alguna forma gustan de afectarnos y nos soplan ideas o dudas que nos hacen sufrir o variar nuestras actitudes para afectarnos, como lo harían por ejemplo los obsesores.

Si hay algo que hay que tener en cuenta es que el entorno en que nos movemos no está abandonado, aunque físicamente nos veamos solos podemos tener a nuestro alrededor hermanos tanto hermanos de luz como hermanos con intenciones no muy sanas y de nosotros depende dejarnos o no influenciar por ellos. Estamos expuestos hermanos aunque por momentos no queramos admitirlo, el mundo espiritual nos conoce, es innegable, ellos ven lo que los ojos materiales no ven, aunque tenemos siempre la ayuda y protección de nuestros guías. Saben nuestros pasos, nuestros sufrimientos, nuestras actitudes, nuestros verdaderos deseos e intenciones... nuestros Pensamientos!.... si, hasta eso. Tengamos presentes a la hora de actuar que no estamos solos, y que si nuestro pensamiento, y ser están con el bien, nada tiene por que preocuparnos, pero si nos inclinamos hacia los desordenes en los vicios, hacia los pensamientos de orgullo, envida, odio, venganza... atraemos a los que se nos asemejen y se nos hará más difícil liberarnos de semejante atadura. Ya que los semejantes se atraen también en lo espiritual.

Pidamos a nuestro Padre que nos ayude a discernir las buenas inclinaciones y a seguirlas por nuestro bien y el de los que nos rodean, por nuestro progreso y puede que también el de los que nos rodean, aunque no los veamos. 

Claribel Díaz


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Lo que ha de ser el espiritista ante Dios 

Cuando el hombre, proceda del campo que proceda, sea religioso, ateo, filosófico, etc., entra en el Espiritismo, se le desarrolla un campo tan grande de investigaciones, que, de momento, no se da cuenta de tanta grandeza. A medida que va ensanchando sus estudios y sus experimentos, más grande es la perspectiva de lo que antes desconocía, y en todo ve la grandeza de Dios. Tanto es así, que se queda el ser maravillado ante tanta justicia, amor, belleza y poder. Entonces ve lo que significa su individualidad en esta creación; comprende su vida eterna, a lo menos en un principio; sabe que no se halla aquí por casualidad, que no es un ser venido a la tierra sin plan ni concierto, sino que su existencia está unida al concierto universal de la creación y que nunca será abandonado, sino que está sujeto a una ley que alcanza a todos y que, como los demás seres de la humanidad, alcanzará con sus esfuerzos, más o menos tarde, su felicidad, su belleza, su sabiduría; sabe que puede retardar su progreso más o menos, pero que al fin tendrá que verse atraído por el amor universal, y tanto si quiere como no se verá un día impregnado de todo cuanto encierra de bello y grande el amor divino y que formará parte de la gran familia de espíritus felices que gozan y trabajan dentro del amor divino. Así, pues, el ser encarnado, al descubrir su vida, su porvenir, la grandeza del objeto para el cual ha sido creado, siente admiración a la suprema sabiduría, al Todo amor al Omnipotente Autor de tanta belleza, de tanta armonía y de tanto amor.

La impresión recibida al principio de convertirse al Espiritismo, debe procurar todo espiritista no solamente guardarla, sino aumentarla, porque de esto depende una gran parte de su progreso. Y digo esto porque pasadas las primeras impresiones el espiritista va olvidando el respeto y la adoración que debe al Padre, incurre en una falta de agradecimiento y esta falta le va separando de influencias que le son muy necesarias para el curso de su vida planetaria.

Si todo en la creación se atrae y compenetra, no puede dejar de existir esta ley entre la criatura y su creador. Aquí viene de molde el, citar lo que algunos espiritistas dicen: que a Dios no se le ha de pedir nada, porque El no derogará la ley y que todo lo tiene dado. Mala manera de pensar; Dios tiene la ley hecha y todo lo creado a disposición de sus hijos; pero a nosotros nos toca alcanzarlo; y teniendo, como tiene todo, su atracción, ¿no lo tendrá también el amor a Dios, el agradecimiento y su adoración? Si el espiritista siente, atraerá sobre él lo que siente. Supongamos que un hombre tiene pensamientos malos sobre el crimen, el vicio, la vanidad; ¿no atraerá sobre él influencias que le impulsarán a ser criminal, vicioso y orgulloso? Pues si los deseos y pensamientos malos atraen influencias malas, ¿dejará de existir la misma ley sobre los pensamientos buenos y deseos del bien? No hay duda; porque sino existirían dos leyes: una para dar y atraer el mal y otra para quitar el bien. Pues si los pensamientos y buenos deseos hacia el bien atraen buenas influencias, ¿cuánto más no las atraerá el que ame mucho al Padre, le adore en espíritu y verdad y procure seguir sus mandamientos? Así que, sin derogar leyes ni conceder privilegios, el espiritista verdaderamente agradecido y enamorado de Dios, recibirá influencias que, como ya tengo dicho, le serán muy provechosas para el curso de su vida planetaria.

Tanto es así, que yo entiendo, que si todos los espiritistas nos hubiéramos fijado en lo antes dicho y hubiéramos sido prácticos en el amor divino, no nos encontraríamos tan diseminados y faltos de unión como nos encontramos. Fíjense bien, mis hermanos; apenas se encuentra un Centro espiritista en donde no haya habido sus disensiones, y si algún Centro ha sido reducido a cenizas, es porque la falta de caridad y amor entre unos y otros les ha impedido seguir el camino de unidad y de amor fraternal, a causa de defectos no corregidos, y a falta de aquella prudencia y mesura a que debe ceñirse en todos sus pensamientos y obras todo espiritista.

Si el amor y la adoración al Padre reinara en el corazón de todo espiritista, antes de decir y obrar se pensaría si lo que se dice o se hace está conforme con la ley del Creador, y si no se obrara como la ley manda, el espiritista, lleno de amor a Dios, se apartaría de todo lo que no fuera justo por no faltar a la ley y no ponerse en rebeldía contra El que todo es amor y justicia; muchas veces en lugar de hablar, cuyas palabras han promovido conflictos, hubiera callado y con su acto de indulgencia o de tolerancia hubiera dado un buen ejemplo, que habría servido de enseñanza a sus hermanos y él se hubiera evitado responsabilidades.

Yo he conocido espiritistas que todo lo fían a su criterio y a su saber, prescindiendo de tener vivo el amor a Dios y de otras prácticas que luego diré; pero esos espiritistas no saben que, por más entendidos que sean, prescinden de lo principal, y, sin que ellos se aperciban, caen en la corriente de todos; de manera que en sus conversaciones, en sus tratos, en sus maneras, casi no se distinguen de los demás hombres; tanto es así que si bien creen en el Espiritismo, no pasa de ser un Espiritismo mental, pero que no domina al corazón; por eso en muchos actos de la vida poco se distinguen de los demás que no conocen el Espiritismo.

De eso proviene que haya espiritistas que no hacen ningún daño, pero tampoco hacen ningún bien, y por poco más que el descuido se apodere de ellos, caen en ridículo y entonces ya hacen un mal a la propaganda de la doctrina que sustentan; y a veces suceden cosas peores, y es que algún espíritu obsesor influya de una manera muy directa en los espiritistas citados y les haga concebir y propagar teorías extrañas, que vienen a perturbar la marcha del Espiritismo, sembrando la duda en unos y la división en otros. Y esto lo mismo puede acontecer a los que por su falta de instrucción todo lo encuentran bueno y maravilloso, como con los que penetran en regiones que, por no ser aún bien exploradas y entendidas, hacen afirmaciones y adoptan principios que ni consuelan ni edifican, y sólo sirven para llevar la confusión a las inteligencias exaltadas. No es este folleto a propósito para hacer la crítica de tales teorías; sólo deseo dar reglas de conducta a los espiritistas de buena voluntad, para que puedan evitar ciertos escollos que tanto daño les pueden causar.

He dicho que el amor a Dios puede traer cierta influencia a todo espiritista que procure avivar en su ánimo este amor, y sepa transportarlo a las regiones del infinito por medio de la plegaria, de la oración, de las exhalaciones del alma.

¡Oración! He aquí un tema muy discutido y abandonado por muchos espiritistas. Separo toda oración rutinaria, distraída, convencional, sistemática. Hablo de la oración que acompaña al sentimiento: la firme voluntad, el amor y la adoración al Padre; hablo de la oración que edifica, que consuela, que se siente en lo más hondo del alma; hablo de la oración que hace el ser que quiere emanciparse de las miserias y defectos de la tierra.

Esta oración, entiendo que es tan necesaria a todo espiritista que me atrevo a decir que el que prescinde de ella no se elevará a las cualidades morales que son necesarias para ser un buen espiritista. Más digo: el que prescinda de ella no podrá alcanzar, cuando regrese al mundo espiritual, el ser espíritu de luz y se expondrá a serlo de tinieblas y de turbación, a no ser que sus trabajos y sus ocupaciones en la tierra fueran la caridad y amor al prójimo, lo que poco sucede en este mundo.

Hemos de tener en cuenta que la humanidad está llena de errores, de maldad, de hipocresía, de egoísmo, de orgullo; cada ser de los que vivimos en este mundo, despedimos algo de nosotros mismos, de lo que somos; poned un espiritista en medio de tanta imperfección, y, a pesar de sus creencias, se contagiará con la atmósfera de los demás; si este espiritista no tiene el medio de echarse de encima la influencia acumulada sobre él, le es imposible permanecer prudente, circunspecto, tolerante, justiciero; y como la ley obliga, si queremos alcanzar alguna felicidad espiritual, a la práctica de estas virtudes, si nos falta alguna, seremos ineptos para morar después entre los buenos; y si no somos aptos para vivir entre los buenos, hemos de ser contados en la categoría de los que no lo son; y allí donde la bondad no impera, no puede haber ni felicidad, ni luz, ni libertad.

Por eso entiendo que el espiritista, para limpiarse de vicios, ha de saturarse de fluidos e influencias superiores a las que nos rodean en este mundo, y, además, que para que estas lleguen a nosotros, hay que ponerse en condiciones para poderlas recibir.

Cuando el ser ora con fervor, el espíritu se eleva en busca de su símil en el espacio; como los seres que habitan en él, su principal misión es la caridad universal, nunca dejan sin amparo al que con su voluntad llega a ellos; entonces se establece una corriente fluídica entre el que ora y la influencia que recibe, que le circunda de luz; aquella luz lo limpia de fluidos imperfectos que se han pegado a él, y al salir de la oración, no solamente se ha limpiado de los fluidos imperfectos que se han pegado a él, sino que le rodea la sana atmósfera de buenos fluidos; y así como los primeros eran un vehículo que facilitaba a todo espíritu de tinieblas el poderse acercar a él los buenos fluidos son una valla que se oponen a que influencias perversas puedan dominarle.

Para más claridad pondré un ejemplo. Supongamos una casa de campo que está sin valla, ni muralla, ni dique de ninguna especie; a cualquier transeúnte que quiere acercarse a ella, no le cuesta más que el trabajo de ir y, aunque sea de noche, podrá llegar hasta las puertas de la casa, sin tomar ninguna precaución ni detenerse para nada.

Supongamos que este transeúnte sea un malhechor; se encontrará, sin correr ninguna clase de peligro, en las puertas de la misiva. Si la casa tiene una buena muralla y tiene sus puertas cerradas, ni el transeúnte ni el malhechor podrán acercarse a la casa sin antes pedir que le abran las puertas, o bien ha de saltar la muralla. Así es que, tanto para el malhechor como para el transeúnte, una casa de campo amurallada ofrece mucha más dificultad de entrar en ella que el entrar en la que no tenga ni muralla ni dique de ninguna clase.

El espiritista que ora es la casa de campo amurallada, y el que no ora, es la que está sin cerca ni murallas y por eso todas las malas influencias tienen más facilidad para acercarse a él.

Todo espiritista, pues, debe ser agradecido al Padre, debe adorarle por su grandeza, admirarle por las maravillas de la creación y debe respetarle por ser hijo de El, porque en verdad el hombre no tiene otro Creador que Dios. El es nuestro Padre, nuestro Bien, nuestra Esperanza; a El se lo debemos todo. El es el autor de toda la belleza que nos rodea, desde el ave que se eleva en el espacio, hasta el pez que se hunde en el agua; desde el monte en donde crece la encina y florece la violeta, hasta el astro que brilla en el espacio. El es el autor de la que concibió nuestro cuerpo en sus entrañas. El es el todo: la luz, el amor, la belleza, la sabiduría, el progreso, todo es de Dios. Pues si el espiritista que todo esto sabe y no se siente atraído por tanta grandeza, tanto amor, tanto poder y viva olvidando a su Padre y pasa horas y días sin demostrarle su agradecimiento, ¿qué calificativo le daremos? Yo callo en esto: pero el tal espiritista no siente aún en su alma lo que ha de sentir, no cumple con el primer deber de un buen espiritista, y es muy difícil que pueda ser apto para cumplir bien su misión.

En resumen: el espiritista ha de ser ante Dios un buen hijo, que debe agradecer a su Padre el haberle creado; debe ser respetuoso con la grandeza de su Creador; debe adorarle por su Omnipotencia; debe amarle por su Sublimidad; y ese agradecimiento, ese respeto, esa adoración, ese amor, debe ponerlo de manifiesto al Todopoderoso tanto como pueda, ya para portarse como buen hijo ante tan sublime y amoroso Padre, como para atraerse su influencia y la de los espíritus buenos que tanto necesitamos en nuestro estado de atraso, y en un mundo en donde impera la ignorancia y el dolor.


 ( Aportación de Coquita Argañaraz )

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PORTAL PARA EL TRIUNFO

La muerte siempre detestada, especialmente cuando llega  interrumpiendo la infancia y la juventud, o mismo cuando se encarga de arrebatar  a los afectos  que constituyen estímulos para la lucha y ejemplos de coraje  y dignidad, prosigue incomprendida  y malsinada.
Anhelada por los desesperados, que esperan con su concurso terminar con la existencia que se les presenta como desfavorable o castigo, es evitada, a todo costo, por los que disfrutan de las alegrías y de los placeres, transfiriéndola para un futuro que esperan no sea alcanzada rápidamente.
Fruto del materialismo ambos comportamientos, o de la pobreza religiosa que no dispone de recursos para asegurar la confianza en la inmortalidad, la desencarnación permanece como un gran enigma para los viandantes de la esfera carnal.
Envuelta en misterio por la tradición cultural de muchos pueblos, o significando un gesto de estoicismo y de valor, en la expectativa de recompensas en el Más Allá, surge, en el suicidio, como un recurso valioso para la gloria de aquel que se permite  la cobarde fuga de los elevados compromisos, especialmente cuando ese gesto tiene carácter religioso  o político, segando otras vidas…
El terrorismo internacional encontró en ese terrible engaño, el gatillo, para destruir existencias locas, estimulando el crimen hediondo, mediante falsas promesas de júbilos  y de placeres insuperables en el mundo espiritual, como si el suicidio ampliado en homicidio mereciese recompensa en vez de punición.
La muerte, sin embargo, es el cierre  del mandato biológico, en sus sucesivas transformaciones, colocando en una fase del proceso de la vida, al tiempo que facultará  la abertura de un portal para el triunfo en la inmortalidad.

Es comprensible que se busque aprovechar al máximo la oportunidad carnal ampliando el tiempo  y las condiciones favorables de la existencia planetaria, teniéndose sin embargo, en la mente que, por más que se prolongue ese periodo, surgirá el momento en que será naturalmente interrumpido, gracias a los males de diferentes factores que  le sean la causalidad.
 La vida ciertamente no gastaría más de dos billones de años para organizar las moléculas desde las más primarias hasta los complejos mecanismos cerebrales  como los de otros órganos, para, en un determinismo trágico, luego destruirlas, aniquilándolas  en sus transformaciones químicas y biológicas.
De ese modo, la muerte es un portal de acceso a otra dimensión de donde la vida se origino, a fin de ser realizado un objetivo adrede establecido que es el perfeccionamiento intelecto moral del Espíritu, en la búsqueda de la plenitud.
De desagregan las partículas  y se organizan, incesantemente, obedeciendo a leyes desconocidas que le trabajan la esencia dentro de una programación clara   y lógica denominada vida.
¿Por qué el ser humano debería aniquilarse, cuando los hechos comprueban  a menudo la sobrevivencia?
Para aquellos que solamente ven el lado hedonista de la existencia, lo ideal sería que la muerte  significase el término de todos los esfuerzos y luchas, anulándolos  en la nada. Como, sin embargo, la nada no existe, no pasa  de una concepción existencialista sin cualquier fundamento científico…
La muerte,  por tanto, es el proseguimiento de la vida.
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La angustia provocada por la muerte de un ser querido es comprensible y justa, en razón de la ruptura de los lazos de afectividad  fortalecidos en la convivencia, en el contacto físico, en la estructuración del grupo social. No, pocas veces, se transforma en desaliento, pérdida de sentido existencial de aquel que queda en el cuerpo, empujándolo hacia los trastornos graves de la depresión…
No obstante, cultivada la certeza del proseguimiento de la vida, el pesar es sustituido por la esperanza del reencuentro, de las evocaciones felices que deben llenar los espacios vacios y la ternura de todos los momentos dichosos, transformándose en estimulo para las acciones dignificantes en memoria de aquel que viajó anticipadamente…
La muerte es, un fenómeno natural  y bendecido que encierra largos procesos de sufrimiento, de desvitalización, de perturbaciones emocionales y mentales de enfermedades degenerativas y dolorosas, alargando los horizontes de la vida  en nuevos mecanismos antes adormecidos.
Viviéndose en un Universo donde todo se transforma en incesantes mecanismos de energía vigorosa, el ser humano es el resultado de la más avanzada tecnología transcendental, elaborado por Dios por Sus excelsos programadores de la vida,  a fin de que alcance el nivel de luminosidad, en un retorno a la Causa que lo origino.
Lo esencial es vivir en el cuerpo con todo el respeto por su organización y por los mecanismos emocionales  y mentales, intelectualizando la materia, que se tornará menos densa y penosa en el proceso de evolución.
Todos los desafíos e incertezas, dificultades y problemas constituyen instrumentos pedagógicos que promueven el progreso, propiciando el conocimiento libertador de la ignorancia, al mismo tiempo facultando la edificación de los sentimientos superiores en dirección a todas las criaturas.
Una existencia humana  es gran investimento de la Divinidad que la elaboró, teniendo por meta su crecimiento moral y espiritual, en la superación de los atavismos del comportamiento inicial, para alcanzar los niveles sublimes de la perfección relativa que le está destinada desde el comienzo.
Los instintos que son una forma de inteligencia embrionaria, alcanzaran el nivel de sentimientos edificantes, dejando, al margen, las pasiones primitivas  y defensivas para permitir que el amor reine soberano en todos sus pensamientos y actos.
Vivir, pues, en el cuerpo, es apenas experimentarles las sensaciones básicas y primarias; sobre todo, es vivenciar los sublimes sentimientos de la paz y de la fraternidad que deben regir a todos los seres humanos.
Tarea ingente e ineludible esa, convocando todos los esfuerzos de la transformación moral para mejor, en un infatigable trabajo de auto iluminación.
Es porque el Espiritismo propone el sentido de la existencia humana, que puede ser reducido los tres factores esenciales: el amor en todos sus aspectos, el trabajo de dignificación personal y de la sociedad, y, por fin, la transformación de cualquier tragedia – muertes prematuras, procesos de injusticias, dolencias irreversibles, dificultades económicas  y acontecimientos infelices – en triunfo personal en la larga jornada por las sinuosos caminos físicos, como prescribía el admirable psiquiatra austriaco Viktor Frankl.
De ese modo, cuando ocurre la muerte, de ninguna manera será interrumpido el proceso de crecimiento del espíritu, tornándose un renacimiento en otra dimensión, como sucede con la reencarnación que puede ser considerada como una forma de muerte de la estructura material.

- Divaldo -

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No te desesperes ante el fallecimiento  de un ser querido, que parece haberte abandonado…
El viajó de retorno al Gran Hogar, donde te aguarda con ternura y gratitud.
Si fuiste feliz a su lado, acuérdate de todos los momentos de júbilo y envuélvelo en evocaciones afectuosas y de gratitud. No obstante, si fue causa de muchos padecimientos, agradece a Dios la felicidad de haber  rescatado tus débitos para con el, y prosigue adelante afirmado en valores positivos  de homenaje a la vida.
Todo vibra, todo vive, y el ser humano jamás muere.

Joanna de Ángelis.
Psicografia de Divaldo Pereira Franco, el día 7 de junio del 2011, en la residencia de Josef Jackulak, en Viena, Austria.
  Traducido al español por. M. C. R  



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