lunes, 13 de febrero de 2017

EL HOY Y EL MAÑANA DEL HOMBRE




                                                                         

         AMALIA DOMINGO SOLER 
         Y LA IDEA DE DIOS

    Dice muy bien el inspirado poeta: El hombre debe buscar a Dios en sí mismo si al contemplar la espléndida naturaleza, no lo encuentra dando vida a todo lo creado.
    Cuando la duda nos atormentaba, cuando en los días aciagos de nuestras  borrascosas existencias llegaba la hora del crepúsculo vespertino; en aquellos momentos solemnes mirábamos al cielo, preguntábamos a nuestra conciencia y una voz interior nos decía:
    Reconoce que en ti hay algo superior a tu deleznable materia.
    Tu cuerpo se cansa, ¡Sí! Tus pies se niegan a andar, tus ojos a ver, tus brazos a trabajar, caes anonadado, rendido por la fatiga de tu larga y penosa jornada, todo se paraliza ante ti menos tu pensamiento, el sueño deja como inerte tu organismo, pero al despertarte murmuras por lo regular: ¡Cuanto he soñado! Luego ese agente que hay en ti, esa llama que sostiene la vida de tu imaginación, ese recuerdo de lo pasado, ese presentimiento del porvenir, ese anhelo del presente, ese algo inexplicable pero real y positivo que hay en ti, separado de tus dolencias, de tus desengaños, esa fuerza que te impulsa a sentir... ¿No te dice que hay un lazo misterioso entre el alma de la naturaleza y tu alma?.
    Al contemplar la vegetación que escribe en los campos las memorias de Dios,
   ¿No se eleva, no se sublima, no se engrandece tu pensamiento dominado por la
admiración?.
   ¿No te encantan, no te atraen, no absorben poderosamente tu atención los bosques centenarios que guardan en su seno los restos de las generaciones que pasaron?.
  ¿Vives satisfecho contigo mismo? ¡No! Además de necesitar aire para respirar, rayos de sol para vigorizarte, agua cristalina para calmar tu sed, frutas sazonadas para saciar tu hambre, paisajes encantadores con que recrear tu vista, flores aromáticas para halagar tu
olfato; tu mente necesita después de todo eso abstraerse, pensar en algo que ve y no ve y
reflexionar sobre una vida pasada y futura.
    Estudia la historia de todas las generaciones, y verás que los primeros pobladores de la Tierra adoraban a los astros, porque ha nacido con el hombre el germen de la adoración a un algo visible e invisible a la vez.
    Esto nos decía nuestra conciencia cuando fluctuábamos en las turbias aguas de las dudas, y hoy que pensamos de muy distinta manera, hoy que la razón ha operado las
cataratas de nuestra incredulidad, hoy vemos a Dios, como dice el poeta, en el fondo de
nuestra alma.
    ¡Sí!Hoy que creemos ser grandes.
   ¡Hoy que nos avergonzamos de nuestras debilidades!
   ¡Hoy que recordamos con dolor profundo nuestros desaciertos!
   ¡Hoy que nos contemplamos tal como somos!
   ¡Hoy que el amor propio no nos ciega!
   ¡Hoy que quisiéramos ser sabios como Sócrates y buenos como Cristo!
   ¡Hoy que sentimos inmensa compasión por los desgraciados!
   ¡Hoy que quisiéramos ser la encarnación de la providencia para vestir al desnudo,
alimentar al hambriento, guiar al perdido y aconsejar al inexperto!
  ¡Hoy que hemos visto en nosotros la muerte del hombre viejo con sus vicios y su
decrepitud, y hemos asistido al nacimiento del hombre joven! ¡Ávido de luz! ¡Sediento de
verdad! ¡Hambriento de justicia! ¿Esta nueva vida deberá ser fugaz meteoro que pasará
para no volver? ¡No! Y sin embargo nuestro organismo se deshace, la vejez entorpece
nuestro pasado, las arrugas hacen un jeroglífico en nuestra frente, nuestros rizos de oro se
transforman en bucles de plata, nuestro cuerpo se inclina buscando un hoyo en la tierra,
mientras que nuestro Espíritu pretende osado ser un nuevo mesías en los mundos de luz.
    ¿Y este desacuerdo aparente, esta desarmonía, podrá ser cierta? ¿Moriremos cuando hemos comenzado a vivir? ¿Nuestras nobles aspiraciones vivirán lo que los fuegos fatuos sobre los sepulcros? ¡No! En nosotros hay algo superior a la frágil materia, somos creados por el hálito de la divinidad, somos hijos de Dios; por esto no podemos morir y en nuestra
inmortalidad encontramos la innegable existencia del Eterno.
    Cuando escuchamos las comunicaciones de los espíritus, entonces exclamamos:
    ¡Que grande es el Omnipotente! ¿Qué liturgia, qué rito, qué dogma podrá potenciar su
grandeza tan elocuente como la comunicación de los espíritus? ¡No hay religión que cante
el hosanna con el sentimiento que lo cantan los seres de ultratumba! ¡La negación de la
muerte es la prueba inconclusa de la Omnipotencia del que hizo la luz!.
    Siempre hemos adorado a la naturaleza hasta en las florecillas silvestres, la olorosa retama, la roja amapola y el perfumado romero nos han hecho exclamar; ¡Qué bueno es Dios!.
    La escondida gruta de donde brota cristalino manantial, la empinada sierra y la verde llanura todo nos ha impresionado, todo nos ha parecido bello, en todo hemos visto las huellas de Dios; pero cuando nuestra admiración ha llegado a su grado máximo es cuando hemos oído la voz de los espíritus, entonces hemos sentido lo que no podemos explicar, porque el sentimiento íntimo del alma es inexplicable, indefinible: sólo podemos decir que la idea de Dios ha tomado en nuestra mente nueva forma, y la certidumbre de que hay una inteligencia suprema, y superior a todo lo creado nos ha hecho sentir un amor inmenso al autor de nuestra eterna vida.
   Cuando espíritus amigos han dicho: ¡Vivistes ayer y vivirás mañana! Tus sueños, tus aspiraciones, los delirios de tu ardiente fantasía no son elucidaciones de tu fértil imaginación; podrás llegar a ser sabio entre los sabios, grande entre los grandes, justo entre los justos si consagras las horas de tu interminable vida a todo lo digno, noble, puro y
santo.
¡No eres un átomo perdido en el mundo!
¡No eres el desterrado de los cielos!
¡No eres el hijo olvidado de tu Eterno Padre!
¡No eres el judío errante de la tradición!
   Eres ¡Sí! El Espíritu que tendrá vida eterna cuyo progreso será indefinido. ¡Todo cuanto encierra la Creación será para ti! ¡Vienes del infinito y el infinito es tu porvenir!
   La sombría huesa donde se disgregan los cuerpos humanos no guarda más que las moléculas de vuestro organismo material, es el instrumento que necesitáis mientras estáis en este mundo; pero vuestro ser espiritual, vuestro yo pensante, vuestra voluntad funciona eternamente conservando su individualidad, pues si así no fuera, Dios no sería justo.
    ¡Qué hermoso es el porvenir del hombre! La mente se abisma contemplando el infinito... y todas las pequeñeces de la Tierra, todas las miserias humanas dejan de impresionarnos y de zaherirnos cuando recordamos nuestra inmortalidad y nuestro progreso sin límites.
    La inmortalidad que las religiones positivas conceden al Espíritu, ni consuela ni entusiasma, porque en todos los credos el alma queda inactiva, salvada, condenada o
confundida en el gran todo; cesa su actividad en el momento de desprenderse de su cuerpo
y el Espíritu inactivo no vive en su verdadera vida. Vive el alma realmente cuando se ocupa
de su perfección y trabajando en su progreso indefinido responde a la grandeza de su creador.
    En la comunicación de los seres de ultratumba es donde nosotros hemos encontrado la completa, y la absoluta certidumbre de la existencia de Dios. Dios está en la naturaleza, es verdad; Dios habla a sus criaturas en el monte y en el llano, en los ríos y en los mares, en las aves y en las flores, en las deliciosas mañanas de Mayo y en las tétricas noches de Diciembre, en la bonanza y en la tempestad; pero en la comunicación de los espíritus, ¡Encuentran las almas pensadoras tanto que estudiar y que aprender!... ¡Se ve tan patente la Omnipotencia de Dios en la negación absoluta de la muerte! Cuando la luz de la verdad suprema disipa las sombras de los siglos, cuando escuchamos las voces de los sabios que fueron los grandes iniciadores de las civilizaciones pasadas, cuando decimos:
    ¡Nada muere! ¡Nada!, Las ciudades se hunden, ¡Sí! Pero sobre las ruinas quedan sus
profetas, sus mesías, y sus mártires, y los jefes de aquellas escuelas filosóficas que fueron
esplendor y gloria de Atenas, de Alejandría y de Roma, hoy más sabios que entonces dejan
oír su voz entre los hombres de buena voluntad.
    Desaparecen las distancias, los siglos quedan reducidos a segundos y la vida de
todos los tiempos reaparece ante nosotros palpitante, rica de emociones, y la realidad de
Dios nos admira y nos asombra.
    Bien dice el poeta: Para mirar a Dios cierra los ojos y búscale en el fondo de tu alma.
    ¡Sí espiritistas! Dios está en todas partes, indudablemente, pero habla mucho más
a nuestros sentidos cuando escuchamos los consejos de nuestros padres después de haber llorado largos años su muerte.
    Lo sabemos por experiencia; hará veintidós años que perdí a mi madre y en la tarde del treinta de Octubre último oímos su voz, clara inteligible, sin mediación de ningún médium: copiábamos un artículo cuyo asunto versaba sobre la noble mujer que me llevó en su seno, y al firmarlo, sentí que daban un ligero golpecito en la puerta de cristales de nuestro gabinete, y una voz dulce murmuró muy queda: ¡Adiós, hija mía!.
    La sensación que experimenté es imposible explicarla; nos levantamos rápidamente, abrimos la puerta, miramos todas las habitaciones y nadie había, pero había en nuestro corazón violentísimas pulsaciones, había en nuestra mente un mundo de ideas, había luz bastante en nuestra imaginación para ver clara, muy clara la verdad de la vida de ultratumba.
    Aquel día había trabajado más que de costumbre, no porque estuviera mejor de salud, y decía de vez en cuando: ¡Quién me acompañará hoy que tan buena influencia tiene! Mas al oír aquella voz, murmuré... ¡Madre mía!. ¡Tú vives! ¡Sí! No queda la menor duda, tu voz yo no puedo confundirla con ninguna, y para mejor satisfacción preguntamos más tarde a dos espíritus por conducto de dos médiums, y los dos espíritus nos dijeron que el corazón es el mejor profeta, que de mi madre era la voz que habíamos oído. Y confesamos ingenuamente que nunca nos ha parecido Dios tan grande; toda nuestra adoración se despertó al escuchar aquella voz tan querida.
    Dios está en todas partes, ¡Sí! Pero cuando se reconoce mejor su Omnipotencia es escuchando la voz de los espíritus que nos hicieron felices con su inmenso amor.
    Entonces sentimos en un segundo unas sensaciones que nos pueden conmover durante
siglos.
    Renunciamos a pintar lo que sentimos en aquellos instantes, así como a Dios no se le puede definir, de igual manera los sentimientos del alma son indefinibles...
    Mientras más se eleva el hombre separándose de todos los rutinarismos terrenales, más difícil es darse cuenta de lo que siente, y si él mismo no comprende sus sentimientos, menos podrá hacerlos comprender a los otros.
    Algo habíamos oído decir de los goces que proporcionan las comunicaciones de los espíritus, y efectivamente cuanto se diga es válido.
    Hay revelaciones que al hombre más escéptico le volverían creyente.
    Si de la comunicación ultraterrena abusan algunos ignorantes, si la superchería puede apoderarse de ella, si puede dar lugar a muchas supersticiones llegando hasta la obsesión, y lo que es peor aún a la subyugación casi completa; en cambio, bien comprendida y analizada, sin que ningún interés mezquino nos impulse sino únicamente el noble afán de iniciarnos en la vida de ultratumba, si la verdad buscamos y la sana razón nos guía, entonces... ¡Benditas mil veces las comunicaciones con los espíritus!.
¡Dios se revela en ellas!
¡Dios nos descubre sus innumerables mundos!
¡Dios nos envía torrentes de luz!
Dios nos dice: ¡Venid benditos del progreso y seréis conmigo en las esplendentes moradas de la Creación!.
¡Dios está en la conciencia de todos los hombres que creen en la inmortalidad del alma y en la individualidad y progreso indefinido del Espíritu!
¡Espiritistas, adoremos a Dios, rindámosle culto haciendo continuamente obras de caridad y descifrando con nuestro estudio y asidua aplicación los problemas que guarda la ciencia!
¡Feliz el hombre que comprende la grandeza, la sabiduría y la Omnipotencia de esa fuerza creadora llamada Dios!.

-LA LUZ DEL PORVENIR 

CAPÍTULO XII

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                 LOS MALES DEL EGOÍSMO

Anselmo F. Vasconcelos

El egoísmo solo será superado cuando el individuo busque entender su realidad eminentemente espiritual
Transcurridos 155 años de la publicación de la primera edición de El Libro de los Espíritus, marco inicial de la era del Espíritu inmortal o de la inmortalidad del alma, los mentores espirituales de ese mundo han apuntado el egoísmo – asunto que siempre merece cuidadosa reflexión de nuestra parte – como el mayor obstáculo al progreso humano. En ese sentido, en los comentarios referentes a la pregunta nº 917 de la citada obra, Allan Kardec concluyó que “El egoísmo es la fuente de todas las adicciones, como la caridad lo es de todas las virtudes [...]”. El Codificador incluyó también que destruir una y desarrollar la otra debe ser el objetivo de toda la criatura humana que desea la felicidad – tanto como es posible alcanzarla en este planeta – ahora y en el futuro.  
 Básicamente, el egoísmo deriva de la fuerte influencia de las cosas de la materia en nuestra personalidad; por eso, es difícil eliminarlo, pero no imposible. Explicando más sus maleficios, Chico Xavier, ya en la condición de Espíritu desencarnado, en la obra que lleva, de hecho, su nombre (psicografia de Carlos A. Bacelli), ponderó que “Todos los males que asolan la humanidad derivan del egoísmo; es él el gran responsable por los perjuicios de toda especie – el orgullo racial, el fanatismo religioso, la ambición del poder: es él que fomenta las guerras de exterminio, la subyugación de un pueblo por otro, el desequilibrio que asola las mentes que articulan los atentados terroristas…”.
Infelizmente, en este inicio de milenio, la civilización humana aún se muestra, de manera inequívoca, por el comportamiento egoísta, considerando que:
·        La pobreza y la desigualdad ocupan el primer lugar en la jerarquía de los principales problemas de la humanidad, según Koffi Annan, ex-Secretario General de las Naciones Unidas;
      1,4 billones de personas aún viven con menos de US$ 1,25 por día;
•    925 millones sufren de hambre crónica;
•    2,6 billones de personas no tienen acceso a las condiciones decentes de saneamiento y 884 millones de personas no tienen acceso al agua potable;
•    828 millones de personas en los países en desarrollo viven en casuchas, sin infraestructuras básicas o inadecuadas, tales como carreteras, abastecimiento de agua canalizada y electricidad o agotamiento;
•    796 millones de adultos son analfabetos;
•    8,8 millones de niños con menos de cinco años de edad mueren anualmente debido a problemas de salud evitables;
•    Cerca de 75% de la población no está cubierta por sistemas de seguridad social adecuados;

•    150 millones de personas sufren anualmente catástrofes financieras y 100 millones son empujadas para niveles bajo la línea de pobreza, cuando son obligadas a pagar por los servicios de salud.
 Vale añadir aunque, de acuerdo con los datos del Ministerio de Trabajo & Empleo, fueron rescatados 41.451 trabajadores en Brasil entre 1995 y 2011 encontrados en situación análoga a la de esclavo. Peor aún: persisten las señales convincentes de que tal abominación aún esté presente en el territorio nacional. Subyacente la gran parte de los males arriba descritos, está el notorio y excesivo apego al dinero como forma vehemente de manifestación egoísta. Prueba dificilísima para el Espíritu que, si no es bien aprovechada, puede llevarlo al abismo. Por eso, Pablo de Tarso con acierto aseveró: “Porque el amor del dinero es la raíz de toda especie de males; y, en esa codicia, algunos se desviaron de la fe y se atraviesan a sí mismos con muchos dolores” (I Timoteo, 6: 10).
Noten que Pablo no condena, abomina o demoniza el dinero. Como persona inteligente, él ciertamente sabía de la importancia de ese elemento material para el adecuado funcionamiento de las sociedades humanas. Aún hoy necesitamos ardientemente del papel moneda para nuestro sustento, preservación y equilibrio económico mundial. De hecho, estamos aún muy lejos de vivir en una economía basada, por ejemplo, en el bônus-hora. Pero es previsible que a medida que avancemos en las cosas del espíritu, menos relevancia el dinero tendrá en nuestras vidas.
Tejiendo otras relevantes consideraciones, el Espíritu Emmanuel, en la obra Camino, Verdad y Vida (psicografia de Francisco C. Xavier), enfatiza, por su parte, que el dinero que conquistamos por los caminos rectos, bendecido por la claridad divina, es un amigo que nos busca la orientación sana y la utilización humanitaria. Pero el sabio mentor advierte igualmente: “Responderás a Dios por las directrices que le des y ay de ti se materializas esa fuerza benéfica en el sombrío edificio de la iniquidad”.
De ese modo, poseer el dinero, en sí, no es algo negativo; sin embargo, las finalidades para las cuales lo dirigimos impactarán fuertemente nuestro futuro. Por eso, el Espíritu Emmanuel, en El Evangelio según el Espiritismo, observa que: “El egoísmo, llaga de la humanidad, tiene que desaparecer de la Tierra, a cuyo progreso moral obsta. El egoísmo es, pues, el blanco para el cual todos los verdaderos creyentes deben apuntar sus armas, dirigir sus fuerzas, su coraje [...]”. Finalmente, la mayoría de nosotros trae en sí, de manera muy nítida aún, ese vestigio. El propio estilo de vida que adoptamos – consumista y eminentemente volcado para la adquisición  y el cúmulo de bienes materiales en detrimento de los bienes espirituales (virtudes) – favorece, como abordamos antes, el comportamiento egoísta.
 Emmanuel esclarece la necesidad de [...] Que cada uno, por lo tanto, emplee todos los esfuerzos para combatirlo en sí, cierto de que ese monstruo devorador de todas las inteligencias, ese hijo del orgullo es el causante de todas las miserias del mundo terreno. Es la negación de la caridad y, así pues, el mayor obstáculo a la felicidad de los hombres”. Emmanuel concluye su elevado pensamiento exteriorizando lo siguiente: “Es... por esa lepra que se debe atribuir el hecho de no haber aún el cristianismo desempeñado por completo su misión [...]”. Desafortunadamente, continuamos en no entender que debemos empeñarnos para generar bienestar para todos y no sólo para algunos grupos.
Por fin, él nos llama a expulsar el egoísmo de la Tierra para que ella pueda ascender en la jerarquía de los mundos. Pero la condición sine qua non para que tal objetivo sea alcanzado es que expulsemos ese sentimiento pernicioso de nuestros corazones. Desprenderse, así, que este es el único camino para alcanzar la madurez espiritual.
El Espíritu Hermano José, en la obra Vigilad y Orad (psicografia de Carlos A. Bacelli), aborda otros aspectos inherentes al sentimiento de egoísmo que merecen igualmente reflexión de todos nosotros. Según ese sabio mentor, “Existen personas que no son capaces de sacrificarse por nadie”. De hecho, es imperioso reconocer que, a veces, tales personas están bajo nuestro techo en la condición de hijo(a), marido o esposa, o incluso como madre o padre esparciendo energías malsanas. “No son capaces de dejar de ir a una fiesta, para atender un amigo”, pondera el citado mentor. Siguiendo esa línea de razonamiento, diríamos que las personas portadoras de tal perfil raramente salen de su zona de confort y, cuando lo hacen, están claramente imbuidas de mal humor o de interés personal. De hecho, es altamente desagradable constatar que muchos pacientes ingresados en hospitales con enfermedades graves están sin visitas o aguardan hasta un año por el paso de parientes.
El Hermano José observa aún que esas personas son incapaces de renunciar a sus intereses (generalmente mezquinos y egocéntricos), de examinar una posición, de compartir algo e incluso de considerar al otro como extensión de ellas mismas. Por tener la mente obnubilada no consiguen vislumbrar la obligación moral de que debemos hacer a los otros lo que, fundamentalmente, deseamos para nosotros mismos.
De manera general, el egoísmo puede ser considerado como una adicción. Es la adicción de mirar sólo para sí, para los propios intereses personales; esencialmente, es la actitud viciosa de importarle sólo consigo mismo y nadie más. A propósito, vemos en la actualidad jóvenes viciados robando cosas de valor de sus propios hogares – actuando egoístamente a causa de la drogadicción – sin importarle el dolor y decepción que generan y ni con las consecuencias de sus locuras.
 El análisis del egoísmo también comporta una faceta colectiva. Las omnipresentes huelgas de operarios de las compañías de Metro, autobús, trenes, hospitales y seguridad públicas son algunos ejemplos indiscutibles de la indiferencia humana. Explorando un poco más los pensamientos del Hermano José, él afirma que los egoístas son los primeros “en valerse de la generosidad ajena”. Más aún: “Se travisten de humildad, pero se rebelan cuando no son atendidos de inmediato”. Paradójicamente, “Esperan de los otros lo que nunca dieron a nadie”. De ese modo, esclarece con mucha propiedad el Espíritu Chico Xavier que sólo a través de nuestro contacto con el dolor de los semejantes para no sucumbir a nuestras insanas crisis narcisistas.  Y remata, por fin, que: “La práctica del bien a los semejantes es esencial a nuestra salud mental”.
Creemos que vale recordar un pasaje contenido en la obra Días Venturosos del Espíritu Amelia Rodríguez (psicografia de Divaldo P. Franco) que trae el pensamiento del propio Cristo acerca de tan complejo asunto. Las enseñanzas son magníficamente claras y actualizadas dado que el egoísmo es endémico. Buscaremos presentar un pequeño resumen de la lección y recomendamos al lector interesado en coger más informaciones que las busque en la luminosa obra. Puesto esto, recuerda la mentora del más allá que aquel día – de hecho, como siempre ocurría – el sermón del maestro había atraído inmensa multitud y “Su mensaje cargado de ternura y de esperanza invitaba esencialmente a los oyentes a la transformación moral”.
Los pedidos de socorro eran incontables y los que pedían no demostraban atención para el visible cansancio y desgaste del Maestro inolvidable. De hecho, Amélia Rodrigues observa con precisión que “En su ceguera y desconcierto moral, las criaturas nunca ven los dolores de los otros, sus dificultades y problemas, delante de los propios desafíos”. Infelizmente, tal cuadro no fue disipado a la vista que los centros espíritas reciben enorme cantidad de personas en ese estado del alma. Y añade aún ella: “El ansia de solucionarlos, las hacen indiferentes a los testimonios silenciosos y afligidos que fustigan a aquellos a quién recurren, sin la menor consideración”.
Jesús, sin embargo, había atendido a todos con atención y compasión “hasta el momento en que Simón Pedro lo rescató de la masa informe e insaciable”. Transcurrido un intervalo para el descanso y alimentación, en la habitual reunión nocturna de estudios, Simón, bajo el efecto de un desagradable encuentro que hubo tenido con un antiguo amigo que otrora lo hubo calumniado, y sintiéndose aún amargado y resentido, le indagó motivado por un sincero deseo de aprender – como proceder delante de los que nos perjudican y perturban...
 Jesús, solícito, le respondió con bondad: “Simón, los verdaderos adversarios del hombre no se encuentran fuera de él, aunque sí en su mundo íntimo, persiguiendo e inquietándolo sin término [...]”.
Buscando obtener más esclarecimientos, le preguntó aún Simón cuáles eran los enemigos íntimos que cargamos dentro de nosotros. El Maestro fue extremadamente didáctico al explicar que: “Hay tres enemigos feroces en el interior del ser humano, que responden por todas las miserias que asolan la sociedad, dilacerando los tejidos sutiles del alma. Se trata del egoísmo, del orgullo y de la ignorancia”. Tal diagnóstico aún prevalece, pues vemos las terribles consecuencias de esos elementos produciendo sufrimiento y aflicción diariamente.
Continuando sus enseñanzas, Jesús adujo lo siguiente:
 “El egoísmo es un verdugo sin piedad, que absorbe a su víctima al hecho de la esclavitud, haciéndola infeliz.
Gracias a él predominan los prejuicios sociales, las dificultades económicas, los problemas de relación humana... Cual una molestia devoradora, se instala en los sentimientos y los estrangula con la fuerza de la propia locura.
El egoísmo es responsable por males incontables que devastan la humanidad. El egoísta solamente piensa en sí, a nada ni a nadie respeta en la saña de desear exclusivamente en beneficio propio, a todo cuanto ambiciona. Se hace avaro y perverso, porque transita insensible a las necesidades ajenas.
Por su parte, el orgullo es tóxico que ciega y destruye los valores morales del individuo, llevándolo a no considerar las demás criaturas que lo cercan. Creyéndose excepcional y portador de valores que piensa poseer subestima todo para sobresalir donde se encuentra, exhibiendo la fragilidad moral y las distonías nerviosas de que se vuelve víctima indefensa.
La ignorancia igualmente esclaviza y hace al ser déspota, indiferente a todo cuanto no le dice respecto directamente, olvidado de que todas las personas son miembros importantes e interdependientes del organismo social”.
 Pedro deseando aprender más preguntó al Mesías como extirpar tales males del alma y qué antídotos podrían ser usados para eliminarlos. Y Jesús le ofreció la siguiente sublime orientación:
 “Al egoísmo se debe sobreponer la solidaridad, que abre los brazos a la gentileza y al altruismo.
El corazón generoso es rico de dádivas. Mientras más las reparte, más posee, porque se multiplican con celeridad.
La solidaridad anula la soledad y amplía el círculo de auxilios mutuos, dignificando el ser que se eleva emocionalmente, engrandeciendo la vida y la humanidad.
El orgullo cede ante la humildad, que dimensiona la persona con la medida exacta, descubriéndole el significado, su realidad [...].
Sin la humildad el hombre se rebela, porque no reconoce la flaqueza que le es peculiar, ni se da cuenta, conscientemente, de que inmediatamente más será desligado del coche orgánico, nivelándose a todos los demás en el vaso sepulcral...
A La ignorancia se facultan el conocimiento y el dilecto hijo del sentimiento mayor, que es hálito del Padre vivificando todo y todos, origen y finalidad del Universo: ¡el amor!
La victoria real es siempre sobre sí mismo, en las provincias del alma.
El perdón a la ofensas, el respeto al derecho ajeno, la beneficencia y la bondad son los hijos dilectos del amor-conocimiento que vuela en luz con alas de caridad, haciendo el mundo mejor y todos los seres felices”.
Después de las profundas aclaraciones, Jesús silenció. Enseguida, se puso a caminar, mientras los demás compañeros caían en profunda meditación. Por lo tanto, nosotros espíritas deberíamos considerarnos inmensamente felices por disponer de obras como aquella arriba referida que trae esclarecimientos e informaciones de la fuente más pura. Concluyendo, el egoísmo sólo será superado cuando el individuo busque entender su realidad eminentemente espiritual. Nuestro modesto consejo es para que busquemos extirpar ese mal que cargamos en nosotros desde eras incontables para acreditarnos a la felicidad eterna.
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           HOY Y MAÑANA DEL HOMBRE 

Consecuencia del ayer es el hoy en el espíritu humano. Su vida, como hemos dicho, es una labor comenzada en el principio y que ha de durarle hasta el fin ignoto de lo eterno. En ella empezándose por arrancar malezas, se termina por tejer guirnaldas. Quien es perezoso para la faena ruda, tarda en ser obrero de la delicadeza; más siendo su labor exclusivamente suya, no puede eximirse de operación alguna, y hoy empezará donde ayer terminó y mañana donde termine hoy. De aquí el que sea aspiración noble de todos los espíritus antes de empezar, cumplir como buenos obreros en la tarea del día; y si es cierto que no a todos les alcanzan las fuerzas para tanto, débese, no a que la labor sea insoportable, sino a que, o bien quieren recuperar muchas de las jornadas perdidas, o bien se imponen mayor tarea de la que buenamente pueden desempeñar. De todos modos, el espíritu trabaja en su propiedad, y según sea la diligencia y la cordura que en el trabajo emplee, así serán los rendimientos que le ofrezca. Nadie es acreedor a más de lo que en justicia le pertenezca, y si en el orden material este axioma puede ser violado, en el orden moral puede asegurarse se cumple con extricta equidad.

   En efecto; el cumplimiento moral de la ley de justicia, lo tenemos evidenciado en nosotros mismos; y si tendemos la mirada a nuestros semejantes, en ellos veremos también las huellas del implacable juez, acusador y verdugo que en nosotros funciona y del que no podemos separanos jamas: la conciencia. ¿Qué importa la salud, qué la fortuna ni la gloria, si constantemente nos corroe el remordimiento? ¿Será nadie feliz, ni aun en medio de báquicos placeres, si esa voz misteriosa le acusa? ¿Conciliará el sueño mientras ella le atormente? No. Por eso el mayor de los castigos es el que nos proporcionamos sin flagelación alguna; por eso la mayor de las miserias es la miseria del alma. Podrán los Cresos ocultar sus desnudeces con sedas cuajadas de oro y pedrería; pero no podrán jamás reír con satisfacción mientras su proceder tenga armado el brazo vengador de la conciencia.

¡Y qué imparcial es en todos sus fallos’. ¡Con qué severidad recluye al delincuente! ¡Cómo le arroja y le fuerza!... No tiene penitenciarias de piedra con gruesas rejas y sendos candados; pero ¡ay! tiene a su mano el horror que inspira toda acción proterva, y propinando la dosis conveniente al que debe castigar, le ahuyenta de sus semejantes más dignos para mezclarle con los de su rango, le prepara a la reparación por medio del arrepentimiento, y le hace resarcir con creces la falta cometida, una vez arrepentido, mediante obras de verdadero desinterés y sacrificio. Sólo a este precio cesa en su enemistad; sólo a este precio le deja gozar del sol de la dicha.

 Aspirar a este goce es el objeto formal del espíritu. Su trabajo le redime; su amor le ensalza: con estas dos prendas de inestimable valia, la conciencia le abre las puertas del reino de la felicidad, en el cual, seguramente, no hay más que uno que puede penetrar sin llevar polvo en sus sandalias; pero no por esto nos está vedado a los demás su goce relativo, equiparado siempre con el polvo que llevemos en los pies.

Así como el hoy es consecuencia natural del ayer, así el mañana lo será del hoy; un paso más en la escala de la vida, una operación más en la labor eterna, y ¡un nuevo motivo de júbilo o remordimiento!

Empero con el mañana más o menos remoto, va adunada una nueva empresa para el espíritu: la de ser mentor de otro que no ha llegado a su grado de perfección. Sin dejar de cumplir su labor propia de jardinero, el que es guía deotro le instruye, le corrige, le ayuda, en una palabra; siendo motivos a su júbilo el que su auxiliado avance sin tropiezo, cumpla sin esfuerzo y con deleite y reconozca pronto los beneficios de la laboriosidad. Entonces protector y protegido se entrelazan con los indisolubles lazos de la gratitud y el cariño, y extendiendo sus benéficos efluvios a otros seres, repiten la labor para tener la satisfacción de repetir también los motivos de alborozos. De este modo se cumple la ley de solidaridad.

   Tales son el ayer, el hoy y el mañana en la vida eterna del espíritu.
   Como hemos visto, sea cualquiera el modo con que este proceda, cumple con la ley; pero le es tanto más beneficioso adaptar en lo posible sus acciones a la bondad, la verdad y la belleza, cuanto que, según las adapte, mayores satisfacciones se proporciona y antes llega a la categoria de espíritu elevado.

  Por consiguiente, cumplirá mejor su misión quien mejor desarrolle el sentimiento, la inteligencia y la voluntad: el sentimiento para amar el bien por ser bien y objeto formal del espíritu, la inteligencia para darse cuenta de sí y de cuanto le rodea por ser el único medio de dirigir el sentimiento y la voluntad por seguros derroteros; y la voluntad para decidirse a practicar lo bueno y verdadero por ser lo único que redime al hombre. Este trino constituye a la vez una religión natural a la que todo espíritu debe rendir culto: la religión del amor, de la virtud y del bien, de que es síntesis Dios.

QUINTÍN LÓPEZ GÓMEZ

Conmemoramos con este artículo el nacimiento y la desencarnación de este insigne escritor, que tuvieron lugar, respectivamente, el 22 de mayo de 1.904 y el 13 de mayo de 1.936

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                       CAUSAS DEL SUFRIMIENTO

                                


                                                  LOS APEGOS

Una de las principales causas del sufrimiento viene generada por los apegos, los cuales suelen confundirse con el amor. El apego se diferencia del amor, porque el principal beneficiado es quien genera el apego, se busca el bien para uno mismo, mientras que el amor da libertad, procura el bien y la felicidad del otro, sin que esto represente tenerlo en nuestras vidas, está libre de egoísmo, de necesidades, no se encarga de llenar espacios que creemos vacíos. 

El mundo está lleno de sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el apego a las cosas. La felicidad consiste precisamente en dejar caer el apego a todo cuanto nos rodea. ― Buda Gautama 

Cuando actuamos desde los apegos normalmente dejamos de disfrutar el momento presente, estamos preocupados por no poder mantener aquello que creemos nuestro o no conseguir más de que aquello que pensamos necesitar, dejamos realmente de vivir lo que pasa en nuestra vida, lamentándonos por cosas del pasado que ya no están o preocupándonos porque lo que queremos esté en nuestro futuro. 
Realmente no necesitamos nada, somos perfectos como somos, como estamos, solo que por lo general estamos inconformes, nuestra mente nos habla continuamente de lo que podríamos tener, o nos hace extrañar lo que en algún momento tuvimos, mientras que nos perdemos el único momento que existe, que es el momento presente. 
Si no sabemos callar esa voz, siempre seremos vulnerables al sufrimiento, generado por el apego, por el miedo, por la sensación de pérdida, por la avaricia, el egoísmo. Todo pasa, lo bueno y lo malo resultan transitorios en nuestras vidas. Por ello es importante realmente apreciar y amar desde la libertad, agradeciendo la posibilidad de haber vivido una experiencia, estando atentos a lo que forma parte de nuestras vidas y nos resulta posible disfrutar. 
Cuando realmente amamos, sin importar el beneficio que eso está generando en nosotros, lo hacemos desde nuestro corazón, sin pensar que las personas nos pertenecen, que perdemos cosas, que la muerte es el fin, que lo que tenemos nos define, en fin… nuestra consciencia se amplía y nos permite ver más allá de nuestro ego, que se caracteriza por sentirse continuamente amenazado, que siempre está en estado de alerta, generando una preocupación, tratando de acaparar cosas, personas, troquelando nuestro nombre en todo lo que le interese, para que no exista duda de que nos pertenece. 
Resulta que llegamos acá sin nada y de la misma forma nos iremos, ni siquiera nuestros hijos son nuestros, son de la vida y han venido a este mundo a través de nosotros para vivir sus propias vidas, para tenernos de guías y desde allí debemos amarlos. Aprendamos que nada nos pertenece realmente, que no necesitamos de nada, que lo único que realmente nos define es nuestra esencia y el amor que es lo que verdaderamente trasciende.
- Aportado por Viviana Clara Gianitelli-
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              EL DOMINIO QUE CAMINA

 Volver a la vida para aprender a discernir que no hay camino que no conduzca hacia algún lugar. Vivir para reconocer que pertenecemos a la escala humana del exiliado, no para sentirnos mal, sino para acabar con la absurda prepotencia del ignorante. Mantener el silencio del que aprendió a escuchar para abrir los oídos a las nuevas palabras del evangelio. Si la palabra muere, el mensaje de esperanza queda exiliado tras las fronteras del agnosticismo, y entonces, el mundo inconsciente de la palabrería absurda, se eleva hacia la cima de la insensatez. 

 Huyen los pasos aventajados hacia los salones de la codicia, cerrando el camino de trabajo a la luz del que viene a su encuentro. Propaganda y populismo son las notas discordantes del que no aprendió a trabajar en la era espiritual. Llenos están los ojos de cataratas orgullosas, que no pueden mirar más allá de los círculos estrechos de un presente convencional, irritándose ante el que se levanta para ir al encuentro del Maestro. 

   El orgullo dejó de ser un vicio latente. Ahora forma parte del conjunto social sobre el que se enseñorea para distinguirse de todo aquello que considera inferior. Estipula, estimula, ordena, cultiva y camina hacia cualquier lado donde se dirijan nuestros pensamientos, marcando de antemano el propósito de nuestra intención. Empezó a crecer con el deseo de mejorar, pero no contó el hombre con el deseo de poder, verdadero vehículo sobre el que se asienta nuestro espíritu.

    Hemos ido arrastrando hasta el presente, la época milenaria en la cual el hombre se erguía penosamente sobre sus pies, sin embargo, era maestro en el arte del dominio. Dominar en la coyuntura crucial sobre la que sigue debatiéndose, porque es la línea divisoria que separa el hombre instintivo del hombre que ama. Los matices son infinitos y los valores marcan distancia entre una racionalidad que integra y una integración sistemática en el progreso espiritual. 

   La fase de integración pasa por ajustar los parámetros individualistas que traban los movimientos verticales en la colaboración hacia el progreso. El hombre ha convertido en paradigma la institucionalización de su propio becerro de oro mediante los ecos lejanos asentados en su subconsciente. El orgullo es la masa multiforme que encumbra y llena de oro al animal herido, la herida es profunda porque no es el oro el que limpia y desinfecta, tan solo la humildad, aquella razón que ofrece sentido y sensibilidad, para que la parasitosis no siga extendiéndose en las heridas.

    Ella es el verdadero antídoto que reunirá a todos los que estén arrepentidos de su culpa y decidan que ya es hora de matar los ídolos que han ido apartándonos de las virtudes que hace mucho tiempo deberían haber ya florecido. 

    Demos sentido al instinto para que la sensibilidad brote como un manantial a través de las aguas cristalinas de la mediumnidad, préstamo bendito para todas aquellas almas que derraparon al no aceptar que la vida es de Dios y a Él pertenece.
- Longina-
Actualidad Espiritista-

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