"NO JUZGUÉIS PARA NO SER JUZGADOS"
El Maestro Jesús se servia siempre de las imágenes del mundo terreno, conocidas en su época, para exponer las enseñanzas espirituales, de modo que los hombres pudieran asimilarlas lo más profundamente posible, pues se encontraban más allá del límite objetivo de la vida física. Siendo sabio, Jesús conformaba sus parábolas de tal forma que aun hoy sirven de ejemplo efectivo,y a pesar de estar orientadas con encuadres y descripciones correspondientes a aquella época, hoy en día estimulan y orientan la dinámica mental para un mayor conocimiento sobre la vida inmortal del espíritu. Gracias a la persistente dedicación y a las conclusiones inteligentes de Allan Kardec para conformar la doctrina espirita, el hombre actual puede valorar con más precisión las leyes y los fenómenos de la vida espiritual.
Los Médiums preparados, estudiosos y fieles a los principios Kardecianos han dado paso a los espíritus mensajeros e instructores, que han ofrecido sus pensamientos, ayudando a la humanidad a percibir el contenido esotérico del Evangelio de Jesús, permitiendo realizar una interpretación más espiritual y menos humana.
“No juzguéis para no ser juzgados” significaba para los hombres de aquella época cristiana, una severa advertencia contra la injusticia, la maledicencia y la calumnia, que en cierta forma se ajustaba admirablemente al tipo de vida judía. Después de la alborada del Espiritismo, ese mismo contenido se delinea en su intimidad esotérica y se vuelve más genérico con relación a la vida del espíritu inmortal. En vez de ser una sentencia regular, se amplia en su sentido moral, abarcando en cierta forma, el proceso Kármico. Ya no es un concepto disciplinado para el pueblo judío únicamente, sino que se refiere a la continuidad de la vida espiritual, abarcando los juicios buenos o malos que el espíritu pronuncia en el transcurso de todo el largo proceso que comprende su Angelitud.
En el futuro, el hombre pasara a comprender, que la miniatura del metabolismo cósmico palpita activamente en la intimidad de su alma. Los conceptos de Jesús “ no juzguéis para no ser juzgados “ y “ no condenéis para no ser condenados “ son importantes advertencias de que toda acción negativa del espíritu repercute en su propio perjuicio, puesto que juzgar al prójimo es “ medirse “ a sí mismo.-
El Maestro Jesús advierte y aclara respecto a los prejuicios y liviandad, al espíritu que juzgándose santificado, muchas veces condena los mismos pecados que él cometió otrora, o que aun podrá cometer en la actual existencia o bien, en próximas vidas.
Conforme más se integra el espíritu en el concepto de la justicia suprema y desenvuelve el amor, deja de juzgar a sus hermanos menos evolucionados, librándose con más rapidez de la simplicidad justa de la ley del Karma, que actúa en forma impersonal y para la rectificación espiritual.
Si juzgamos al prójimo con amor y buena intención con que nos juzgamos a nosotros mismos nos salvaremos, pues con ello manifestamos un elevado principio de honestidad espiritual, dado que juzgamos y condenamos al prójimo con el mismo nivel de culpa y penalidad que desearíamos para nosotros mismos.
Jesús deja entrever que la mayoría de los hombres eran “pecadores “por eso ¡ninguno podía juzgar a nadie ¡ de ahí su advertencia incisiva y evangélica para los imprudentes, que veían la “ paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo”.
En los conceptos evangélicos de Jesús, se comprueba el fatalismo de una ley implacable, justa y bienhechora, que tanto corrige al espíritu en falta, como le da los elementos para alcanzar una vida venturosa y espiritual. Sus enseñanzas se confirman constantemente a través del pasar de los siglos, pues conforme explica la doctrina espirita, el hombre termina enfrentándose con las situaciones desagradables que sembró otrora.
La ley de acción y reacción es la que rige específicamente los conceptos de “No juzguéis para no ser juzgados “. Cualquier injusticia que el espíritu pueda cometer a otros en sus encarnaciones, tendrá que indemnizar o pagar, a la victima en forma satisfactoria por el error cometido, tanto como sea, es decir, en lo moral y en lo físico, conforme a los postulados de la “Ley del Karma “. Ello demuestra que en la persona permanece indestructible el sentido de responsabilidad espiritual de pagar a quien fuera injustamente afectado. En consecuencia la “ley del Karma “también asegura a todos los inocentes perseguidos del mundo, una indemnización doble o triple, que será cumplida por sentencia correctiva por el culpable. Además de obligar a los culpables a pagar a quien afecto, injustamente, la ley proporciona a su vez nuevos caminos de recuperación espiritual a la víctima, la cual debe ajustarse de inmediato al mismo grado que debería encontrarse cuando fue indebidamente afectado.
De ahí la temática fundamental de Jesús cuando anuncio el concepto de “bienaventurados los perseguidos por la justicia o sea, las almas heridas por las calumnias, infamias e ignominia puesto que serán resarcidas espiritualmente de sus dolores y perjuicios, porque la Divinidad no permite el agravio o distorsión, por pequeño que sea, en su justicia.
Jesús cuando afirma que los inocentes y perseguidos por las injusticias serán indemnizados por parte de los que los juzgaron mal, nos aclara que bajo la Justicia Divina, alcanzaran mucho más rápida la ventura espiritual, por causa de las injusticias cometida, siempre que no participen en odios y venganzas.
En consecuencia el “mal juzgador” que calumnia y condena no es afectada únicamente por el “ pecado “ cometido contra su hermano, sino que ha de ser medido en la misma medida con que acostumbra medir a su prójimo, o como dice el precepto Evangélico: “ PAGARA HASTA EL ÙLTIMO CENTAVO “ sufrirá un correctivo, tan grave y de proporciones por parte de la Ley Karmica, como haya sido el total del perjuicio causado por su injusticia, directa o indirectamente a todas las victimas afectadas en aquella misma vida.
No deberemos olvidar que El Divino Maestro jamás condena al pecador, pero le advirtió insistentemente respecto al perjuicio que causa el pecado. A a través del Evangelio, ilumina el camino de los hombres y les señala los escollos de los vicios que aniquilan, los abismos de las pasiones peligrosas, del poder y de las falsas glorias humanas, que perjudican la verdadera vida del espíritu inmortal. Enseñaba que la prudencia era un medio eficaz para evitar los deseos impuros, y la sensatez, para que el espíritu encarnado mantuviera el exacto rumbo del norte espiritual.
Recomendaba al hombre que supiera vivir sobre el mundo material, sin interferir sobre la vida de sus compañeros en prueba. “Advertía sobre la ambición humana, que se desmedía por la posesión de los tesoros que la polilla come y la herrumbre deteriora, sobre el peligro del orgullo, que explota cual fuego de artificio y luego lanza al espíritu en el infierno fluídico de los charcos purificadores del astral inferior. Recordaba que la perversidad no debía aplicarse con nadie, porque después hería trágicamente al propio autor en la ley implacable del choque de retorno, donde cada uno ha de sufrir conforme a sus obras.”
El Evangelio no es un juzgamiento o condenación para los espíritus incipientes, que se conturban en el largo recorrido de la escala espiritual, a través del mundo de las formas, sino que es un “Código Moral “de vida superior algo semejante a un manual cívico que disciplina la conducta del futuro ciudadano sideral, bajo la miniatura esquemática de las leyes del universo.
No es su función disciplinar a los hombres para que vivan felices en la vida humana y transitoria, pero sí un tratado sublime y catalizador de las conciencias, para una pronta reintegración del espíritu al mundo Angélico del “reino de Dios “·
Jesús, psicólogo sideral, coordinador de todos los instructores que pasaron por la tierra, jamás cometería él equivoco de exigir a un espíritu en los albores de su conciencia que se portara con el mismo sentido de justicia de un iniciado. Seria absurdo exigir a la especie floral, que demuestre en el pequeño botón vegetal su formación, la misma composición, belleza y perfume, que solo pueda ofrecer la rosa, en la plenitud de su fragancia y en su atrayente configuración floral.
El hombre maduro puede pecar por injusticia, pero arrepentirse sinceramente del acto ignominioso. En su conciencia desenvuelta solo vislumbra el sentido de justicia, cuya evolución lo sublima hasta alcanzar definitivamente el completo estado del amor. Pero la criatura espiritualmente inmadura no se da cuenta de sus actos censurables puesto que busca únicamente lo mejor para sí misma e ignora que sus hermanos van buscando también la misma cosa que él y tienen el mismo derecho de ser felices. El egoísmo, por lo tanto, a pesar de ser un acto censurable, sin embargo, fundamenta la convergencia de los hechos y amplia la esfera de los deseos de posesión humana, por lo tanto organiza el centro de conciencia del futuro individuo, el que va creciendo como unidad en el seno de Dios. Solo aparecen los albores de la justicia y se afiniza el sentimiento del hombre por la filantropía, después que se satura, debido a que “carga de más y usa muy poco “. De ahí en más comienza a centellear el espíritu y un sentido primario de la justicia comienza a convencerlo, de que los otros “también merecen poseer tanto como él y no deben ser juzgados o condenados por la misma causa.
El sentimiento de altruismo aunque inicialmente sea interesado, se desenvuelve de poco a poco y la criatura comienza a donar lo que le sobre o lo que le pesa de más en su patrimonio. Unas veces por habito, otras por sentirse dichoso de dar, el ser adquiere experiencia y aclara su mente, alcanzando la meta del altruismo y lo hace o bien porque siente satisfacción superior o por un “buen negocio con la divinidad” pero en definitiva, lo hace de forma pacifica y agradable.
Siendo así, el Maestro Jesús no se preocupo ni se preocupa en “Juzgar “o “censurar “al espíritu del hombre, que aun transita por el curso del egoísmo en su peregrinar encarnatorio que es el proceso iniciático y formativo de la conciencia espiritual, lanzada en la corriente evolutiva de la materia planetaria. Es razonable y también justificable que el hombre inmaduro practique injusticias bajo los impulsos y hechos incontrolables de su intimidad egocéntrica y animalizada, y nada de censurable se ve en ello. Pero, para que el ser adquiera el sentido de la justicia, es evidente que debe ser sometido a la rectificación de todo cuanto hace de injusto, conforme lo disciplina la Ley del Karma.
En verdad, no existe departamento de penalidades creado por Dios, a fin de juzgar y condenar a los espíritus que pecan por las injusticias cometidas, sino que esa Ley, en su pulsación impersonal y responsable por la armonía y equilibrio del Cosmos, equilibra cada cosa y cada ser en su frecuencia electiva, tal como el músico desafinado es advertido por el Maestro para que retome el ritmo armónico del conjunto orquestal.
Los hombres han de procurar pensar deliberadamente o intempestivamente, y arrepentirse de sus malas obras y esto le dulcificara la vida, de lo contrario si sigue siendo un insensible en el trato con sus hermanos, le cabe a la Ley providenciar el reajuste o eliminar el defecto de la pieza desequilibrada de la pulsación armónica del universo.
Una de las extravagancias de la humanidad consiste en ver el mal de los demás antes de advertir el que está en uno mismo. Para poder juzgarse a sí mismo tuviésemos que poder mirarnos a un espejo, transportarnos en cierta manera fuera de sí, y considerarnos como si fuéramos la otra persona, preguntándonos: ¿ qué pensaría yo si viera a otro hacer lo que yo hago?.
El orgullo es el que mueve al hombre a disimular ante sus ojos sus propias faltas, así como en lo moral como en lo físico. La indulgencia para con el prójimo es un deber, porque no hay persona que no le necesite para sí mismo.
No debemos juzgar a los demás con mayor severidad que la que nos aplicamos al juzgarnos a nosotros mismos, ni condenar en el prójimo lo que en nosotros disculpamos. Antes de reprochar una falta a alguien, veamos si la misma censura no se nos puede hacer a nosotros.
La reprobación de la conducta ajena, puede tener dos móviles: o reprimir él mal, o desacreditar a la persona cuyos actos critican. Este último motivo no tiene nunca excusa, porque es maledicencia y ruindad. El primero en cambio, podrá ser loable, y en ciertos casos se torna inclusive en un deber, puesto que del debe resultar un bien, y porque a no ser por ello el mal no seria jamás reprimido en la sociedad. Pues el hombre debe cooperar al progreso de sus semejantes y no debe interpretar en un sentido absoluto el principio critico de: “No juzguéis para que no seáis juzgados”, porque la letra mata y el espíritu vivifica.
Jesús no podía prohibir que se censure lo que está mal, puesto que El mismo nos ha ofrecido un ejemplo de ello, y lo hizo en términos enérgicos. Lo que quiso decir es que la autoridad de la censura está en razón de la autoridad moral de quien la pronuncie. Hacer lo que en otros condenamos equivale a abdicar de dicha autoridad.
La conciencia intima niega todo respeto y sumisión voluntaria a aquel que, hallándose investido de cualquier tipo de poder, viole las leyes y principios que están encargados de aplicar. A los ojos de Dios, solo es legítima aquella autoridad que se apoye en el ejemplo que ella misma da del bien.
La indulgencia es la virtud dulce y fraternal que todo hombre debe tener para con sus hermanos.
La indulgencia nos hace ciegos ante los defectos de los demás y si los ve se guarda muy bien de hablar de ellos, de difundirlos, antes por el contrario los esconde, y si la malevolencia llega a descubrirlos, la indulgencia tiene siempre una excusa pronta para paliarlos, esto es, una excusa seria y plausible, y no de aquellas que, aparentando querer atenuar la falta, la hacen en cambio resaltar con perdida habilidad-.
No debemos ocuparnos nunca de los actos malvados de los demás, a menos que sea para prestar un servicio, y aun en tal caso hay que procurar tener el cuidado de atenuarlos todo lo posible. No hacer observaciones chocantes no reproches con los labios, sino que ofrecer tan solo consejos lo mas velados posibles.
Cuándo se critica, ¿ qué consecuencias se deben extraer de las palabras ¿ acaso los que critican, no han hecho también lo mismo que critican, o acaso piensan que valen más que el culpable?.
El hombre debe solo ocuparse de sus propios actos y pensamientos, dejando libre el camino de su hermano.
Hay que ser severo con uno mismo, e indulgente con los demás. Hay que fortificar a los débiles mostrándoles la bondad de Dios, que siempre toma en cuenta hasta el menor de los arrepentimientos.
Los trabajadores del Señor han de mostrar el ángel de la contrición, que extiende sus blancas alas sobre las faltas de los humanos y las oculta así a los ojos de quien no puede ver lo impuro. El Padre en su infinita misericordia, nos escucha cuando por medio del pensamiento y sobre todo de los actos le decimos: “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. “ Son palabras sublimes, y su letra no es lo único admirable, sino además el compromiso que implican.
El ser severo con uno mismo e indulgente con los demás, es también una forma de poner en práctica la caridad. Todos tenemos que vencer malas inclinaciones, corregir defectos y modificar hábitos.
Todos tenemos que depositar un fardo más o menos pesado para ascender a la cima de la montaña del progreso. ¿ Porque ser tan clarividente con las faltas ajenas y ciegos con las nuestras ¿¿ cuando dejaremos de ver la paja en el ojo ajeno, y permaneceremos ciego con la viga que hay en el nuestro?. El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consiste en ver de pasada los defectos ajenos, y dedicarse a realzar lo que hay de bueno y virtuoso en los mismos.
Porque no olvidemos que siempre en el corazón rebelde y corrupto, en lo más recóndito de sus pliegues, brota el germen de unos cuantos sentimientos elevados, es una chispa encendida de la esencia espiritual.
¡Bendito sea el Espiritismo, doctrina consoladora y bendita, felices los que te conocen y se benefician con las saludables enseñanzas de los Espíritus del Señor!. Para los espiritas, la voz que escuchan es clara, y a lo largo del camino se leen estas palabras que señalan el medio de alcanzar la meta:
Caridad para el prójimo como para asimismo: en una palabra, caridad hacia todos y amor de Dios por encima de todas las cosas, porque el amor de Dios resume la totalidad de los deberes, y es imposible amar de veras a Dios sin practicar la caridad, que El ha erigido en Ley para todas sus criaturas.
- Merchita- (Extraído de diversos libros de espiritismo.)
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