martes, 2 de agosto de 2016

DIMENSIONES DE LA VERDAD (1)

            RESUMEN DE LA DOCTRINA DE 
                   SOCRATES Y PLATÓN.

I. El hombre es un alma encarnada. Antes de su encarnación existía.

No puede enunciarse más claramente la distinción y la independencia del principio inteligente y del principio material; además, es la doctrina de la preexistencia del alma, de la vaga intuición que conserva de otro mundo al cual aspira de su supervivencia al cuerpo, de su salida del mundo espiritual para encarnarse y de su vuelta a este mundo después de la muerte; es, en fin, el germen de la doctrina de los ángeles caídos.

II. El alma se desvía y se turba cuando se sirve del cuerpo, porque se une a cosas que están por su naturaleza sujetas a cambios, en vez de que, cuando contempla su propia esencia, se dirige hacia lo que es puro, eterno, inmortal, y siendo de la misma naturaleza, permanece allí tanto tiempo como puede; entonces sus extravíos cesan, porque está unida a lo que es inmutable, y este estado del alma es lo que se llama sabiduría.

De este modo el hombre que considera las cosas de la tierra desde el punto de vista material, se hace ilusiones; para apreciarlas con exactitud, es menester verlas desde
arriba, es decir, desde el punto de vista espiritual. El verdadero sabio debe, pues, aislar
hasta cierto punto, el alma del cuerpo, para ver con los ojos del espíritu. Esto es lo que
nos enseña el Espiritismo.

III. Mientras que tengamos nuestro cuerpo y el alma se encuentre sumergida en esta
corrupción, nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos: la verdad. En efecto, el cuerpo nos suscita mil obstáculos por la necesidad que tenemos de cuidarle; además, nos llena de deseos, de apetito, de temores, de mil quimeras y de mil tonterías, de manera que con él es imposible ser prudente ni un instante. Pero si es imposible conocer nada con pureza mientras el alma está unida al cuerpo, es necesario que suceda una de estas dos cosas: o que nunca jamás se conozca la verdad o que se conozca después de la muerte. 

Desembarazados de la locura del cuerpo, entonces conversaremos, es de esperar, como hombres igualmente libres, y conoceremos por nosotros mismos la esencia de las cosas. Por esto los verdaderos filósofos se preparan a morir, y la muerte no les parece espantosa. 
Este es el principio de las facultades del alma, obscurecidas por el intermediario de los órganos corporales y de la expansión de sus facultades después de la muerte; pero
aquí se trata de las almas escogidas, ya purificadas, pues no sucede lo mismo con las
almas impuras.

IV. El alma impura, en este estado, es arrastrada e impelida de nuevo hacia el mundo
visible por el horror que tiene a lo invisible e inmaterial: entonces está errante, se dice, alrededor de los monumentos y de los sepulcros, cerca de los cuales se han visto a veces tan tenebrosas, como deben ser las imágenes de las almas que han dejado el cuerpo sin estar enteramente purificadas, y que conservan algo de la forma material, lo que hace que puedan verse. Estas no son las almas de los buenos, si la de los malos, que están obligadas a permanecer errantes en estos parajes, adonde llevan consigo la pena de su primera vida y en donde permanecen errantes hasta que los apetitos inherentes a la forma material que ellas se han dado, las conducen a un cuerpo, y entonces vuelven, sin duda, a tomar las
mismas costumbres que durante su primera vida eran objeto de sus predilecciones.

No solamente se explica aquí el principio de la reencarnación con claridad, sino que está descrito, del mismo modo que lo demuestra el Espiritismo en las evocaciones,del estado de las almas que aun están bajo el imperio de la materia. Hay más, y es que dice que la reencarnación en un cuerpo material es consecuencia de la impureza del alma, mientras que las almas purificadas están dispensadas de hacerlo. El Espiritismo no dice otra cosa; añade solamente que el alma que ha tomado buenas resoluciones en el estado errante, y que se halla en conocimientos adquiridos, tiene, al renacer, menos defectos, más virtudes y más ideas intuitivas que no tenía en su precedente existencia; y que de este modo, cada existencia implica para ella un progreso intelectual y moral.

EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.

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DIMENSIONES DE LA              
              VERDAD ( 1)

Nuestra época, positivista por excelencia, es más idealista y el hombre que concibe la idea de reconocer un Dios, no lo personaliza, no le da nuestras míseras pasiones, no le concede nuestros goces egoístas, no lo asemeja a la especie humana. El Dios de los libre-pensadores es más grande, más sublime, más inmaterial, no está al alcance de nuestro entendimiento, le presentimos, le adivinamos y le vemos en sus obras.
La misión del Espiritismo no es destruir, no es derribar nada de lo existente, no viene a seguir las sangrientas huellas de las demás religiones, que todas, absolutamente todas, han derramado en la Tierra torrentes de sangre que se han convertido más tarde en ríos de lágrimas.
El Espiritismo viene a decir que Dios es Dios, y el Progreso es su profeta. Ni destruye los templos, ni viene a levantar nuevos altares. Jesús luchó entre la lógica y el sofisma de su tiempo, esa lucha aún sigue empeñada; y el Espiritismo toma parte en ella como la toman las demás filosofías, pero no se empeña en derribar ni ésta, ni aquella institución.
Jesús fue la encarnación del amor y del progreso, y está por encima de todas las teogonías y de todas las filosofías de la Tierra; y el Espiritismo enseña la ley que Él promulgó en el Monte de las Calaveras.
Nuestra moral es la de Jesús, y si todos los hombres de este planeta hubieran comprendido las enseñanzas del divino maestro, como tratan de comprenderlas los verdaderos espiritistas, no se hubiera derramado tanta sangre inocente, no se hubiese atormentado a millones y millones de hombres, ni habrían profanado la memoria del que murió, perdonando a sus verdugos.
Si algo queda de aquella moral sublime, que era el patrimonio divino de aquel que sanaba a los enfermos, si algo se recuerda aún de su doctrina evangélica, sus comentarios se encuentran en las obras espiritistas.
Los espiritistas aman a Jesús, porque ven en Él la reencarnación de un Espíritu elevadísimo, luz de la verdadera religión, luz que iluminó a la India, luz que más tarde irradió en Judea, luz que brillará sobre este planeta mientras la Tierra tenga condiciones de habitabilidad para albergar a la especie humana.
Acusan al Espiritismo de que éste no respeta la personalidad de Jesús. No es nuestro ánimo tratar ahora de esa cuestión capital, y únicamente diremos que el Espiritismo ve en Jesús no a un redentor, sino a uno de los muchos redentores que ha tenido la humanidad.
¿Pierde Jesús por esto el respeto, el amor, la admiración, la adoración suprema que mereció por su sacrificio? No; ¿Ha habido algún hombre de su época que se le asemeje? No; ¿Mas, por qué hemos de negar lo que la historia atestigua? ¿Lo que los libros sagrados nos dicen? Si doce mil años antes de la era cristiana establecían los brahmanes de la India el dogma de la trimurtí, o trinidad de Dios, y uno de los redentores indios tiene una historia parecidísima a la de Jesucristo ¿Por qué se han de desfigurar los hechos?
Porque haya existido Kristna ¿Deja de ser Jesús la personificación de la civilización moderna? ¿La encarnación del progreso? ¿La síntesis del amor? Mas, veamos lo que sobre Kristna dice el vizconde de Torres Solanot en su obra "El Catolicismo antes del Cristo" página 73: "La leyenda del Génesis indio dice que Brahma había anunciado a Heva la venida de un salvador, que nacería en la pequeña ciudad de Madura, y recibiría el nombre de Kristna (en sanscrito, sagrado). Su nacimiento tuvo lugar unos cuatro mil ochocientos años antes de nuestra era".

"Ese niño, Vischnú, la segunda persona de la Trinidad india, el hijo de Dios encarnado en el seno de la virgen Devanaguy (en sanscrito, formado por Dios), para borrar la falta original y llevar a la humanidad al camino del bien". "Devanaguy permanece virgen aunque madre, porque había concebido sin conocer hombre, envuelta por los rayos de Vischnú, y da a luz un niño divino en una torre, donde la había hecho encerrar su tío Rausa, tirano de Madura, quien había visto en sueños que el niño que naciera de aquélla debía destronarle".
"La noche del parto, al primer gemido de Kristna, un fuerte viento derribó las puertas de la prisión, mató a los centinelas, y Davanaguy fue conducida con su hijo recién nacido a la casa del pastor Nauda, donde le festejaron los pastores de la comarca, por un enviado de Vischnú". "Al saber la libertad de Davanaguy y su huída maravillosa, el tirano Rausa, ciego de furor, y para que no se le escapase Cristna, ordenó la degollación, en todos los estados, de los niños de sexo masculino, nacidos en la misma noche de aquel que quería matar". "Kristna escapó por milagro, pasando su infancia en medio de los peligros suscitados por los que tenían interés en su muerte; pero salió victorioso de todas las asechanzas, de todos los lazos que se le tendieron". 
"Llegado a la edad de hombre, se rodeó de algunos fervientes discípulos, y comenzó a predicar una moral que la India no conocía ya desde la dominación brahmánica; atacando valerosamente las castas, enseñó la igualdad de todos los hombres ante Dios, y puso de manifiesto la hipocresía y el charlatanismo de los sacerdotes. 
Recorrió la India entera, perseguido por los brahmanes y los reyes, atrayéndose a los pueblos por su singular belleza, su elocuencia dulce y persuasiva, llena de imágenes y por la sublimidad de su doctrina: ayudarse los unos a los otros, proteger, sobre todo, a la debilidad; amar a su semejante como a sí mismo; devolver bien por mal; practicar la caridad y todas las virtudes".
"Un día que Kristna oraba recostado contra un árbol, una tropa de esbirros enviados por los sacerdotes, cuyos vicios habían descubierto, le asaeteó y colgó su cuerpo en las ramas para que fuese presa de las aves inmundas".
"La noticia de esta muerte llegó a los oídos de Ardjima, el más querido de los discípulos de Kristna, y corrió aquél, acompañado de una gran muchedumbre del pueblo, para recoger los restos sagrados. Pero el cuerpo del hombre Dios había desaparecido; sin duda había vuelto a las celestes moradas, y el árbol en cuyas ramas fue colgado, apareció repentinamente cubierto de grandes flores rojas, esparciendo a distancia el más suave de los perfumes".
"Los sacerdotes, que habían mandado asesinar a Kristna, fueron los primeros en sentir su influencia; pero sea por habilidad, sea por convicción, la aceptaron como la grande encarnación de Vischnú, prometida por Brahma al primer hombre, y colocaron su estatua en todos los templos". 
Ahora bien: ¿No se asemeja esta historia a la historia de Jesús? ¿No hay grandes puntos de contacto en su nacimiento, en su vida, en su muerte y en su resurrección? ¿Por qué ese empeño total en no querer conceder a la Tierra más que un redentor? Cuando la humanidad terrena formada de "espíritus en turbación", como dice un joven pensador, olvidadiza por costumbre, ingrata por hábito, rebelde por condición, ignorante por pereza, necesita si fuera posible, un redentor por cada siglo. 
Tres mil años antes de la era cristiana, estaban codificadas las leyes indias, y Kristna dijo en aquellas remotas edades lo que más tarde repitió Jesús, y sabe Dios, si Kristna de qué otro Redentor lo repetiría. No es de hoy la moral de Jesús, no; escuchemos algunos versículos del Evangelio indio, que sus máximas sublimes alientan y fortifican, y hace más de cinco mil años que las almas enfermas beben el agua fuera de los textos védicos. Leamos:
"Los hombres que no tienen el dominio de sus sentidos, no son capaces de cumplir con sus deberes". 
"Es preciso renunciar a la riqueza y a los placeres, cuando éstos no son aprobados por la conciencia".
"Los males que causamos a nuestro prójimo nos persiguen como nuestra sombra a nuestro cuerpo".
"La ciencia del hombre no es más que vanidad, todas sus buenas acciones son ilusorias cuando no sabe referirlas a Dios".
"Las obras que tienen por principio el amor de su semejante, deben ser ambicionadas por el justo, porque serán las que pesen más en la balanza celeste".
"Por las buenas acciones en sí mismas, y no por la cantidad, es por lo que seréis juzgados".
"A cada uno según sus fuerzas y sus obras".
"No se puede pedir a la hormiga el mismo trabajo que al elefante".
"A la tortuga, la misma agilidad que a la cierva".
"Al pájaro que nade, al pez que se eleve en los aires".
"No se puede exigir al niño la prudencia del padre".
"Pero todas esas criaturas viven para un fin, y aquellas que cumplen en su esfera lo que ha sido prescrito, se transforman y se elevan según todas las series de emigración de los seres. La gota de agua, que encierra un principio de vida que el calor fecunda, puede llegar a ser un dios".
"Pero sabedlo todos; ninguno de vosotros llegará a absorberse en el seno de Brahma por la oración solemne, y el misterio monosílabo no borrará vuestras últimas manchas, sino cuando lleguéis al umbral de la vida futura, cargados de buenas obras, y las más meritorias entre esas obras serán aquellas que tengan por móvil el amor al prójimo y la caridad".
"El que es humilde de corazón y de espíritu, es amado por Dios; no tiene necesidad de otra cosa".
"Lo mismo que el cuerpo es fortificado por los músculos, el alma es fortificada por la virtud".
"Así como la tierra sostiene a los que la pisan con los pies, y le desgarran su seno trabajándola, así debemos volver el bien por el mal".
"Los servicios que se prestan a los espíritus perversos, el bien que se les hace, parecen caracteres escritos sobre el agua, que se borran a medida que se les traza. Pero el bien debe cumplirse por el bien, porque no es sobre la Tierra donde hay que esperar recompensa".
"Cuando morimos, nuestras riquezas quedan en la casa; nuestros parientes, nuestros amigos no nos acompañan más que hasta la tumba; pero nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestras buenas obras y nuestras faltas, nos siguen en la otra vida".
"El infinito y el espacio, pueden solos comprender al espacio y al infinito. Dios sólo puede comprender a Dios".
"El hombre honrado, debe caer bajo los golpes de los malos, como el árbol sándalo, que cuando se le derriba, perfuma el hacha que le ha herido". 
"El justo que no se haga jamás culpable de maledicencia, de imposturas y de calumnias; que no busque querellas; que tenga constantemente la mano derecha abierta para los desgraciados, que no se vanaglorie jamás de los beneficios que haga".
"Cuando un pobre venga a llamar a su puerta, que lo reciba, le lave los pies, le sirva él mismo y coma de sus restos, porque los pobres son los elegidos del Señor. Pero, sobre todo, que evite, durante el curso de su vida, dañar en lo más mínimo a otro: amar a su semejante, protegerle y asistirle, de ahí derivan las virtudes más agradables a Dios". 
Sobre esta moral sublime está calcado el Evangelio de Jesús, su historia,con pequeñas variantes, es la misma de Kristna; así es que la regeneración social que realizó Jesús no es debida a un episodio de su historia; que si bien pudo servir de base para un gran misterio religioso, no es debido a la creación de ese misterio el desenvolvimiento progresivo de la humanidad. Este movimiento ascendente obedece al exacto cumplimiento de las leyes universales que rigen en la creación. 
Justo es que digamos que los espiritistas ni hacen descender al hombre a la triste condición del bruto, ni son tan osados y tan ilógicos que lo elevan a la suprema categoría de un Dios.
Para nosotros no hay más que un Dios, ¡Ese Dios que se siente y no se define!
¡Esa inteligencia suprema! ¡Ese algo misterioso que constituye un todo incomprensible, universal y eterno!... 
¡Ese aliento divino!...
¡Esta savia generosa que alimenta a los lirios y a las cordilleras de los Andes! ¡A los infusorios de la Tierra, y a los mundos que en vertiginosa carrera se precipitan afanosos para sorprender los secretos de la eternidad!
Somos deístas racionalistas, y no le concedemos al hombre más que el fruto de su trabajo; por esta razón no podemos mirar en él, ni al bruto, ni a un Dios. Bruto no puede ser porque en su frente irradia un destello de la inteligencia divina; y a ser Dios no puede llegar, porque en el Universo no hay más que un Dios. ¡Luz más luz, produce sombra! Esto dijo un sabio y es la verdad.
Creemos, sí, que los hombres pueden llegar a ser grandes y buenos si quieren utilizar su inteligencia y su sentimiento, trabajando asiduamente en su mejoramiento moral e intelectual.
¡Pueden llegar a ser enviados providenciales!
Creemos que la moral de Jesús, es la moral de Dios; es la ley eterna promulgada desde los primeros tiempos por legisladores divinos, que le han hablado a las humanidades en un lenguaje apropiado a su respectivo adelanto.
Las humanidades no han sido creadas para odiarse, no. Los hombres no han nacido para destruirse unos a otros como fieras sanguinarias. Su destino es más humanitario, su misión es más grande, su tendencia más armónica, por esto de vez en cuando, cuando la fiebre enloquece a los hombres, cuando las instituciones de este mundo flaquean, vienen enviados providenciales, preceptores divinos que sirven de catedráticos a las multitudes, y les enseña la moral de todos los siglos, les leen el Código de todos los tiempos, les hablan de ese Dios desconocido que está en la mente de todos los hombres. 
Jesús fue uno de esos profetas del Espiritualismo, y como su gran misión es regenerar a los pueblos, como había sonado la hora en el reloj eterno, para que comenzara a espiritualizarse el sentimiento de la humanidad terrestre; por esto su voz generosa resonó en la Tierra, resuena todavía y resonará eternamente, y esto aconteció, acontece y acontecerá: no porque el cuerpo de Jesús resucitase, o fuese fluídico, sino porque Jesús resucitó al cuerpo social; y le dijo al viejo mundo (inmenso cadáver encerrado en la sepultura del más grosero materialismo), ¡Levántate y anda, humanidad hipócrita y descreída, y busca a Dios por medio de las buenas obras, que harto tiempo has estado aletargada con el opio fatal de tus pasiones!

El mayor de los milagros que Jesús ha hecho y que acredita verdaderamente su superioridad, es la revolución que sus enseñanzas han hecho en el mundo a pesar de la exigüidad de sus medios de acción.
En efecto, Jesús, pobre, nacido en la más humilde condición, en un pueblo casi ignorado y sin preponderancia política, artística, ni literaria, sólo predica durante tres años. En este corto periodo de tiempo es conocido y perseguido por sus conciudadanos, calumniado y tratado de impostor: se ve obligado a huir para no ser apedreado; es vendido por uno de sus apóstoles, negado por otro y abandonado por todos en el momento que cae en manos de sus enemigos.
¿Hay mayor injusticia que la que los hombres le han hecho a Jesús y a su sagrada religión?...
¡Pobres seres los que envueltos en la luz del presente, cierran los ojos ofuscados por la claridad, y suspiran recordando las sombras del pasado; no queriendo comprender que los dogmas de la fe ciega han desaparecido ante la ciencia, como la niebla desaparece ante los rayos del Sol!.
No tenemos la arrogancia estúpida de creer que la escuela filosófica espiritista ha pronunciado su última palabra, y que tras de esta creencia no haya más problemas que descifrar. No lo creemos nosotros así, no; vemos en el Espiritismo un gran adelanto; porque su desenvolvimiento hoy se adapta al gusto dominante de nuestra época, que es la investigación y el análisis: por esto la doctrina espírita nos encamina por la senda del progreso, sin que por esto creamos que poseemos la perfección absoluta, porque esa sólo la posee Dios. 
Nosotros creíamos ayer, y creemos hoy: en un solo Dios, inteligencia suprema causa primera de todas las cosas, infinita, incomprensible en su esencia, inmutable, inmaterial, omnipotente, soberanamente justo, bueno y misericordioso. Creemos que el hombre, una de sus criaturas, debe a Dios una adoración infinita.
¡Las hermosas palabras del evangelio han resonado siempre en el mundo! ¡El eco ha repetido en todos los tiempos la voz de Dios! Mas, ¿De qué sirvió la predicación de Kristna? Se obtuvo el mismo resultado que con la de Jesús; los sacerdotes crearon las castas, los privilegios, y en nombre de éste o de aquel Redentor, la humanidad antropófaga por instinto ha devorado en el voraz apetito de su soberbia, cuando ha tenido la debilidad de dejarse destruir.
La historia del progreso es tan antigua como el mundo. El Espíritu de Dios ha flotado sobre todas las humanidades, y ha irradiado en todas las épocas. El cristianismo no es de hoy, es de ayer, es de siempre, y será de toda eternidad, porque su moral sublime es el compendio de todas las virtudes.
Jesús vino a la Tierra llamando la atención del pasado, del presente y del porvenir, planteó en su aparición un problema científico, la teología se apoderó de este problema y le cubrió con un velo misterioso; pero mientras el misterio exista la luz no puede alumbrar a la humanidad.
Jesús vino a la Tierra para dar una lección a los tiempos de los tiempos. ¡Pobres teólogos de todas las edades! ¡Cuán ignorantes habéis sido siempre! ¡Para vosotros no ha habido más que tiempo presente! ¡No habéis presentido el pasado! ¡No habéis adivinado el mañana! ¡Toda la vida la habéis encerrado en la gota de agua que habéis tenido delante!
¿Merecen llamarse cristianos los que miran en Jesús un enviado divino, y tratan de imitar en lo poco que pueden, y lo que su escaso entendimiento les permite, la humildad, la paciencia, la tolerancia, y la cariad del mártir del Calvario?.

Los espiritistas, pueden llamarse cristianos porque reconocen en Jesús, al primer legislador del mundo. Porque creen que la oración del Padre Nuestro fue su código universal; porque ven en Jesús, el Sol de la Tierra, y venerando sus divinas enseñanzas, siguen la senda que trazó su evangelio, bendiciendo su nombre, y tratando de perdonar a sus enemigos, como Jesús perdonó a los fariseos que le crucificaron. Poco nos importa el nombre, lo que nosotros queremos son las buenas obras; pero es nuestro deber dejar consignado que los espiritistas tienen derecho a llamarse cristianos.
Si el llamarse cristianos quisiera significar que el que llevase ese nombre era un fiel traslado de Jesús, no habría en la Tierra ningún hombre que fuera digno de llamarse cristiano; pero siendo únicamente el nombre de su doctrina podemos llamarnos cristianos todos aquellos que tratamos de creer en ella.
¡Jesús ha vivido siempre! Desde el momento que el hombre, contemplando la bóveda estrellada en una noche de primavera cruzó las manos en señal de adoración, y su alma se puso de rodillas (como dice Víctor Hugo), el alma de Jesús murmuró en su oído: ¡Ama a Dios! Cuando el hombre, más tarde, trató de leer en las profundidades del cielo, el Espíritu del Jesús de todos los tiempos le dijo a su razón: ¡Busca a Dios! ¡Llámale, que Él te contestará!
Cuando los hombres como San Vicente de Paúl recogen a los niños huérfanos, Jesús les estrecha entre sus brazos y les dice: ¡Venid conmigo, benditos de mi padre, venid para recibir la sonrisa inefable de Dios!
Si los católicos creen que Jesús vino a la Tierra hace diecinueve siglos, los espiritistas creemos que cuantos redentores ha tenido la humanidad, todos han sido destellos de Él, rayos de ese foco de amor que vivifica a la humanidad. 
¡Oh! Sí; nosotros vemos a Jesús en la noche del tiempo lanzando una mirada melancólica sobre la Tierra, lamentando los desaciertos de las generaciones que vendrían a poblar este planeta, y como padre amoroso perdonando de antemano las locuras y los extravíos de sus hijos; escribiendo con su sangre en distintas épocas, el código de amor que había de regenerar a las humanidades del porvenir.
¡Mientras más se contempla la gran figura de Jesús, más se aleja de nosotros! Y su origen se pierde en el infinito del tiempo. Los espiritistas tienen su culto, escuchemos a Torres Solanot en su libro "El Catolicismo antes del Cristo " página 255: "Contra esos dos inmensos males, es preciso hacer tremolar a los cuatro aires una sola bandera, con un solo lema: Instrucción, Instrucción, Instrucción".
"Ésta es la Trinidad una, la trinidad que no riñe con la razón, tres unidades que claramente son la misma unidad, la que únicamente puede destruir las trinidades teológicas, y con ellas las religiones y el culto, la máscara de todas las dominaciones y misterios, invención de los sacerdotes. Debemos establecer la "adoración al Padre en Espíritu y verdad" en el templo edificado por Dios; la Naturaleza, con el director espiritual que Él nos ha dado, la Conciencia, con el único culto que Él nos ha prescrito; el Amor, templo, ministro y culto que no tiene más que una consagración: las buenas obras, mejores cuanto más trascienden a las criaturas, a los seres de todo orden que pueblan el Universo".
"Dentro de esas condiciones, dentro de estas leyes que se imponen al Espíritu como las leyes físicas a la materia, llevando en sí mismas el castigo de su transgresión, dejad a la creencia manifestarse tranquilamente, que el error no anida más que donde se comprime la idea, la fealdad del vicio no resiste jamás a la belleza de la virtud, la nube del mal es derribada por las corrientes del bien, el sol de la verdad brilla al fin de todas las tormentas en el cielo humano. Negar esto, es negar a Dios. El ateismo no es obra del Espíritu que piensa, es la obra de las religiones que tuercen la conciencia y el pensamiento humano. Sería desconocer la sabiduría divina, pretender que la miserable criatura, el gusano habitante de este planeta, inferior a muchos de los mundos que nos rodean, ha venido a corregir la obra del Creador de lo infinito, entre cuyos pliegues el hombre realiza un destino, que es el progreso, a condición de contribuir en su microscópico alcance a la armonía universal. Por eso cuando nos contemplamos a nosotros mismos en la pequeñez que representamos, volvemos a Dios el pensamiento para hallar en su grandeza un ideal de aspiración constante que nos llama a Él, tipo sublime de donde todo parte y a donde todo tiende; y cuando con los ojos del alma divisamos esos horizontes hasta el infinito dilatados, donde se presiente un progreso al fin de cada progreso, el ánimo se esparce y cobra alientos para remontarse a aquellos ideales de tanta realidad como la existencia que los concibe. La ciencia y el bien: he ahí los dos caminos paralelos que es preciso recorrer en pos de aquel ideal.
La razón ilustrada con la fe en Dios, esto es, la fe racional que brota espontáneamente en la conciencia; no hay otro guía más seguro en esta peregrinación que llamamos vida terrena".
Es una gran verdad; la fe sin la razón es un absurdo, la razón sin la fe una locura, y unidos son los dos grandes principios de todas las grandes cosas. El Espiritismo aspira a unir esas dos primeras unidades de la cantidad universal. ¡La razón, es el yo del raciocinio! ¡La fe, es el yo del sentimiento!
Cuando la humanidad llegue a saber sentir, y a saber pensar, la armonía universal será un hecho. Cada hora tiene su trabajo, cada día tiene su afán, y cada época su aspiración. El bello ideal de nuestros días es la disensión; se discute en todas partes, y todas las escuelas se apresuran a poner de relieve las excelencias del ideal religioso que defienden; ¿Cuál de ellas alcanzará la victoria? – Todas y ninguna; porque en todas las creencias hay un fondo de verdad, y ninguna posee la verdad absoluta, porque la sabiduría suprema sólo la posee Dios.
La vida de todos los hombres de la Tierra es una debilidad continuada; el hombre condena hoy el crimen que cometió ayer. A los que mandan no les gustan las reformas de los profetas; por esto lucharon nuestros padres, lucharemos nosotros, y lucharán nuestros hijos por llevar adelante la reforma universal. ¿Llegará ésta a conseguirse? Sí: se conseguirá con el transcurso de los siglos; llegará un día que repetirán las multitudes, lo que dicen hoy algunos grandes pensadores, "que como Dios no condena, no tiene que perdonar". Éste es un principio absurdo para los ignorantes; pero esencialmente lógico para aquellos que aman a Dios sobre todas las cosas. Dios podrá compadecer a los culpables, pero condenarlos, jamás.
¡La misión de las religiones cuán distinta debía ser! ¡Todas quieren ser las primeras! ¡Todas quieren ser las únicas! ¡Todas quieren ser las poseedoras de la verdad! Y el que cree tener más sabiduría, es el que está más lejos de ella. Las religiones no son otra cosa que el credo filosófico de las civilizaciones sucesivas que han ido engrandeciendo a la humanidad.
¡Las generaciones de ayer se alejan y se llevan consigo sus dogmas y sus ritos; y tal vez con ellos, vayan a otros planetas más inferiores a difundir la luz! 
Nosotros las saludamos al pasar, y les decimos: ¡Adiós! ¡Adiós, religiones misteriosas! ¡Con vuestros templos sombríos! ¡Con vuestros primitivos sacrificios! ¡Con vuestros profetas y grandes sacerdotes! Habéis terminado vuestra misión en la Tierra; ¡Id en paz! 
La dejáis como la debíais dejar, en un estado de fermentación. El pasado no quiere irse, el presente titubea, y el porvenir nos dice presentándonos el telescopio y el microscopio: ¡Avanza Humanidad! Que los planetas y los infusorios te dirán dónde está Dios.
Las muchedumbres son como las olas del mar, que murmuran siempre, empujadas las unas por las otras; y aun cuando esa creencia haya existido, y exista aún, tiene su razón de ser, es un torpe cálculo. Los sacerdotes para hacerse grandes tuvieron que imponerla, y los pueblos ignorantes lo aceptaron; porque la ignorancia lo acepta todo.
El sacerdote se convierte en mediador entre Dios y Satanás, el pecador descansa en el padre de almas, paga con sus preces y queda tranquilo. Esto indudablemente es una ventaja, porque el sacerdote vive de su trabajo, y el creyente va pagando su rescate; después, la creencia en el diablo tiene otra utilidad. El amor propio del hombre, o mejor dicho, la conciencia, queda más libre; pues cuando el individuo comete un desacierto, dice queriendo creer lo que pronuncia: Caí en la tentación, seguí la inspiración de Luzbel, y es muy cómodo poder echar las culpas a otro.
Nadie cuando comete un crimen suele decir: abusé de mi albedrío porque quise. No; todos exclaman: fulano me aconsejó, yo por mí solo no lo hubiera hecho. Me tentaron, me engañaron, me sedujeron, y siempre el hombre trata de aparecer como instrumento de otra voluntad; por esto la fábula del diablo es tan antigua como el mundo, porque es útil para las religiones, y un editor responsable para la humanidad; que toda la iniquidad de sus obras se las ha dado en patrimonio a un ser imaginario.
Afortunadamente ya hemos dado un gran paso; hoy se discute, mañana no se discutirá porque no será necesario; los hombres se habrán convencido que la religión obligatoria es un absurdo, porque no hay dos espíritus que tengan igual adelanto, el culto religioso que engrandece a uno, estaciona al otro, y cuando se convenzan de esta innegable verdad, cada cual será libre para adorar a Dios a su manera; los unos en una cueva en las entrañas de la tierra, y los otros en la cumbre de las montañas, disputando su nido a las águilas; pero mientras no llegue ese mañana, tenemos que seguir labrando la tierra, preparando el terreno para los colonizadores del porvenir.

( CONTINÚA EN LA SIGUIENTE PUBLICACIÓN )
La Luz del Espíritu Amalia Domingo Soler
CAPÍTULO XXIX
LA MISIÓN DEL ESPIRITISMO

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Los servicios del Centro 

               Espírita

En el desempeño de su función, el Centro Espírita es, por sobre todo, un centro de servicios al prójimo, tanto en el plano propiamente humano como en el espiritual. La enseñanza puramente evangélica, las oraciones, los pases y el trabajo de adoctrinamiento representan un esfuerzo permanente de esclarecimiento y orientación de Espíritus sufrientes y de sus víctimas humanas que, por lo general, son compañías necesitadas de la misma asistencia.

Muchas personas se preguntan si los espíritas no son pretenciosos y orgullosos al considerarse capaces de esclarecer a Espíritus desencarnados. Consideran que ese es un servicio de Espíritus superiores y no de hombres. Llegan a hacer cálculos para demostrar a los espíritas que ese trabajo es en vano, pues el número de Espíritus que pueden asistir a sus sesiones es ínfimo. Se olvidan de que toda actividad esclarecedora, en cualquier campo, vale más por su posibilidad de propagación. La dinámica de la comunicación es el principal factor de la eficiencia en tales casos. Son muchos los ejemplos históricos en tal sentido, pero ninguno es más claro que el de Jesús, sirviéndose de un pequeño grupo de personas para modificar, con sus enseñanzas, aunque desvirtuadas por la ignorancia, la faz del mundo.

En las sesiones espíritas no se pretende abarcar a todos los Espíritus necesitados –lo que sería imposible-, sino cuidar la atención de aquellos que están más ligados a nosotros. El adoctrinamiento de un Espíritu perturbado es casi siempre el pago de una deuda nuestra con aquel Espíritu. Si lo perjudicamos ayer, hoy lo socorremos. Y él, auxiliado, se convierte en un nuevo asistente a la gran batalla por el esclarecimiento general. Cada Espíritu que conquistamos para el bien representa un nuevo impulso en la lucha, el acrecentamiento de un compañero más, un aumento del bien. Debemos recordar siempre que el bien es contagiante. Si liberamos a una víctima de la obsesión en la Tierra, hacemos lo propio con otra en el mundo espiritual que nos rodea. Esa multiplicación se procesa en un constante crecimiento, alcanzando progresivamente a centenares de personas y Espíritus.

Alegan algunos que los Espíritus perturbados son asistidos en el mismo plano espiritual. Sin embargo, Jesús, acaso, ¿dejó de asistir a los Espíritus sufrientes aquí mismo, en la Tierra? Por el contrario, los asistió, e incluso ordenó a sus discípulos hacer lo mismo. La experiencia espírita confirma el acierto de esa atención terrena, demostrando científicamente que los Espíritus desencarnados, aún muy apegados a las condiciones de la vida material necesitan de asistencia mediúmnica para liberarse de tal ligazón. 

En las sesiones, como observó el sabio médico espírita Gustave Geley, la emanación de ectoplasma forma un ambiente favorable a las relaciones de los Espíritus con los hombres. En ese ambiente mediúmnico los Espíritus apegados a la materia tienen la impresión de una mayor seguridad, como si estuviesen nuevamente encarnados. Muchas veces, en las sesiones, los Espíritus orientadores se sirven de un médium para adoctrinar más fácilmente a esas entidades perturbadas. Eso confirma la dificultad -destacada por Kardec- que los Espíritus más evolucionados encuentran para esclarecer a los inferiores en el plano espiritual. Las sesiones espíritas de adoctrinamiento y desobsesión demostraron su eficacia desde Kardec hasta nuestros días, mientras que las opiniones contrarias no se afirman más que sobre opiniones personales, suposiciones deducidas de falsos raciocinios derivados de una falta de real conocimiento de ese grave problema.

Quienes hoy procuran restar valor e importancia a esas sesiones en los Centros, no dejan de obedecer más que a pálpitos. Los Centros Espíritas bien organizados y bien orientados no se dejan llevar por esos pálpitos, dado que poseen suficiente experiencia en ese campo altamente delicado de sus actividades doctrinarias. Y de la misma manera, los que pretenden que las sesiones de los Centros deben ser dedicadas sólo las manifestaciones de Espíritus superiores, revelan egoísmo y falta de comprensión doctrinaria. La parte más importante y necesaria de las actividades mediúmnicas, mayormente en nuestros días, es precisamente la de la práctica doctrinaria de la desobsesión. Trabajar en ese sector es un deber constante de los médiums esclarecidos y dedicados al bien del prójimo. El estado de confusión al que llegó la Psicoterapia, y particularmente la Psiquiatría, exige el redoblado esfuerzo de los Centros en el trabajo de adoctrinamiento y de desobsesión. Millones de víctimas, en el mundo entero, claman por el socorro de métodos más eficientes de cura psicoterapéutica, la que sólo el Espiritismo puede ofrecer, gracias a su experiencia de casi dos siglos en ese campo. El Centro Espírita conserva ese acervo maravilloso en su tradición y no puede inmovilizarse ante los sofismas de la actualidad trágica y pretenciosa.

Las comunicaciones de los Espíritus superiores son dadas en el momento preciso, incluso en medio del aparente tumulto de las sesiones de desobsesión. Es muy agradable recibir comunicaciones elevadas de Espíritus superiores, pero sólo somos acreedores a ellas luego de atender, con abnegación y sentido fraternal, a los Espíritus sufrientes. Cuando rechazamos esas oportunidades redentoras los Espíritus superiores se apartan y el campo queda libre a los mixtificadores, como lo saben, muchas veces por duras experiencias propias, los que intentan beneficiarse con bendiciones sin ser merecedores de ellas.

Los servicios asistenciales a la pobreza, prestados por los Centros Espíritas, constituyen la contribución espírita al desenvolvimiento de la nueva mentalidad social en nuestro mundo egoísta. No basta sembrar ideas fraternalistas entre los hombres, es necesario concretizarlas en actos personales y sinceros. El Centro Espírita funciona como un transformador de ideas fraternales en corrientes de energía activas en ese plano. En sus turbinas invisibles las ideas se transforman en actos de amor y de dedicación al prójimo. Existen quienes combaten la limosna, la donación desinteresada de ayuda material a los necesitados. Pretenden la creación de organismos sociales eficaces para modificar el panorama de la miseria con recursos de enseñanza y orientación y capaces de conducir a los desdichados hacia una situación mejor. Esos es lo ideal, y muchos Centros y otros tipos de organizaciones espíritas lograron hacerlo. Mas, cuando escasean los recursos y medios para lograr tal realización, ¿es justo que dejemos a los necesitados a la ventura de su impotencia? Hay necesidades tan acuciantes que tienen que ser atendidas ahora, en este momento. Negar nuestro auxilio en tales casos con el pretexto de que estamos proyectando medidas más eficientes, es falta de caridad, comodismo disfrazado de idealismo superior. El Centro Espírita es un instrumento de acción inmediata que actúa de acuerdo con la urgencia de las necesidades. Sin la atención de esas necesidades, las víctimas de la injusticia social no podrán estar a la espera de las brillantes y eficientes realizaciones del futuro. Como enseñó Allan Kardec, debemos esperar que las utopías se muestren realidades, para luego aceptarlas. Las personas que censuran ese esfuerzo de ayuda a los necesitados, defendiendo proyectos de reforma social, se aíslan de la acuciante realidad en que vegetan los que no disponen de medios para su propio sustento. 

Generalmente, tales ideólogos de un mundo mejor que debe surgir por milagro o por conmociones sociales, acusan a los espíritas de alienados, comodistas y divorciados de la realidad, cuando, verdaderamente son ellos los que se aíslan. El Centro Espírita no se puede entregar, por tanto, a sus principios. Su objetivo es el bien de todos y no el de tal o cual sector de la sociedad. La evolución social depende de la evolución de los hombres, que constituyen e integran los organismos sociales. Es por el ejemplo de la fraternidad y no por el de la violencia que podemos mejorar al mundo. La revolución cristiana no se procesa por medio de actos violentos, sino a través del esfuerzo de sacrificios y abnegaciones fundamentados en el respeto por la criatura humana. No importa si esa criatura es un mendigo o un potentado. La revolución espírita, que es hija y heredera de la revolución cristiana, no se concreta mediante el poder precario o ilusorio de las armas destructores, sino al ritmo de las medidas concienciales de los hombres, en la búsqueda de la paz y la comprensión para que las atrocidades desaparezcan de la Tierra. No podemos apagar el fuego con nafta, así como tampoco podemos armonizar el mundo con la sustitución de castas en el poder.

Los servicios de asistencia al prójimo sólo pueden retardar el avance de la violencia, al paso que aceleran el desarrollo moral y espiritual de la humanidad. Es de ese desarrollo –y exclusivamente de él- del que podrá surgir en la Tierra una civilización superior. El Centro Espírita no puede trocar, por tanto, sus servicios de amor y fraternidad por su empecinamiento en las luchas entre grupos partidistas y clases. Él apela a los valores de la inteligencia, que a través de la razón equilibrada y de la comprensión profunda de las necesidades humanas conduce a los hombres a soluciones y no apenas a intentos de crear mayores conflictos.

Un espírita no puede pensar en términos de la realidad inmediata. La concepción dialéctica del Espiritismo no se fundamenta en el análisis de las contradicciones superficiales del mecanismo social. Ella profundiza en el examen de la dinámica compleja de las acciones y reacciones de los individuos y de los grupos sociales que estructuran la sociedad. Reducir toda esa complejidad a las manifestaciones efímeras de las etapas evolutivas de una sociedad, es negar al hombre la posibilidad de luchar para comprender los problemas con que se enfrenta en el proceso existencial. Vivir y existir son dos posibilidades del Ser que se proyecta en la encarnación. En los planos inferiores de los reinos mineral y vegetal la vida es movimiento y sensación, pero en las etapas intermedias de la animalidad se convierte en conquista y dominio, elevándose en el plano hominal a la conciencia de sí misma en busca de la trascendencia. En ese plano, el ser humano asume la responsabilidad de esa búsqueda y sólo existe, realmente, superando las fases inconscientes de su desarrollo en la medida exacta en que sabe qué quiere y por qué lo quiere.

Ese qué y ese por qué tienen entonces que superarse a sí mismos en la conquista del cómo, es decir: de cómo, de qué manera podrá continuar elevándose. Así como la conquista material del plano animal se transforma en la conquista de conocimiento de sí mismo y de su destino trascendente, todas las demás actividades del hombre edifican la conciencia, lo que da al Ser su unidad. Consciente de esa unidad intrínseca, el hombre supera entonces la multiplicidad de su propia estructura y del mundo. Se revela en él la centella divina de su origen espiritual. Él comprende que es Espíritu y que, como tal, no puede destruirse con la muerte, pues su esencia es indestructible y eterna. Ese es el momento espírita de la redención, en que el espírita capta su inmortalidad en su propia conciencia y modifica su manera de ser ante el mundo transitorio e ilusorio.

A partir de ese momento el Espíritu se integra en el Centro Espírita, se llega a él, no como un servidor más, sino como el propio servicio. La multiplicidad de los servicios del Centro adquiere en su conciencia la misma unidad conquistada por ésta. Al mismo tiempo, la visión de la unidad existencial, en que todos los servicios se funden en el servicio único a la humanidad, despierta en él el sentimiento y la comprensión de su único deber: servir a Dios en el servicio al prójimo.

Todo lo que él haga de ahí en adelante, será un hacer universal, no relacionado sólo con él o con el Centro, no limitado a su persona o a su grupo, ni incluso restringido al medio espírita, sino extensivo naturalmente a toda la humanidad. Los prisioneros del Espiritismo, a partir de Kardec, todas las grandes figuras que supieron brindarse al Espiritismo en lugar de posesionarse o servirse de él, realizaron esa marcha redentora, pasaron por un gigantesca odisea espiritual templándose en las encarnaciones sucesivas para reimplantar en la Tierra la siembra de Cristo, por la resurrección de su Evangelio, de su Buena Nueva en espíritu y verdad.

Como se ve, el Centro Espírita es realmente un centro de convergencia de toda la dinámica doctrinaria. En él se inician los neófitos, se educan los médiums, comunícanse los Espíritus, adoctrínanse niños y adultos, libéranse obsesos, estúdiase la Doctrina en sus aspectos teórico y práctico, promoviéndose la asistencia social a todos los necesitados, sin imposiciones ni discriminaciones y cultívase la fraternidad pura que abre los portales al futuro. La coordinación de las actividades de un Centro Espírita bien orientado es prácticamente automática, resultando del clima fraternal en que todos se sienten como en familia, ayudándose mutuamente. Es en esa comunión de esfuerzos que los espíritas pueden anticipar las realizaciones más fecundas. Pero si en el Centro Espírita se infiltra el espíritu mezquino de las intrigas, de las pretensiones desmedidas, de las aversiones inferiores, los dirigentes necesitan de mucha paciencia y tolerancia para superar esos amargores y restablecer la paz y atmósfera espiritual. Jamás, sin embargo, se deberá renunciar a sus deberes, lo que sería una deserción, a menos que lo hagan reconociendo humildemente sus errores y continuando en el Centro para servir mejor, en las mismas funciones o en otras inferiores. Nada más triste que en un Centro Espírita unos se erijan en maestros de los demás, cuando en realidad nadie sabe nada y todos debieran considerarse, sencillamente, aprendices. Los servicios más urgentes de cada Centro son los de instrucción de los viejos y nuevos adeptos, tanto unos como otros carecientes del conocimiento doctrinario. Bien realizado ese servicio, todos los demás serán cumplidos con más facilidad.

Por J. Herculano Pires
del libro "El Centro Espírita"

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LA ELECCIÓN DE LAS PRUEBAS 

Por Ana Dulce Pamplona 

(…) “a cada uno según sus obras”. Mt16:27 

¿Cuántas veces nos preguntamos cosas del tipo “¿por qué esta es mi familia?”; “¿por qué fui a nacer pobre?”; “¿por qué soy tan infeliz?” o hasta afirmamos que “no pedí nacer”; “no merezco esta vida” y “no tengo culpa de nada”? 

Innumerables veces proferimos estas expresiones, sin recordar que antes de esta encarnación nosotros escogemos el género, el número y el grado de las pruebas que vamos precisar pasar en la Tierra. 

Quien afirma esto es la Doctrina Espírita, con mucha propiedad y en base filosófica y religiosa. 
Si sabemos que Dios es la Soberana Justicia y Bondad infinita, tenemos consciencia de que Él no escogería pruebas aleatóriamente, como si fuese uno de nosotros - hombre terreno lleno de pasiones y preferencias. 
Si así fuese, quedaríamos a merced de ese Dios tan caprichoso e injusto. El hecho de que Él nos da el sagrado derecho de escoger si queremos la puerta estrecha o la puerta ancha y el también sagrado deber de arcar con las consecuencias de esos hechos, sean buenos o malos. Esta es la ley de Acción y Reacción. 

Antes de sumergirnos en la carne para nueva “aventura” terrestre, hacemos un largo y organizado planeamiento reencarnatório, con la ayuda de los buenos Espíritus, que colaboran en la obra de Dios. Y así escogemos si tal familia, que, mismo extremamente problemática, es la más adecuada para nuestro crecimiento íntimo, pues en ella estarán las personas con las cuales precisamos hacer las paces. También escogemos una dolencia terrible como un cáncer linfático, pues, en vidas pasadas lesionamos nuestro cuerpo con toda suerte de abusos físicos y a través de la dolencia, estaremos drenando estas imperfecciones para salir victoriosos de una existencia más provechosa. 

Si para algunos, que aun por rebeldía es difícil aceptar la justicia de Dios, tal vez por qué el no siempre nos agrada, dado el tamaño de nuestro egoísmo, para otros este conocimiento disipa una nube de dudas, y porqués. Más allá de ser altamente consolador saber que aquello que plantamos es lo que recogemos.

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    OCHO NOTAS PARA VIVIR MEJOR 

1 - Procure colocarse en la situación de su interlocutor para entenderlo acertadamente. 
«Esfuércese para entender al compañero menos esclarecido. No todo el tiempo usted dispone de recursos para comprender como debe ser» (7). 

2 – No sea un riguroso defensor de la sinceridad. 
Transmita su opinión sin palabras o acentuaciones agresivas. 
«Observe los métodos para cultivar la verdad. Muchas personas que se presumen verdaderas, son vehículos de perturbación y desánimo» (6). 

3 – No sea el «dueño de la verdad». 
«Sea leal, pero huya de la franqueza cruel. Con el pretexto de ser realista, no pretenda ser más verdadero que Dios, porque solamente de su Autoridad Amorosa se reciben las revelaciones y trabajos de cada día» (5). 

4 – Estimule a las personas para que practiquen el bien. Descubra el lado positivo de cada uno. Sea optimista. 
«Que ninguna palabra corrupta salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (Pablo a los Efesios, 4:29). 
«Debemos considerar que el mal no merece comentarios en ningún momento» (5). 
«Su conversación exteriorizará las directrices que usted escogió en su vida» (9). 
«El optimismo […] es un manantial de fuerzas para sus días de lucha» (8). 

5 – Permita que los otros también hablen. Saber escuchar es una habilidad pasible de desarrollo. 
«Evite la charlatanería desmedida, quien conversa sin pausas, cansa al que escucha» (3). 
«Piense mucho. Medite más. Hable poco» (4). 
«Hable lo menos posible, en lo referente a usted y sus problemas» (2) 
«La palabra es de plata, el silencio es de oro» (dicho popular). 

6 – Respete ideas contrarias a las suyas. No quiera imponer su opinión. 
«No encarcele a su vecino en su modo de pensar, dé al compañero la oportunidad de concebir la vida tan libremente como usted» (3). 

7 – Aprenda a expresarse correctamente, sin el uso de modismos, jerga profesional, palabreado o gestos vulgares. 
«Hable construyendo» (1) 
«Tenga cuidado en la forma como se expresa; en varias ocasiones, las maneras dicen más que las palabras» (3). 

8 – Use la palabra como instrumento de auxilio. 
Evite burlas. 
«Ayude conversando. Una buena palabra auxilia siempre» (5). 
«Evite asuntos desconcertantes para el oyente. Todos tenemos determinadas zonas neurálgicas en el destino, sobre las cuales necesitamos hacer silencio» (5). 

Marta Antunes 
Reproducido de La Revista Espírita 

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