REFLEXIONES DE MERCHITA
Queridos amigos, hola buenos días, cotidianamente en todas partes, observamos situaciones y ocurrencias que nos parecen profundamente injustas.
Al lado del rancho donde hay tanto sufrimiento y miseria encontramos la suntuosa mansión, cuyos moradores lo completan con todo lo que el dinero y el prestigio pueden proporcionarles. A cada instante, en los más diversos puntos de la Tierra nacen niños saludables y otros enfermos, deformes, excepcionales y limitados; en cuanto una parte de la humanidad ya nace con inclinaciones buenas, dignas y honestas, otra demuestra desde la más tierna infancia tendencias hacia el hurto, la mentira, la hipocresía, la crueldad, la perversidad etc.
Lo mismo ocurre con la inteligencia, que no es hereditaria, porque muchas luminarias de la ciencia y del intelecto eran y son hijos de padres comunes y hasta así mismo poco inteligentes, en cuanto padres de gran capacidad mental han generado hijos limitados.
¿Y nos preguntamos entonces a nosotros mismos por que tantas y tan dolorosas diferencias entre los hijos de un mismo Padre? Si nosotros, humanos y falibles, no seríamos capaces de actos tan injustos o malos para con nuestros hijos, como podría Dios, siendo omnipotente, justo, sabio y perfecto, demostrar tanta incompetencia, injusticia y perversidad?
Mas nuestra razón nos dice que no puede ser... tiene que haber otras explicaciones, caso contrario, dejaríamos de cree en El y en esa descreencia sufrimos el gran vacío que, la fuga de la fe deja dentro de nosotros. La criatura sin fe es como la lámpara apagada, en medio de la oscuridad nocturna.
Mas, felizmente, siempre llega el día en que tomamos conocimiento de la reencarnación y de las leyes de causa y efecto o acción y reacción, que los orientales llaman karma.
Ese conocimiento entonces nos coloca de bien con la existencia y comenzamos a ver a Dios, el universo y los mecanismos de la vida bajo nueva luz.
Comprendemos, así, que ya vivimos muchas y muchas existencias en la materia, que somos el resultado de lo que fuimos e hicimos en nuestras vidas pasadas. Entendemos también que Dios no es el responsable por nuestras buenas o malas inclinaciones, por nuestra inteligencia y aptitudes, enfermedades o sufrimientos. Los responsables somos nosotros mismos, por la manera como viven ciamos nuestras existencias pasadas, así como también la presente.
Todo lo que fuimos se refleja en nuestra vida actual. Es la ley del retorno que nos devuelve por las manos de la justicia divina, todo lo que hicimos en el pasado distante o próximo. La siembra es libre, más la cosecha es obligatoria.
Es preciso, entre tanto, observar que el karma no es sólo negativo, es también positivo. El representa nuestra cuenta corriente con la vida, el retorno de los actos buenos y malos, de las acciones y omisiones que practicamos a lo largo de las encarnaciones y puede así mismo ser atenuado por la práctica del bien, por el amor puesto en acción. Siempre es oportuno recordar lo que dice el apóstol: “El amor cubre una multitud de pecados”. Esto significa que si dedicáramos parte de nuestro tiempo y posibilidades, tales como el amor, el trabajo, la palabra o dádivas materiales, orientando disminuir el sufrimiento del próximo o el mostrarle un nuevo camino con más luz y esperanza, nuestra propia vida, siendo más útil a los otros, será también menos sufrida para nosotros. Esa orientaron más allá fue dada por Jesús cuando dice: “A cada uno le será dado de acuerdo con sus obras”.
También es importante entender que no todos los sufrimientos son kármicos, porque muchas veces reflejan apenas nuestras propias necesidades evolutivas. El dolor es el mensajero divino que despierta en nosotros los valores inmortales del espíritu. Es el quien nos acuerda y nos hace salir del marasmo o de la comodidad espiritual. También es a través del sufrimiento que más nos aproximamos a Dios.
Acontece, igualmente, que muchos espíritus, al planear sus futuras encarnaciones, piden a los mentores para nacer con defectos físicos u otros problemas, orientado a evitarles mayores caídas espirituales.
Cuenta el espíritu de André Luis, a través de la psicografia de Francisco Cándido Xavier (Chico Xavier) que cierta mujer pidió para reencarnar con determinado defecto físico, porque quería preservarse de las tentaciones y caídas, ya que en su última encarnación fuera muy bonita y cayera espiritualmente por las vías del sexo.
Otros espíritus programan sus encarnaciones de forma tal que precisen enfrentar dificultades diversas, a fin de no tener tiempo ni energía para nutrirse de los vicios o liviandades prejudiciales, que les obstaculizaron el progreso en anteriores encarnaciones.
Nuestras faltas, en la verdad y todo el mal que hacemos, quedan con una marcada presencia en nuestra conciencia profunda y cuando estamos en el mundo espiritual, con mayor acceso a esas recordaciones, llega siempre el momento en que sentimos la necesidad de liberarnos de ese peso. Trabajamos entonces para merecer nueva encarnación en la Tierra, orientando esos rescates, así como también nuevos avances o ganancias en nuestra evolución.
Como se ve, la ley de causa y efecto refleja la perfecta justicia y sabiduría del Creador para con sus criaturas.
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MIEDO A PERDER
Antônio Roberto Soares
Uno de los mayores obstáculos para una vida plena, armónica, expresiva y significativa, es el miedo a perder; sobre todo, el miedo de perder a alguien, el miedo de perder a alguien que nosotros decimos que amamos, el miedo a perder la pareja, a los hijos, a los amigos, al patrón, al empleado, al cliente.
Esta emoción es la principal responsable por nuestro sufrimiento vital. El miedo de perder es el miedo de nos volvernos indispensables para la persona con la cual nos relacionamos. El miedo de perder se reviste de mil y una formas, aparece bajo mil disfraces: miedo de ser criticados por alguien, miedo de que hablen mal de nosotros, miedo de que nos humillen, miedo de ser abandonados, miedo de ser rechazados, miedo de no ser importantes, miedo de no ser ilustres, miedo de ser menospreciados, miedo de no ser amados, miedo de la soledad. Y todo esto puede ser designado más claramente por una palabra: celos.
Los celos es el miedo de no tener a alguien, de no poseer a alguien, de no venir a ser dueño de alguien. En la relación celosa, nos colocamos nosotros y al otro como objetos.
En este tipo de relación, persona y objeto son la misma cosa. En los celos, tenemos miedo de ser algún día considerados inútiles, y dispensables para la otra persona.
Esta es la emoción del sufrimiento, la emoción suplicante, la emoción de la relación confusa, dependiente. Y lo que empeora es que en nuestra cultura aprendemos a mirar los celos como señal de amor. Y los celos son justo lo contrario.
Los celos son lo contrario del amor. En la relación amorosa, existe identidad: "Yo soy, independiente de ti!" En la relación celosa, por otro lado, se pierde la identidad: "Yo, sin ti, no soy nada. ¡Eres todo para mi!"
El amor es independiente, es libre, viene de quererse íntimamente, está directamente relacionado al sentido de libertad, de la opción, de la elección. Los celos prenden, atan, condicionan, determinan.
"Con esta emoción, Yo ya no soy. Yo; soy lo que lo otro quiere que Yo sea. Y Yo soy lo que el otro quiere que Yo sea, para que el también sea, lo que Yo quiero que el sea."
En los celos, hay un pacto de destrucción mutua, en que cada cual usa al otro, como garantía de que no estará solo: "Yo me abandono para que el otro no me abandone, Yo me desprecio para que el otro no me desprecie, Yo me falto al respeto, para que el otro no me falte al respeto, Yo me destruyo, para que el otro no me destruya.
Los celos son el miedo de ser no ser indispensable a alguien, y lo más grave quizás este aquí: pasamos la vida entera con miedo de volvernos para los otros algún día, lo que nosotros ya somos ahora, - totalmente dispensables.
El hombre es, por definición, dispensable, transitorio, efímero, de paso, - y esto es bastante real.
En todas las relaciones que tenemos hoy somos reemplazables
El mundo siempre existió sin nosotros, sigue existiendo y sé que continuará existiendo sin nosotros. Somos necesarios aquí y ahora, pero seremos dispensables antes y después. El miedo de ser dispensable a alguien es lo mismo miedo de la muerte, que también es real. El miedo de la muerte es por celos de la vida. Es la voluntad falsa, irreal, de ser, permanentes y inmutables. El miedo de perder nos lleva a entender que las cosas solamente valen la pena si son eternas, permanentes, durables. Una relación solamente tiene valor, en este caso, si tenemos garantía de que siempre será así como es. Y como todo es transitorio, como todo es mutable, como todo es de posible transformación, el miedo de perder nos lleva a un estado continuo de sufrimiento.
Las consecuencias de los celos son muy claras: "Si yo tengo miedo de que me abandonen, de volverme dispensable para alguien, de que no me amen, en lugar de hacer ser cada vez mejor.
Yo voy gastar toda mi vida, todas mis energías para probar a los otros que Yo soy lo máximo, lo mejor, que soy el primero.
En vez de empeñar esfuerzos para ser un marido, por ejemplo., cada vez mejor, un hijo cada vez mejor, una pareja cada vez mejor, un padre o madre cada vez mejor, un chef cada vez mejor, una empleada cada vez mejor, Yo gasto mis energías para enseñar a mi pareja, a mis amigos, a mis hijos, a mi pareja, a mi chef, a mi empleado, que Yo soy lo mejor padre del mundo, lo que es mentira; el mejor marido del mundo, lo que es mentira; el mejor amigo del mundo, lo que es mentira; el mejor chef del mundo, lo que es mentira; el mejor empleado del mundo, lo que es mentira!"; y así en adelante.
Los celos nos conducen al delirio de la omnipotencia. Nuestros actos, nuestras iniciativas, nuestra conversación, o nuestro comportamiento, o nuestras consideraciones, son para mostrar a los otros que nosotros somos buenos, fuertes, capaces y perfectos. Aquí está la diferencia básica, fundamental, entre el miedo de perder y las ganas de vencer.
El miedo de perder es así: "Si no ganamos, nadie nos va a querer. Gastaremos todas energías para defender lo que nosotros ya poseíamos, para conservar lo que ya ganamos. Nosotros ya llegamos al punto máximo, solo tenemos que perder". La voluntad de ganar, por otro lado, es así: "Estaremos siempre activos, descubriendo las oportunidades de victoria.
Procuraremos ganar cada vez más, en vez de preocuparnos con posibles pérdidas. Lo que nosotros tenemos de más sagrado es nuestra propia vida, y esta, nosotros ya la vamos perder de todas formas.
Todas las otras perdidas son secundarias. El miedo de perder es reactivo, defensivo, justificativo. Las personas celosas están siempre con un pie atrás y otro adelante.
Siempre precaviéndose para no perder, siempre preparando, siempre conservando. Las personas con ganas de vencer están siempre activas, siempre optando, arriesgando. El miedo de perder es la vivencia del futuro, es la vivencia anticipada del futuro, es preocupación.
La ganas de vencer, por otro lado, es la vivencia del presente, es la vivencia de la belleza del presente. En todo, a cada momento, existen riesgos y existen oportunidades. En el miedo de perder, la persona solamente ve los riesgos. En la gana de vencer, la persona ve los riesgos pero, sobre todo, ve también las oportunidades. Cada momento de la vida es un desafío para el crecimiento. La gana de vencer, a la que nos referimos, no significa ganar a alguien, sino vencerse a si mismo, ser cada vez más, estar siempre dispuesto a dar un paso adelante, estar siempre dispuesto a crecer un poco más.
Es importante tener siempre presente que hoy podemos crecer un poco más de lo que éramos ayer; descubrir que nadie llego a su limite máximo, y que la edad adulta no significa que llegamos al máximo de nuestra potencialidad.
No existe persona madura. Existe, si, la persona en maduración. Todo nuestro sufrimiento viene de una paralización del crecimiento personal y cada uno de nosotros sabe muy bien donde se paralizó, en donde nuestra energía está bloqueada, en donde no está habiendo expansión de nuestra propia energía.
Todavía no vimos, hasta hoy, una relación en el deterioro, entre una presencia fuerte de lo celos, por el deseo de ser dueños de otra persona, de una ansia de más poder y control sobre los pensamientos, los sentimientos y las acciones de la persona a quien decimos querer. Los celos son la enfermedad del amor, es un profundo desamor a si mismo y, consecuentemente, un desamor al otro.
Por celos, se establece una relación dominador/dominado. Los celos es el dolor de la incertidumbre con relación a los sentimientos de alguien en el futuro. Es la rabia de no poseer la seguridad absoluta de la relación, del futuro. Es la tristeza de no saber lo que va pasar mañana. Por cierto, lo que duele en los celos es la inseguridad del futuro, es la inseguridad del desconocido.
La locura esta ahí: ¡Pasamos la vida entera intentando conseguir lo que jamás conseguiremos - seguridad! La seguridad no existe, no existe nada. Ser seguro no significa acabar con la inseguridad, pero si aceptarla como inherente a la naturaleza del hombre. Nadie puede acabar con el riesgo del amor. Por esto, solamente es posible estar en estado de amor, si sabemos estar en estado de riesgo.
Desperdiciamos el único momento que tenemos, que es el ahora, en función de un momento inexistente, o futuro. Parece que las personas solamente valen para nosotros en el futuro. Nosotros no disfrutamos hoy la relación con la pareja, con los hijos, con los amigos, sufriendo con la posibilidad de un día no ser queridos por ellos.
El hijo, por ejemplo, parece que solamente nos es importante mañana, cuando haya crecido, se haya formado, cuando se case, cuando trabaje, etc. Hasta hoy todavía no conocemos un padre preocupado con el futuro de los hijos que estuviese jugando con ellos. En general, no tiene tiempo porque están muy preocupados en asegurarles un futuro brillante.
Los celos es la incapacidad de vivenciarnos hoy la gratuidad de la vida. Hoy es el primer día del resto de nuestras vidas, queramos o no. Hoy estamos empezando, y vivir es considerar cada segundo de nuevo.
Cada día tiene su propio cuidado o como diría Jesús: - A cada día le basta su propia contrariedad" (Mt 6, 33).
El miedo de aquello que me puede pasar quita mi alegría de estar aquí y ahora, el miedo de la muerte me quita las ganas de vivir, el miedo de perder alguien me quita la belleza de estar con él ahora.
Por cierto, cuando tenemos miedo de perder a alguien, es porque imaginamos que las personas sean nuestras. Nadie puede perder lo que no tiene y nosotros sabemos que nadie es de nadie. Cada persona es única y exclusivamente de ella misma. Esta es otra falsedad. Podemos perder un libro, un mechero, una baraja, una bolsa, pero jamás un ser humano.
El sinónimo del miedo de perder, es la obsesión del primer lugar. ¿Que es la obsesión del primer lugar? Es empeñarnos en hacer para los otros la tarea imposible de ser siempre los primeros en todos los lugares y en todas las circunstancias.
Se es en casa, queremos ser el primero; en el trabajo, queremos ser el primero; en una reunión, queremos ser el primero; en el fútbol, queremos ser el primero; en un asunto especifico, queremos ser el primero; y en otro asunto cualquiera, siempre el primero.
El primer lugar es opaco, triste, al paso que el segundo lugar está lleno de esperanza, es fértil, pues cuando alguien llega a la cumbre de la montaña, solamente le resta un camino: empezar a bajar.
En el segundo puesto, todavía tenemos para donde ir, para donde crecer. La posición de segundo lugar nos lleva al crecimiento, al crecimiento continuo.
¿Por que tú no te estableces en el segundo puesto, aun cuando esté ocupando socialmente y eventualmente el primer lugar? El segundo lugar, no en relación al prójimo, pero sí en relación a ti mismo, o sea, todavía tenemos por donde crecer y mejorar. Tu sabes por que el mar es tan grande, tan inmenso, tan poderoso? Es porque ha tenido la humildad de colocarse algunos centímetros abajo de todos los ríos del mundo. Sabiendo recibir, se volvió grande. Si quisiera ser el primero, algunos centímetros por encima de todos los ríos, no seria el mar, sino una isla. Toda su agua iría para los otros y él estaría aislado.
Y, además, la perdida hace parte, la caída hace parte, la muerte hace parte. Es imposible vivir satisfactoriamente si no aceptarnos la perdida, la caída, el error y la muerte. Precisamos aprender a perder, a caer, a errar y a morir. No es posible vencer sin saber perder, no es posible andar sin antes caer, no es posible acertar sin saber errar, no es posible vivir sin saber morir. En otras palabras, si tenemos miedo de caer, andar será mucho mas doloroso; si tenemos miedo de la muerte, la vida es muy molesta; si tenemos miedo de la pérdida, el engaño nos llena de preocupaciones.
Esta es la figura del fracasado dentro del éxito. Personas que cuanto más ganan, cuanto más mejoran en la vida, más sufren. Para la persona que tiene miedo de quedar pobre, cuanto más dinero tiene más preocupado se queda; para la persona que tiene miedo del fracaso, cuanto más sube en la escala social, más desgraciada es su vida.
Por otro lado, si tú comprendes lo que es perder, caer, errar, nadie te controlará más. Pues lo máximo que te puede pasar a ti es caer, es errar, es perder, y esto tú ya lo sabes.
Bien aventurado aquellos que ya consiguen recibir, con la misma naturalidad, el gaño y la perdida, el acierto y el error, el triunfo y la caída, la vida y la muerte.
Desarrollo del Comportamiento nº 2
Traducido y adaptado por Cassio Lopes,basado en la obra“Desenvolvimiento Comportamental”
Readaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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La verdadera medida de la riqueza no estar ni muy lejos ni muy cerca de la pobreza.
Seneca
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El Espíritu y los herederos |
Uno de nuestros suscriptores de La Haya (Holanda), nos comunica el siguiente hecho que sucedió en un Círculo de amigos que se ocupaba de manifestaciones espíritas. Esto prueba una vez más – agrega él – y sin ninguna contestación posible, la existencia de un elemento inteligente e invisible que actúa individual y directamente con nosotros.
Los Espíritus se anuncian moviendo una mesa pesada y dando golpes. Se les preguntan sus nombres: son los fallecidos Sr. y Sra. G…, muy ricos durante esta existencia; el marido, de quien provenía la fortuna, al no tener hijos, hubo desheredado a sus parientes próximos en favor de la familia de su mujer, fallecida poco tiempo antes que él. Entre las nueve personas presentes a la sesión, se encontraban dos señoras desheredadas, así como también el marido de una de ellas.
El Sr. G… fue siempre un pobre diablo y el más humilde servidor de su mujer. Después de la muerte de ésta, su familia se instaló en su casa para cuidar de él. El testamento fue hecho con el certificado de un médico, declarando que el moribundo gozaba de la plenitud de sus facultades.
El marido de la señora desheredada, que designaremos con la inicial R…, tomó la palabra en estos términos: «¡Cómo os atrevéis a presentaros aquí después del escandaloso testamento que habéis hecho!» Después, exaltándose cada vez más, terminó por decirle injurias. Entonces, la mesa dio un salto y lanzó una lámpara con fuerza a la cabeza del interlocutor. Éste le pidió disculpas por haber tenido ese primer impulso de cólera, y les preguntó qué venían ellos a hacer allí.
– Resp. Hemos venido a explicaros los motivos de nuestra conducta. (Las respuestas eran dadas a través de golpes que indicaban las letras del alfabeto.)
El Sr. R…, conociendo la ineptitud del marido, le dijo bruscamente que se retirara y que sólo escucharía a su mujer. Entonces ésta, en Espíritu, dijo que la Sra. R… y su hermana eran bastante ricas como para tomar parte de la herencia; que otros eran malos, y que otros, en fin, debían sufrir esta prueba; que por esas razones esta fortuna convenía más a su propia familia. El Sr. R… no se contentó con esas explicaciones y descargó su cólera en reproches injuriosos. Entonces, la mesa se agitó violentamente, se irguió, dio fuertes golpes en el parqué y otra vez volcó la lámpara sobre el Sr. R… Luego de hacerse la calma, el Espíritu trató de persuadirlos señalando que después de su muerte se había enterado que el testamento había sido dictado por un Espíritu superior.
El Sr. R… y las señoras, no queriendo proseguir con una discusión inútil, le ofrecieron un perdón sincero. Inmediatamente la mesa se levantó del lado del Sr. R… y se posó suavemente como dándole un abrazo junto a su pecho; las dos señoras recibieron el mismo gesto de gratitud; la mesa tenía una vibración muy pronunciada. El buen criterio había prevalecido; el Espíritu se compadeció de la actual heredera, diciendo que ella terminaría enloqueciendo. El Sr. R… le reprochó también, pero afectuosamente, por no haber hecho el bien durante su vida con una fortuna tan grande, agregando que ella no era recordada por nadie.
«Sí – respondió el Espíritu –, hay una pobre viuda que vive en la calle …, que piensa frecuentemente en mí, porque algunas veces le di alimento, ropa y leña.»
Al no haber dado el Espíritu el nombre de esta pobre mujer, uno de los asistentes fue en busca de la misma y la encontró en la dirección indicada; y lo que no es menos digno de señalar es que, desde la muerte de la Sra. G…, la pobre viuda había cambiado de domicilio; este último es el que ha sido indicado por el Espíritu.
Allan Kardec
Revista Espirita 1858
Los Espíritus se anuncian moviendo una mesa pesada y dando golpes. Se les preguntan sus nombres: son los fallecidos Sr. y Sra. G…, muy ricos durante esta existencia; el marido, de quien provenía la fortuna, al no tener hijos, hubo desheredado a sus parientes próximos en favor de la familia de su mujer, fallecida poco tiempo antes que él. Entre las nueve personas presentes a la sesión, se encontraban dos señoras desheredadas, así como también el marido de una de ellas.
El Sr. G… fue siempre un pobre diablo y el más humilde servidor de su mujer. Después de la muerte de ésta, su familia se instaló en su casa para cuidar de él. El testamento fue hecho con el certificado de un médico, declarando que el moribundo gozaba de la plenitud de sus facultades.
El marido de la señora desheredada, que designaremos con la inicial R…, tomó la palabra en estos términos: «¡Cómo os atrevéis a presentaros aquí después del escandaloso testamento que habéis hecho!» Después, exaltándose cada vez más, terminó por decirle injurias. Entonces, la mesa dio un salto y lanzó una lámpara con fuerza a la cabeza del interlocutor. Éste le pidió disculpas por haber tenido ese primer impulso de cólera, y les preguntó qué venían ellos a hacer allí.
– Resp. Hemos venido a explicaros los motivos de nuestra conducta. (Las respuestas eran dadas a través de golpes que indicaban las letras del alfabeto.)
El Sr. R…, conociendo la ineptitud del marido, le dijo bruscamente que se retirara y que sólo escucharía a su mujer. Entonces ésta, en Espíritu, dijo que la Sra. R… y su hermana eran bastante ricas como para tomar parte de la herencia; que otros eran malos, y que otros, en fin, debían sufrir esta prueba; que por esas razones esta fortuna convenía más a su propia familia. El Sr. R… no se contentó con esas explicaciones y descargó su cólera en reproches injuriosos. Entonces, la mesa se agitó violentamente, se irguió, dio fuertes golpes en el parqué y otra vez volcó la lámpara sobre el Sr. R… Luego de hacerse la calma, el Espíritu trató de persuadirlos señalando que después de su muerte se había enterado que el testamento había sido dictado por un Espíritu superior.
El Sr. R… y las señoras, no queriendo proseguir con una discusión inútil, le ofrecieron un perdón sincero. Inmediatamente la mesa se levantó del lado del Sr. R… y se posó suavemente como dándole un abrazo junto a su pecho; las dos señoras recibieron el mismo gesto de gratitud; la mesa tenía una vibración muy pronunciada. El buen criterio había prevalecido; el Espíritu se compadeció de la actual heredera, diciendo que ella terminaría enloqueciendo. El Sr. R… le reprochó también, pero afectuosamente, por no haber hecho el bien durante su vida con una fortuna tan grande, agregando que ella no era recordada por nadie.
«Sí – respondió el Espíritu –, hay una pobre viuda que vive en la calle …, que piensa frecuentemente en mí, porque algunas veces le di alimento, ropa y leña.»
Al no haber dado el Espíritu el nombre de esta pobre mujer, uno de los asistentes fue en busca de la misma y la encontró en la dirección indicada; y lo que no es menos digno de señalar es que, desde la muerte de la Sra. G…, la pobre viuda había cambiado de domicilio; este último es el que ha sido indicado por el Espíritu.
Allan Kardec
Revista Espirita 1858
Aportación de Viviana Gianitelli
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