jueves, 24 de septiembre de 2015

La vida y la muerte


LA FELICIDAD SE CONTAGIA A TRAVÉS DE LOS AMIGOS
Si usted está feliz y lo sabe, dele las gracias a sus amigos. Y a los amigos de sus amigos. Porque -según vislumbran los científicos- la felicidad es una situación que depende estrechamente de las relaciones y de las interacciones sociales. Eso si, en cambio, la tristeza parece estar relacionada con la personalidad individual
Eso es lo que piensa un grupo de profesionales de Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y la Universidad de California. El equipo asegura, en una nota publicada en la prestigiosa revista médica BMJ.
La felicidad postulan - es un fenómeno colectivo que se propaga a través de las redes sociales como una especie de contagio emocional.

Los detalles
En un estudio en el que se estudió la condición de felicidad de casi 5000 personas a lo largo de un período de veinte años, los investigadores descubrieron que cuando una persona afirma ser feliz, este efecto positivo se transmite en red , y se lo puede mensurar hasta una relación de tercer grado.

En otras palabras, una persona feliz desencadena una reacción en cadena que beneficia no sólo a sus amigos, sino a los amigos de los "amigos y también a los amigos de los amigos de los "amigos ". El Y este efecto positivo dura hasta un año.

La tristeza
En cambio la otra cara del fenómeno no se repite: la tristeza no se propaga a través de las redes sociales como solidariamente lo hace la felicidad. La felicidad parece buscar compañía mucho más que la tristeza.

"Hemos detectado que el estado emocional de una persona puede depender de la experiencia emocional de las personas que ni siquiera saben el tema ; que está a dos a tres grados de relacionamiento con usted", afirmó el profesor Nicholas Christakis de la Harvard Medical School, junto a James Fowler de la Universidad de California, en San Diego, co-autor de este estudio. "Y el efecto no es sólo fugaz".

Años de estudio
Durante más de dos años, Christakis y Fowler han estado buceando en una enorme masa de datos acumulados durante décadas en el famoso Framingham Heart Study (un estudio cardiovascular iniciado en 1948), y buscando pistas de la relación entre las redes sociales y la salud.

Centrándose en 4.739 personas, Christakis y Fowler observaron más de 50.000 lazos familiares y sociales analizado la propagación de la felicidad a lo largo y ancho de este grupo social.

Utilizando diversos índices los investigadores comprobaron que cuando una persona pasa a ser feliz, un amigo o relación que vive dentro de una radio de una milla de distancia tiene un 25 por ciento más de posibilidad de ser feliz. Los hermanos que viven dentro de una milla tienen un aumento del 14 % en las probabilidades de la felicidad los vecinos más cercanos el 34 por ciento.

Pero la verdadera sorpresa llegó con las relaciones indirectas . Una vez más, mientras que una persona feliz aumenta las probabilidades de felicidad de un amigo directo, también elevaba las posibilidades de felicidad del amigo del amigo, en casi un 10 % y un amigo de 3er grado tenía un 5,6 % más oportunidades de estar contento.

"Hemos detectado que, si bien todas las personas tiene una separación de seis grados, nuestra capacidad de influir en los demás parece extenderse a tres grados ", resume Christakis. "Es la diferencia entre la estructura y la función de las redes sociales".

Estos efectos se ven limitados por el tiempo y el espacio. Cuanto más se acerca usted a un amigo más fuerte será el contagio emocional positivo. Pero a medida que aumenta la distancia, el efecto se disipa. Esto explica por qué los vecinos cercanos reciben el efecto, y los vecinos lejanos no.

Además, la felicidad parece tener un desgaste después de aproximadamente un año. "Por lo tanto, la propagación de la felicidad se ve limitada por el tiempo y la geografía", concluye Christakis. "No ocurre en cualquier momento o en cualquier lugar"

Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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Vamos a dedicarnos a la construcción de la vida equilibrada, donde quiera que estemos, pero no olvidemos que sólo mediante la realización de nuestros deberes, en la realización del bien, vamos a llegar a la comprensión de la vida, y con ella el conocimiento de la "la perfecta voluntad de Dios", acerca de nosotros. 
(Emmanuel. libro: "Santuario de la Luz." / Relicario de Luz )  
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                Espíritus en sufrimientos 

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Exposición general del estado de los culpables a su entrada en el mundo de los espíritus, dictada a la Sociedad Espiritista de París en octubre de l860. 
“Los espíritus malos, egoístas y endurecidos, están, después de la muerte, entregados a una duda cruel sobre su destino presente y futuro. Miran a su alrededor, no ven al principio ningún objeto sobre el que puedan ejercerse sus fechorías, y la desesperación se apodera de ellos, porque el aislamiento y la inacción son intolerables para los malos espíritus: no se elevan hacia los lugares habitados por los espíritus puros. Consideran lo que les rodea, e impresionados al instante por el abatimiento de los espíritus débiles y castigados, se adhieren a ellos como a una presa, y les recuerdan sus pasadas faltas, que ponen sin cesar en acción por sus gestos irrisorios. No bastándoles esta burla, se sumergen en la Tierra como buitres hambrientos, buscan entre los hombres el alma más accesible a sus tentaciones, se apoderan de ella, exaltan su concupiscencia, procuran apagar su fe en Dios, y cuando, en fin, dueños de su conciencia, consideran su presa asegurada, extienden sobre todo lo que rodea a su víctima el fatal contagio. 
“El espíritu malo, cuando puede ejercer su ira, es casi feliz. No sufre sino en los momentos 
en que no puede obrar y en los que el bien triunfa sobre el mal. 
“Sin embargo, los siglos corren. El espíritu malo siente de repente que las tinieblas le 
invaden, su círculo de acción se estrecha, su conciencia, sorda hasta entonces, le hace sentir las puntas aceradas del arrepentimiento. Inactivo, llevado por el torbellino, corre al azar sintiendo, como dice la escritura, erizársele de espanto los cabellos. Pronto se hace un gran vacío a su alrededor. El momento de su expiación ha llegado, la encarnación se le presenta amenazadora. Ve como en espejismo las pruebas terribles que le aguardan. Quisiera retroceder, adelanta, y precipitado en el ancho abismo de la vida, divaga espantado hasta que el velo de la ignorancia cae sobre sus ojos. Vive, obra, aún es culpable. Siente en él no sé qué recuerdos que le inquietan, presentimientos que le hacen temblar, pero no retrocede en la vía del mal. Cargado de violencias y de crímenes, va a morir. Extendido en el suelo o sobre su cama, ¡qué importa! El hombre culpable siente, bajo su aparente inmovilidad, removerse y vivir un mundo de sensaciones olvidadas. Bajo sus párpados cerrados ve apuntar una luz, oye sonidos extraños. Su alma, que va a dejar su cuerpo, se agita impaciente, mientras que sus manos crispadas tratan de agarrarse a las sábanas. Quisiera hablar, quisiera gritar a los que le rodean: Retenedme, veo el castigo. No lo consigue: la muerte se fija sobre sus labios descoloridos, y los asistentes exclaman: ¡Descansa en paz! 
“No obstante, lo oye todo. Gira alrededor de su cuerpo, que no quiere abandonar. Una fuerza secreta le atrae. Lo ve y reconoce todo. Desatinado, se lanza en el espacio, donde quiere ocultarse. 
¡No puede retroceder! ¡No tiene reposo! Otros espíritus le vuelven el mal que ha hecho, y 
castigado, burlado, confuso a su vez, camina y caminará al azar, hasta que la divina luz se deslice en su endurecimiento y le ilumine para mostrarle el Dios de justicia, el Dios triunfante del mal, que no podrá aplacar sino a fuerza de gemidos y de expiaciones.” 
George* 
Jamás se ha trazado un cuadro más elocuente, más terrible y más verdadero de la suerte del malo. 
¿Qué necesidad hay, pues, de recurrir a la fantasmagoría de las llamas y de los tormentos físicos? 

El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo. 
Allan Kardec.. 

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                         PALABRAS



Cuantas veces, a lo largo de la vida, observamos las bendiciones y los daños causados por una palabra.
Las palabras se las lleva el viento - dice el refrán popular.
Pero no siempre es así. Existen palabras que difícilmente conseguimos olvidar.
Muchas veces, las palabras transmiten la gratitud de que está llena nuestra alma. Entonces, ellas se transforman en expresiones dulces.
En otras ocasiones, ellas sirven para demostrar el disgusto que nutrimos. Se tornan amargas como la hiel.
Hay momentos que las palabras son animosas, suaves, repletas de luces. Son la manifestación de la amistad y del amor.
En otros momentos, ellas son como el ácido: agreden a los que las escuchan.
Son tristes y dolorosas. En ese instante, son conductoras del desencanto y de la infelicidad.
Sobre la naturaleza de las palabras tenemos una reflexión que hacer: ellas son la expresión de aquello que cargamos en el alma.
El propio Jesús fue quien advirtió: Los labios hablan de aquello que está lleno el corazón. ¡Qué gran verdad!
Las palabras apenas traducen lo que ocurre en nuestro interior.
Si albergamos resentimiento, deseo de venganza, rebeldía, odio y dolor, nuestros labios se abrirán para expresar palabras rudas en abundancia.
Quien nos oye entenderá que traemos el corazón obscurecido por sentimientos enfermizos.
Habrá, incluso, quien pase a evitarnos, a fin de no tener contacto con esa descarga de mal humor o de depresión.
Por otro lado, si nos expresamos con palabras de engrandecimiento, bienestar, alegría y paz, nuestra boca se tornará un instrumento de la esperanza y de la fraternidad.
Y quien nos oye concluirá que traemos el alma clara, iluminada por sentimientos sanos.
Habrá hasta quien nos busque para tener contacto con el torrente de optimismo y serenidad que dejamos fluir de nuestros labios.
Es verdad que pasamos la mayor parte del tiempo alternando entre momentos gratos y los de rabia o tristeza.
Por eso, nuestro desafío diario es lograr que cada vez sean más frecuentes los estados de ánimo felices.
Nuestra tarea es educarnos para que nuestros labios sean instrumentos del bien que habita en nosotros.
Es esencial moderar la lengua, medir las palabras, pensar antes de hablar.
Mejor aún: es imprescindible educar los sentimientos, disciplinar la mente, ser firme en el combate al deseo de reclamaciones, chismes y comentarios hirientes.
Somos Espíritus inmortales, responsables por las consecuencias de nuestras palabras, pensamientos y actitudes.
Responderemos a Dios y a nuestra conciencia por todas las palabras ofensivas que dirigimos a los demás.
Sí, pues las palabras tienen fuerza y pueden causar impactos tremendos sobre la vida ajena. 
Que esta influencia sea, entonces, positiva.
Que cada una de nuestras palabras sea de estímulo, amistad, fraternidad, pacificación.
Aun  cuando discordemos, seamos moderados, prudentes y bondadosos.
No olvidemos, siempre hay un sabor para poner en las palabras: la dulzura de la miel o el amargor de la hiel.
La elección es exclusivamente de cada uno.
Redacción del Momento Espírita.
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                       La vida y la muerte 

    Nadie puede escapar de la muerte. La cesación de la vida es tan segura como la certeza de que la noche sigue al día, el invierno viene después del otoño, y la vejez llega cuando la juventud queda atrás. La gente toma precauciones para evadir el sufrimiento y no verse en apuros durante el invierno o en la vejez; pero pocas personas se preparan para la muerte, que adviene indefectiblemente. 
     La sociedad moderna aparta su mirada de este tema esencial. Para la mayoría de las personas, la muerte es una cuestión temible y fatal; para otras, significa la simple ausencia de vida, un estado en blanco, un vacío. Hay quienes hasta la consideran algo absurdo. 
     ¿Qué es la muerte? ¿Qué ocurre con nosotros después de que morimos? Si nos empeñamos, podemos ignorar tales preguntas. Y en efecto, muchos lo hacen. Pero si no adquirimos profunda conciencia sobre la realidad de la muerte, terminaremos viviendo una existencia superficial y de poca estabilidad espiritual.   Es posible que logremos convencernos de que, de alguna manera, lidiaremos con la muerte cuando llegue. Algunas personas se mantienen asiduamente ocupadas en todo tipo de tareas, para evitar reflexionar sobre los temas fundamentales de la vida y de la muerte. Sin embargo, con una actitud semejante, la dicha que podamos experimentar siempre será efímera y nos veremos acosados sin cesar por la preocupación de una muerte inevitable. Estoy convencido de que encarar el tema de la muerte les permite a las personas gozar de una existencia estable, pacífica y profunda. 
     ¿A qué se llama “muerte”?, ¿se trata de una extinción?, ¿una transición hacia la nada? ¿O es la puerta de acceso a una nueva vida?, ¿una transformación en lugar de un final? En todo caso, ¿qué es la vida?, ¿una fase momentánea y evanescente que está seguida de quietud?, ¿una fase de no existencia?, ¿algo que tiene una profunda continuidad y se prolonga más allá de la muerte? 
     El budismo considera un error pensar que la vida concluye con la muerte. A la vez, sostiene que todo lo que existe y ocurre en el universo está vinculado y tiene un “origen dependiente” (engi,, en japonés). Lo que llamamos “vida” es una energía vibrante que fluye a lo largo y a lo ancho de todo el universo, y no tiene principio ni fin; es un proceso continuo y dinámico de cambio. Desde el punto de vista del budismo, la vida del ser humano no es una excepción. ¿Por qué ha de ser la existencia humana algo finito, caprichoso, aislado y desconectado del ritmo universal de la vida? 
     En la actualidad, sabemos que los cuerpos celestes y las galaxias nacen, duran un determinado lapso y mueren. Todo lo que se aplica a las inmensas realidades del universo se aplica, de la misma manera, al minúsculo mundo de nuestro cuerpo. Desde el enfoque de la física, el cuerpo humano está constituido por la misma materia, los mismos componentes químicos que conforman los astros. En tal sentido, somos “hijos” de las estrellas. 
     El cuerpo humano consta de unos sesenta billones de células individuales, y la vida es la fuerza vital que armoniza el funcionamiento infinitamente complejo de ese número de células tan difícil de concebir. A cada instante, cantidades incalculables de ellas mueren y son reemplazadas por otras que nacen. En ese nivel, cada uno de nosotros está experimentando diariamente los ciclos del nacimiento y la muerte. 
     En términos prácticos, la muerte es necesaria. Si las personas vivieran para siempre, con el tiempo empezarían a anhelar la muerte. Sin la muerte, enfrentaríamos toda una nueva gama de problemas, desde la superpoblación mundial hasta el hecho de tener que lidiar con un físico envejecido. La muerte da espacio a la renovación y a la regeneración. 
     Por consiguiente, la muerte debe agradecerse como un beneficio, tanto como se agradece la vida. El budismo ve la muerte como un período de descanso, como el acto de dormir, mediante el cual la vida recobra energías y se prepara para nuevos ciclos de existencia. No hay ninguna razón para temerle a la muerte, para odiarla o para buscar desterrarla de nuestra mente. 
     La muerte no discrimina: nos despoja de todo. La fama, la riqueza y el poder son absolutamente inútiles en el estado de desapego total de los últimos instantes de nuestra existencia. En ese momento, en lo único que podemos confiar es en nosotros mismos. Debemos afrontar la muerte con solemnidad, con la sola armadura de nuestra cruda humanidad, con el registro real de nuestras acciones, de acuerdo con las elecciones que asumimos en la vida. “¿He sido fiel a mí mismo?”. “¿Qué he aportado al mundo?”. “¿De qué estoy satisfecho y cuáles son mis remordimientos?”. 
     Para morir bien, uno tiene que haber vivido bien. Para quienes han transcurrido su existencia fieles a sus convicciones y han trabajado para brindar felicidad a los demás, la muerte puede llegar como un descanso reconfortante, como un sueño bien ganado después de un día de gratos esfuerzos. 
      David L. Norton (1930-1995), profesor de filosofía de la Universidad de Dela(Ensayo de Daisaku Ikeda publicado en 1998, en la revista de Filipinas Mirror.)

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