lunes, 11 de junio de 2018

El hombre, como ser material



Hoy veremos :

- Pluralidad de mundos habitados
- Los exilados de Capela
- La donación de órganos
-El hombre, como ser material






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Pluralidad de mundos habitados

¿Quién no se ha preguntado alguna vez, al mirar el cielo, si hay otros planetas como la Tierra? ¿Si hay otros seres inteligentes como los terrícolas? ¿Desde cuándo lleva el hombre haciéndose estas preguntas? Desde los tiempos más remotos, siempre, en todas las civilizaciones y culturas, celtas, egipcios, griegos… tenemos grandes filósofos, pensadores, religiosos y grandes personas de genio que respaldan la teoría de la pluralidad de mundos habitados. Esta idea se basa en la existencia de otros mundos y seres, además de nuestro planeta y sus habitantes; esta creencia íntima nos muestra en el universo un vasto imperio en dónde la vida se desarrolla bajo las formas más variadas.
Repasando los estudios astronómicos vemos cómo con la evolución de la tecnología, esta teoría ha ido adquiriendo cada vez más peso. Ya en el siglo XVI Copérnico lanzó la hipótesis del sistema heliocéntrico «La Tierra, los planetas y satélites de nuestro sistema Solar giran alrededor del Sol», idea que le ocasionó grandes problemas con la Inquisición. Será Galileo, constructor del primer telescopio en 1609, quien acepta abiertamente este sistema, razón por la que fue perseguido y encarcelado hasta la muerte, por la Iglesia.
Newton estableció las leyes de gravitación universal, a través de las cuales nuestra estrella (Sol) dirige y sostiene estos ocho planetas: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, formando nuestro sistema solar. En la actualidad, La Unión Astronómica Internacional (UAI) excluyó en Praga a Plutón como un planeta de pleno derecho del Sistema Solar, tras largas e intensas controversias sobre esta resolución.
Ya con los telescopios modernos, se sabe que en nuestra galaxia (Vía Láctea) hay entre cien mil millones y cuarenta billones de estrellas, encontrando en el Universo cien millones de galaxias. Quiero hacer mención al ejemplo comparativo del astrónomo inglés James Jeans, ya que desde esta perspectiva es más fácil hacerse una idea de las dimensiones de la Vía Láctea. Asignamos a la órbita de la Tierra el tamaño de la cabeza de un alfiler, a la órbita de los astros de nuestro sistema solar, el de una moneda de veinte céntimos y nuestra galaxia sería la distancia comprendida entre América del Norte y América del Sur, como dice el gráfico inglés. Hoy en día se envían satélites teleguiados en busca de la periferia de la moneda, permaneciendo el resto desconocido. También se sabe que hay estrellas tan grandes como nuestro sistema solar. A continuación, plantearemos tres hipótesis que Divaldo Pereira Franco escribió en su libro En el borde del infinito:
Partiremos de la base de que cada estrella de la Vía Láctea puede tener sus propios planetas, tomando como ejemplo el Sol, que tiene asignado ocho planetas conocidos.
1ª.- Asignando dos planetas al resto de soles de nuestra galaxia, tendremos un total de doscientos mil millones de planetas.
2ª.- Supondremos que sólo un uno por cien de estos planetas tienen las mismas características y edad que tiene la Tierra, teniendo ya dos mil millones de planetas parecidos al nuestro.
3ª.- Digamos que tan sólo un uno por cien de estos planetas tienen las mismas condiciones de vida que la Tierra, con lo que tendríamos una cifra de veinte millones de planetas iguales al nuestro en nuestra galaxia. Desde un punto de vista científico y aplicando la lógica y la estadística, con la grandeza que nos rodea ¿Cómo podemos atrevernos a pensar que sólo en la Tierra existe vida inteligente?
«Estamos en un mundo desconocido, sin saber dónde estamos, ni quiénes somos, ni adónde vamos» (Camille Flammarion, 1842-1925, astrónomo)
En El Libro de los Espíritus, Allan Kardec también se ocupó de la pluralidad de mundos habitados, en las preguntas 55, 56 y 57, que transcribimos a continuación:
«P. 55 ¿Están habitados todos los globos que giran en el espacio? R. Sí, y el hombre de la Tierra está muy lejos de ser el primero en inteligencia, en bondad y perfección como él presume. Sin embargo, hay hombres soberbios que se creen que este pequeño globo es el único que tiene el privilegio de ser habitado por seres racionales. ¡Qué orgullo y qué vanidad! Creen que Dios ha creado el universo para ellos solos.
P.56 ¿Es una misma la constitución física de los diferentes globos?
R. No, no se asemejan en nada.
P.57 ¿No siendo una misma para todos la constitución de los mundos, dedúcese que los seres que los habitan tendrán diferente organización?
R. Sin duda alguna, como en el vuestro los peces están hechos para vivir en el agua y las aves en el aire».1
 Jesús también nos habla de ello en el Evangelio. Nos dijo: «Hay muchas moradas en la casa de mi padre», con ello se estaba refriendo al principio de la pluralidad de mundos habitados y Dios, que no hace nada inútil, en los planetas donde no se desarrolla la vida material (física), permite que haya vida espiritual.
Todo tiene una función, todo progresa y evoluciona, nada es por acaso y, si observamos lo que nos rodea, podemos contemplar la grandeza de Dios y de su Obra.
Jesús legó al mundo un estatuto de vida moral capazde elevar a los hombres a la cima de la evolución planetaria,practicándolo, haremos de este planeta un mundo mejor.
Javier Gargallo
1 Las preguntas son hechas por Allan Kardec a través de diferentes médiums a los espíritus superiores, verdaderos autores del libro.
Art. tomado de la Revista de la FEE Diciembre 2003
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        Los exiliados de Capela

«Que vuestro corazón no se turbe. Creéis en Dios, creed también en mí. Hay muchas moradas en la casa de mi Padre». (San Juan, cap. XIV, v. 1, 2 y 3).                                     Así se expresó Jesús en sus enseñanzas, dando los primeros datos de otros mundos habitados, invitándonos a tranquilizar la mente y exhortándonos a trabajar unidos en la fe y el porvenir, afirmando que un Universo tan maravilloso y grande no pudo Dios construirlo sólo para los habitantes de la Tierra.
El libro Los exiliados de Capela, de Edgar Armond, hace un bosquejo de lo que allí ocurrió con sus habitantes, y la relación que hemos tenido con ellos. La Constelación de Cochero está formada por un grupo de estrellas de varios tamaños, entre las que se incluye Capela, estrella múltiples veces mayor que nuestro Sol, que dista de la Tierra cerca de 45 años-luz.
Conocida desde la más remota antigüedad, Capela es una estrella gaseosa, según afirma el célebre astrónomo y físico inglés Arthur Stanley Eddignton (1882- 1944), de   materia tan fluídica que su densidad puede ser confundida con la del aire que respiramos. Su color amarillo demuestra ser un Sol en plena juventud y, como un Sol, debe ser habitada por una humanidad bastante evolucionada. (Ver El libro de los Espíritus, pregunta 188).
La humanidad actual fue constituida, en sus comienzos, por dos categorías de hombres: una retardada que vino evolucionando lentamente, a través de las formas rudimentarias de vida terrena, por la selección natural de las especies, ascendiendo trabajosamente de la inconsciencia hacia el instinto y de éste hacia la razón, en ésta encontramos a los primates; y otra categoría, compuesta de seres más evolucionados y dominantes, que constituirían las oleadas de exiliados de Capela.
En el año 1937, el médium Francisco Cándido Xavier, a través de la psicografía, recibió la información del espíritu Emmanuel diciendo que «El hombre, para conseguir el conjunto de sus perfecciones biológicas en la Tierra, tuvo el concurso de Espíritus exiliados de un mundo mejor para el orbe terráqueo, Espíritus esos que se dio en llamar como componentes de la raza adámica, que fueron en tiempos remotísimos desterrados a las sombras y a las regiones salvajes de la Tierra, porque la evolución espiritual del mundo en que vivían no los toleraba ya en virtud de sus reincidencias en el mal.»
Los Capelinos transferidos a la Tierra, en época imposible de ser determinada, fueron poseedores de conocimientos amplios y de entendimiento dilatado con relación a los habitantes de la Tierra, siendo el elemento nuevo el que arrastró a la humanidad animalizada de aquellos tiempos hacia nuevos campos de actividad constructiva y de vida social, dando las primeras nociones de espiritualidad y conocimiento de una divinidad creadora. Reunidos en el plano etéreo de aquel orbe, conducidos por amorosos trabajadores espirituales, fueron atendidos en una colonia espiritual encima de la costra terrestre donde, durante algún tiempo, permanecieron en trabajos de preparación y de adaptación periespiritual para la futura vida que se iniciaría en el nuevo ambiente planetario, donde las palabras amorosas del Divino Maestro les llenaría de estímulos, esperanzas y promesas, que les servirían de consuelo y amparo en las tinieblas de sufrimientos físicos y morales que les estaban reservados durante muchos siglos.
Ellos, aguardando el momento propicio, empezaron entonces a encarnar preferentemente en los altiplanos de Pamir, presentando condiciones biológicas y etnográficas más perfeccionadas: piel más clara, cabellos más lisos, rostros de trazos más regulares, porte físico más suelto y elegante, formando en esas regiones los primeros núcleos raciales de la nueva civilización, con la perspectiva de que desde allí se fueran extendiendo, en sucesivos cruces, por todo el globo, ocupando cuatro pueblos principales: los arios en Europa; los hindúes en Asia; los egipcios en África y los israelitas en Palestina. Como portadores de grandes conocimientos, podemos decir que los egipcios, de todas las ramas de la ciencia que desarrollaron, fueron los más avanzados en matemáticas, poseedores de la más dinámica sabiduría, pueblo que como dice Emmanuel: «Tras dejar el testimonio de su existencia grabado en los monumentos imperecederos de las pirámides, regresaron al paraíso de Capela».
Debemos aclarar que esa permuta de poblaciones entre orbes afines de un mismo sistema sideral, e incluso de sistemas diferentes, ocurre periódicamente, sucediendo siempre a expurgaciones de carácter selectivo. Constituyen un fenómeno que se encuadra en las leyes generales de justicia y sabiduría Divina, porque permite oportunos reajustes, contactos de equilibrio, armonía y continuidad de avances evolutivos para las comunidades de espíritus habitantes de los diferentes mundos, donde la misericordia Divina se manifiesta posibilitando la reciprocidad del auxilio, el intercambio de ayuda y consuelo basado en la fraternidad para todos los seres de la creación.
Ubicados en la mítica fecha del 2012, relacionada con el calendario maya, que tanto atormenta e inquieta a la humanidad, corresponde a los espíritas esclarecer que un nuevo diluvio universal no acontecerá, eso pertenece a una etapa del pasado cuando necesitó el planeta el reajuste para el orden de la vida en sus diferentes manifestaciones. La transformación inevitable y que ya estamos viviendo es de orden moral porque la Tierra, que ya entró en una nueva fase evolutiva, está llamada a que reine entre sus habitantes el amor y la fraternidad, sustituyendo al egoísmo y al orgullo, que son la plaga que venimos arrastrando hasta hoy, ¡Que nadie se inquiete por eso! porque la humanidad ha sido advertida hace más de un siglo, con la aparición de El libro de los Espíritus, de Allan Kardec, el 18 de abril del año 1857. Aquellos que han tenido ojos para ver y oído para escuchar entenderán, al leer la pregunta 1019, que el espíritu de San Luis hacía referencia a los nuevos expurgos de la Tierra diciendo: «los Espíritus de los malvados, que la muerte cosecha a diario, y todos aquellos que intentan detener la marcha de los acontecimientos serán excluidos de este mundo, pues se encontrarían desubicados entre los hombres de bien, cuya ventura turbarían. Irán a mundos nuevos y menos evolucionados, a desempeñar misiones penosas en las que podrán trabajar por su propio adelanto, al paso que lo harán por el progreso de sus hermanos todavía más atrasados que ellos».
Finalmente podemos ver, con claridad y lógica, lo sucedido en Capela. Exhortamos a todos a trabajar juntos y luchar por un mundo mejor, unamos nuestros mejores sentimientos de Amor y de Paz, ajustándonos a las leyes del universo, es éste nuestro momento y el deber de todo cristiano. No esperemos que «Las transiciones esenciales de la existencia en la Tierra, encuentren a la mayoría de los hombres absolutamente distraídos de las realidades eternas». (Francisco Cándido Xavier – André Luiz (Espíritu), Los Mensajeros, Cap. V)                                                           Victor Ruano -
(Extraído de la Revista Espírita de la FEE nº3  )    
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     LA DONACIÓN  DE ÓRGANOS

El tema que nos ocupa hoy ofrece diversas perspectivas para analizar en función de las creencias, culturas y principios que la persona mantiene. Es bien sabido que, el avance de la ciencia médica, propicia posibilidades de mantenimiento de la vida cuando un órgano o varios impiden llevar una vida digna, recurriendo al trasplante del órgano enfermo por otro procedente de un donante.
La donación de órganos puede realizarse en vida, como ocurre con diversos órganos como las córneas, los riñones, la médula ósea, etc., sin que esto suponga para el donante ningún trastorno más que el de desprenderse de parte de su biología para realizar un acto de caridad que ayuda a vivir dignamente a otras personas necesitadas. En estos casos, y salvo las excepciones propias de las personas cuyas creencias les impiden donarlos; la mayoría de la sociedad no alberga dudas respecto a la idoneidad de esta práctica y a su función caritativa y benéfica.
En el aspecto de las creencias, hay religiones que condenan el trasplante de órganos prohibiéndolos expresamente, mientras que otras lo califican como un acto de caridad.
La bioética, como disciplina encargada de definir lo correcto o incorrecto sobre la vida humana al margen de las opiniones puramente médicas, tiene el enorme reto de responder a preguntas para las que todavía no hay una definición ortodoxa. Preguntas como ¿es correcto el trasplante de animales al hombre? (1), o la siguiente ¿el comercio y tráfico de órganos debe ser legalizado? (2)
No obstante, por paradójico que pueda parecer, donde se presentan las mayores discrepancias en esta práctica, es cuando los órganos son donados a la muerte del cuerpo físico. Donde el donante, cede a la ciencia la posibilidad de utilizar sus órganos vitales para otros inmediatamente después de acontecer el óbito. El término “inmediatamente” es preciso destacarlo, pues los órganos deben ser extraídos del donante sin pérdida de tiempo para poderlos utilizar, ya que el transcurso de las horas los debilita y los vuelve inútiles para el fin de utilizarlos en buenas condiciones.
Ni siquiera hoy, en pleno siglo XXI las disciplinas científicas están de acuerdo al 100% sobre la definición de lo que denominamos “muerte”. La neurología y la termodinámica no tienen muy claro que el concepto de “muerte encefálica” sea el único admitido hoy, como lo fueron en tiempos anteriores la ausencia de pulso, el cese de la respiración; la inexistencia de ritmo cardiaco o el registro del encefalograma plano. (El concepto de muerte ha evolucionado con los avances de la ciencia).
Ejemplo de ello es la muerte cerebral: hoy día podemos mantener con vida orgánica, respirando y alimentando artificialmente a personas con muerte cerebral a la espera del momento de trasplante de los órganos. ¿Es esto éticamente reprobable? ¿Dónde situamos pues la línea entre vida y muerte: en el cese de toda función orgánica o en la pérdida de la conciencia? (3)
Desde el análisis de que todo termina con la muerte del cuerpo físico, esta práctica se observa con total claridad, como un acto noble que no perjudica en absoluto a la persona. Pero en la comprensión que nos ofrecen las leyes espirituales, donde sabemos que el periespíritu humano sobrevive a la muerte y que éste necesita de un tiempo prudencial de 72 horas para desligarse de la materia biológica, las repercusiones aparecen, sin duda, afectando al donante.
Estas repercusiones pueden ser graves, leves, inexistentes o incluso necesarias. Todo ello va en función del nivel evolutivo; del grado de progreso espiritual de la persona que dona sus órganos. Es sabido desde hace siglos la imperiosa necesidad del desdoblamiento cuando comienza el proceso del óbito; de desligar los cuerpos psíquicos y espirituales de la materia en el momento de la muerte; y al igual que para el nacimiento precisamos de nueve meses de formación, en el momento de partir, nuestro periespíritu necesita de unas horas para proceder a desligarse por completo de la materia.
Comprendiendo que el periespíritu es un doble de nuestro cuerpo biológico, también posee una réplica orgánica de carácter psíquico que impregna todas nuestras células biológicas; si estas son cercenadas de forma brusca antes de realizar ese proceso de separación de forma natural, el psiquismo sufre determinadas perturbaciones que son trasladadas al espíritu en forma de confusión y retraso de la claridad necesaria al penetrar en el mundo espiritual que le aguarda.
Si la persona está muy materializada; si ha vivido durante su vida apegada a los sensualismos de la materia, dominada por sus pasiones y entregada a la concupiscencia y las sensaciones más groseras, el desdoblamiento del alma es más difícil; más lento, le cuesta entender que existe una vida espiritual y que todo no es material. Cuando esto ocurre, la persona, aunque haya donado sus órganos, le será muy difícil sustraerse a las sensaciones psíquicas de la extracción de los mismos, puesto que sus sensaciones orgánicas, a través del periespíritu no desligado, seguirán llegando a sus centros nerviosos, condicionando la separación tardía del espíritu, y por ende un determinado entorpecimiento para su liberación de la materia, perturbando su mente.
Si la persona ha sido una persona noble, con buenos sentimientos, elevada y dedicada al bien, que ha cultivado los aspectos del amor y la caridad, pertenezca a la religión que pertenezca, su grado de espiritualidad le permitirá desligarse muy rápido del cuerpo físico, esto mitigará enormemente las repercusiones de la extracción del órgano en su periespíritu. Además, como la ley de causa y efecto nos indica, las obras de bien realizadas, generan, por afinidad y sintonía, la compañía de espíritus de bien que se manifestarán en el momento del óbito para ayudar a esa persona, acelerando el proceso de separación, todo ello por los méritos contraídos.
Muchos de estos espíritus, son familiares que le antecedieron en su llegada al mundo espiritual y que acudirán rápidamente a ayudar para que el tránsito apenas sea perceptible; para que, como en un sueño, despierte a la mañana siguiente en el nuevo mundo espiritual lleno de paz, luz, serenidad y equilibrio mental.
No sólo le ayudarán en el tránsito para desligar con rapidez la parte espiritual de la física; sino que pedirán ayuda, a otros espíritus de mayor elevación para que, a pesar de la donación y extracción de los órganos, la persona, apenas tenga repercusión alguna, siendo aceptado y condicionado este acto como uno más de los actos de bien y caridad realizados por la persona en la propia vida física que ahora termina.
En otros casos incluso, estas cuestiones se presentan como parte de una expiación compulsoria que el espíritu necesita para rescatar deudas del pasado y el daño que hizo a otros en vidas anteriores. Esto no es descartable; pues desconocemos con precisión la historia evolutiva de los espíritus, las personalidades que han ido animando en su trayectoria evolutiva y el debe y el haber de cada uno de nosotros. En este caso que mencionamos, puede ser necesaria una expiación de este calibre para terminar de liquidar un saldo negativo que nos permita acceder al nuevo plano de vida sin ningún tipo de carga adicional; habiendo purificado y drenado nuestra alma de los fluidos mórbidos acumulados por nuestras deudas del pasado.
Cuando entendemos que somos inmortales, y que la vida del espíritu es una sola y se manifiesta en diversas existencias y reencarnaciones, comprendemos también que entre una y otra experiencia en la materia permanecemos un tiempo en el mundo espiritual recomponiendo nuestras fuerzas; analizando nuestra trayectoria evolutiva y preparando una nueva encarnación que nos permita seguir avanzando hacia la plenitud y la felicidad; destino final para el que el hombre fue creado por Dios.
Si las antiguas tradiciones de la india y china, recomiendan la incineración del cuerpo una vez pasadas 72 horas no es por casualidad; sino que todo ello es el periodo necesario para una buena separación de la psique de la materia en términos generales. Arriba hemos explicado algunas particularidades, pues nadie desencarna igual, todos tenemos un proceso individualizado en función de nuestro adelanto evolutivo, nuestros compromisos espirituales y la forma en que hemos vivido.
Sea como fuere, el acto de la donación de órganos, cuando se hace con nobleza y con deseos de ayudar es un acto de caridad que eleva al espíritu humano y le otorga méritos para su posterior entrada en la vida espiritual.
Todo aquello que hacemos por los demás de forma desinteresada, altruista y caritativa es un punto a nuestro favor en la elevación de nuestra alma, y con ello recuperamos la iniciativa de nuestra redención moral.
Pero este hecho, no debe hacernos olvidar que la trascendencia del fenómeno de la muerte física, es algo más sencillo de lo que pueda parecer. Y puesto que somos inmortales, la muerte real no existe, esta es la gran conclusión que debemos entresacar de todo ello: como bien demostró el maestro Jesús de Nazareth, al presentarse a sus discípulos en toda su majestad espiritual, tres días después de haber sido crucificado.
Antonio Lledó Flor
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       EL HOMBRE COMO SER MATERIAL

   Aquellas personas que creen que al morir todo se termina, una gran sorpresa les espera. Ignorantes de su propia realidad existencial e imperecedera, la mayoría de los humanos limitan su vida a lo tangible, y buscando el placer van creando necesidades artificiales, terminando por convertirse imperceptiblemente en esclavos de las mismas. Alejados del verdadero camino de la Vida (la vida humana como realización), no disfrutan de las maravillas que ésta les ofrece. El amor sentido y realizado, que es fuente inagotable de armonía y felicidad, es desalojado por el egoísmo y la ambición, que crean rivalidades y estados afectivos perturbadores de enconos y malquerencias, que envenenan las almas; y el hombre se vuelve contra el hombre, transformando su vida en un tormento.                                                                                                  
Estamos en un mundo inferior, donde una gran parte de los hombres se atacan como fieras, que se matan unos a otros por la ambición y el orgullo y donde se duda de la existencia de Dios.                                                                        
Y hay quienes, en su inferioridad mental se consideran como los únicos seres superiores del Universo. 
Una de las causas que llevan al ateísmo y al materialismo perturbador, es la pérdida de la fe en las religiones. Y esta pérdida de fe, se debe a que, en los tiempos en que vivimos, ya no se pueden admitir conceptos carentes de lógica. 
El  materialismo embrutece al ser humano. Y ese materialismo lo podemos ver en todas partes. Una gran parte de la humanidad piensa tan sólo en enriquecerse, y en el poder generalmente deseado para satisfacción de dominio. Otra parte busca la felicidad en los goces momentáneos, quiere olvidarlo todo y vivir nada más que el presente, avanzando a ciegas hacia un abismo, inconscientes de su responsabilidad. Y así, en su ceguera psíquica van creando causas de dolor futuro, por hacer oídos sordos a esas llamadas de su conciencia superior, que son la manifestación de su espíritu, que es la realidad existencial, y que sigue existiendo  en el tiempo y en el espacio. 
Sebastian de Arauco.
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